Contra el IVA al cine:
no a la mansedumbre
Por José Pablo Feinmann
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Durante la década
del 60, Henry Kissinger dijo una frase célebre: Los
intereses de la General Motors son los intereses de los Estados Unidos.
Fue célebre por su sinceridad descarnada y su precisión.
Postulaba la unidad entre las megaempresas y los intereses del país
del Norte. Hoy, las características de dominación se han
vuelto más radicales, más absolutas. Las megaempresas y
el país que las respalda se han fusionado con gigantescos organismos
financieros que expresan una misma política de expansión
y borramiento de las identidades nacionales. A esto se le ha dado en llamar
globalización y es (tal como lo dicen sus propagandistas)
un fenómeno escasamente revertible por el momento.
Esta nueva agresión a la cultura de lo que resta de este país
(Argentina) no debe asombrar a nadie. Está dentro de la perfecta
lógica de los hechos. Hoy, algún Kissinger ligado al cine
podría decir: Los intereses de la Warner son los intereses
de los Estados Unidos. O si se prefiere (para ser más abarcativos):
Los intereses de Hollywood son los intereses de los Estados Unidos.
Si esto es así (y, en efecto, así es), mal podríamos
pedirles a los funcionarios que manipulan la economía argentina
que se apiaden de la cultura nacional. Ellos representan la política
económica de los organismos megafinancieros. Son los encargados
de aplicarla en el país. Y la política económica
de esos organismos pide un solo equilibrio, una sola armonía: el
equilibrio fiscal. Los economistas no piensan en la cultura, piensan en
el equilibrio fiscal. El dibujo adecuado de los números de la macroeconomía
los conmueve más que un buen libro, una buena película,
una buena obra teatral.
El IVA aplicado al cine le restará espectadores locales a la Warner
o a la Fox, pero ellos tienen todo el mundo, el entero planeta para sobrellevar
este inconveniente. El cine argentino, en cambio, tiene el mercado interno.
Si no hay argentinos que puedan ir al cine, no habrá cine argentino.
Pero la globalización es eso: aniquilar el mercado interno, aniquilar
el país empobreciendo a sus ciudadanos. El teatro acaba de zafar
milagrosamente de la agresión planificada. Pero van a seguir (ellos,
los enamorados del equilibrio fiscal) atacando. Y los libros son un horizonte
imposible para los nuevos autores: están en manos de grandes grupos
multinacionales y uno de sus representantes declaró sin vueltas
que no editarán escritores que vendan menos de 5 mil ejemplares.
Hasta donde yo sé, La fiesta del chivo del celebérrimo Vargas
Llosa apenas arañó los 8 mil ejemplares. ¿Cuánto
podría vender un autor nuevo? Nada, porque no lo publicarán.
El mundo de la globalización es de una transparencia brutal: la
cultura será producida por los países poseedores del dinero,
la exportarán y esa cultura será la cultura globalizada
de la sociedad globalizada. La globalización tiene un centro y
se expande como una gigantesca metástasis. Lo que este cáncer
mata es la diversidad. Para nosotros, la diversidad se expresa en nuestra
cultura. Es ella la que nos hace diferentes. Lo que se juega entonces
es nuestra existencia, ya que sólo se existe cuando se es diferente.
Así, tenemos derecho a decir (con la impecable firmeza de lo hecho)
que una cinematografía que arribó durante los últimos
tiempos a resultados tan ejemplares, ricos y diferenciados como Mundo
grúa, El mismo amor, la misma lluvia y Nueve reinas no merece morir.
Porque lo que se juega es eso, nuestra vida. No habría que entregarla
mansamente.
REP
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