AL NEGRO FRAMINI
Por Miguel Bonasso
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Hace apenas cuatro días
me llamó por teléfono y se lo sentía lúcido
y vital cuando dijo, desde sus 87 años:
Aunque suene antiguo, hay que rescatar el viejo concepto de lo nacional
y popular. Porque la Nación está al borde de la extinción
y el pueblo está excluido. Hay que trabajar por un verdadero frente.
Quería verse con viejos y nuevos compañeros, hacer política,
seguir en la brecha.
La generación de la dictadura no sabe quién es, pero el
currículum de Andrés Framini debe ser uno de los más
nutridos y honrosos del Movimiento Peronista y del movimiento obrero.
En 1955, cuando el golpe militar derrocó a Juan Perón, Andrés
Framini y Oscar Natalini fueron los dirigentes que se hicieron cargo de
la CGT. Pero al triunfar la línea más antiperonista de los
militares, que encarnaban el general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante
Isaac Rojas, lo mejor de la dirigencia sindical peronista tuvo que clandestinizarse
y resistir el terror castrense desde la CGT Auténtica. Allí
descolló Framini junto con Armando Cabo, el dirigente metalúrgico
que Evita había elegido para armar las milicias populares.
A partir de ese momento el Negro Framini, secretario general de la Asociación
Obrera Textil, pasó a convertirse en uno de los referentes de la
Resistencia Peronista.
En marzo de 1962 se presentó como candidato a gobernador de la
provincia de Buenos Aires por la Unión Popular, uno de los tantos
sellos legales a los que recurría el peronismo para eludir la proscripción
del régimen. Pero arrasó en la votación, los militares
no lo toleraron y derrocaron al presidente civil, el desarrollista Arturo
Frondizi.
En esa época, Framini anunció el célebre giro
a la izquierda que pretendía dotar de un andamiaje ideológico
más sólido al gran movimiento de masas que John William
Cooke definía con acierto como el gigante ciego e invertebrado.
En el ínterin, el integracionismo frondicista le había
dado aire a ciertos dirigentes sindicales que aparentaban ser muy duros
pero acabaron siendo baluartes del sistema como el metalúrgico
Augusto Timoteo Vandor. Y fue bajo la conducción del Lobo Vandor
que Framini se vio arrastrado a la frustrada Operación Retorno
de Perón en 1964.
En los setenta, el Negro Framini se acercó a la Juventud Peronista
y los Montoneros y con otros dirigentes de la vieja guardia como Armando
Cabo, Oscar Bidegain, Alberto Martínez Baca y Dante Viel, fue uno
de los fundadores del Partido Peronista Auténtico (PPA), que Isabel
Perón ilegalizó a fines de 1975.
En esa época nos veíamos todos los días, en la incómoda
clandestinidad de una pequeña oficina que había alquilado
con encomiable tacañería Gregorio Levenson. Y a pesar de
las amenazas de la Triple A y del Comando Libertadores de América;
a pesar de la inminencia de ese golpe que se anunciaba en las palabras
de Jorge Rafael Videla (morirán todos los que tengan que
morir) el Negro Framini fue en esos días para mí un
maestro de la historia viva y un personaje muy divertido, con un extraordinario
sentido del humor. A veces alguien comentaba, por ejemplo: Fulano
es un pelotudo y el Negro exclamaba: ¡Ah, entonces es
peronista!. Agregando de inmediato con su voz pastosa: porque
para ser peronista hay que ser loco o pelotudo. Otras, alguien dejaba
sentir su desazón, su angustia y el Negro le recetaba filosóficamente:
Hacete un fomento de nalga y se te pasa enseguida.
Atravesó la clandestinidad y el terror con su misma cara de siempre,
sacándose como única precaución sus famosos anteojos
negros. En una ocasión tenía que hablar en Berisso y nos
paró la policía al entrar enauto a la ciudad-símbolo
del viejo peronismo. Nos salvamos de milagro, porque los milicos eran
brutos y se amilanaron ante una credencial del ex diputado demócrata
cristiano Raúl Torreiro y otra del propio Framini con el cargo
insólito que le había dado años atrás el gobernador
bonaerense Oscar Bidegain: gobernador de la isla Martín García.
No se dieron cuenta de que el señor gobernador de Martín
García era el orador de fondo del acto que debían
impedir a toda costa.
Anteanoche, me cuentan, murió con las botas puestas, en un encuentro
de la CTA, donde pasaron la película de Leonardo Favio sobre la
historia peronista. Andrés le confesó a la concurrencia
que solía soñar con Evita, que hablaba con ella y en ese
momento se desplomó. Por suerte no sufrió, no padeció
rigores hospitalarios. Cayó de cara a los compañeros, evocando
una gesta malversada por los vaciadores de ideologías. La epopeya
popular que lo tuvo entre sus mejores protagonistas.
REP
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