Por Eduardo Febbro
Desde París
Ayer se cumplieron 20 años
de la alternancia democrática francesa. Un domingo
de hace dos décadas, la Rue de Rivoli se llenó de banderas
rojas: desde la Plaza de la Concordia hasta la Plaza de la Bastilla una
multitud emocionada festejó lo que ese 10 de mayo de 1981 parecía
imposible: que la izquierda francesa liderada por el socialista François
Mitterrand y aliada en torno a un ambicioso programa común conquistara
la presidencia de la República contra una derecha que gobernaba
la sociedad desde varias décadas. De aquel mayo a éste del
2001, la rosa perdió innumerables pétalos de ilusiones y
20 años después queda la imagen de un presidente que engañó
hasta a sus propios apóstoles pero que, sin embargo, le aportó
a Francia una alternancia democrática que cambió para siempre
la distribución del juego político nacional. Más
que la figura o la discutida acción política de un jefe
de Estado cuyas ambigüedades son tan legendarias como sus traiciones,
lo que Francia celebró ayer es esa alternancia de poderes que,
con el correr de los años, creó una cultura política
nueva, con nuevos dirigentes y fuerzas políticas renovadas.
Elegido con un ambicioso programa social de 110 puntos y un credo radical
que proponía una suerte de revolución en la relación
de fuerzas sociales, François Mitterrand le dio a la izquierda
francesa su más significativa revancha. Toda una generación
heredera de las luchas de ese otro ya lejano mayo, el de 1968, esperaba
sin creer de veras que la izquierda llegaría algún día
al poder. Tras 20 años de oposición, las puertas de la historia
se le abrieron a Mitterrand con el 51,82 por ciento de los votos. El dirigente
socialista accedió al poder con la totalidad de los votos socialistas,
comunistas y ecologistas, más los de un sector de centroderecha
sensible a la consigna de la izquierda de entonces. En aquella época,
la izquierda francesa, por encima de los puntos programáticos de
su plataforma, proponía sobre todo cambiar la vida.
Francia respiraba un aire purificado donde la solidaridad era la moneda
de cambio y la esperanza en el futuro, un aliento masivo. El difunto jefe
del Estado supo realizar una síntesis política y social
entre todos los componentes de la izquierda y las expectativas de una
generación que había impuesto la liberación en muchos
campos sin llegar a imponer en la presidencia a un dirigente que encarnara
sus valores. Mitterrand fue ese hombre en una Francia en que, bajo las
apariencias de potencia mundial, se escondían drásticas
desigualdades sociales. La pena de muerte estaba vigente, la mayoría
de los obreros no salía de vacaciones, más del 25 por ciento
de los jóvenes salía del sistema escolar sin formación
y las tres terceras partes de los hijos de ejecutivos accedían
a la enseñanza superior contra el 4 por ciento para los hijos de
obreros. Mitterrand y sus 110 propuestas ofrecieron un cóctel de
esperanzas, una energía distinta a una sociedad gobernada por una
derecha repetitiva, una misión nacional que coincidía
con la mejor imagen que a Francia le gusta tener de sí misma: la
cultura, los derechos humanos, la influencia humanista a escala
internacional. Hombre culto y encantador como una serpiente, François
Mitterrand llevó a la sociedad a ese exquisito e irrepetible límite
donde todo parece posible. Antes que nada, cambiar la vida.
La victoria socialista fue un choque tremendo. Acostumbrada al poder ininterrumpido,
la derecha quedó de luto mientras que los mercados asimilaron la
llegada de Mitterrand como una hecatombe. Apenas electo, el presidente
enfrentó la desconfianza del capital: el 21 de mayo de 1981, el
mismo día que Mitterrand asumió el cargo, 1500 millones
de dólares se fugaron de Francia al extranjero. Dos décadas
después de ese históricomayo, el balance de la era mitterrandista
es contrastado y todos prefieren recordar al hombre del 81
antes que al del patético, corrupto y discutido segundo mandato.
Si François Mitterrand puso dos veces de rodillas a la derecha
1981 y 1986, su segunda victoria y su acción política
empañaron la imagen gloriosa y santa del hombre que había
hecho de la esperanza una realidad abierta. Ejemplo evidente de ese malestar
es el título del coloquio con que ayer se celebró el aniversario:
¿Acaso la política puede cambiar la vida?. Más
ejemplar aún es la conclusión que sacó el actual
primer ministro socialista Lionel Jospin, quien supo reivindicar oportunamente
un derecho de inventario sobre la acción del difunto
mandatario. Jospin, al igual que muchos otros allegados al ex presidente,
habló con nostalgia y orgullo tanto de los primeros años
de la izquierda en el poder como de esos diez años cruciales
y fecundos que precedieron la victoria de 1981. Esa década
es capital para comprender la dinámica de alternancia que inauguró
mayo del 81. En diez años, Mitterrand construyó el
nuevo PS 1971, elaboró el programa común de
gobierno con el partido comunista 1972, unió a todas
las fuerzas de la izquierda y dio vuelta la relación de fuerzas
entre un PS minoritario y un PC mayoritario. Pero las realidades del poder
enturbiaron las ilusiones del cambio. Incapaz de detener el desempleo,
empantanado en gigantescos casos de corrupción, Mitterrand fue
un desengaño a la altura de su pasado mezclado con los colaboracionistas
de la Segunda Guerra Mundial, su humanismo de apariencia, su visión
atrasada de la geopolítica europea, su papel incierto en la guerra
de Argelia y, por sobre todas las cosas, por una ambigüedad constante
que lo llevó a pactar con quienes la moral socialista no recomienda
tratar. Queda así para lo mejor la imagen pura y colectiva de la
fiesta de mayo del 81 y, para lo peor, ese silencio donde las sociedades
conservan sus desencantos.
La comparación
con De Gaulle
No puedo hablar mal del hombre que, en tanto que intelectual,
me ha permitido realizar lo esencial de mis ideas, declaró
ayer Jacques Attali, autor de 30 libros y asesor especial máquina
de crear ideas, lo llegaron a llamar en el Elíseo
del fallecido presidente francés François Mitterrand
entre 1981 y 1990. Attali, nacido en la Argelia francesa hace 57
años, sostuvo que el 20 aniversario del mayo de Mitterrand
es una celebración muy emocionante para mí.
Vista con la distancia del tiempo, estoy muy orgulloso de lo que
hicimos: lograr una alternancia en el poder que se consideraba imposible
e introducir reformas como la abolición de la pena de muerte,
las leyes sociales... Tal vez no tuvimos tanto éxito frente
al problema del desempleo, que sigue siendo aún superior
al que existía en 1981. Tampoco pudimos mejorar demasiado
la redistribución de la riqueza, pero si nosotros no hubiésemos
estado allí las desigualdades se habrían agravado,
matiza. Mitterrand ha sido un personaje irreemplazable en
la historia de Francia, un inmenso y excepcional hombre de Estado,
de lejos muy superior a todos los líderes de la izquierda
de su época, y que fue más un hombre de Estado, que
un hombre de la izquierda. Mitterrand, junto con De Gaulle, marcará
la historia del siglo XX en Francia. En pleno estallido de
la revisión en Francia de la historia de la guerra de independencia
de Argelia, Attali recuerda que la clase política de
la IV República (1944-1958) dejó el control de la
Justicia en Argelia en manos de los militares, en el marco de una
guerra de represión muy dura, y el caso de Mitterrand, no
fue particular. El fue un actor de la sociedad francesa, y en algún
momento compartió sus errores, pero yo le acompañe
durante los años en que actuó como un jefe de Estado
excepcional.
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La guerra interminable
Después que dos adolescentes israelíes fueran asesinados
anteayer en Gaza, los palestinos volvieron al ataque ayer matando
con una bomba activada por control remoto a dos trabajadores rumanos
que reparaban una cerca entre la Franja e Israel. La respuesta de
Israel fue disparar misiles tierra-tierra contra el centro operativo
de la seguridad palestina en la ciudad de Gaza (foto) y, luego,
disparar desde el mar contra instalaciones de Fuerza 17, la guardia
personal de Yasser Arafat. Mientras tanto, un portavoz militar israelí
señaló que un puesto militar israelí en Rafah,
cerca de la frontera con Egipto, había sido atacado con granadas.
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