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“UN CORTADO”, EL NUEVO CICLO DE FICCION DE CANAL 7
Al rescate de viejos bares

El programa concebido por
Leonardo Bechini es un nuevo
cuadro costumbrista, que mezcla historias pequeñitas con dramones pasionales.

Leo Bechini compró un bar en
Palermo Viejo para montar el programa.
La recaudación del bar ayuda a financiar el programa, que es semanal.

Por Julián Gorodischer

Como hecho extratelevisivo, “Un cortado” es una experiencia novedosa: es la cruzada personal del guionista Leonardo Bechini (ex “Poliladron” y “Primicias”) al rescate de los viejos bares. No le interesan los pizza cafés reciclados que proliferan, sino los de la media luz y la madera ajada. Les dedicó su flamante ciclo de Canal 7 .-los miércoles a las 23– y, además, se compró uno propio en el cruce de Cabrera y Julián Alvarez. Allí mismo graba todas las escenas y, por qué no, prueba suerte con el negocio. Este es el gesto político de un melancólico que cree en la importancia de lo no rentable: aquello que la ciudad va desterrando.
Fallan, por contraste, los recursos para llegar a tal fin: las historias, endebles, saturan el costumbrismo matizado, esta vez, por un tono de fábula que corona cada capítulo con una moraleja. En este bar, que se desvive por aparecer como “uno más, como el de usted o cualquier otro”, el gallego que atiende las mesas es sospechado, primero, de robarse bolsas de pan de la cocina, y podría ser despedido, pero se descubre que lo regalaba a los chicos de la calle. ¡Era bueno! La chica que sale con el veterano, en otro sector del bar, lo espera en una mesa con uno de su misma edad; él llega y lo cree un competidor desleal pero era el hermano. ¡No había malicia!
En “Un cortado”, las historias se enuncian, se dicen en las mesas, aluden a algo interesante que está pasando, pero siempre en otra parte. El café se encierra en sí mismo: no dispara (como el consultorio de “Vulnerables”, o la redacción de “Primicias”) la acción a un exterior, tal vez por bajos recursos económicos o elección narrativa, y elige no abrirse nunca. Cierra el círculo en su propio territorio. A ese café-universo en el que todo sucede, nada del mundo le es ajeno. Es punto de contacto para parejas swingers y, a la vez, una sede perpetua para amigotes de barrio. Es el bar elegido por una chica joven (de las modernas), y por el marido lumpen de la moza. Queda en el “Soho porteño”, que le contagia “toda la onda”, pero lo atiende un mozo gallego de los que ya no quedan.
¿El resultado? Una hibridez que aniquila el efecto buscado por cualquier cuadro costumbrista: el ser reflejo. Cuando le pasa (o dice que le pasa) algo a un consumidor, otros lo repiten, como si la coherencia argumental consistiera en que nadie viva (o diga que está viviendo) algo singular. En el último capítulo, todos celan: la esposa del swinger, Celina Font; el veterano, Antonio Grimau; el marido de la moza. Después, pasan al momento de la pelea: en cada mesa, se hacen sus planteos. A todos los mueven las mismas preguntas (“¿me cagás?, ¿no me cagás?”), unidos por el conflicto temático que quita hondura. El artificio de la consigna del día (historias de desengaños, por ejemplo) queda muy a la vista.
Hay, en “Un cortado”, una fuerte presencia de fórmulas probadas. A veces, esos préstamos funcionan con eficacia, como el rescate de “olvidados” que Pol-ka viene practicando desde “Gasoleros”. Llegan, esta vez al canal estatal, nombres como Guido Gorgati, Héctor Calori, Salo Pasik, y el casting le hace bien a la vocación melancólica. Es un repertorio de estrellas de otras décadas que encajan en el café que corre peligro. Pero otros recursos que alguna vez movieron multitudes, como la ronda de chistes de “Café fashion” o el comentario sobre actualidad de “Polémica en el bar”, aquí terminan desentonando. La mesa de los amigotes corta, cada tanto, la ficción con uno de estos momentos “para departir”.
Los hombres, entonces, charlan sobre el riesgo país o critican a algún político, segundos después del drama de los personajes. Se pegan a la actualidad para generar conversación sobre temas que preocupan. Sólo que la acción no se decide y, minutos más tarde, se ubica en las mesas de los celos y el dolor por amores que se frustran. A todos los une la misma compulsión a contar lo que les pasa, a hablar sin parar. Es una práctica que puede volver muy atractiva una charla de café pero que, en un programa de TV, al menos deja con las ganas.

 

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