Por F.D.
Catusa Silva, al frente de
la murga Araca la Cana en los últimos 25 años, puede exhibir
el siguiente currículum, desglosado en parámetros comerciales
y humanos: 27 discos editados, 9 de ellos de oro y uno de platino (Murgamérica
de 1983); un pasado como obrero en una fábrica metalúrgica,
y experiencia en oficios varios, desde cortador de calzado hasta vendedor
ambulante. Estos trabajos, que la fama no logró derivar a la categoría
recuerdos de los años difíciles, y aquellos
pergaminos, que avalan definiciones subjetivas (Araca es la murga en actividad
más legendaria de Uruguay) marchan por las calles montevideanas
con una compatibilidad sólo concebible desde la realidad murguera.
Es así de simple: Entré a Araca la Cana en el 61,
y siempre tuve que hacer otra cosa para vivir. Pero acá todos somos
conscientes del lugar al que pertenecemos. No es que Araca le canta a
la gente. Pertenece a la gente, dice Catusa, un tipo famoso en la
otra orilla del Río de la Plata, y un artista que dirige a una
murga cada vez convocante de este lado del charco.
Prueba de su evolución cuantitativa en la Argentina es su calendario
de actuaciones para lo que queda del mes: el próximo hoy actuarán
en el Teatro Don Bosco de San Isidro, mañana y pasado estarán
en el Teatro Gran Rivadavia de Floresta, el sábado 19 se presentarán
en el teatro Municipal de Merlo, el domingo 20 en el teatro Español
de Lomas de Zamora, el viernes 25 en el Teatro Auditorium de Mar del Plata
y el sábado 26 en el teatro Coliseo Podestá de La Plata.
En junio actuarán en Entre Ríos (8, 9 y 10), Rosario (15)
y Córdoba (29 y 30). El aluvión de actuaciones es emergente
del éxito que tuvieron el año pasado, cuando hicieron siete
Astros y un Metropolitan.
Quienes ya los conocen (uruguayos, uruguayólogos y argentinos conquistados
por la murga) y aquellos que se acercarán por primera vez al fenómeno,
comprobarán empíricamente lo que Catusa, en la entrevista
con Página/12, defiende en la teoría: Araca es un
buen manual de historia uruguaya, claro que un manual no oficial. Es como
leer un diario popular de los últimos 66 años. Ese
recorrido histórico se detiene en detalles emblemáticos,
que definen tanto a la murga como al país donde se convirtió
en referente cultural obligado. Durante años la murga en
Uruguay fue romántica, porque el país estaba bien, y la
murga es un espejo. La dictadura inaugurada en 1971, que atravesó
toda la década del 70 y parte de los años 80,
cambió todo: Catusa, la murga, el país, la gente, todo.
Hubo tiempos dificilísimos para hacer murga. Pero y
esto Catusa lo dice entre comillas, claro la dictadura le hizo bien.
A mí, por ejemplo, me enseñó a escribir. En el 75,
76, si queríamos sobrevivir con Araca, teníamos que
buscarle la vuelta a las letras, esquivar la censura, inventar un lenguaje
metafórico y lograr un código de complicidad para que la
gente nos entendiera. El público siempre entendía primero
que los milicos. Escribíamos primero en lunfardo, y mandaron a
investigar lo que decíamos. Después nos metimos con la historia
uruguaya, lo que los dejaba bien en evidencia. Qué cosa más
ejemplificadora que la historia. Pero los milicos empezaron a leer historia.
Y cuando leían nuestras letras y no encontraban nada empezaban
a preocuparse. Tachaban pedazos enteros, por las dudas. Pero aún
así los jorobábamos. Es que había cosas que no se
decían con el texto sino con el cuerpo. Tuvimos que teatralizar,
trabajar las coreografías, los vestuarios.
La euforia del retorno democrático, desdibujada pronto por el progresivo
carácter nominal de esa democracia, confirió a la murga
un compromiso de permanente alerta, inmune a los cambios de color políticos.
Catusa dice que Araca no se embandera partidariamente: No importa
quién gobierne. Nosotros seremos siempre oposición, porque
ese es el lugar de las murgas. Nuestras actividades son las mismas de
siempre. Tocamos en cooperativas de vivienda, en escuelas, y también
donde nos contraten. Llegamos a presentarnos en el teatro Solís,
que es como el Colón de Buenos Aires,porque la murga trascendió
su origen social. De todos modos, su pertenencia política
asume un matiz particular: A mí no me hicieron zurdo ni Marx
ni Engels. La vida me hizo zurdo, laburar en la fábrica, haber
sido testigo de la historia reciente.
Fan del poeta Almafuerte, hincha del Liverpool (no el de Inglaterra sino
el modesto y querible cuadro montevideano), Catusa reconoce que un pergamino
institucional pudo más que cien batallas en los tablados: el año
pasado Araca fue declarada visitante ilustre, y fue la primera vez
que se me cayó una lágrima. En la Legislatura porteña,
la murga festiva y crítica copó, al menos una vez, el escenario
de los discursos. Me emocioné, pero más por mis compañeros
que por mí. Porque el uruguayo es escéptico. Los miembros
de esta murga son gente sencilla, de laburo, y de repente los nombraban
visitantes ilustres. Tuvieron que ir al barrio con el pergamino en la
mano porque sino no les creía nadie. En Buenos Aires no se cómo
lo ven, pero para nosotros, haber triunfado en un teatro de la avenida
Corrientes, es como haber estado en Broadway.
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