Por Julián
Gorodischer
En dos meses ya no estarán
en la pantalla; se irán tan repentinos como llegaron a ser estrellas,
a las que se ama u odia por su nombre de pila. Los participantes en
la casa, el bar, o la isla, sin excepción parecen dividirse
en dos bandos: honestos o manipuladores. Se adora a los primeros, modelos
de vida imitables que honran la condición humana. Por estos días,
sus representantes refuerzan la lectura optimista sobre la Argentina,
ésa que ve al país clonado en el micromundo del reality
game show: ¡Todavía quedan esperanzas! Lo dirán, el
martes, las revistas y los programas de comentario el nuevo género
parásito de los reality... cuando un bueno se haga acreedor
de la estatuilla Robinson. O: ¡El mal venció!, será
la conclusión en caso de que los estrategas se salgan con la suya.
Si algo cautiva, más cerca del final del género maldito,
es atender a sus villanos. El cuarteto del equipo norte, en Expedición
Robinson (que termina el lunes a las 23), es una caricatura divertida
que aporta al programa verdadera tensión dramática. ¡Mejor
no podría haber salido! Alejandro pareció parodiarse a sí
mismo desde el vamos, cuando declaró que quería probar
cuán manipulador podía llegar a ser. Carla Levy es
casi incontinente en la crítica a espaldas, sobre todo si se trata
de hablar mal de Vick, la Cenicienta sobreviviente del sur, que se valió
de una seguidilla de inmunidades para no ser echada. Como
serpientes, los del cuarteto se devoraron entre sí mismos: se enredaron
en una serie de acusaciones (El o ella habló mal de mí)
y Marianela, una cordobesa mal hablada, pagó los costos.
Sobre el final del anteúltimo capítulo, Alejandro, Mónica
y Carla se pasaban sus facturas susurrando el rencor, un modo del habla
que suelen usar para decir secretos a voces, sabiendo que vale como un
grito. Y Vick, el chivo expiatorio de los últimos días,
una llorona que aportó su dosis de melodrama, vivía su revancha.
Los villanos son verdaderos valientes televisivos que hacen crecer a Robinson
en su último tramo. La segunda parte venía fría,
sin un galán o una buena suficientemente fuertes, pero la
alianza se rebela ahora al dictado moral (lo que mamá y la
abuela querrían estar viendo desde casa). Los tres que quedan se
saben filmados y, aún así, entregan su intimidad al espectáculo.
La TV los necesita despiadados para que el interés por la historia
crezca hasta niveles que la ficción todavía no conoce. El
miércoles, Vick hizo equilibrio sobre el tronco (en el juego de
inmunidad) mientras los otros cuatro, ansiosos por repartirse los cien
mil, rogaban para que se cayera y, de ese modo, poder echarla. La heroína
les ganó, y ahora compite para Robinson. ¿Se hará
justicia?
En Gran Hermano, al que nadie admite seguir ¡sería
una vergüenza! pero que triplica en rating a El Bar,
el juego es más sutil. Su oveja negra, ya transcurrida más
de la mitad del encierro, se llama Gastón, y es el ángel
siniestro (según la revista del programa) que no sólo
lleva y trae para manipular a sus anchas, y ser el poder en las sombras
junto a su novia platónica Eleonora, sino que corrompe sexualmente.
Santiago, la esperanza de Telefé para hacer más rating con
romance, el chico lindo que en la casa se puso de novio con Natalia, le
dio un beso en la boca debajo de la mesa. La escena del beso debajo de
la mesa, donde también estaban Tamara y Fernando, nunca se vio
del todo, pero Marcelo el nuevo se horrorizó. Tengo
30 años; nada debería asombrarme, planteó al
afirmar que lo que había ocurrido era un escándalo, que
la edición del canal amplificó. Gastón transgredió
el sistema televisivo que el canal de la euforia, marca Tinelli, construyó
durante años: la familia dichosa saltando de alegría, el
gag ingenuo, la broma torpe. Por primera vez, el hombre bisexual es mostrado
de tiempo completo, exhibiendo un modelo que incluye intercambio de parejas
(para los besos) y la proclamación del estar caliente
(así dice) con hombres y mujeres a toda hora.
Tal vez por ese rol rupturista, El show de Videomatch se ensaña:
lo parodia sodomizado, o tejiendo una mañanita, o afeminado. Hasta
la psicóloga del reality pidió un freno: ¿qué
pasará con el villano a la salida, cuando se enfrente a las barras
afines a otra barra, la de Tinelli, con sus particulares modos de diversión?
Esa, todavía es una incógnita, cuando la casa los separa
del mundo, lejana y utópica. Gastón y Eleonora desconocen
su condena pública. Para el mundo exterior, son la contracara de
la buena, Tamara, o la India, que se hizo desde abajo y superó
el calvario de las drogas (dice la revista), y una vida como
desnudista.
La India rinde fidelidad absoluta a su Toro, el novio que se trepó
a la reja de la casa, y tuvieron que sacarlo; y genera todas las simpatías
de Solita, cada sábado. Vamos India todavía,
alienta la actriz, que sufre mucho en los velatorios que se organizan
después de las nominaciones. En las de hoy, probablemente, se nombrará
a Marcelo, el latoso que nunca logró integrarse, y a Fernando,
un clásico, y, a pesar de haberlos elegido entre los otros por
no tener piel (un argumento preferido), los que quedan llorarán
en el sillón, antes del silencio que se prolonga hasta la madrugada.
El Bar vivió un proceso inverso al de la competencia:
sus aguas se fueron aquietando, junto con el paso de los días.
Hace un par de semanas, el enfrentamiento entre La Cumbre, el grupo de
Eduardo, y los No Alineados, comandados por Daniel, generaba una tensión
que volvía a la casa inhabitable: un duelo constante entre el payaso
y el gigantón que, al principio, casi culminó en pelea física.
Con la disolución de La Cumbre (los fueron expulsando) se amansó
la furia, y quedan pocos roces. La villana, Mónica, una sexy que
se desnuda y tiene relaciones ante las cámaras con total naturalidad,
es la única, entre todos los reality... que proclama su ambición
por el dinero. Dice: Quiero los cien mil para mi hijo, y teje
y desteje sin culpas. El fin lícito quita tensión a la trama
de las expulsiones, como si su estrategia declarada inhabilitara la idea
de complot: El Bar, por ende, pierde fuerza.
Su atractivo parece estar en otra parte: en el verdadero bar de San Isidro,
donde a pesar de la recesión se arman colas de varias horas para
consumir daikiris, y un negocio exitoso se rebela a la malaria del barrio.
En una calle de tierra, oscura y al borde del río, las barras aclaman
a la bomba sexy y le piden más tragos, y las grouppies de Fede
y Maximiliano los acosan con propuestas que rechazan porque son fieles.
En ese bar verdadero está la acción, sin los problemas técnicos
(imagen turbia, mal sonido) del programa. La experiencia del contacto
con sus rehenes es más fuerte que el seguimiento mediado de 24
horas. Al menos, lo indican los cinco puntos de rating que pocas veces
se superan y, por contraste, las masas in situ esperando para entrar.
Los de El Bar podrían decirse afortunados: disfrutan
de su fama mientras sucede, no están aislados. Dani (o Fede,
Moni, Yael, según el día) se escucha allí,
junto a la barra o la cocina. No te mueras nunca.
El
perfil de los sobrevivientes
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Expedición Robinson
El trío de
villanos sobrevivientes entre los cuatro finalistas (Alejandro,
Carla y Mónica) es casi paródico: critican a la buena
libremente, y concretan todo tipo de provocaciones ante las cámaras.
Admiten un tabú
que otros silencian sistemáticamente: están dispuestos
a repartirse el premio de cien mil pesos.
Juzgan talentos y virtudes
de acuerdo al don para sobrevivir y a la consigna. Tal colaboró
en la limpieza y la búsqueda de comida o no lo hizo.
Creen que el ser un Robinson
es un reconocimiento a la virtud y no sólo una recompensa
económica.
Gran Hermano
Rinden culto al
ocio extendido y no les preocupa su estado físico: engordan,
fuman todo el día y duermen muy poco por elección.
Son despiadados en el
confesionario y culposos tras las expulsiones. Lloran y se quedan
en silencio hasta la madrugada del domingo.
Se tocan mucho: practican
un manoseo que no implica atracción sexual, pero que los
encuentra siempre haciéndose arrumacos, abrazados o dándose
masajes.
Su dupla de villanos,
Gastón y Eleonora, se mueve con sutileza y, en la casa, nadie
sospecha de su tejido de estrategias.
El Bar
Después de
la disolución de La Cumbre, conforman el grupo más
homogéneo de todos y, a la vez, el que más problemas
presenta para echar gente.
Son los que menos extrañan:
amigos y familiares pueden visitarlos en el bar, mandarles cartas
y en algunos casos (como la novia de Maxi) llegaron a ingresar a
la casa.
Por no estar recluidos,
son los que más presencia en los medios tuvieron: notas en
revistas, y hasta dos integrantes en un almuerzo de Mirtha Legrand.
Su estadía la
pagan con el trabajo en el bar, a diferencia del ocio forzado de
Gran Hermano y la travesía de los Robinson.
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