Por Horacio Bernades
El film de gangsters a la inglesa
parece vivir cierto renacimiento, impulsado sin duda por la muy buena
repercusión internacional que un par de temporadas atrás
tuvo Juegos, trampas y dos armas humeantes, debut del clipero Guy Ritchie
antes de su enlace, en el Olimpo del Pop, con Madonna. Entre Juegos, trampas
... y la nueva de Mr. Ritchie, Snatch, que acaba de estrenarse en Buenos
Aires, hubo otras manifestaciones de resurgimiento. Del otro lado del
Atlántico, Stallone recordó, por si hacía falta,
que no hay nadie como Michael Caine (él, mucho menos que nadie),
al intentar una inútil remake de Get Carter, miniclásico
duro de comienzos de los 70. La versión-Stallone aquí
se llamó El implacable, se estrenó hace un par de meses
y pasó con tanta pena y tan poca gloria como se merecía.
Al nuevo emerger de las cenizas debe sumarse Gangster Number One, estrenada
en su país a mediados del año pasado, que ahora el sello
LK-Tel presenta directamente en video, con el título de El barón
de la mafia.
¿Saben quién acaba de salir de prisión?,
pregunta un tipo grandote y con voz de trueno, a la rueda de veteranos
que se intercambia bromas en el ring side, mientras allá arriba
dos boxeadores se pegan con ganas. Freddie Mays, se contesta,
y a uno de ellos, al que hasta entonces nada ni nadie parecían
capaces de borrarle la sonrisa ganadora, un rictus le arruga la cara.
Freddie Mays, se repite para sí mismo. El carnicero
de Mayfair, el que había asesinado a un policía y
al rato salió de prisión, evoca, iniciando el largo
racconto en que recordará su propia historia y la del otro, desde
el momento en que ese rey del hampa londinense lo manda a llamar para
convertirlo en su brazo derecho. Ya se sabe cómo son estas cosas
en el mundo del gangsterismo cinematográfico, de los años
30 para acá: el que está en la cúspide necesita
de hombres de confianza, y éstos sueñan con ocupar su lugar,
a sangre y fuego.
Es, claro, el caso de este gangster number one, que ni nombre tiene a
lo largo de toda la película, y de su imagen en el espejo, Freddie
Mays. Está llena de espejos, el barón de la mafia. Espejos
que reflejan imágenes quebradas, espejos que se parten en mil pedazos
cuando un matón tira a su rival a través de ellos. Freddie
Mays, gangster con trajes de alpaca italiana y zapatos a medida, es David
Thewlis, uno de los grandes nombres de exportación con que cuenta
el cine inglés desde su consagración en Naked, de Mike Leigh,
hasta su popularización como pianista melancólico, en Cautivos
del amor. El gangster Nº 1 es toda una leyenda, rescatado de una
larga temporada en el infierno de la clase-B: Malcolm McDowell, el mismo
de La naranja mecánica, If y Un hombre de suerte.
En realidad, McDowell es el gangster number one sólo cuando éste
es viejo y recuerda. Cuando es joven y se inicia, allá por 1968,
lo encarna un recienvenido llamado Paul Bettany, despiadado duque blanco
del hampa. Entre ambos, a ritmo de música à go-go, The Kinks
y Engelbert Humperdinck, la muñequita del caso, una belleza llamada
Saffron Burrows, cantante de cabaret que despertará la feroz misoginia
del protagonista. O quizá lo que despierte sean sus celos, por
haberse interpuesto entre él y su amado jefe y modelo. Buenos
muchachos se cruza con Scarface, dice la gacetilla de lanzamiento
de El barón del hampa, y razón no le falta. Por supuesto
que la película no está, ni lo pretende, a la altura de
esos modelos. Pero es verdad que, más allá de las afinidades
temáticas, en sus mejores momentos Gangster Number One coquetea
con una opulencia de la forma, muy en la vena De Palma & Scorsese.
Así como al final, la película le hace un saludo a Erase
una vez en América, para terminar subiéndose a las mismas
alturas de Alma negra, el superclásico de los 40 en el que
el gangster edípico de James Cagney le regalaba a la mamá
un último y triunfal ¡Top of the World, Momma!,
antes de arrojarse al vacío. Lo que nadie diría, frente
a este ejercicio de estilo juguetón y excesivo, es que es obra
del mismo realizador de TheAcid House, en la que el realismo sucio se
daba la mano con el surrealismo alucinógeno, típicos de
Irvine Welsh, autor de Trainspotting, en varios de cuyos relatos se basaba.
Y sin embargo, sí, no hay error posible, se trata del escocés
Paul McGuigan en ambos casos. Escocés errante, que viaja de un
estilo a otro, para más datos, McGuigan se inició filmando
documentales para la televisión británica. Se hacen apuestas
para saber con qué sale la próxima vez.
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