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UNA BUSQUEDA INCREIBLE
La historia del mendigo millonario

Al chileno Tomás Martínez su esposa le dejó una herencia de seis millones de dólares. Pero nunca se enteró, porque vagaba como mendigo. Aquí, el detective contratado para buscarlo cuenta una investigación de no creer.

Para los diarios bolivianos y chilenos,
el mendigo fue noticia de primera plana durante varios meses.

Por Alejandra Dandan

La historia es un disparate. Aún ahora, cuando entra una llamada a casa de sus familiares, una voz se inquieta: “¿Por qué? ¡¿Usted ha visto a Tomasito?!”. Todos formaron parte de una persecución desesperada a lo largo de Chile y Bolivia para recuperar a Tomasito: un vagabundo heredero de una fortuna millonaria. Tomás Martínez Martínez se había casado en Chile en 1966 y aunque vivió sólo cuatro meses con su mujer, la difunta le dejó un tesoro de seis millones de dólares. Nadie tenía antecedentes de esa fortuna, ni siquiera Tomasito: poco después de la separación se hizo habitante de la calle y prófugo de la Justicia. Dormía donde le llegaba el sueño, dice ahora el detective contratado para su captura por un consorcio de abogados chilenos. Julio Murillo le contó a Página/12 cómo fue la búsqueda del “mendigo millonario”, los enredos por la aparición de unos quince clones impostores y la intervención de los carabineros. Ahora, aunque el detective insiste en declararlo muerto, muchos al otro lado de la cordillera siguen viéndolo aparecer entre los vivos.
Uno de los problemas centrales para el detective Murillo fueron los antecedentes penales de Tomasito. A pocos días de iniciada su archisecreta misión, el detective boliviano estaba convencido de que el vagabundo no hacía más que disparar cuando notaba que lo perseguían. “Como ha cometido algunas fechorías –especulaba por entonces el detective–, se ha escondido: cree que lo busca la policía.”
A poco de empezar la investigación, Murillo oyó repetirse la trágica versión de la muerte del mendigo. Para frenar los pésimos augurios, cada vez que un periodista lo asediaba, él insistía: “Le estamos pisando los talones a Tomasito: contactamos reciencito a una persona que posiblemente nos lleve hasta él”.
Cuando el detective llegaba al lugar, el mendigo invariablemente desaparecía. En una misma semana, a su despacho entraban llamadas de Sucre, La Paz y Buenos Aires de testigos que aseguraban, al mismo tiempo, tener al tiro al mendigo.
–Menos mal –revela ahora– que me guardé un as bajo la manga.
El as era una foto: “Genuina, del verdadero. Era mi reserva”, intriga criticando todavía a la prensa que terminaba aguando sus pistas más secretas. “Quiero ser modesto –aclara–, pero me ha perjudicado muchísimo que la gente de Chile lanzara la noticia. Me llamaban de todos los medios diciendo: señor Murillo, véngase al estudio de tal canal que ya lo tenemos ubicado al Tomasito.”
Hubo más de quince Tomasitos multiplicados en todo Bolivia, pero no sólo aparecieron a través de los medios. “Sí, lógicamente señor –advertía Murillo ante cada llamado que entraba a su estudio–: Yo voy, verifico que se trate de Martínez y usted, después, recibe sus pesitos”, repetía.
No necesitó entregar recompensas. Una y otra vez, el detective conseguía del fidedigno as en su poder el descrédito tajante para los impostores.
Además de la foto, Murillo guardaba otros secretos: “Tenía otras cartas –intriga–, ciertos datos reservados, únicos comprobantes de identidad que yo tenía en mi poder: no podía dar todo a publicidad”. Esos datos reservados eran una protuberancia en la nariz de Tomás y la pierna derecha algo defectuosa del mendigo.
Los medios reprodujeron caricaturas o dibujos de las facciones de Tomasito aunque no demoraron en publicar la foto completa. “Caramba –dice de pronto Murillo, sobre uno de los momentos de más vértigo–, hasta rogamos en un momento que no apareciera una organización delictiva que lo tuviera en su poder.” Unos días más tarde, Murillo supo que quienes tenían a Tomasito no era la mafia, sino una empresa de televisión en trasmisión directa desde el Amazonas: “Me hicieron viajar hasta la frontera de Bolivia y Brasil: ‘Aquí está el señor’, explicaron y me metieron en una avioneta exclusiva”.
Ni protuberancias, ni defectos en el cuerpo. En el Amazonas halló sólo otro de los falsos mendigos. Durante ocho meses el detective tuvo el caso en sus manos. Entrevistó a unas 200 personas intentando recuperar algo del desafortunado destino del mendigo millonario. “Evidentemente –esa expresión le encanta–: esto es un pueblo y mire, tuve la sabiduría de buscar primero entre los residentes chilenos: una persona de otro país suele reunirse con sus coterráneos.”

Elemental Watson

–¿Tomás Martínez era efectivamente vagabundo? –preguntó este diario.
–Vagabundo... si se toma el término extendido, debemos entenderlo así, vivía en un mercado, acarreaba bultos y verduras. Estaba en ese ambiente. Ese era –diagnostica con certeza– su modus vivendi. Con sus pesitos iba a donde venden los traguitos.
La prensa chilena y la de Santa Cruz de la Sierra, la ciudad boliviana donde se suponía que el linyera pasó sus últimos años, lo llamaron inmediatamente “mendigo millonario”. A esa altura, el detective podía ya darle cierto sustento al carácter del linyera. Uno de los coterráneos entrevistados por Murillo dijo que lo había tenido un tiempo en su carpintería, pero “afecto a los traguitos, Martínez se le escapaba cada vez: deambulaba las calles, era muy difícil ubicarlo”.
Eso mismo explicó una de sus mujeres. Ester Olivares, chilena emigrada a Bolivia, vivió con Tomasito durante siete años, apenas se separó de la finada millonaria. “Tomás era bueno para el trago. No se le podía decir que no lo hiciera porque se enrabiaba y se ponía malo. Cuando le dije que se decidiera por mí o por el trago, me dijo: Te vas tú, porque la copa no la dejo.”
Mientras el detective seguía entrevistando impostores, el Departamento de Investigaciones de la policía chilena largó la captura para el millonario. Buscó a Tomasito en Arica, el pueblo donde vivían dos hermanos. Para el Departamento de Migraciones, Tomás había hecho su último viaje al extranjero en setiembre del ‘96. Había estado durante seis días en misteriosas tierras argentinas y después marcaba la entrada a Chile. Nada más. No había rastros del paso a Bolivia, por lo que don Tomasito Martínez fue declarado millonario, pero inmigrante ilegal.
–¿Encontró las razones del viaje a Bolivia?
–Afirmativo, logré establecer aspectos hasta políticos en su pasado. Me llamó la atención porque nada de eso me dijeron los señores del consorcio.
El consorcio de mentas es el estudio de abogados chileno que lo contrató para la búsqueda. Manuel Acuña Karaith fue el representante legal de los familiares del mendigo. La elección del detective no fue azarosa. Murillo alcanzó cierta popularidad en Bolivia cuando encontró a un chico secuestrado durante tres años. “No quiero ser egocéntrico”, aclarará el detective antes de largar la copiosa lista de canales de allí e “internacionales como la BBC de Londres que tomaron mi destacada actuación en el caso”. Esos antecedentes condujeron a los emisarios de Manuel Acuña hasta su despacho.

Conspiración del mendigo

Cuando Murillo tomó el caso, la millonaria llevaba cuatro años muerta. María Inés Gajardo Olivares, la avarísima dueña de los seis millones de dólares, había dejado el planeta Tierra en julio del ‘96. Vivía sola y sin hijos en una de las seis propiedades descubiertas por la prensa en los meses de la investigación. Ni los vecinos, ni los dos sobrinos directos y únicos familiares de la finada conocían la existencia de los millones por los que hasta ahora llevan adelante juicios, también millonarios, contra el Estado. Doña Inés, aún en vida, se encargó de guardar todo. Los millones de la anciana también fueron herencias, resultados de acciones, propiedades e instrumentos financieros.
Aunque Acuña fue presentado como representante de Martínez Martínez, algunos periodistas señalaron al consorcio como especialista en la búsqueda de herencias sin dueño. Ese puede ser uno de los motivos por los que el rastreo de Tomasito se profundizó a fines del ‘99. A los investigadores, abogados y a las familias les quedaba poco más de un año para la prescripción de la causa. Para el Estado chileno en abril se cumplieron los cinco años para que los herederos legítimos de doña Inés reclamen sus millones. Cuando Acuña buscó al detective, la Justicia chilena no reconocía como familiares directos a los sobrinos de la finada.
Así, si Acuña Karaith quería quedarse con alguna comisión de la herencia, necesitaba al menos un candidato.

La muerte de Tomás

“¿Quien se quedará con el billete?”, se preguntaba en La Cuarta uno de los últimos días de la zaga. A través de Murillo se confirmaba cada vez más la muerte del mendigo millonario. “Un parroquiano de su misma actividad –explica ahora el detective a Página/12– me aseguró que Tomasito estaba muerto y, en base a que no quedaban más lugares por donde buscar, otorgué cierto crédito a esa persona.”
El crédito fue suficiente como para empujar al detective hacia los poblados más minúsculos de la región, hacia cualquier hueco de tierra donde pudiera olfatear un entierro. Tomasito no apareció en ninguna tumba aunque Murillo apuesta que fue en Villa Monte donde quedó enterrado.
–Vinieron los personeros del consorcio a quitarme del caso: pero por amor propio yo mismo lo continué.
–¿Tomasito está muerto? –pregunta este diario.
–Afirmativo.
–¿Encontró los registros?
–Evidente, sólo tengo que acercarme a un contacto que tiene la información exacta.
–¿Pero asegura que está muerto?
–Mire, señorita....

 

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