Por Eduardo Fabregat
A David Byrne se le puede adosar
una multitud de adjetivos y caracterizaciones, pero el término
que mejor le calza es mutante: no parece haber correspondencia entre el
psicótico líder de Talking Heads, que bailaba bajo un saco
varias veces más grande que su espalda en Stop making sense, y
el científico loco que unió esfuerzos con Brian Eno en el
notable My life in the bush of ghosts, y el músico deslumbrado
por los ritmos latinos de Naked y el solista Rei Momo, y el melancólico
pelilargo de davidbyrne y el esquizoide muñeco de Feelings, el
disco de canciones divididas según el estado de ánimo. Todos
ellos son Byrne y ninguno de ellos es el Byrne absoluto.
Ninguno de ellos, tampoco, es el que se pone en comunicación con
Página/12: el que suena en la línea es un hombre de voz
tranquila, que sabe reírse con ganas cuando cuenta una buena anécdota
y que demuestra a cada momento un apetito voraz por no perderse nada de
lo que está sonando, no imponerse límites a la hora de sumergirse
en los sonidos. Mientras preparaba las canciones estuve un tiempo
en un pueblito espantoso de Andalucía, donde soplaba el viento
todo el tiempo. Y me llevé un disco con canciones que de algún
modo me inspiraban, de Caetano Veloso, Tricky, Gainsbourg, Björk,
Stevie Wonder, Los Fabulosos Cadillacs... La mención impone
la pregunta: ¿cuál era la canción de los Cadillacs?
Roble. Amo esa canción, dice Byrne. Creo
que alguien debería tomarla y convertirla en un himno nacional.
Algún país debería adoptarla, en serio.
Byrne es así, pasa del Balanescu Quartet y los remixers de su material
a un amplio conocimiento del rock latino, directamente vinculado con sus
inquietudes de oyente y el sello Luaka Bop. Pero en este momento David
Byrne no está tan concentrado en su faceta de productor ejecutivo
de otros artistas, por la simple razón de que el tema central es
Look into the eyeball, su nuevo disco solista: una delicada pieza con
duración de vinilo y catorce títulos encantadores, en los
que las cuerdas llevan el pulso y el músico demuestra la misma
buena salud de siempre.
Usted dijo que sólo puede hacer consideraciones sobre un
disco suyo un par de años después, cuando puede escucharlo
como si fuera de otro. ¿Cómo ve hoy estos once años
de solista?
¡Oh, Dios! (Se ríe.) Algunos de los discos que hice
no me cierran del todo y algunos se mantienen bien pero en parte: los
escucho ahora y sé que si grabara tal o cual canción de
nuevo la haría mejor. Curiosamente, los que más me gustan
no fueron muy populares, como Rei Momo o The Forest. No sé si los
otros están tan bien. Este disco... no puedo decirlo con certeza,
pero creo que suena más romántico. Más que otros,
por lo pronto.
La duración de una canción no es medida de algo, pero
este disco parece tener la intención de ser bien conciso: el tema
más largo dura cuatro minutos veinte...
Es cierto... en un principio pensé que iba a hacer canciones
más largas. Pero hay dos maneras de enfrentar las canciones, versiones
más largas y otras en las que voy sacando elementos hasta llegar
a algo más conciso. Me di cuenta de que en este caso se trataba
de cortar y editar todo lo que no fuera necesario, interpretar lo que
quería decir y cómo, y una vez hecho eso dejar la canción
y listo. Algunas, incluso, eran más cortas en sus versiones originales,
como Everyones in love with you. Cuando se la toqué
al productor duraba apenas un minuto y medio. Y él la escuchó
y dijo: Es muy corta... esto es como si vinieras de visita a mi
casa, entraras y te fueras. ¡Nadie va siquiera a recordar que estuviste
ahí!.
¿Cómo fue grabar Desconocido soy íntegramente
en español?
Estaba un poco nervioso, pero igualmente lo disfruté. Espero
que no suene como un tonto, o ridículo... en un punto dije: Bueno,
me gusta la manera en que suenan las palabras y se acabó.
Las letras tenían mucho más sentido en español. Directamente
no pude hacerla en inglés, no funcionó: no pude encontrar
términos anglo que tuvieran que ver con la melodía, con
lo que quería decir. Y tuve la ayuda de Rubén Albarrán,
o... no sé cómo se llamará esta semana... el cantante
de Café Tacuba: sea cual sea su nombre, estuvo magnífico.
Es curioso, porque la canción no tiene un sonido latino,
o lo que se entienda por eso...
No, es cierto. Sobre todo para lo que interpretan en Estados Unidos
de lo latino, donde me dicen Ah, ¿grabaste un
tema en español? Debe ser un cha cha cha (risas). Se quedan
con el estereotipo.
Usted dijo haber empezado a estudiar español para comprender
mejor a la creciente comunidad latina de EE.UU. ¿Cómo ve
hoy esa situación? ¿Hay una integración real; los
estadounidenses están escuchando con atención?
Es un proceso realmente lento. Pero creo que finalmente sucederá,
habrá mucho más que Ricky Martin y margaritas, sucederán
cosas nuevas. Pero de hecho pasan cosas... hace poco estuve en un festival
en Austin, Texas, donde tocaron Aterciopelados y otros grupos. Y la gente...
era un público rockero anglo, y cuando vi eso dije: Eh, esto
es diferente. Hace cinco años no hubiera sucedido, lo que
me marca que las cosas están cambiando. Pero, repito, muy lentamente.
Este mes comienza una larga gira de presentación. ¿Qué
clase de banda tiene esta vez?
Busqué un grupo chico, batería, bajo, percusión
y yo, y en varias ciudades se nos va a unir un sexteto de cuerdas de ejecutantes
locales: les damos la música, ensayamos a la tarde y tocan a la
noche. No sólo estarán en las canciones nuevas, sino también
en otras versiones que hacemos de temas de discos anteriores. Hay un montón
de ritmos y un montón de cuerdas, y se siente muy bien, los arreglos
les dan un muy buen clima.
¿Tiene planes de venir a Sudamérica?
Todavía no hay nada firme, pero cada dos años o algo
así intento ir a tocar. Estuve allá presentando casi todos
los discos, excepto Uh-Oh.
Y cada banda fue distinta.
Sí, utilicé diferentes sonidos, pero siempre hay un
elemento familiar en las canciones.
El año pasado hizo el compilado The invisible man, donde
varios artistas electrónicos reformularon sus canciones. ¿Cómo
fue la experiencia?
Algunas de las personas que hicieron los remixes de ese disco son
personas a las que me acerqué con otros proyectos en mente. Me
contacté con ellos para hacer cosas como lo que hice con Morcheeba
en Feelings, pero no estaban disponibles, estaban muy ocupados, o en algún
caso no entendieron bien lo que quería hacer. Pero eventualmente
nos pusimos en contacto para hacer los remixes. Como con DJ Food, a quien
me acerqué y le pregunté: ¿Podemos hacer algo
en vivo? Que vos hagas los ritmos, dispares samples y sonidos, mientras
tocamos con una banda?. Y me miró y dijo No. Nunca
hago eso. Nunca hago nada en vivo (se ríe con ganas). Entonces
dije, bueno, lo resolveré de otro modo, encargate de hacer
un remix. Fue extraño, pero muy satisfactorio, convertir
ciertas canciones en algo con lo que se puede danzar. En Look into the
eyeball busco un poco eso: canciones con las que se puede bailar y llorar
al mismo tiempo.
Usted siempre mostró una preocupación especial por
el tratamiento de lo visual, ha hecho muestras fotográficas...
¿Cómo se relaciona con la avalancha de tecnología
disponible hoy en ese campo?
Hay muchas cosas dando vueltas, pero yo lo uso en pequeñas
dosis, sobre todo para el arte de los discos, a veces imitando las campañas
publicitarias de grandes corporaciones que nos rodean, están en
todas partes. Uso cosas de última generación de vez en cuando,
pero es bueno saber que no estás obligado a usarlas. Hay gente
que cree que para dar una imagen contemporánea, moderna, tenés
que usar tecnología. Pero eso no es verdad. A veces alcanza con
sólo un lápiz.
El disco, tema por
tema
UB Jesus.
Un comienzo que recuerda a davidbyrne, sin que signifique una repetición
de fórmulas: la percusión, las cuerdas y la inconfundible
voz de Byrne le imprimen un sentador tono clásico.
Revolution.
Piano, cellos y guitarra acústica para una canción
dulcísima, breve como un suspiro y conmovedora.
The great intoxication.
Otra vez las cuerdas llevan el pulso de una larga enumeración
de géneros y etiquetas musicales, que desembocan en el Look
into the eyeball del título.
Like humans do.
Primera referencia a ritmos latinos para un tema de esos en los
que Byrne ejemplifica eso de bailar y llorar a la vez,
con oscuros deslices sonoros y una letra sensible.
Broken things.
Uno de los momentos más altos del disco, con un aire amenazador
y Byrne meditando sobre todas las cosas rotas que hay en mi
casa. Otra vez reaparece el aire ascético de davidbyrne.
The accident.
El track en que más se advierte la influencia del Balanescu
Quartet, con un colchón de cuerdas que sostiene una dulce
melodía vocal.
Desconocido soy.
La perla rara, otro punto alto. Rubén Albarrán (Café
Tacuba) realza con su voz la correctísima pronunciación
castellana de Mr. Byrne.
Neighbourhood.
Quizá el track menos atractivo: el aire algo lavado, hiperprofesional,
del soul de Philadelphia, hace que la canción pase sin dejar
mayor huella.
Smile. Jacques
Morelenbaum amó esta canción, dice Byrne, que
envió la cinta y recibió los arreglos escritos por
el cellista de Caetano Veloso vía mail. Después
de pasar por el infierno informático, logramos imprimir y
dárselos a los músicos.
The moment of conception.
Un poco de hiperkinesis a la Talking Heads, con percusión
urgente y varias voces al galope.
Walk on water.
Sin dudas, el tema ideal para presentar Look into the eyeball a
los amigos, una de esas canciones que va poniendo la piel de gallina
a medida que se acerca el estribillo. Y el estribillo resuelve como
los dioses.
Everyones
in love with you. El cierre ideal, una suerte de cancióncoda
en tono amable que pone la cereza a los 39 minutos de duración.
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LUAKA
BOP, EN ARGENTINA TAMBIEN SE CONSIGUE
Voces de la música global
Por Fernando DAddario
Para ingresar al mundo de David
Byrne no basta con internarse en los vaivenes de su música, desde
los Talking Heads hasta hoy. Lo más obsesivo de sus búsquedas
puede encontrarse en los artistas que convocó para su experimento
más osado: Luaka Bop, el sello de world music que formó
hace doce años. La compañía independiente argentina
Acqua Records compró los derechos de distribución de su
catálogo, con lo cual melómanos y curiosos podrán
acceder de un modo más directo a un material más que interesante.
Desde Zap Mama hasta Tom Zé, pasando por Shoukichi Kina y Waldemar
Bastos, las opciones son amplias y heterogéneas. Es evidente que,
a diferencia de sus colegas buceadores de talentos exóticos (Peter
Gabriel, Paul Simon, etc.), más atentos a la pureza folklórica,
el ex Talking Heads buscó para su catálogo a artistas impuros,
sin contratos de exclusividad con la tradición de sus respectivos
países. Por ejemplo, el angoleño Waldemar Bastos, cuyo entramado
artístico arrastra la complejidad étnica de su origen y
el curso imprevisible de su vida. En Pretaluz, mezcla de fado, samba y
zouk, Waldemar dice: Soy un profesional que apenas estudió
música; un intérprete africano cuyo primer disco fue grabado
en Sudamérica; un artista de un país en guerra, que canta
canciones de paz y optimismo.
Ese es el espíritu que prevalece en la colección y, entonces,
cada disco asoma como un descubrimiento. Peppermint tea house, de Shoukichi
Kina, por ejemplo, es mucho más que una aproximación antropológica
a las profundidades de la isla de Okinawa, en Japón, aunque también
es cierto que se trata de un bocado sólo apto para los más
arriesgados. Descubrir a Tom Zé gracias a Byrne resulta, de algún
modo, un poco injusto, pero nunca es tarde para conocer, en retrospectiva,
lo mejor de este músico bahiano que quedó afuera de la canonización
tropicalista. The best of Tom Zé, The Hips of tradition y Fabrication
defect ayudan a reparar mínimamente el olvido. Los compilados Beleza
Tropical, O Samba: Samba & Pagode y Forró etc.: music from
the brazilian northeast recorren un riquísimo arco estilístico
que, hasta la bendición de Byrne, había sido mirado de reojo
por parte de la inteligentzia musical. El extremo es Everything is possible,
The Best of de Os Mutantes, ese increíble alien musical concebido
por Rita Lee y Arnaldo Baptista a fines de los 60. Menos novedoso, aunque
interesante, resulta encontrarse con las recopilaciones cubanas Dancing
with the enemy y ¡Diablo al infierno!, en las que desfila una mayoría
de nombres ya conocidos como Irakere, Los Van Van, NG La Banda, Carlos
Varela y Pío Leyva, entre otros.
Y hay más: es un pecado perderse a la africana Zap Mama y el compilado
Adventures in Afropea-Telling stories to the sea, que se adelantó,
por ejemplo, al descubrimiento de Cesaria Evora y que propone un encuentro
ecléctico con la cultura afroportuguesa. Más cerca (¿o
más lejos?), son imperdibles Afroperuvian Classics-The soul of
black Peru y cualquiera de los cd de Susana Baca. Y para los haraganes,
la recopilación editada en el 10º aniversario, Zero accidents
on the job, es una buena opción.
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