Por
Sandra Russo
Chicas
desnudas con botas texanas o zoquetes de algodón blanco miran a
la cámara que las recorre
lentamente. Son indefectiblemente lindas y flacas, aunque algunas de ellas
exhiban la marca inequívoca de las siliconas. Las standard parecen
haber sido Miss Connecticut o Miss Iowa, pero también las hay latinas
y orientales. Tules, gasas, terciopelos, edredones impecables sobre los
que a cualquiera le daría gusto retozar. Hay filtros y lentes que
embellecen las imágenes. No hay carne: hay piel. Tal es el mundo
de Playboy TV. En la otra señal, el asunto recrudece: lo explícito
se come la pantalla. Hay gente bella y gente a la que daría miedo
toparse de noche por la calle. Gente sola, de a dos, de a tres, de a cuatro.
Y esa gente hace de todo. Los cuerpos allí se exponen más
allá de lo imaginable. Las cámaras exploran sus rincones,
sus pliegues, sus defectos. No hay piel: hay carne. Tal es el mundo de
Venus. Y pese al consabido argumento que le hace decir a mucha gente cosas
tales como a mí me gusta el erotismo, no la pornografía,
lo cierto es que el 80 por ciento de los abonados argentinos a canales
para adultos la gran mayoría, perteneciente al segmento ABC
1 elige las opciones hardcore. O sea: la carne tiene más
adeptos que la piel.
En la Argentina hay 250.000 abonados a alguno de los ocho canales para
adultos en plaza. Dos de ellos, Playboy TV y Venus los pioneros
que ya son clásicos, se reparten buena parte de esa torta.
En América latina, Playboy TV cuenta con un millón de abonados,
y Venus, con 500.000. Esa tendencia de dos por uno en la que el canal
erótico lleva las de ganar por sobre el canal de sexo explícito,
aquí se revierte. La primera oferta que llegó a la
Argentina fue hardcore: Venus está desde 1994 y Playboy TV llegó
recién en 1999. Tal vez por eso el público se acostumbró
de entrada al material explícito. Hay una demanda hard y cada vez
más fuerte, dice Mariano Martínez Lacarrere, brand
manager de ambos canales. Por su parte, Leo Vieytes, channel manager de
Venus, opina que las dos señales se complementan. Playboy
es un paso previo a Venus. Son para diferentes momentos, a veces de la
misma noche.
Para seducir a quienes todavía no se animaron a abonarse, y para
competir con las opciones más pesadas, Playboy TV ofrece para el
cuarto fin de semana de mayo liberación de pantalla:
aquellos clientes de Multicanal o Telecentro que tengan decodificador
porque se han abonado a algún otro paquete Premium pueden llamar
a sus operadores y solicitar Playboy gratis esos días. Pero de
llamar no se salvan. Hay que levantar el tubo y pronunciar las palabras
que el pudor muchas veces hace que la gente se quede con las ganas.
Como saben perfectamente tanto Martínez Lacarrere como Vieytes,
a pesar de que la audiencia argentina cuando se desata se desata bastante,
los operadores han debido inventar estrategias para facilitarles a los
clientes el pedido de los canales condicionados. Casi todos los cables
o los sistemas satelitales los ofrecen en paquetes que incluyen fútbol
o películas. En realidad, mucha gente compra películas
o fútbol para poder comprar los condicionados, pero cuando llaman
piden películas o fútbol, y lo otro, que es
en realidad lo que les interesa, dice Martínez Lacarrere.
Otra manera de asegurar discreción es la facturación: casi
ningún operador hace constar en la factura el nombre de esos canales
Premium. Los ejecutivos de las señales condicionadas dicen creer
que existe una tendencia al blanqueo social de este tipo de
material. Y en eso, sobre todo para Venus, ha jugado un papel importante
Bárbara, esa chica de madera que copeteaba películas y que
fue nota en revistas y programas de televisión de aire. Ahora,
que Bárbara por suerte emigró no se sabe bien a dónde,
Venus busca otra presentadora a través de castings periódicos.
Playboy TV, por su parte, destila un aura de elegancia que se asocia con
la revista y con la calidad de sus películas, en las que el cuidado
estético es notable. Pero esa imagen no es azarosa, sino el producto
de una política de marketing. Hemos tenido charlas periódicas
con nuestros teleoperadores de toda América latina, y hubo una
decisión de acercar a las mujeres a esta señal. Es importante
que las mujeres la acepten, que la incorporen solas o en pareja,
dice Martínez Lacarrere. Del total de abonados, se infiere que
el 30 por ciento son mujeres. Para seducirlas, Playboy TV modificó
su programación: antes había más juegos de chicas
con chicas. Ahora hay más películas protagonizadas por parejas
de hombres y mujeres. Pese al cuidado y a la delicadeza (que incluye el
hecho de que su material de prensa conste exclusivamente de fotografías
en blanco y negro de muy buena calidad, con chicas que muestran muy poco),
no hay por qué pensar que las mujeres sólo consumen películas
eróticas. Lacarrere acerca un dato lo suficientemente explícito,
valga la redundancia: en el público hardcore hay mujeres, por supuesto.
Y es más: en los cables o sistemas satelitales que ofrecen nuestra
programación las 24 horas y no solamente desde las 22,
hay muchos más llamados de mujeres pidiendo Playboy y Venus. Esto
es: mujeres que ven la tele o bien estando solas o bien cuando el marido
se fue al trabajo.
El
secreter
Suficiente
El más grande fruto de la autosuficiencia es la libertad.
...
Es absurdo pedir a los dioses lo que cada uno es capaz de procurarse
a sí mismo.
...
También la frugalidad tiene su medida; el que no lo tiene
en cuenta sufre lo mismo que el que desborda todos los límites
por su inmoderación.
...
No debemos menoscabar lo que ahora tenemos con el deseo de los que
nos falta, sino que es preciso tener en cuenta que también
lo que ahora tenemos formaba parte de lo que deseábamos.
...
(Epicuro. De Sobre la felicidad. Editorial Debate.)
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sobre
gustos...
Tomar
taxis
Por Daniel
Link
El placer de tomar un taxi es tan sutil y tan difícil
de replicar que (aun en una ciudad como Buenos Aires, que cuenta
con el mejor de los servicios del mundo) todo el tiempo se nos está
escapando de las manos y en ese caso se transforma en un insano
resentimiento hacia nuestros dioses tutelares, que decidieron abandonarnos
en tal trance o lo acechan otros placeres concurrentes el
placer de la conversación, por ejemplo, pero que lo
anulan en lo que tiene de específico. De lo que se trata
es no sólo del placer del traslado puerta a puerta:
es el placer del abandono físico e intelectual. Luego de
pronunciada la dirección a la que tenemos que ir nos abandonamos
a la suerte y al clima de esa cápsula que nos aísla
de nuestra vida cotidiana. El taxi puede ser una cuna, una porción
de exotismo, el espacio experimental del capitalismo o todas esas
cosas a la vez. Y es por eso que cualquier irrupción de nuestra
vida cotidiana (la pregunta por la familia o el trabajo, un comentario
sobre las últimas vicisitudes de la política, el fútbol
o el clima de la ciudad, una música demasiado desagradable
para nuestro gusto o la impericia del conductor) interrumpe el placer
de ese abandono. Luego de haber acariciado la posibilidad de esa
cápsula o cuna o laboratorio perfecto (pero eso nunca, nunca
se puede adivinar: en un auto que se vea demasiado limpio y brillante,
por ejemplo, puede reinar el más nauseabundo desodorante
ambiental), sólo la fatalidad nos conducirá al camino
del placer específico del taxi, al placer de una buena conversación
o (más frecuentemente) a la mera expectativa por llegar a
destino cuanto antes.
Es todavía prematuro saber si algún día podremos
construir una erótica del taxi y apenas se ha avanzado en
dirección a la puesta a punto de su economía política.
Sabemos poco de esa economía informal y de la mitológica
figura que componen el taxista y su vehículo: hay dueños
y hay peones, hay turnos de trabajo, hay cánones diarios
que deben alcanzarse, hay empresas de radiotaxis, la contratación
de cuyos servicios se ha vuelto últimamente casi obligatoria
para los taxistas porque los eventuales
pasajeros (entre las mujeres es dogma) no toman sino radiotaxis,
hay paradas y leyes de la calle. El desarrollo de esas disciplinas
tal vez no nos permita alcanzar mejor o con mayor frecuencia ese
estado superior de conciencia (ese desapego sin culpa a las cosas
de este mundo), pero al menos avanzaremos en dirección a
explicarnos las razones de su falta.
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