Página/12
en Gran Bretaña
Por
Marcelo Justo
Desde Londres
A
primera vista es una elección de las de antes, con alternativas
políticas claramente diferenciadas. El programa presentado esta
semana por el laborismo británico para los comicios del 7 de junio
es una plataforma populista que incluye un aumento del gasto público,
de la inversión en salud y educación, del salario mínimo
y las jubilaciones. El del Partido Conservador es una apuesta a las cartas
clásicas de la derecha: reducción de impuestos y endurecimiento
de los sistemas de castigo y vigilancia. Sin embargo, una de las primeras
reacciones al lanzamiento de la campaña electoral es la aparición
de una importante franja de votantes, bautizada por la prensa como Partido
de la Apatía, que no piensa concurrir a las urnas.
El laborismo de Tony Blair parece tener un número mágico
para sus propuestas políticas: el cinco. El programa electoral
de su abrumadora victoria en las elecciones de 1997 contenía cinco
promesas al electorado. Las condiciones que puso para que Gran Bretaña
abandone la libra y se sume a la moneda única europea, el euro,
son las cinco pruebas de viabilidad económica (ver
recuadro). La semana pasada presentó un programa que, inexorable
como una cábala, tiene cinco compromisos básicos con el
electorado que dan una idea de las transformaciones del Nuevo Laborismo
tras cuatro años de gobierno y de la dirección que está
tomando bajo la jefatura de Tony Blair.
El primer compromiso es un ingrediente esencial del populismo responsable
que intenta llevar adelante el líder laborista: baja inflación
y probidad fiscal. Después de décadas de ser percibido como
el partido del gasto público sin frenos, el laborismo se ganó
una reputación de rectitud financiera y estabilidad macroeconómica
tras convertir el rojo fiscal heredado de los conservadores hace cuatro
años en un holgado superávit. Las tres promesas siguientes
son un plan para emplear esta bonanza económica en el mejoramiento
de los servicios públicos mediante una inversión en el capital
humano. El gobierno se compromete a contratar 10.000 maestros (promesa
número 2), 20.000 enfermeras y 10.000 médicos (promesa 3)
y 6000 nuevos policías (promesa 4). A un oído argentino,
la quinta promesa suena a utopía: aumento del salario mínimo
y de los beneficios especiales que cobran los jubilados.
El Partido Conservador, liderado por William Hague, eligió pelear
la contienda desde el conservadurismo compasivo que tan buen
resultado le dio al estadounidense George W. Bush. Esta variante de la
derecha combina el clásico recorte impositivo y la mano dura contra
delincuentes e inmigrantes con, al menos en lo retórico, un esbozo
de política social, basada en el sector voluntario (iglesia, organizaciones
caritativas, ONG, etc). En el caso británico, los tories prometen
una disminución de la carga impositiva de 8000 millones de libras
(13.000 millones de dólares) y, conscientes de que el electorado
rechaza recortes en salud y educación para financiarlos, un compromiso
de mantener el nivel de inversión laborista en ambas áreas.
Los conservadores aseguran que esta maravillosa cuadratura del círculo
menos impuestos e iguales servicios es posible haciendo el
sistema más eficiente y menos burocrático.
El populismo responsable de Blair y el conservadurismo
compasivo de Hague buscan ponerse a tono con las preferencias de
un elusivo electorado que tiende a querer todo (alto gasto público
y bajos impuestos, solvencia fiscal y fuerte inversión en salud
y educación) sin resignar nada a cambio. Según las encuestas,
salud, educación, seguridad, política impositiva y Europa
son, en ese orden, los temas que más importan a losbritánicos.
En una exhaustiva encuesta publicada por Mori a fines de febrero, los
laboristas llevaban la delantera en 12 de los 16 tópicos consultados,
así como en los tres más importantes. En un tema crucial
como política económica el gobierno superaba en 25 puntos
al principal partido opositor. En los ocho temas más decisivos,
los conservadores sólo se situaban primeros en Europa y política
impositiva, en ambos casos por un estrechísimo margen.
Si se suman los datos de esta encuesta a los 20 puntos de promedio que
lleva el gobierno en las intenciones de voto desde hace seis meses, el
resultado final de las elecciones parece ofrecer pocas posibilidades de
sorpresa. El Partido de la Apatía es uno de los efectos de esta
previsibilidad. Desde el llamado a elecciones el martes último,
la prensa ha publicado opiniones de diversos sectores sociales y colores
políticos quienes aseguraron que no piensan votar. De artistas
a camioneros, de tradicionales votantes laboristas a conservadores de
toda la vida, la queja es similar: ninguno de los dos partidos ofrece
una alternativa real. Los laboristas temen este posible ausentismo electoral
porque tradicionalmente los perjudica más que a los conservadores.
En este sentido, Tony Blair podría beneficiarse si, al calor de
la campaña electoral, los conservadores achican la diferencia en
las preferencias de voto. En este caso, el electorado se vería
obligado a decidir cuál de los dos partidos quiere en los próximos
cinco años y el Partido de la Apatía perdería a muchos
de sus simpatizantes.
El
euro que divide aguas
Por M.J.
La
moneda que seduce a Domingo Cavallo, el euro, produce apasionados
debates entre los británicos. Gran Bretaña es uno
de los tres países de la Unión Europea que no se incorporó
a la moneda única europea, que a partir del 1º de enero
del año próximo será de uso corriente en las
restantes 12 naciones, consignando a la extinción a divisas
como el marco, el franco y la peseta. Consciente que una mayoría
de los británicos no desea perder ese símbolo de poder
imperial que es la libra, el partido de William Hague se presenta
como el defensor de la moneda y la soberanía frente al peligro
de un superestado europeo cuya gigantesca burocracia se fagocitaría
a las democracias nacionales. En este sombrío panorama kafkiano,
la consigna de los conservadores es: En Europa pero no gobernados
por Europa. El gobierno laborista en cambio no descarta la
adopción del euro, pero ha fijado cinco pruebas de
viabilidad económica para abandonar la libra: que sea
positiva para la inversión, el empleo y los servicios financieros,
que haya una convergencia con las otras economías y suficiente
flexibilidad para realizar el cambio. Aún si se dieran estas
condiciones, el gobierno llamaría a un referendo para que
los británicos tengan la última palabra sobre el tema.
La táctica de los conservadores apuesta a la poca inclinación
de los británicos por el euro y por los cambios en general.
El problema de los tories es que el gobierno tiene una defensa bastante
sólida las cinco pruebas son lo suficientemente amplias
como para postergar eternamente la incorporación al euro
y, en todo caso, los británicos lo decidirán en el
referendo y que el mismo partido de William Hague está
internamente dividido al respecto. La escisión entre eurófilos
y eurófobos conservadores fue una de las razones de la aplastante
derrota del gobierno de John Major en las elecciones de 1997. Conscientes
de esto, los laboristas se han encargado de presentar a los tories
como xenófobos que quieren romper todo vínculo con
Europa, a pesar de que el 60 por ciento del comercio británico
se realiza con el continente.
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