Como en
el caso del ultraderechista Joerg Haider en Austria, la opinión
europea en su contra fortaleció a la coalición de
Silvio Berlusconi. Las sanciones de la Unión de Bruselas
contra Viena fueron tan risibles como inútiles, y finalmente
debieron ser levantadas. Louis Michel, canciller belga, gran promotor
de aquellas sanciones, ya anunció un bis para Italia si triunfaba
Berlusconi. Tendrá con qué intentarlo: Bélgica
presidirá Europa a partir del 1º de julio. Berlusconi,
por su parte, prometió que si vencía, Italia sería
un modelo para la nueva Europa. Haider, con sus elogios a los SS
(hombres de carácter) y a la política
laboral del Tercer Reich, hacía que imagináramos al
futuro como al pasado, un neonazismo ornado de esvásticas
y antisemitismo eliminacionista, votado por nostálgicos que
descreían de renovaciones. Esto invitaba a olvidar al fotogénico
playboy campeón de ski, que obtenía sus votos de un
electorado joven y mejor vestido que los skinheads. Como Haider,
Berlusconi supo convertirse en la víctima de una conspiración,
y postular que su triunfo sería el del hombre común
sobre los políticos, todos iguales. Con Berlusconi, la muy
nueva derecha se ve más limpiamente, menos comprometida por
accidentes. Acaso por eso mismo, resulta menos directamente impugnable
invocando las supuestas bases ideológicas de la Europa post
1945. Su derechismo es un neopopulismo completo, con su visión
de la realidad bajo la especie de la denuncia, su desconfianza por
el derecho y el Poder Judicial, sus soluciones antipolíticas
para resolver todos los problemas y el acento, siempre, sobre la
necesidad de una reforma profunda de la nación y de la Constitución.
Ya resulta un lugar común señalar como rasgo distintivo
de Forza Italia el uso intensivo de los medios, en particular de
la televisión. El otro rasgo, menos señalado, es el
de considerar a Italia como una empresa, y postularse a sí
mismo, empresario exitosísimo y mayor contribuyente del país,
como el más apto para gobernarlo. La tendencia pro business
también era la de Haider, cuyo partido, como la coalición
de Berlusconi, también se proclama de las libertades. La
afirmación nacionalista, en su versión antiglobalizada
y antieuropea, es acaso más difusa en Forza Italia, aunque
no menos presente y determinante a la hora de triunfar. Es lo que,
junto al rechazo del Estado Social, a la política antiinmigratoria
y de seguridad, al secesionismo diluido en federalismo, a la defensa
de la familia, lo asocia con los otros populismos de Europa, tanto
en la Unión como fuera de ella. Sólo que Berlusconi
ganó más votos que ninguno de ellos.
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