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Continuidad de las ciudades

Por Rodrigo Fresán
Desde Budapest

UNO Acostumbrado a los tantos idiomas y personas que, paseándose por la esquizofrénica Buenos Aires, juran con perturbado entusiasmo y pesar �porque, después de todo, uno viaja para salir de su casa� que la Reina del Plata es tantas otras ciudades al mismo tiempo, sorprende hacer el camino inverso. Me refiero aquí al ya no inquietarme por las muchas ciudades que es Buenos Aires sino, lo contrario, descubrir que muchas ciudades son Buenos Aires.

DOS Me explico. Una mañana de sol, caminando por Budapest, doy vuelta una esquina y entonces �como en esos relatos de Bioy Casares donde las grietas en el espacio-tiempo son los verdaderos protagonistas del asunto� te juro que ahí nomás está Tribunales. Y más adelante el Pasaje Barolo. Y la Plaza Rodríguez Peña. Flanqueados por los mismos árboles. Igualitos pero diferentes. Como exactos y distintos suelen ser un eco o un recuerdo. Uno está acostumbrado, sí, a descubrir breves Mutaciones New York o Replicantes París en Buenos Aires �ciudad que combina la fracasada ambición de ser lo que no es con la triunfante personalidad psicótica de Epcot�, pero nada te prepara para encontrarte con Buenos Aires tan lejos, tan inesperada. Camino por ahí, cruzo el Danubio, veo que en los restaurantes ofrecen milanesas exactas a la de mi restaurante favorito, frente al Jardín Botánico, y desde una disquería sale una voz en español que no identifico pero, en la vidriera, están los posters de Natalia Oreiro �la Betty Page rioplatense� triunfando aquí a fuerza de pechuga, nalga y flequillo. De vuelta en el hotel, en el noticiero del televisor del hotel, un señor muy parecido a Cavallo �con ese inequívoco aire de peligroso burócrata soviet de Le Carré� vocifera algo que no entiendo. Descubro que es Cavallo. El verdadero, el único. Sigo sin entenderlo.

TRES Me pasó hace unos días en Praga, me pasa ahora en Budapest: déjà-vu que trasciende lo arquitectónico y que, finalmente, sólo me queda atribuirlo al karma urbano de ciudades que han padecido regímenes totalitarios, dictaduras, gritos y sangre. Como un perfume. Eso que no puede borrar ni todo el talento del mejor urbanista, ni todos los millones del exitoso colono capitalista que convierte al otoñal palacio Gresham en Hotel Four Seasons de próxima inauguración.

CUATRO Los turistas argentinos �por lo general� suelen pertenecer al peor de los tipos nostálgicos: se la pasan comparando lo que ven con lo que dejaron de ver. Todo �hasta una Coca-Cola� los hunde en disquisiciones del tipo �mejor-peor-igual�, casi siempre �peor�. Los argentinos, pienso, suelen irse para poder volver. Oigo de costado a una pareja de argentinos desconcertados en Budapest. Se los siente raros: �Si sabía no venía�, dice ella. �Callate y seguí comprando. Será todo lo parecido que quieras, pero acá es más barato�, dice él. Esa noche, alguien me recuerda que aquí llegaron Alan Parker y Madonna para concluir su evitable Evita cuando las cosas se pusieron muy peronistas en Buenos Aires. �Llenaron todo de palmeras�, recuerda el tipo que supo ser extra en el entierro de la Jefe Espiritual de Argentina y Hungría. �No hay tantas palmeras en Buenos Aires�, le digo yo. �Ah�, dice.

CINCO En Budapest, todas las chicas llevan minifaldas de cuero negro y los chicos tienen el inequívoco aire conspirativo de acabar de comprarse el primer disco importado de The Velvet Underground. Parece que todo sucediera en alguna parte de los �80, de mis �80, y por qué será que a la hora de recordar la ciudad propia �o compaginarla con el plano de otra ciudad� uno siempre la recuerda como cuando esa ciudad era joven porque también uno era joven, ¿eh? �La mente es como una ciudad�, escribió Sigmund Freud. �La forma de una ciudad cambia más que el corazón de los mortales�, escribió Charles Baudelaire. Tal vez �mente y corazón� esa ciudad propia que uno va encontrando en otras ciudades ajenas nunca existió pero existe a partir del momento en que uno cree recordarla para, así, poder irse a vivir a ella y desde allí �con el pasaporte vencido� encarar el último gran viaje muriéndose ahí adentro, en cualquier lugar, en todos los lugares al mismo tiempo.

 

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