El oficio más despreciado
Por James Neilson
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Salvo en los días
finales de una dictadura que está a punto de despedirse, en la
Argentina siempre está de moda hablar pestes de los políticos,
criticándolos por su mediocridad, sus escasas lecturas, su hipocresía,
su ordinariez y, en estos tiempos tan mediáticos, por su fealdad
o por haber recurrido a la cirugía plástica. Para vengarse
de los agravios así supuestos, los blancos de los misiles disparados
por la gente han podido dedicarse a amontonar dinero, poder
y privilegios, los atributos tradicionales de quienes aspiran a conquistar
el respeto de los demás, pero parecería que la ciudadanía
ha decidido prohibirlo. En un esfuerzo por salir de la línea de
fuego, los políticos más astutos se han puesto a redactar
nuevas leyes que, plebiscitos mediante, servirían para reducir
al mínimo la cantidad de legisladores en el país y, como
si esto ya no fuera más que suficiente, también para dejarlos
sin las decenas de miles de asesores que los rodean. Tal como
están las cosas, pronto vendrá el día en que todos
los políticos tengan que trabajar ad honorem y, con miras a poner
fin a la corrupción, les será exigido prometer solemnemente
conformarse con una jubilación mínima después.
Si esto ocurre, el país no tardará en verse frente a un
déficit político insólito, uno que será imputable
no a la inutilidad de los conocidos sino a que nadie en sus cabales estaría
dispuesto a desempeñar un papel tan ingrato sin poder sacarle provecho.
A muchos les es fácil soportar las diatribas de los literatos,
el mensaje crudelísimo de los sondeos de opinión, las bromas
de los caricaturistas y los sermones episcopales fogosos cuando saben
que es el precio que uno tiene que pagar para convertirse en un multimillonario
más, pero pocos estarían en condiciones de hacerlo si entendieran
que no les será dado enriquecerse aunque sólo fuera por
monedas.
Por fortuna, si hurgamos en la historia de la democracia encontraremos
una solución práctica para este problema: como los atenienses
en su época de mayor esplendor, se pueden elegir a los políticos
al azar para entonces obligar a los que hayan tenido la mala suerte de
ser convocados a cumplir con su deber amenazándolos con la cárcel,
cuando no con la pena de muerte, en el caso de que rehúsen servir
a la Patria en el lugar que les sea indicado. Es lo que hacen los ejércitos
cuando los voluntarios escasean, si a nadie le interesa una profesión
tan despreciada y tan mal remunerada como será la política
de mañana, será necesario llenar las cámaras del
mismo modo.
REP
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