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EL 53º ANIVERSARIO DE ISRAEL DEJO 5 MUERTOS Y 200 HERIDOS PALESTINOS
Cuando una catástrofe conmemora a otra

Al menos 10.000 manifestantes palestinos conmemoraron ayer
su �día de la catástrofe�, el 53º aniversario del Estado de Israel. La jornada se saldó con cinco muertos, 200 heridos y renovada tensión.

Miles de palestinos protestan
en Ramalá por el aniversario del
Estado de Israel, “la catástrofe”.

Los palestinos denominan el 15 de mayo, el aniversario de la proclama del Estado de Israel, como la “Nakba”, la catástrofe. Es que la Guerra de Independencia que la siguió terminó con la huida o expulsión de más de medio millón de palestinos. Desde entonces, el 15 de mayo es un día de duelo nacional, conmemorado con tres minutos de silencio marcados por sirenas en Cisjordania y Gaza. Ese modo de celebración, sin embargo, no era algo que se pudiera notar demasiado en el muy sangriento contexto de la Intifada. En realidad, había solamente dos formas para que atrajera la atención de la comunidad internacional. Una era combinarla con ataques terroristas en suelo israelí, pero ayer la única víctima israelí fue una colona en el valle del Jordán, baleada junto con su padre y hermano. La otra alternativa, mucho más efectiva, era organizar manifestaciones con números sin precedentes de civiles palestinos, que sufrirían bajas sin precedentes al chocar con el ejército israelí. Fue exactamente lo que sucedió. En menos de 24 horas se registraron más muertos y heridos que durante toda la semana anterior. Así, una catástrofe conmemoraba a otra.
Al llamar a la movilización, Yasser Arafat enfatizó que “no puede haber paz sin el retorno de los refugiados”. El gobierno israelí desestimó esto como “la repetición de viejas consignas” y lamentó que el líder palestino “perdiera una oportunidad histórica” para dar un gesto de paz. Era una interpretación problemática en la medida de que Arafat jamás dio señales de que pensaba hacer tal cosa. Al contrario, en la última semana su Autoridad Palestina instó a la población a “movilizarse contra la ocupación y la colonización israelíes y mostrar su determinación de seguir la Intifada”. Y si la consigna era vieja, poseía un poder de convocatoria que desde hace mucho que Arafat no ostenta. Los cálculos más conservadores acerca del número de manifestantes ayer eran de 10.000; otros eran más de diez veces mayores. Dados los controles israelíes que atraviesan Cisjordania y Gaza, no hubo una sola gran manifestación, sino una serie de protestas más limitadas centradas en una u otra localidad. Pero en cada una de ellas cayeron más víctimas de las que usualmente se registran por día en todos los territorios. En la ciudad cisjordana de Tulkarem, por ejemplo, hubo 17 heridos; en la cercana Ramalá, dos muertos y 20 heridos. En total, según los últimos cálculos, el nuevo Nakba palestino se cobró cinco muertos, cuatro “muertos clínicos”, y 170 heridos.
Esta enorme cantidad de víctimas no causó demasiada impresión en Israel ni, más curiosamente, en el exterior. En ambos casos, el silencio se debía a que el día anterior el ejército israelí había ejecutado una acción mucho menos sanguinaria pero al parecer mucho más repudiable: el asalto a una comisaría palestina en la que murieron cinco de los seis agentes dentro. Lo que alarmó a la Unión Europea y, en menor grado, a Washington fue que el ataque no había sido precedido por ningún tipo de provocación palestina. Incluso dentro de Israel se notaban dudas. “Pudo haber sido un error”, admitió ayer el jefe del Estado Mayor, Shaul Mofaz. Oficiales subalternos del ejército –muy conscientes de la tendencia de sus superiores (ya registrada en la anterior intifada) de tirarlos a los lobos– enfatizaron ayer al diario Haaretz que “la operación fue planeada y ordenada por los más altos mandos, incluyendo el ministro de Defensa”.
Su alarma podría ser exagerada. Por ahora, los cadáveres de ambos pueblos se juegan en torno a un actor que rehúsa definir su posición. Ayer Israel y los palestinos presentaron al gobierno de George W. Bush sus respuestas al informe de la Comisión Mitchell (dirigida por el ex senador norteamericano de ese nombre) sobre la Intifada. Ambos expresaron su pleno respaldo a las conclusiones con las que aprobaban, y sus “divergencias” con las que no: como en el pedido a Israel de congelar la construcción de colonias, o la queja contra Arafat de que no hace lo suficiente para detener la violencia.

 

Claves

Ayer fue el 53º aniversario de la proclamación del Estado de Israel en 1948. La Guerra de la Independencia que la siguió llevó a la huida o expulsión de más de medio millón de palestinos, ahora refugiados, que fueron quienes primero denominaron la fecha como “Nakba”, la catástrofe.
Las manifestaciones de protesta ayer en Cisjordania y Gaza fueron gigantescas y los choques con tropas israelíes dejaron cinco palestinos muertos y 200 heridos.

 

OPINION
Por Suhail Hani Daher Akel *

La Nakba palestina

Cuando en 1947, Naciones Unidas lanzaba su resolución 181 con la partición de Palestina en dos estados, uno árabe y otro judío, la conciencia internacional asumía una cómoda reparación moral con el sufrimiento judío en Europa. Sin embargo, poco se tuvo en cuenta las consecuencias y los sufrimientos de los pueblos en juego, y a partir de 1948 con la creación del Estado de Israel comenzaba un nuevo sufrimiento y una trágica catástrofe sobre otro pueblo, en este caso el palestino.
A 53 años de la Catástrofe Palestina (Nakba), la preocupación, el dolor y el sufrimiento son compartidos plenamente por dos pueblos: el palestino y el israelí, con la diferencia que este último se desarrolló en un Estado independiente, mientras el otro, el palestino, aún padece la indiferencia internacional desde 1948 y ocupación israelí desde 1967.
Frente a esta realidad, hace diez años con la Conferencia de Paz de Madrid (1991) y más luego con los acuerdos directos entre la OLP e Israel (1993), la luz se asomaba como un hilo de esperanza para dos pueblos que estaban ansiosos de poner fin a la violencia y comenzar una nueva etapa. De modo que los apretones de manos de los líderes, las flores de niños palestinos a los soldados israelíes y las remeras blancas de los niños israelíes con la inscripción “Salam-Shalon” marcaban el leit motiv de quienes comenzaban a comprender la “Paz de los Valientes”.
Todos coincidíamos que la situación no era fácil, y los acuerdos, Israel no los asumía tal como los había firmado. Pero no esperábamos que la frustración y los abusos de la crisis se gane las recicladas y embellecidas ciudades palestinas con las piedras de una nueva Intifada para detener la prepotencia de los tanques de la re-ocupación militar israelí.
Nuevamente los tambores de guerra ensordecieron la región. Nuevamente las muertes, las frustraciones, el sufrimiento y el dolor masivo. Nuevamente la intolerancia se hizo del gobierno israelí, que a pesar del malestar de los progresistas israelíes, descargó todo su potencial bélico contra la población civil palestina, envuelta en los gases tóxicos, las balas prohibidas, el uranio empobrecido, los tanques, los helicópteros artillados y los bulldozer.
Nuevamente las resoluciones de Naciones Unidas, Israel las convirtió en tinta sobre papel. Mientras que las potencias comprometidas con el Acuerdo Palestino-Israel no lograron superar la diplomacia del discurso para pasar a la diplomacia de la acción, que le permita poner fin a la agonía que padece el pueblo palestino y a la ira de Sharon para consumar su antiguo sueño de la eliminación étnica palestina.
La renovada soledad y decepción palestina se eclipsa con la habitual semántica del liderazgo israelí al intentar confundir el papel del ocupante y el ocupado y focalizar su agresivo terrorismo de estado como represalia en contra de la “violencia palestina”. Cuando en realidad, la Intifada es la legítima expresión anticolonial y no es violencia sino resistencia de un pueblo decidido a vivir libre, en paz y dignidad sobre su pequeño territorio, la que, incluyendo Jerusalén Este, es apenas un 23 por ciento de la histórica y milenaria Palestina.

* Embajador de Palestina en Argentina.

 

HABLA SHLOMO BEN AMI, EX CANCILLER LABORISTA DE ISRAEL
“Arafat no es el líder para la paz”

Por Juan Pedro
Velázquez-Gaztelu

Yasser Arafat ha desaprovechado una ocasión de oro para firmar la paz con su enemigo y Ariel Sharon no está precisamente dispuesto a darle una segunda oportunidad. Así opina el ex canciller israelí Shlomo Ben Ami, para quien la negativa de Arafat a aceptar el plan propuesto por el ex presidente estadounidense Bill Clinton poco antes de abandonar la Casa Blanca, a principios de año, demuestra que el presidente de la Autoridad Palestina carece del coraje político suficiente para poner fin al conflicto. Ben Ami –Tánger, 1943– tampoco ahorra críticas contra el primer ministro israelí y está convencido de que Sharon tampoco quiere un acuerdo definitivo con los palestinos. Para Ben Ami, la única salida para la crisis de Oriente Medio es una conferencia internacional similar a la celebrada en Madrid en 1991, que tome como referencia el plan de Clinton.
–Usted propone una conferencia internacional como única vía para solucionar el conflicto entre israelíes y palestinos. ¿Sería similar a la celebrada en Madrid en 1991?
–Podría ser algo por el estilo. En mi opinión, Arafat es mentalmente incapaz de asumir la idea de poner fin al conflicto. Tengo la impresión de que piensa que estas negociaciones son algo infinito, que siempre hay que dejar un capítulo abierto y eso me lleva a la conclusión de que sería sensato pensar, aunque no existan hoy en día las condiciones políticas ni en Estados Unidos ni en Israel, en una solución internacional. Si se analizan correctamente todos los ingredientes de la situación, es posible llegar a la conclusión a la que yo he llegado: no cabe más que ese tipo de conferencia. Si se dan las condiciones, ¿cuál podría ser la plataforma sobre la que podría organizarse? En mi opinión, tendrían que ser los llamados parámetros de Clinton. Estos principios serían la plataforma y las partes negociarían los detalles, no los principios. Los principios tienen que fundamentarse en la interpretación internacionalmente reconocida de la resolución 242 de Naciones Unidas que preconiza, de manera muy general, una solución basada en fronteras seguras y reconocidas para ambas partes.
–La segunda Intifada no da señales de amainar. ¿Qué debería hacer el gobierno israelí para propiciar el regreso al camino de la negociación?
–Sharon dice que no tiene posibilidades de avanzar hacia un acuerdo definitivo. No es ésa su filosofía y el gobierno tiene contradicciones internas que no le permiten buscar algo definitivo, por lo cual él prefiere un acuerdo interino. Mi intuición es que va a ser prácticamente imposible llegar a un acuerdo interino si no hay una negociación simultánea de un acuerdo definitivo. A estas alturas, después de ver lo que hemos visto y de llegar a lo que hemos llegado, no veo una posibilidad real de eludir negociaciones sobre una solución definitiva.
–¿Cuál es el mayor error que ha cometido Arafat?
–Esa obsesión de no acabar, de no rematar, adoptar ese perfil de líder mitológico que parece incapaz de tomar una decisión imperfecta. Para elegir entre una solución perfecta y una imperfecta no necesitamos líderes; los líderes se necesitan para tomar decisiones imperfectas y Arafat, hasta el momento, no ha demostrado el coraje político que ha demostrado (el ex primer ministro Ehud) Barak para asumir las decisiones difíciles. Estos días lo oigo hablar de que acepta los parámetros de Clinton, pero yo sé que en su momento los aceptó con tantas reservas que es como decir que no los aceptó.
–¿Es posible la paz con Arafat?
–Soy de los que piensan que para llegar a la paz con los palestinos serán necesarios sacrificios en términos territoriales, y lo he probado con mi propio trabajo. Arafat no es la persona que firmará el acuerdo con Israel, y no lo digo por buscar una coartada, es que he llegado a la conclusión de que Arafat se ve a sí mismo como un reflejo mitológico de la voluntad del pueblo palestino más que como un líder que entiende que hay que asumir decisiones difíciles que pueden llevar a la división interna de su pueblo. Todos aquellos que saben un capítulo o dos de historia moderna entienden que los movimientos nacionales, para llegar a su objetivo, necesitan dividirse, a veces incluso con luchas internas. Nos ocurrió a nosotros en 1944 y en 1957, con conflictos entre la gente de Ben Gurion y de Beguin. Esa ilusión de que él va a llegar a un acuerdo con Israel con toda la familia palestina detrás es una falacia. No existe tal paz. No existe una paz que no pase por la división interna de su propia sociedad. Es desgraciadamente la guerra la que une, la paz divide, y eso lo hemos entendido nosotros muy bien. Yitzhak Rabin pagó con su vida y Barak pagó con su carrera política. No se puede aspirar a que todos estén contentos. Está condenado a ser profeta sin honor el que quiera hacer la paz. Que no busque que su propia generación le aplauda; son las generaciones venideras las que tienen que aplaudir.
–¿Qué opina de los asesinatos selectivos de dirigentes de la Intifada por parte del Ejército israelí?
–Mire, lo que tenemos hoy entre nosotros y los palestinos es una guerra. A pesar de que últimamente esta Intifada se ha convertido en una “vendetta” tribal –asesinatos, mutilaciones de jóvenes, etc.–, en esencia se trata de una guerra entre dos entidades políticas. La Intifada es fruto de una decisión estratégica de Arafat, al margen de si controla o no la violencia. La guerra tiene un objetivo político; nadie quiere aniquilar al otro, lo que quiere es definir las fronteras del acuerdo político. Esa es la meta, ese es el objetivo, y en ese sentido pienso que es importante que se asuma que aquí se está librando una guerra entre dos entidades políticas. Yo me expresado muchísimas veces sobre esta cuestión, e incluso lo hice en una carta que escribí al primer ministro Barak en su día, y me gustaría no expresar mi postura en el extranjero. Mi opinión es de sobra conocida. Estamos viviendo una situación muy complicada, de gran crispación. El hecho de que Sharon goce de un alto nivel de apoyo popular es resultado de la percepción que los israelíes tienen del papel que Arafat ha desempeñado tanto en el colapso del proceso de paz como en el estallido de esta Intifada. Igual los palestinos lo ven de otra manera, pero es una guerra de percepciones, no de realidades.

 

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