Los palestinos denominan el
15 de mayo, el aniversario de la proclama del Estado de Israel, como la
Nakba, la catástrofe. Es que la Guerra de Independencia
que la siguió terminó con la huida o expulsión de
más de medio millón de palestinos. Desde entonces, el 15
de mayo es un día de duelo nacional, conmemorado con tres minutos
de silencio marcados por sirenas en Cisjordania y Gaza. Ese modo de celebración,
sin embargo, no era algo que se pudiera notar demasiado en el muy sangriento
contexto de la Intifada. En realidad, había solamente dos formas
para que atrajera la atención de la comunidad internacional. Una
era combinarla con ataques terroristas en suelo israelí, pero ayer
la única víctima israelí fue una colona en el valle
del Jordán, baleada junto con su padre y hermano. La otra alternativa,
mucho más efectiva, era organizar manifestaciones con números
sin precedentes de civiles palestinos, que sufrirían bajas sin
precedentes al chocar con el ejército israelí. Fue exactamente
lo que sucedió. En menos de 24 horas se registraron más
muertos y heridos que durante toda la semana anterior. Así, una
catástrofe conmemoraba a otra.
Al llamar a la movilización, Yasser Arafat enfatizó que
no puede haber paz sin el retorno de los refugiados. El gobierno
israelí desestimó esto como la repetición de
viejas consignas y lamentó que el líder palestino
perdiera una oportunidad histórica para dar un gesto
de paz. Era una interpretación problemática en la medida
de que Arafat jamás dio señales de que pensaba hacer tal
cosa. Al contrario, en la última semana su Autoridad Palestina
instó a la población a movilizarse contra la ocupación
y la colonización israelíes y mostrar su determinación
de seguir la Intifada. Y si la consigna era vieja, poseía
un poder de convocatoria que desde hace mucho que Arafat no ostenta. Los
cálculos más conservadores acerca del número de manifestantes
ayer eran de 10.000; otros eran más de diez veces mayores. Dados
los controles israelíes que atraviesan Cisjordania y Gaza, no hubo
una sola gran manifestación, sino una serie de protestas más
limitadas centradas en una u otra localidad. Pero en cada una de ellas
cayeron más víctimas de las que usualmente se registran
por día en todos los territorios. En la ciudad cisjordana de Tulkarem,
por ejemplo, hubo 17 heridos; en la cercana Ramalá, dos muertos
y 20 heridos. En total, según los últimos cálculos,
el nuevo Nakba palestino se cobró cinco muertos, cuatro muertos
clínicos, y 170 heridos.
Esta enorme cantidad de víctimas no causó demasiada impresión
en Israel ni, más curiosamente, en el exterior. En ambos casos,
el silencio se debía a que el día anterior el ejército
israelí había ejecutado una acción mucho menos sanguinaria
pero al parecer mucho más repudiable: el asalto a una comisaría
palestina en la que murieron cinco de los seis agentes dentro. Lo que
alarmó a la Unión Europea y, en menor grado, a Washington
fue que el ataque no había sido precedido por ningún tipo
de provocación palestina. Incluso dentro de Israel se notaban dudas.
Pudo haber sido un error, admitió ayer el jefe del
Estado Mayor, Shaul Mofaz. Oficiales subalternos del ejército muy
conscientes de la tendencia de sus superiores (ya registrada en la anterior
intifada) de tirarlos a los lobos enfatizaron ayer al diario Haaretz
que la operación fue planeada y ordenada por los más
altos mandos, incluyendo el ministro de Defensa.
Su alarma podría ser exagerada. Por ahora, los cadáveres
de ambos pueblos se juegan en torno a un actor que rehúsa definir
su posición. Ayer Israel y los palestinos presentaron al gobierno
de George W. Bush sus respuestas al informe de la Comisión Mitchell
(dirigida por el ex senador norteamericano de ese nombre) sobre la Intifada.
Ambos expresaron su pleno respaldo a las conclusiones con las que aprobaban,
y sus divergencias con las que no: como en el pedido a Israel
de congelar la construcción de colonias, o la queja contra Arafat
de que no hace lo suficiente para detener la violencia.
Claves
Ayer fue el 53º
aniversario de la proclamación del Estado de Israel en 1948.
La Guerra de la Independencia que la siguió llevó
a la huida o expulsión de más de medio millón
de palestinos, ahora refugiados, que fueron quienes primero denominaron
la fecha como Nakba, la catástrofe.
Las manifestaciones de
protesta ayer en Cisjordania y Gaza fueron gigantescas y los choques
con tropas israelíes dejaron cinco palestinos muertos y 200
heridos.
|
OPINION
Por Suhail Hani Daher Akel *
|
La Nakba palestina
Cuando en 1947, Naciones Unidas lanzaba su resolución 181
con la partición de Palestina en dos estados, uno árabe
y otro judío, la conciencia internacional asumía una
cómoda reparación moral con el sufrimiento judío
en Europa. Sin embargo, poco se tuvo en cuenta las consecuencias
y los sufrimientos de los pueblos en juego, y a partir de 1948 con
la creación del Estado de Israel comenzaba un nuevo sufrimiento
y una trágica catástrofe sobre otro pueblo, en este
caso el palestino.
A 53 años de la Catástrofe Palestina (Nakba), la preocupación,
el dolor y el sufrimiento son compartidos plenamente por dos pueblos:
el palestino y el israelí, con la diferencia que este último
se desarrolló en un Estado independiente, mientras el otro,
el palestino, aún padece la indiferencia internacional desde
1948 y ocupación israelí desde 1967.
Frente a esta realidad, hace diez años con la Conferencia
de Paz de Madrid (1991) y más luego con los acuerdos directos
entre la OLP e Israel (1993), la luz se asomaba como un hilo de
esperanza para dos pueblos que estaban ansiosos de poner fin a la
violencia y comenzar una nueva etapa. De modo que los apretones
de manos de los líderes, las flores de niños palestinos
a los soldados israelíes y las remeras blancas de los niños
israelíes con la inscripción Salam-Shalon
marcaban el leit motiv de quienes comenzaban a comprender la Paz
de los Valientes.
Todos coincidíamos que la situación no era fácil,
y los acuerdos, Israel no los asumía tal como los había
firmado. Pero no esperábamos que la frustración y
los abusos de la crisis se gane las recicladas y embellecidas ciudades
palestinas con las piedras de una nueva Intifada para detener la
prepotencia de los tanques de la re-ocupación militar israelí.
Nuevamente los tambores de guerra ensordecieron la región.
Nuevamente las muertes, las frustraciones, el sufrimiento y el dolor
masivo. Nuevamente la intolerancia se hizo del gobierno israelí,
que a pesar del malestar de los progresistas israelíes, descargó
todo su potencial bélico contra la población civil
palestina, envuelta en los gases tóxicos, las balas prohibidas,
el uranio empobrecido, los tanques, los helicópteros artillados
y los bulldozer.
Nuevamente las resoluciones de Naciones Unidas, Israel las convirtió
en tinta sobre papel. Mientras que las potencias comprometidas con
el Acuerdo Palestino-Israel no lograron superar la diplomacia del
discurso para pasar a la diplomacia de la acción, que le
permita poner fin a la agonía que padece el pueblo palestino
y a la ira de Sharon para consumar su antiguo sueño de la
eliminación étnica palestina.
La renovada soledad y decepción palestina se eclipsa con
la habitual semántica del liderazgo israelí al intentar
confundir el papel del ocupante y el ocupado y focalizar su agresivo
terrorismo de estado como represalia en contra de la violencia
palestina. Cuando en realidad, la Intifada es la legítima
expresión anticolonial y no es violencia sino resistencia
de un pueblo decidido a vivir libre, en paz y dignidad sobre su
pequeño territorio, la que, incluyendo Jerusalén Este,
es apenas un 23 por ciento de la histórica y milenaria Palestina.
* Embajador de Palestina en Argentina.
|
HABLA
SHLOMO BEN AMI, EX CANCILLER LABORISTA DE ISRAEL
Arafat no es el líder para la paz
Por Juan Pedro
Velázquez-Gaztelu
Yasser Arafat ha desaprovechado
una ocasión de oro para firmar la paz con su enemigo y Ariel Sharon
no está precisamente dispuesto a darle una segunda oportunidad.
Así opina el ex canciller israelí Shlomo Ben Ami, para quien
la negativa de Arafat a aceptar el plan propuesto por el ex presidente
estadounidense Bill Clinton poco antes de abandonar la Casa Blanca, a
principios de año, demuestra que el presidente de la Autoridad
Palestina carece del coraje político suficiente para poner fin
al conflicto. Ben Ami Tánger, 1943 tampoco ahorra críticas
contra el primer ministro israelí y está convencido de que
Sharon tampoco quiere un acuerdo definitivo con los palestinos. Para Ben
Ami, la única salida para la crisis de Oriente Medio es una conferencia
internacional similar a la celebrada en Madrid en 1991, que tome como
referencia el plan de Clinton.
Usted propone una conferencia internacional como única vía
para solucionar el conflicto entre israelíes y palestinos. ¿Sería
similar a la celebrada en Madrid en 1991?
Podría ser algo por el estilo. En mi opinión, Arafat
es mentalmente incapaz de asumir la idea de poner fin al conflicto. Tengo
la impresión de que piensa que estas negociaciones son algo infinito,
que siempre hay que dejar un capítulo abierto y eso me lleva a
la conclusión de que sería sensato pensar, aunque no existan
hoy en día las condiciones políticas ni en Estados Unidos
ni en Israel, en una solución internacional. Si se analizan correctamente
todos los ingredientes de la situación, es posible llegar a la
conclusión a la que yo he llegado: no cabe más que ese tipo
de conferencia. Si se dan las condiciones, ¿cuál podría
ser la plataforma sobre la que podría organizarse? En mi opinión,
tendrían que ser los llamados parámetros de Clinton. Estos
principios serían la plataforma y las partes negociarían
los detalles, no los principios. Los principios tienen que fundamentarse
en la interpretación internacionalmente reconocida de la resolución
242 de Naciones Unidas que preconiza, de manera muy general, una solución
basada en fronteras seguras y reconocidas para ambas partes.
La segunda Intifada no da señales de amainar. ¿Qué
debería hacer el gobierno israelí para propiciar el regreso
al camino de la negociación?
Sharon dice que no tiene posibilidades de avanzar hacia un acuerdo
definitivo. No es ésa su filosofía y el gobierno tiene contradicciones
internas que no le permiten buscar algo definitivo, por lo cual él
prefiere un acuerdo interino. Mi intuición es que va a ser prácticamente
imposible llegar a un acuerdo interino si no hay una negociación
simultánea de un acuerdo definitivo. A estas alturas, después
de ver lo que hemos visto y de llegar a lo que hemos llegado, no veo una
posibilidad real de eludir negociaciones sobre una solución definitiva.
¿Cuál es el mayor error que ha cometido Arafat?
Esa obsesión de no acabar, de no rematar, adoptar ese perfil
de líder mitológico que parece incapaz de tomar una decisión
imperfecta. Para elegir entre una solución perfecta y una imperfecta
no necesitamos líderes; los líderes se necesitan para tomar
decisiones imperfectas y Arafat, hasta el momento, no ha demostrado el
coraje político que ha demostrado (el ex primer ministro Ehud)
Barak para asumir las decisiones difíciles. Estos días lo
oigo hablar de que acepta los parámetros de Clinton, pero yo sé
que en su momento los aceptó con tantas reservas que es como decir
que no los aceptó.
¿Es posible la paz con Arafat?
Soy de los que piensan que para llegar a la paz con los palestinos
serán necesarios sacrificios en términos territoriales,
y lo he probado con mi propio trabajo. Arafat no es la persona que firmará
el acuerdo con Israel, y no lo digo por buscar una coartada, es que he
llegado a la conclusión de que Arafat se ve a sí mismo como
un reflejo mitológico de la voluntad del pueblo palestino más
que como un líder que entiende que hay que asumir decisiones difíciles
que pueden llevar a la división interna de su pueblo. Todos aquellos
que saben un capítulo o dos de historia moderna entienden que los
movimientos nacionales, para llegar a su objetivo, necesitan dividirse,
a veces incluso con luchas internas. Nos ocurrió a nosotros en
1944 y en 1957, con conflictos entre la gente de Ben Gurion y de Beguin.
Esa ilusión de que él va a llegar a un acuerdo con Israel
con toda la familia palestina detrás es una falacia. No existe
tal paz. No existe una paz que no pase por la división interna
de su propia sociedad. Es desgraciadamente la guerra la que une, la paz
divide, y eso lo hemos entendido nosotros muy bien. Yitzhak Rabin pagó
con su vida y Barak pagó con su carrera política. No se
puede aspirar a que todos estén contentos. Está condenado
a ser profeta sin honor el que quiera hacer la paz. Que no busque que
su propia generación le aplauda; son las generaciones venideras
las que tienen que aplaudir.
¿Qué opina de los asesinatos selectivos de dirigentes
de la Intifada por parte del Ejército israelí?
Mire, lo que tenemos hoy entre nosotros y los palestinos es una
guerra. A pesar de que últimamente esta Intifada se ha convertido
en una vendetta tribal asesinatos, mutilaciones de jóvenes,
etc., en esencia se trata de una guerra entre dos entidades políticas.
La Intifada es fruto de una decisión estratégica de Arafat,
al margen de si controla o no la violencia. La guerra tiene un objetivo
político; nadie quiere aniquilar al otro, lo que quiere es definir
las fronteras del acuerdo político. Esa es la meta, ese es el objetivo,
y en ese sentido pienso que es importante que se asuma que aquí
se está librando una guerra entre dos entidades políticas.
Yo me expresado muchísimas veces sobre esta cuestión, e
incluso lo hice en una carta que escribí al primer ministro Barak
en su día, y me gustaría no expresar mi postura en el extranjero.
Mi opinión es de sobra conocida. Estamos viviendo una situación
muy complicada, de gran crispación. El hecho de que Sharon goce
de un alto nivel de apoyo popular es resultado de la percepción
que los israelíes tienen del papel que Arafat ha desempeñado
tanto en el colapso del proceso de paz como en el estallido de esta Intifada.
Igual los palestinos lo ven de otra manera, pero es una guerra de percepciones,
no de realidades.
|