Desde Cannes
Crónica del racismo
ordinario, Bolivia, de Adrián Caetano, cuyo estreno mundial tuvo
lugar ayer en Cannes, narra el pequeño gran drama de la vida de
un emigrante boliviano en Buenos Aires con la sobriedad narrativa y el
acercamiento al personaje que caracteriza a la joven generación
de cineastas argentinos. Bolivia fue presentada en la Semana de la Crítica
Internacional, sección paralela del Festival de Cannes, que el
año pasado reveló a Amores perros, del mexicano Alejandro
González Iñárritu. Segundo largometraje de Adrián
Caetano (después de Pizza, birra, faso, que dirigió junto
con Bruno Stagnaro), Bolivia describe la historia de Freddy, boliviano
emigrado a Buenos Aires que trabaja en negro en un pequeño restaurante
de barrio. El film retrata su vida solitaria lejos de su familia, que
quedó en Bolivia, y la relación que establece con su compañera
de trabajo, una emigrante paraguaya que es moza del restaurante, con el
patrón y con los clientes asiduos del lugar.
En realidad cuando escribí el guión lo que me interesaba
era la historia, el tema del racismo no estaba muy presente. Pero inevitablemente
al hablar de esos personajes y ambientarlo en ese estrato social hay una
serie de temas que aparecen solos y se imponen, declaró el
director en el Festival. Creo que el tema de la película
es el enfrentamiento entre gente de la misma clase social, trabajadores
que están a punto de quedar desclasados, y que son intolerantes
los unos con los otros. Son presa de una situación de la que no
pueden escapar, agregó.
Rodada en blanco y negro, casi toda la acción de Bolivia transcurre
en el espacio cerrado del restaurante. Los diálogos triviales de
vida cotidiana van dejando entrever los dramas de supervivencia en una
sociedad que se empobrece: la cámara se acerca a los personajes,
los revela. Caetano optó por trabajar con un elenco en el que algunos
actores son profesionales y otros no. Al elegirlos, opté
por las personas que correspondían a los personajes, explicó.
Enrique Liporace (el patrón) es actor profesional. Freddy Flores
(el emigrante boliviano) forma parte de un grupo de teatro de la comunidad
boliviana de Buenos Aires. En cuanto a Rosa Sánchez (la mesera)
es una paraguaya que trabaja en la vida real como empleada doméstica.
Bolivia es la segunda película argentina presentada en el Festival
este año, después de La Libertad, del argentino Lisandro
Alonso. Ambas son una demostración más de que, pese a que
ambos directores consideran que no pertenecen a una corriente y que no
puede hablarse de un movimiento que los agrupe, existe efectivamente
un nuevo cine argentino que se ha desembarazado del tono declamativo de
cierta solemnidad que pesaba a menudo sobre las obras de sus mayores.
Un nuevo cine argentino de lenguaje sobrio y estética depurada,
que empezó ya a tener reconocimiento internacional. Una prueba
más de dicho reconocimiento es la buena acogida dada en Cannes
a estas dos obras, o los éxitos anteriores de películas
como Mundo grúa de Pablo Trapero, cuyo reciente estreno en Francia
fue saludado unánimemente por la crítica, o La ciénaga,
de Lucrecia Martel, presentada y ganadora en el reciente Festival
de Berlín. Caetano trabaja ya en el proyecto de una nueva película,
que se llamará Un oso rojo y empezará rodarse a mediados
de agosto próximo.
Sean Penn brilla como
director
The pledge (La promesa), un desafiante film de cine
negro del director y actor estadounidense Sean Penn, fue ovacionado
por la prensa tras su proyección en el Festival. La trama
del film se desarrolla en las nevadas montañas de Nevada
(EE.UU.) y se centra en el detective jubilado Jerry Black (Jack
Nicholson), que busca a un asesino de niñas. La película
está basada en un policial de primer nivel: la novela Das
verprechen, del escritor suizo Friedrich Duerrenmatt. Penn se atiene
al modelo y refuerza el drama existencial del inspector que busca
una última confirmación: Black descubre que el asesino
no es ese hombre que se suicidó después de ser arrestado
y hace lo imposible para encontrar al criminal, como se lo prometió
a los padres de la última víctima, arriesgando incluso
la vida de la hija de una amiga. Charlotte Kerr, viuda del escritor
suizo muerto en 1990, consideró en Cannes que la novela estuvo
en buenas manos con Penn. Pienso que Duerrenmatt no hubiera
intervenido en el rodaje, dado que se atiene el espíritu
del material.
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