Por Luciano Monteagudo
Discípulo directo de
Abbas Kiarostami, de quien fue asistente, el iraní Jafar Panahi
se dio a conocer como director seis años atrás, con su magnífica
ópera prima, El globo blanco, premiada con la Cámera dOr
en el Festival de Cannes. Con su segundo largo, El espejo ganador
del Festival de Locarno 1997, Panahi demostró que era capaz
de hacer un film que se reflejara a sí mismo, hasta hacer del cine
un magnífico medio de conocimiento. Ahora con El círculo
que arrasó con seis premios principales en la última
Mostra de Venecia, entre ellos el León de Oro a la mejor película,
Panahi da un paso más allá y, sin renunciar a sus búsquedas
formales, se aventura con un film subversivo para las tradiciones islámicas
y el régimen político iraní.
Con una estructura perfecta, que hace honor a su título, Panahi
describe la situación de la mujer hoy en Irán, no sólo
excluida atávicamente del sistema social sino también perseguida
por un Estado policial que la empuja a situaciones extremas. Adulterio,
aborto, prostitución, abandono de los hijos, suicidio eran temas
que hasta ahora parecían impensables en el cine iraní y
a los que El círculo alude con franqueza y valentía, pero
también con una serena maestría, que no necesita jamás
de discursos de barricada.
El film comienza con los sonidos de un parto: los jadeos de una madre,
las expresiones de aliento de las parteras, el primer llanto del bebé.
Una enfermera llama a algún pariente de la madre y le anuncia:
Es una nena. Esas palabras caen como una maldición.
La hija de Solmaz Gholami un personaje a quien nunca se verá,
pero de quien conviene recordar su nombre hasta el final del film
acaba de nacer y ya es culpable. Culpable de no haber nacido varón.
A partir de allí, el film comenzará a trazar su parábola,
su implacable trayectoria circular, que abarca 24 horas en la vida de
Teherán y en la que distintas mujeres van formando los diferentes
puntos que conforman una línea y que se van engarzando al relato
como las cuentas de un rosario.
Las primeras en ir pasándose la posta una posta en la cual
Panahi logra que cada una de esas mujeres se convierta, en el tramo que
les corresponde, en protagonistas absolutas son tres convictas que
aparecen en la puerta del hospital y que acaban de salir de prisión.
Nunca se sabe por qué estuvieron presas o siquiera si están
libres con permiso o si directamente se han escapado. Pero lo que el film
deja muy claro es que toda mujer iraní vive en su ciudad como si
le fuera ajena, como fugitiva, huyendo siempre, ya sea de la policía
o de un marido, un padre o un hermano, dispuestos a ejercer una constante
furia punitiva.
Con una técnica que Panahi ha reconocido inspirada en Hitchcock
y que él adaptó a su realidad y a sus propias necesidades
expresivas, el film deja que sean solamente la cámara y las mismas
situaciones las que hablen por sus personajes. Nadie dirá nunca
nada acerca de Irán como una inmensa cárcel de mujeres,
pero todos y cada uno de los planos de El círculo parecen dispuestos
a demostrarlo. La imposibilidad de encender un cigarrillo en público,
de viajar si no hay un hombre como acompañante, de ingresar a un
edificio público sin cubrirse completamente con un chador, son
apenas algunos de los muchos detalles que el film va señalando,
mientras la cámara sigue bien de cerca, con una muda elocuencia,
el destino de cada una de sus mujeres.
Ese destino es el mismo para todas sugiere El círculo en el magistral
plano final, una panorámica de 360, un movimiento completamente
circular (como el que abría El espejo, el film anterior de Panahi)
y que es a la vez metafórico y concreto. Eso que se ve allí
es una celda de cuatro paredes, colmada de mujeres, pero esa pequeña
celda remite a su vez a una prisión mayor, como insinúa
de pronto, como una iluminación, la voz de un gendarme que esa
noche pregunta por la misma mujer Solmaz Gholami que esa mañana
había cometido el crimen de dar a luz a otra mujer.
PUNTOS
TOCA
PARA MI, DE RODRIGO FÜRTH
Una road movie iniciática
Por M. P.
Casi a la inversa de lo que
sucede durante el transcurso de su metraje, Tocá para mí
comienza con un campo y una canción que rápidamente se transforman
en ciudad y punk contundente. Típica historia de iniciación
adolescente, su trama comienza con la noticia de la muerte del padre adoptivo
de su protagonista, lo que le abre la puerta a la aventura al permitirle
dejar de lado su presente urbano para viajar a hurgar en su pasado. Falsa
road movie con veleidades de realismo mágico y un guión
algo desarticulado que abreva tal vez demasiado del teatro, detrás
del relato de iniciación de Carlos, lo que el director Rodrigo
Fürth un profesional que lleva dos décadas trabajando
en publicidades y cine cuenta en su ópera prima es el romance
de una joven pareja formada casi casualmente entre un punk buscando sus
orígenes en el campo, y una prostituta joven que no tiene orígenes
que buscar sino más bien un futuro que encontrar.
Film del camino estancado en ningún lugar, historia de amor emotivamente
previsible y desfile de personajes tan cuidadosamente desclasados que
su clase es adornar una historia como ésta, si algo sostiene a
un film como Tocá para mí es cierto heroísmo de sus
protagonistas, los debutantes Hermes Gaido y Laura Frigerio. Los dos aguantan
la examinación casi permanente de los primeros planos a los que
los somete la cámara, aun a pesar de que su falta de experiencia
por momentos se hace evidente. Pero, más allá de esta saludable
aparición, el recorrido de la fallida ópera prima de Fürth
denota cierta ambición e intenciones que van evidentemente más
allá de las posibilidades que puede alcanzar su desarrollo dramático,
que incluye un tercer protagonista cuidadosamente ubicado entre
Carlos (el punk) y Fabiana (la prostituta de buen corazón)
a cargo del experimentado Alejandro Fiore (Gasoleros).
PUNTOS
LA
MOMIA REGRESA, CON BRENDAN FRASER
Con el vértigo del videogame
Por Martín
Pérez
El viejo truco del héroe
que debe detener a los malvados antes de que conquisten el mundo. Así
es como se presenta a sí mismo un film como La momia regresa, una
sencilla y nada original y a mucha honra película de
aventuras que invita a sus potenciales espectadores a presenciar cómo,
otra vez, un tal Rick ODonnell debe hacer el trabajo que mejor le
sale. Es decir: vencer al malo y salvar al mundo, y en el camino también
hacer otro tanto con sus compañeros de viaje y con la dama en peligro.
Ah, y también salvar del aburrimiento a cierta raza de espectadores
que necesitan de pigmeos salvajes, egiptólogos dementes y niños
demasiado listos pero simpáticos para volver a revivir esa entretenida
abulia de ciertos sábados de super acción, tan perdidos
como toda la inocencia necesaria como para volver a creer que existe una
legendaria tierra de aventuras.
Cuando hace dos años, en medio de la ansiedad por ver la nueva
Guerra de las Galaxias, casi de la nada apareció en la pantalla
grande un film como La momia, nadie daba dos pesos por ella. Su explotación
comercial, sin embargo, pagó mucho más que eso. Tan bien
le fue al film de Stephen Sommers que aquí está su aún
más exitosa secuela, y seguro que vendrán muchas más
detrás de ella. Pero como la gratuita e ingenua tontería
ha demostrado ser un verdadero negocio, la cosa se ha puesto seria. Como
en aquel dibujo animado del coyote y el correcaminos, en el que sus protagonistas
marcaban tarjeta antes de entrar a pegarse entre ellos, todo es mucho
más profesional en La momia regresa. Piquetes de ojos, persecuciones
interminables (dignas del mejor videojuego, algo que con seguridad no
debe ser nada casual) y lamentablemente muy pocas tonterías,
significan más de lo mismo por duplicado. O triplicado. E incluso
cuadruplicado. Multiplicando las historias a cada vuelta de página,
el film de Sommers ahora tiene un niño protagonista que de tan
listo casi es simpático, y también agrega reencarnaciones
y pasados que insisten en regresar a la licuadora, buscando cantidad antes
que substancia. Más allá de sus guiños al viejo y
casi heroico cine de clase B, esta nueva Momia es digna hija de la época
de los multicine, y es así como en su momento cumbre
más que una película parece ser cuatro al mismo tiempo:
una en la que el héroe salva el mundo, otra en la que el niño
salva a su madre y otra en la que su madre salva a su hermano, sin contar
con ese momento en el que el héroe y su antagonista parecen aliarse
contra un enemigo mayor. Ah, y también están las historias
de amor, que nunca deben faltar. Lo único que se extraña
en La momia regresa son las mejores caras de tonto de Brendan Fraser,
que aquí recuerda cada vez menos a Abbott y Costello en Egipto
e intenta ponerse los zapatos de un Indiana Jones. Que, por supuesto,
le quedan bastante grandes.
PUNTOS
Un
western que abusa de la corrección histórica
Por Horacio Bernades
¿Un western dirigido
por un taiwanés? En otra época, hubiera sonado a herejía.
Hoy, nadie que no fuera Ang Lee podría haber dirigido Cabalgando
con el diablo. Desde su internacionalización con El banquete de
bodas, Comer, beber y amar y, sobre todo, Sensatez y sentimientos, Lee
siempre dio la impresión de ser el más occidental de los
cineastas orientales. Fantasía de espadachines chinos para espectadores
globales, la reciente El tigre y el dragón no hace más que
confirmarlo. Ahora se estrena su película inmediatamente anterior,
Cabalgando con el diablo, y no debería extrañar que quien
se consagró con un típico film inglés de época
(Sensatez y sentimientos) aborde el más estadounidense de los géneros
cinematográficos. Lo hace con el mismo impecable respeto con que
encaró a Jane Austen y el film fantástico de artes marciales.
Nada de dejarse llevar por la relectura u otras aventuras: lo de Lee es
la mesura pura y dura.
Ubicada en Missouri allá por 1860, cerca de la frontera con Kansas
donde los ejércitos de la Unión y del Sur se rozan
peligrosamente los protagonistas de Cabalgando con el diablo son
bushwhackers, secesionistas irregulares que contragolpean el avance del
enemigo. Por amenazantes que suenen, estos guerrilleros pro-esclavistas
son, antes que nada, hombres de honor, jóvenes caballeros
capaces de cortejar a una dama de acuerdo a las más estrictas reglas
de cortesía. Esplendoroso marco para sus avances y retrocesos a
lo largo de la frontera, lagos, prados y montañas florecen en primavera.
Durante el crudo invierno, añosos bosques servirán de abrigo
entre la nieve. En panavisión, todo luce de maravillas.
Amigos de infancia, dos de los bushwhackers, Jack Bull Chiles (Skeet Ulrich)
y Jake Roedel (Tobey Maguire), compiten por los favores de Sue Lee Shelley
(la cantante pop Jewel), viuda rubia, joven y bella. Tan emprendedora,
en términos amorosos y sexuales, como la Kate Winslet de Sensatez
y sentimientos o la espadachina incipiente de El tigre y el dragón.
Es significativo que sea Jake el narrador y protagonista. Opuesto exacto
del sádico Pitt Mackeson (Jonathan Rhys Meyers), que colecciona
de puro gusto cabelleras de propios y extraños, Roedel es el ilustrado
del grupo. Eso lo convierte en el más norteño
de los sudistas. Si algo diferencia a las fracciones en pugna, es el valor
asignado a la educación, privilegio de pocos en el sur y derecho
de todos en el norte.
Para amenizar los fogones, Jake lee a sus compañeros las cartas
que las madres norteñas envían a sus hijos. Esas cartas
terminarán por convencerlos de que una madre es una madre,
no importa si es del sur o del norte. Será Jake quien, venciendo
el recelo, instruya a un fiel esclavo negro, abriendo la puerta de su
libertad. Se nota, por parte del realizador y su guionista de cabecera,
James Schamus, la civilizada intención de comprender y respetar
a ambos bandos, así como es evidente la minucia casi arqueológica
con que se reproducen acentos, modos del habla y reglas de protocolo.
Cabalgando con el diablo es el western de la corrección histórica,
como si hubiera habido algún lugar para ello en la guerra que dio
nacimiento a los Estados Unidos. Si algo se extraña en Cabalgando
con el diablo es justamente el diablo, algún representante del
mal que se digne poner la cola en medio de tanta moderación dramática,
tanta irreprochable intención, tanto exceso de sensatez y sentimientos.
PUNTOS
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