Por Hilda Cabrera
Es probable que el humor filoso
y provocador de Copi (sobrenombre de Raúl Natalio Damonte Taborda)
sea excesivo para cualquier época. Por eso nunca se estrenó
en Buenos Aires la polémica Eva Perón, obra que sí
se vio en el Teatro de LEppée de Bois, en 1970, con Facundo
Bo y en medio de una batahola. Otra pieza revulsiva, Cachafaz (escrita
en 1981), fue presentada en París en 1993, con dirección
de Alfredo Arias y escenografía de Roberto Plate (también
argentinos radicados en Francia), y dos años más tarde en
Génova, en versión musical interpretada por Mariangela Melato.
En la puesta de Arias, Plate optó por el color sepia, el de las
viejas fotos y el recuerdo, y utilizó cartones: esos que se tiran
a la calle y los clochards de París usan para dormir y protegerse
del frío. La obra es recuerdo de historias en crudo, de marginados
y marginales, y sucede entre muertes y canibalismo. Quien ahora se atreve
a llevarla a escena es el director Miguel Pittier, egresado del Conservatorio
Nacional de Arte Dramático, que realizó cursos de entrenamiento
con el actor y director Rubén Szuchmacher y fue durante diez años
coordinador del área pedagógica de teatro en el Centro Cultural
Ricardo Rojas. El estreno está previsto para hoy, a las 24, en
el Club del Vino (Cabrera 4737), con protagónicos de Gabriel Correa,
Carlos Durañona, Carlos Acosta y Jana Purita y participación
del músico Mario Bulacio.
En la trayectoria de Pittier hubo montajes transgresores, como su inicial
El triciclo, del español Fernando Arrabal (establecido en Francia
desde 1955), aun cuando en la secundaria su formación en dramaturgia
ibérica tenía como eje El sí de las niñas,
de Moratín. No olvidemos que mi adolescencia transcurrió
durante la dictadura militar, apunta Pittier, en la entrevista con
Página/12. Y no modificó su rumbo cuando eligió un
título para su versión de Las de Barranco, de Gregorio de
Laferrère. La llamó Tres zánganas, a cual más
inútil. Años más tarde montó Un golpe terrible,
inspirándose en Prueba de amor, de Roberto Arlt, pero ya entonces
había estrenado Las viejas putas, donde convirtió en sketches
algunos dibujos del inigualable Copi, quien dividió su vida entre
Buenos Aires, Montevideo y París hasta radicarse en Francia, a
comienzos de los años 60.
Copi continuó allí su tarea de autor, actor y humorista,
creando, entre otras, las famosas tiras publicadas en Le Nouvel Observateur.
Murió en París, a los 48 años, enfermo de sida, en
1987. A excepción de Un ángel para la señora Lisca,
estrenada en la década del 60, sus obras fueron montadas en la
Argentina cuando ya había muerto. Se estrenaron La noche de la
rata (La nuit de Madame Lucienne), en 1991, en el Teatro Payró,
y al año siguiente, Una visita inoportuna, en el San Martín,
las dos dirigidas por Maricarmen Arnó. En 1995, Roberto Villanueva
montó La Pirámide en el Centro Cultural Recoleta, donde
un pueblo hambriento iba royendo la pirámide en la que se refugiaban
una reina inca y una princesa, dos extravagantes caníbales. Obra
en verso, conformada por parlamentos que retrotraen a los inicios del
teatro rioplatense, Cachafaz es según acota Pittier
la memoria que Copi guardaba de la Argentina, la gauchesca y el
teatro de las épocas en que se usaba telón rojo.
¿Qué pasa con el ritmo cuando se trata de montar una
obra en verso?
En Cachafaz, el ritmo, como la acción, está marcado
por la palabra. Lo que se hace en escena es lo que dice el texto. El recitado
es el hilo conductor. A veces, el ritmo lo da la música: puse tangos
de la década del 20 y algunas milongas (la banda sonora es
de Edgardo Cardozo). Es increíble todo lo que Copi es capaz de
contar, poniéndonos en situaciones incómodas, como cuando
se mete con la antropofagia. Ahí uno piensa en la novela El matadero,
de Esteban Echeverría, y en que la historia argentina ha sido escrita
con sangre, y por gentes que se devoran entre sí.
La antropofagia también aparecía en La Pirámide...
Sí, pero mi puesta es más simple. Quise que la imagen
estallara con el texto. Por ahí se van a ver unos cuerpos que diseñó
mi hermana Edith, que vive en Brasil, adonde se exilió. Quise que
el discurso se quedara en la superficie, que se extendiera, con desparpajo
pero de una manera muy relajada. No pretendo llegar a la verdad de las
cosas.
¿Qué le interesa especialmente de Copi?
Su humor, y el lugar en el que se coloca para escribir sobre lo
argentino. Me atrae su discurso del recuerdo. La obra está ambientada
en Montevideo, pero puede desarrollarse en Buenos Aires. Tiene clima rioplatense
y las cosas suceden cuando se dicen. Copi recuerda, pero es muy liviano
con la nostalgia: nunca se pone melancólico. Esa frase que dice
que la felicidad es un fenómeno de la nostalgia le va bien a él.
Su nostalgia no es un llanto. Es una reinvención. Sus personajes
se ubican en el conflicto y no se abandonan al destino, sino que lo hacen
suyo: lo reinventan.
¿Se puede asociar esto con su creación gráfica
La mujer sentada, donde esa mujer es protagonista absoluta, ya que solamente
se le aparecen seres diminutos?
Yo asocio ese personaje con la parcialidad de la mirada. Esa mujer
mira y dice del mundo desde un lugar parcial. Copi no tenía ambición
de totalidad, y ése es otro rasgo que me atrae. No tiene ese discurso
tan común en las dramaturgias argentinas de querer dar cuenta de
lo argentino, que, además, quién puede saber qué
es, si todo resulta tan hiperbólico y contradictorio. En Cachafaz
arma una tragedia típicamente rioplatense, donde la sangre se paga
con sangre.
¿Qué diferencia encuentra entre esta obra y otras
más o menos recientes que aluden a la historia como una carnicería?
El humor. Lo novedoso de Copi es ese mecanismo tan especial que
hace que uno lea cualquier signo que aparece en la obra desde lugares
siempre diferentes. En Cachafaz que parece haberla escrito a las
corridas cambia constantemente de métrica y de rima, como
si nos dijera paso por la tragedia pero no me convierto en un trágico,
paso por el sainete pero no soy un sainetero.
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