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MITOS Y LEYENDAS ALREDEDOR DE LOS PROGRAMAS DE MODA
¿Hay trampa en los reality?

�Expedición Robinson�, �Gran Hermano� y �El Bar� no prometen otra cosa que televisión, pero el público parece exigirles credibilidad.

Dato: Hay momentos en los cuales los reality shows se olvidan de su vocación de espejo, esa promocionada transparencia de 24 horas
en continuado.

Daniel, malo pero favorito.
Es el líder de grupo en “El bar”.

Por Julián Gorodischer

“La vida en directo” sufre, a veces, interferencias. Son los momentos en los cuales los reality shows se olvidan, al menos un poquito, de su vocación de espejo (una promocionada transparencia de 24 horas en continuado): alguien, detrás de las cámaras, se asoma a sus historias y las modela a gusto. El programa de TV como espectáculo gana, y retrocede el pacto con un voyeur confiado. Que “Gran Hermano” distribuya tarjetas con “tópicos” para discutir cada noche, o introduzca en el encierro de la casa a Diego Maradona, o que “El Bar” haga crecer la popularidad de su niño mimado Daniel (el gigantón que aborrece a Eduardo), llevándolo a “Sábado Bus”, no son detalles. Es la victoria de la TV tradicional sobre la supuesta televisión-verdad.
Nunca en los segmentos que se emiten por Telefé, “Gran Hermano” muestra la trastienda de sus mesas de café, en las cuales los rehenes abandonan la autorreferencia y debaten sobre alguna cuestión temática (la soledad, el engaño...) o la dinámica del grupo. En una de estas veladas, Gastón confesó su bisexualidad; en otra Gustavo se decidió a abandonar la casa. En las más recientes, Martín amenazó con “cagar a piñas” a Gastón si se entera de un doblez, y Marcelo, el nuevo, asintió complacido. Se trata de nudos centrales que dramatizan la vida en la casa, pero pocos saben que son inducidos. Esas tarjetas, en letra prolija y escrita en computadora, indican sobre qué hablar.
Otras veces, el Gran Hermano les comunica decisiones en la soledad del pequeño confesionario que, completo, nunca se televisa por DirecTV o Internet. En esa intimidad, dicen, la producción le rogó a Tamara –a pedido de su familia, amenazada– que no fuera tan franca con sus alusiones a la vida en Lugano (sobre todo al hablar de la banda de un tal Harry), y la chica asimiló: “Yo le digo Harry a todo el mundo –dijo una tarde, descolgada–. No hablo de nadie en particular”. O es menos sutil y les envía extensas cartas que manifiestan un castigo. Sucedió cuando los varones, en la soledad de su cuarto, planearon una estrategia para echar a dos mujeres.
La voz impostada del locutor los retó, y la carta comunicó una nueva regla: deberían votar al menos a un varón, y cada nombrado se adjudicaría un punto (a diferencia de los dos habituales para el primer mencionado). También las pruebas –bailar a solas (un hombre y una mujer) toda una noche– y las directivas –conversar a solas (un hombre y una mujer) por un par de horas– alentaron el romance, y dieron algunos frutos: el de Santiago y Natalia, y el incipiente de Santiago y Tamara.
Daniel, el gigantón de “El Bar”, motivó por su parte una serie de sospechas. Algunas, las que fueron desmentidas con más énfasis, hablaban de un parentesco con Mario Pergolini. Si se trata de rastrear el origen del rumor, hay algún fundamento: la condición de Daniel como “favorito”. El público elegirá, en poco más de un mes, al más popular, y él ha incrementado varios puntos con muchos momentos a solas (pequeños shows a cámara) y una invitación a “Sábado Bus”. Así sumó más chances, apoyado como un reaseguro para el rating –cinco puntos de promedio, bastante para una pantalla fría–, más aún ahora que regresó Eduardo, y con él la tensión. Una carta de Alejandra (una de las primeras echadas) circulaba hace un tiempo por Internet, y denunciaba que los inducían al sexo y a los besos, y que el favoritismo era notorio. Rápidamente, la productora Cuatro Cabezas desestimó la acusación. Aunque fraudulento, recoge una expectativa general que, por momentos, se defrauda. Los reality, se reclama, deberían ser tan veraces como prometieron.
La transparencia de “Expedición Robinson 2”, en cambio, se puso en crisis en los dos últimos programas. En el penúltimo capítulo, la alianza de malvados se quedó a solas con Vick, la buena, en la isla de la unificación. Un juego de inmunidad decidiría al expulsado. Era evidente que, de no ganar la rubia del sur, los otros la enviarían de regreso. ¿Un final restringido para malos? ¿Cómo terminar así? El juego elegido ese día fue, entonces, una prueba de equilibrio sobre troncos: el último en caerse ganaría.
La inmunidad fue para Vick, estudiante de yoga, la más menuda entre los cinco. También fue dudosa la elección de uno de los juegos del último programa, la cacería a Julián Weich, en medio de la selva: fue la única competencia en la que no quedaron a la vista sus condiciones de producción. La facilidad o dificultad de cada sendero, la actitud del conductor durante la búsqueda, si hubo o no “ayuditas” dejaron mucho que desear al público que espera que en estos programas las cosas sean claras. La fábula (ya la moraleja “así ganan los buenos”) había sido escrita.

 

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