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Cajas
Por Antonio Dal Masetto

Caras preocupadas, grandes ojeras, parece que anoche los parroquianos del bar no durmieron.
–Tuve una pesadilla espantosa. Estaba con gorro y traje a rayas, picando piedras. ¿Será una premonición? Este asunto de las cajas misteriosas que vienen del norte, llenas de nombres de argentinos, me tiene angustiado. Ahí adentro puede estar cualquiera.
–No me hable de pesadillas. En mi sueño las cajas eran enormes y un guinche sacaba las listas de adentro. Un tipo con capucha negra de verdugo las manoteaba en el aire y la primera que cazó y mostró tenía mi foto de frente y de perfil. Me desperté bañado en sudor. Había traspasado el colchón con tanta transpiración.
–A mí durante la noche entera se me apareció el depósito donde están guardadas. Las cajas latían, estaban vivas, cuchicheaban como comadres, se pasaban los nombres que cada una tenía adentro y se reían bajito. Yo trataba de escuchar si decían el mío, pero las muy desgraciadas hablaban entre dientes y si me acercaba mucho se callaban. Tengo un dolor de cabeza que se me parte.
–Me parece que están exagerando un poco .-dice el Gallego–. Este asunto de las cajas no tiene nada que ver con ustedes. Por qué no se toman un té de tilo y se van a dormir de nuevo.
–Qué tilo ni tilo. En la lista hay miles de fichados, todos nacionales. Yo tengo un nombre y un apellido de lo más comunes, seguro que figuro, debe haber un sosías mío ahí adentro. O varios sosías. Cuando me agarren, hasta que termine de explicarlo me puedo pasar meses a la sombra. Para que vea que esto es posible, ya hay un juez de la corte suprema que salió a decir que si aparece su nombre no se trata de él, sino de un homónimo.
–Uno anda todo el tiempo firmando papeles. ¿Cómo sabe? ¿Y si estás tratando con alguien que lava dinero? Por ejemplo, ponés el gancho en un contrato de alquiler, ¿quién te asegura que la inmobiliaria no sea una pantalla de los mafiosos?
–Yo le compré un Renault 12 a unos tipos que tenían unas caras de delincuentes totales. ¿Quién me garantiza que no me usaron el nombre y el número de documento? No quiero convertirme en carne de tribunales.
–¿Y si entre los que se encargan de revisar las cajas hay alguien que no te quiere bien y en un descuido filtra un papel con tus datos?
–¿Cuáles son los dos paraísos fiscales más importantes? Gran Cayman y Las Bermudas. Y saben cuáles son las remeras que usa el salame de mi hijo, que ya cumplió veinte pirulos: Gran Cayman y Las Bermudas. Le hace publicidad a los lavaderos de dinero. Se saca una y se pone la otra. Me va a mandar en cana.
–¿Y si los extranjeros que hicieron las listas, los tipos del FBI y compañía, que no entienden una papa de nuestro idioma, pusieron cualquier cosa y esa cualquier cosa es uno mismo? Dígame, usted que anda aconsejando té de tilo, ¿a quién le va a creer el juez, a ellos o a un criollo como yo?
–La gente que figura en esas listas son delincuentes de alto vuelo .insiste el Gallego–. Funcionarios, políticos y empresarios que han robado cifras colosales, que han estado en el tráfico de armas, drogas, negociados, sobornos. Sin ánimo de ofender, ustedes afortunadamente son unos pobres perejiles.
–Don Gallego, hasta el más ingenuo sabe que los grandes delincuentes cuando quieren zafar embarran la cancha y dejan a todo el mundo pegado. Y vaya después a demostrar que es inocente. ¿Pondría la mano en el fuego que no estamos en la nómina? Y usted mismo, ¿cómo sabe que no figura en las listas de las cajas?
El Gallego piensa un rato y después pega un puñetazo en la barra. –Coño, mi Sarrasqueta de dos caños, calibre 16. Cómo me pude olvidar de mi escopeta. ¿Dónde habrá ido a parar? ¿La regalé o la vendí? Tienen razón, ¿cómo sé que mi Sarrasqueta, vía Venezuela o Panamá, en un piojoso barco de carga, no fue a parar a Croacia? Maldición gitana, a ver si todavía sin comerla ni beberla ahora estoy metido en el tráfico de armas.

 

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