Por Antonio Caño y José Manuel Calvo*
Jorge Castañeda explicó
recientemente los retos que tiene por delante el proceso de transición
democrática en México. Lo más difícil de todo,
en su opinión, es el ajuste de cuentas con el pasado. Castañeda
tiene otro desafío personal como ministro de Relaciones Exteriores
de un gobierno del conservador Partido de Acción Nacional.
¿Cómo ha hecho usted compatible su larga militancia
en la izquierda con su participación en un gobierno de derecha?
En primer lugar, yo no acepto la premisa de que el gobierno de Vicente
Fox es de derechas. Es un gobierno plural, un gobierno donde efectivamente
conviven sectores conservadores pero sectores y políticos que yo
llamaría mucho más progresistas, y esto se demuestra en
un conjunto de aspectos de la política hacia el conflicto en Chiapas,
la reforma fiscal, la política exterior y muchos otros elementos.
En segundo lugar, en el ámbito que a mí me toca, la parte
de política exterior, estoy tratando de hacer las cosas por las
que siempre he abogado desde hace muchísimos años. Si ustedes
siguen las tesis que yo he venido sosteniendo desde hace 10 o 15 años,
son prácticamente todas las posiciones que sostenemos actualmente.
Incluso en lo que se refiere al caso de Cuba, que tanta controversia ha
levantado en México en las últimas semanas. Recordaba hace
poco con los amigos un artículo que publiqué en 1990; se
llamaba algo así como El general y la isla, parafraseando
el título de la novela de Hemingway, a propósito de la opinión
que me merecía el régimen de Castro, y eso estamos hablando
de hace más de 10 años. Entonces, no vería yo esa
paradoja sobre mi militancia izquierdista, aunque sé que muchos
si la ven.
¿Todavía existen izquierdistas en América latina?
En efecto, existe una izquierda en América latina, una izquierda
que creo que tiene frente a sí un enorme reto, que en la mayoría
de los casos no ha podido confrontar con éxito. La izquierda tiene
que hacer una política que le posibilite competir por el poder,
ser una opción viable de poder sin perder su alma o su identidad.
Es muy fácil conservar las esencias y la identidad volviéndose
irrelevante en la contienda por el poder, como es el caso de muchos países
en América latina. Es también relativamente fácil
abandonar todas las tesis programáticas que lo definen a uno como
ser de izquierdas con el mero objetivo o propósito de llegar al
poder. El secreto consiste en combinar ambas, y hasta ahora muy pocos
en América latina lo han logrado; quizás los chilenos, no
veo muchos más.
¿No ve más izquierdas con opción de poder en
el continente?
Creo que no es evidente en este momento un ejemplo, además
del chileno.
No incluye usted a Chávez.
Yo le tengo una cierta simpatía al presidente Chávez
en lo personal y a lo que representa en su país, pero digamos que
siento que todavía está por verse en qué consisten
los logros programáticos de lo que él ha llamado la revolución
bolivariana.
En su país le llaman a usted el ministro incómodo...
Bueno, yo sé que no soy un ministro incómodo para
el presidente Fox, que es al que yo tengo que rendir cuentas en este momento.
Puedo ser un ministro incómodo porque estoy decidido a poner sobre
la mesa los asuntos que creo que son importantes y que pueden molestar
a alguna gente, como mis exigencias sobre el Tratado de Libre Comercio,
derechos humanos, mi posición sobre la reforma fiscal, etc., pero
mi obligación es plantear los temas que son importantes por muy
incómodos que resulten para algunos. Lo de ministro incómodo
ha sido mas utilizado por algunos parlamentarios del PRD y alguna prensa
de izquierdas.
¿Quizá por su posición sobre Cuba?
Sí, mi posición sobre Cuba ha molestado a algunos,
pero yo no he hecho más que defender el punto de vista del gobierno
y del presidente Fox a ese respecto.
¿Y cuál es esa posición?
Nuestra posición es que a México le preocupa la situación
de los derechos humanos en Cuba y así lo hemos sostenido en la
comisión de derechos humanos de la ONU; los informes de organizaciones
a las que respetamos indican que sí hay violaciones a los derechos
humanos en Cuba. Y eso es lo que nosotros dijimos.
Y el ministro Roque le dijo que la suya es una historia de deslealtades.
Y yo les contesté que ésa es la misma posición
que yo había sostenido desde hace ya diez años.
Las deslealtades de las que hablan los cubanos se refieren quizás
a su posición hace más tiempo, cuando usted sí que
apoyaba a Cuba.
Es cierto que los cubanos pueden haber malinterpretado mi trabajo
cuando participé en el trabajo de la Secretaría de Relaciones
Exteriores para Centroamérica y el Caribe. Pero aquello era otro
momento. Aquello era finales de los 70 y comienzos de los 80,
la etapa de las guerras centroamericanas y la llegada de Ronald Reagan
a la presidencia de EE.UU. Yo entendía entonces que había
que apoyar a Cuba en aquellas circunstancias específicas. Y no
lo hacía por defensa de Cuba sino por defensa de los intereses
de México, pero admito que puede haber un malentendido con los
cubanos. Pero actué entonces en defensa de los intereses de México,
igual que lo hago ahora.
También su posición sobre el Tratado de Libre Comercio
(TLC) ha cambiado.
Efectivamente, yo me opuse al TLC, como muchos otros entonces. Y
lo hice, en primer lugar, porque consideré que eso era un instrumento
de Salinas para perpetuarse en el poder, y en segundo lugar, porque no
abordaba aspectos sustanciales, como la inmigración, los derechos
de los trabajadores y otros que ahora forman parte de las negociaciones
que hemos entablado con EE.UU.
Se podría decir que en Europa existe aceptando que
esto puede ser discutible un clima general de simpatía hacia
los zapatistas...
Y yo comprendo esa simpatía porque los zapatistas, que empezaron
como un movimiento marxista y pronto dejaron de serlo, defienden una causa
justa, que ha estado postergada por muchos años, que es la causa
de los pueblos indígenas.
¿Y no les ha molestado a ustedes el desfile de intelectuales
europeos por la selva de Chiapas en los últimos meses?
Bueno, yo quisiera precisar que eso ha ocurrido sólo en Europa,
no en Estados Unidos ni en América latina, y tampoco en toda Europa,
sino principalmente españoles, portugueses y franceses, y que tampoco
ha sido un desfile, han sido algunas destacadas figuras, seis o siete.
La diferencia es que, mientras que el gobierno de Zedillo les puso dificultades,
nosotros les hemos dados todas las facilidades: si querían ir a
Chiapas, los llevábamos a Chiapas, si querían ir en coche,
en coche, si querían ir en helicóptero, en helicóptero,
si querían ir en autobús, en autobús, si querían
ir en burro, en burro... Yo invité a la delegación francesa
a mi casa con medio gobierno.
¿En qué situación está la ley de protección
de los indígenas?
La ley fue aprobada por unanimidad en el Senado, por los tres partidos;
en cambio, en la Cámara la han aprobado dos partidos y medio, porque
parte del PRD ha puesto objeciones. Pero, en todo caso, es una ley con
amplio apoyo político. El gobierno pudo haber preferido que se
aprobara de otra manera, pero es totalmente respetuoso del poder legislativo.
¿Y ahora?
Esta ley es una serie de enmiendas constitucionales. Falta la ley
reglamentaria. En ese marco se pueden tener en cuenta muchas de las propuestas
que se han hecho. Lo que cabe preguntarse es por qué los zapatistas,
que estaban en contacto a través del enlace que ellos designaron,
con el teléfono celular que les dio el Congreso, nunca respondieron
a los llamados de los senadores y diputados de los tres partidos para
que dieran su opinión, al final, sobre la ley, tal y como estaba
siendo aprobada. Puede uno preguntarse por qué no respondieron.
Lo que sí sabemos es que la ausencia de diálogo no facilitó
las cosas.
Dijo usted antes que seguía existiendo la izquierda latinoamericana.
¿Y la derecha golpista? ¿Sigue existiendo todavía?
Todo indica que sí, otra cosa es que no pase al acto. Pero
el pasaje al acto no depende sólo de las intenciones o la voluntad
de cada quién sino de las circunstancias. Yo creo que la derecha
golpista, torturadora, asesina, despojadora de derechos de todo tipo de
la gente existe en América latina y no ha desaparecido, porque
la concentración de la riqueza, del poder, todavía sigue
siendo enorme en América latina y porque la historia no se borra.
¿Cree consolidadas las democracias?
Yo creo que se están consolidando, pero una cosa no impide
la otra: se pueden a la vez consolidar estas democracias y mantenerse
una derecha recalcitrante que en cualquier momento puede volver a saltar
como lo vimos en Perú y como lo podemos ver quizás por desgracia
en otros países.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.
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