Por Pablo Plotkin
¿Para qué sirve
la clausura de una disco famosa si no es para revisar el pulso cultural
de una época? En el caso de Morocco un local de tres pisos
y miles de noches levantado al 851 de Hipólito Yrigoyen puede
hablarse de un cuartel que le sacó provecho a las contradicciones
de la última década del siglo pasado y agitó el nido
de cientos de especies porteñas para delinear un espacio de libertinaje
artístico y reviente nocturno. Con la premisa íntima de
un desprejuicio calibrado (darle espacio a todo, pero a su debido tiempo),
Morocco construyó su imagen pública en torno de un aparente
choque de estilos: actores, funcionarios, drag queens, modelos top, artistas
verdaderos, falsos poetas, drogones, estrellas de rock, rugbiers con ganas
de escuchar cumbia, punks con ganas de escuchar tecno. Ese eclecticismo
de pequeño parque de diversiones prohibido para menores fue el
pasaporte a la inmortalidad de Morocco, que este sábado abre sus
puertas por última vez, vapuleado por la recesión.
En 1992, la sociedad conformada por los españoles Ignacio Cubillas,
Anita Villacorta y Alaska y los argentinos Diana Ruibal y Paul Azema (chef
a cargo de la sofisticación gastronómica) compró
un local que había sido editorial de libros y comité de
campaña radical. Lo siguiente fue llamar al artista/decorador Sergio
de Loof, que se ocupó de diseñar la planta baja, una especie
de fonda de lujo ambientada en Casablanca. En el subsuelo, Sergio Lacroix
levantó un monasterio de cartón sobre falsas alfombras persas.
El 4 de noviembre del 93 se celebró la fiesta de inauguración.
Entonces se definió el destino graciosamente ecléctico de
la disco: entre los 3500 invitados de la primera noche estaban Pipo Pescador,
Pancho Dotto, Graciela Borges, Celeste Carballo y Moira Gough. Se
ponía en escena un nuevo estilo: tropical y dance. Ambos, juntos
con el mismo fin: bailar, se jacta Ruibal en el textoepitafio
que redactó para la revista Noticias. Enseguida se abrió
el restaurante, que desde su estreno pretendió englobar a una escena
variopinta y extravagante del showbiz argentino: Susana Giménez
y Babasónicos, Alejandro Kuropatwa y Teté Coustarot, Lalo
Mir y el Tata Yofre.
Desde entonces, el boliche funcionó como una zona franca de la
porteñidad nocturna. A Diego Maradona le gustaba pasar por ahí
los jueves, Joaquín Sabina presentaba sus discos entre amigos,
Antonio Escohotado daba conferencias sobre el éxtasis y los hijos
de De la Rúa bailaban con sus chicas música tropical y house
(ahí festejaron el triunfo de papá Fernando sobre Eduardo
Duhalde en la noche posterior a las elecciones presidenciales). En Morocco
tocaron Charly García, Fito Páez, cantó Amelita Baltar,
Antonio Ríos, el grupo Ráfaga, Carca, Natas y buena parte
de la escena underground de Buenos Aires. En los últimos años,
los peces gordos de la música electrónica del primer mundo
le pusieron ruido al subsuelo: el francés Laurent Garnier, el español
Angel Molina, los alemanes Hell y Michael Myers, los finlandeses Pan Sonic.
Dany Nijensohn pasa música latina en la planta baja desde los primeros
meses de la disco. Dame fuego, de Sandro, se hizo un
clásico, al igual que La abuela Salomé, de Lía
Crucet. Y abajo alguien pasaba acid house, por ejemplo, cuenta Nijensohn.
Creo que Morocco reunió a mucha gente muy diversa alrededor
de la música. La presencia de travestis superproducidos no es un
detalle menor, y el levante entre chicas y chicos, tampoco. En Morocco
hay sexo.
Alejandro Ros, el diseñador de las primeras y las últimas
tarjetas de promoción, resume el concepto del proyecto: La
idea era libertad, arte, sorpresa, antitarjeta de discoteca. Diversión,
revolución, mezcla de estilos. Del kitsch al minimalismo, del rock
a la electrónica. Hubo noches memorables. Ros recuerda la
Morocco Marica Airlines, cuando transformaron la pista en un avión
con azafatas y proyección de dibujos animados, la vez que recubrieron
el suelo de peluche y los bailarines tenían que entrar descalzos
y prescindir del alcohol y del tabaco. Pero a pesar de los grandes recuerdos,
algunos coinciden en que el cierre es, en buena medida, saludable. Fiel
al espíritu de la disco: es mejor arder antes que desvanecerse.
Ardió Morocco. Terminaron los noventa.
Postales
de nueve años
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En 1994, Maradona y Coppola
se reconciliaron en el Morocco.
En octubre de 1999, Antonio
y Fernando Aíto de la Rúa festejaron el
triunfo de su padre en las elecciones presidenciales.
En 1996, Oscar Larrea,
el travesti grandote conocido como La Cacho (diva fetiche de Morocco),
se consagró Reina del Carnaval.
Entre otras celebridades
extranjeras, pasaron por el club Madonna, Oliver Stone, Joaquín
Sabina, Claudia Schiffer y David Copperfield.
Alejandro Urdapilleta y
Mario Tortonese inmortalizaron allí La Moribunda.
Fito Páez, que cierta
vez lo alquiló para su cumpleaños, tocó el piano
y cantó ahí con Charly García como invitado.
Antonio Escohotado dio
ahí sus conferencias sobre el éxtasis.
Sólo le quedan dos noches de vida a Morocco. Hoy a la medianoche
habrá un show de Fena Della Maggiora. Mañana se concretará
la avant première de Kill, el corto de la DJ Romina Cohn protagonizado
por Ricardo Mollo. Después se pondrán en función
las dos pistas. |
El record de Andy
Warhol
Las obras de Andy Warhol acapararon la atención en la última
subasta de arte contemporáneo de Christies, en Nueva
York. Una de ellas fue vendida a más de 8,5 millones de dólares.
Large Flowers, una obra en seda de 1964 de la que sólo
fueron pintados cuatro ejemplares, fue arduamente disputada por
cuatro compradores, para ser finalmente adquirida a más del
doble de su precio inicial, estimado entre 3 a 4 millones de dólares.
Este es el segundo precio más elevado jamás alcanzado
por una obra de Warhol en una subasta. Uno de sus célebres
retratos de Marilyn Monroe, Orange Marilyn, fue vendido
en más de 3,7 millones de dólares a un coleccionista
anónimo europeo. El cuadro del héroe del Pop Art había
sido estimado entre dos a tres millones. Otra tela emblemática
del artista, representando una lata de sopa Campbell, fue rematada
a 1,7 millones. Su precio inicial era de 1,2 a 1,3 millones. Warhol,
que predijo que todas las personas tendrían sus quince minutos
de fama, goza de mucho más éxito hoy que en su período
de mayor creatividad. De las 59 telas del período de post
guerra (1945 a 1970) ofrecidas en la subasta, sólo diez no
alcanzaron el precio mínimo fijado antes del remate. La casa
recaudó al final de la noche 41,2 millones de dólares,
suma ligeramente mayor a la estimada con anterioridad por Christies
(40 millones). Las ventas de arte moderno seguirán esta noche
en Christies con obras contemporáneas, del período
de 1970 hasta la actualidad.
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