Por Hilda Cabrera
Aun cuando el venezolano José
Ignacio Cabrujas (1937 1995) no establece un paralelo histórico
entre un sector de la clase media de su país (gente venida a menos
y con algún antepasado militar) y otro semejante de América
latina, la familia que retrata en El día que me quieras se emparenta
con las argentinas de la época en que unas y otras viven bajo el
mando de los generales. La anécdota se desarrolla en 1935, tiempo
del fraude en la Argentina, entonces presidida por el general Agustín
Pedro Justo (1932-1938), y de dictadura en Venezuela, gobernada por el
general José Vicente Gómez, quien había destituido
a su antecesor en 1908 y gobernó de modo absoluto hasta su muerte
en diciembre de 1935.
Sobre ese trasfondo, Cabrujas (también actor, director y divulgador
en su país del teatro de Alfred Jarry, Antonin Artaud, Arthur Adamov
y Eugène Ionesco) registra un acontecimiento que aquí es
mezcla de realidad y fantasía. Se trata de la llegada de Carlos
Gardel a Caracas y de su ingreso (¿soñado?) al caserón
de la familia Ancízar, tras una de sus exitosas presentaciones
en el Teatro Principal. Conmovidas por haberlo escuchado en vivo, las
Ancízar sienten que les parpadea la vida. No le ocurre
lo mismo a Pío Miranda (Mario Pasik), un vendedor de soluciones,
como se dirá de este devoto de Stalin al promediar la obra. Sucede
que a Miranda, Gardel no le parte la historia.
Presintiendo acaso que el paso del tiempo sólo les traerá
soledad, las mujeres de esta historia azuzadas en parte por Plácido,
el hermano burlón compuesto por Miguel Moyano cruzan esta
experiencia única con el recuerdo de situaciones nada gratas, como
la sufrida por la vivaz Elvira Ancízar (papel a cargo de la excelente
Leonor Manso), abandonada por su marido. La incertidumbre ante un presente
difícil de encauzar es aquí asunto de todos, incluida la
joven Matilde (Roxana Carrara), pero toma cuerpo en María Luisa
(compuesta con vivos trazos por Rita Terranova), politizada por un novio
que se dice comunista y lleva diez años cortejándola. Este
único pretendiente (Miranda) proclama de modo estereotipado su
admiración por Stalin, su deseo de abandonar Caracas y trabajar
en Ucrania, en un koljoz (organización agrícola colectivizada),
donde afirma no existen desigualdades ni injusticias.
La puesta de Julio Baccaro da cuenta de modo chispeante de ese entorno
histórico, pero pone el acento en las frustraciones y esperanzas
individuales que desata la visita de Gardel (protagonizado por Angel Rico,
quien además canta a cappella), acompañado por el letrista
Alfredo Le Pera (Rodrigo Monti). La urgencia de hallarle alguna salida
al encajonado presente llega de modo directo al espectador: se habla de
ella sin declamar, con un humor pudoroso y sereno. Contribuye a ese clima
de transparente serenidad la arbolada escenografía de Patricio
Sarmiento e Inés Castro, que es realista e ilustrativa, como el
troquelado de los libros de cuentos, pero no anula la imaginación.
El entramado que resulta de los enlaces entre realidad y ficción
es el principal acierto de esta pieza que estrenada en Caracas en
1979 por elmismo Cabrujas, en el papel de Miranda no desdeña
las oposiciones aparentemente sencillas que se suscitan entre la gente
común, personajes que, desde la actual perspectiva histórica,
pueden parecer demasiado ingenuos. Es el caso del estalinista Pío,
o el de esas mujeres en las que perduran las demandas de otros tiempos,
entre otras aquélla que les exigía ahorrar tomate
en la cocina, creolina en el piso y dolor en el hombre.
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