Por Horacio Bernades
Los que están
en la costa deben cuidarse, porque el mar los puede arrastrar, dice,
palabras más, palabras menos, una advertencia inicial, tomada tal
vez de una antigua canción de marineros, y la primera imagen de
Party es el mar, a lo lejos. Tal como lo ve, desde la costa, la bella
Leonor, que seguramente resultará llevada por él. No por
el océano en sentido físico. Su vida está demasiado
protegida como para exponerse a ello. Pero sí es posible que la
arrastre el remolino de los sentimientos encontrados, la curiosidad, la
picazón que despertará en ella un seductor, justo el día
en que celebra sus diez años de casada. Alrededor del cuadrilátero
que componen Leonor, su marido Rogerio, el veterano playboy Michel, e
Irene, amiga y amante de éste, gira Party, el film del portugués
Manoel de Oliveira que el sello AVH lanza por estos días. Y que
es el primero de una serie de films de arte que ese sello editará,
directamente en video, en los próximos meses (ver Play).
Leonor es Leonor Silveira, actriz fetiche de Oliveira, que actúa
prácticamente en todas sus películas, desde hace años.
Michel es Piccoli, e Irene, la Papas, que aquí hace prácticamente
de sí misma. El de Oliveira es un caso que desafía la razón.
A los 92 años, el hombre, nacido en la ciudad de Oporto, no para
de filmar, manteniendo una regularidad de una película por año
desde hace lustros. Su opus Nº 32, Je rentre à la maison,
acaba de presentarse en competencia en Cannes. Es la undécima vez
que lo hace, otro record imposible de igualar de este candidato al Guinness
del cine. Seguramente hoy, a última hora de la tarde, cuando se
conozca el Palmares de Cannes, Oliveira habrá sumado otro(s) premio(s)
a su colección particular.
Presentada en el Festival de Venecia en 1996 (un par de meses más
tarde, en el Festival de Mar del Plata), Party es la película inmediatamente
anterior a Viaje al principio del mundo, la única de Oliveira que
se estrenó hasta ahora en Argentina. Típica de su autor,
Party es una película casi enteramente conversada. Los personajes
muestran de sí mismos apenas aquello que quieren mostrar, sobre
todo palabras. Palabras que funcionan como un ornato bello y cultivado.
Por detrás circulan, se supone, deseos, intenciones y sentimientos.
La peculiaridad de Oliveira es que no tiene la más mínima
intención de develarlo, dedicándose en cambio a contemplar,
a lo largo de hora y media y con minuciosa pasión de dilettante,
la belleza de esas máscaras. Los actores son bellas esfinges, Silveira
más que nadie. Enigma multiplicado al infinito, alrededor de ellos
se esparce una plétora de estatuillas, frisos y réplicas.
No hay casi acción en Party, como no sea la de estos cuatro personajes,
deleitados con el goce del proverbio, la cita y el aforismo. Lo hacen
en dos circunstancias, separadas por un intervalo de cinco años.
La primera ocasión es esa garden party que dan Leonor y Rogerio,
para celebrar los diez años de casados, en su espectacular propiedad
con parque y vista al Atlántico, en medio de las islas Azores.
No hay roces visibles entre los cónyuges (todo es sumamente civilizado
aquí), y sin embargo se adivina una corriente de insatisfacción.
De hecho, Leonor quiere salir huyendo, minutos antes de que lleguen los
encopetados invitados. Su marido la detiene a tiempo. Llegan Michel e
Irene, precedidos por sus respectivas leyendas, y se inicia un juego cortesano,
un minué de a cuatro en el que las palabras bailan. Uno de esos
terribles alisios de la zona lo cortará a seco, obligando a todo
el mundo a refugiarse.
Cinco años más tarde, los cuatro vuelven a reunirse. Ahora,
de noche y en interiores, rodeados del pesado mobiliario que tapiza el
palacio familiar del ricachón Rogerio. Si la reunión al
aire libre había sido puro coqueteo de primavera, ésta se
verá atravesada por la melancolía. Laspalabras, en lugar
de flotar, ahora pesan tanto como las armaduras que llenan la sala. La
lluvia cae, ominosa, Leonor estalla en lágrimas, la Papas evoca
la sombra de Electra y la tragedia griega. Pero Oliveira es un narrador-bailarín,
que gusta de fintas y contradanzas. Cuando el drama de celos y triángulos
cruzados parecía cernirse pesadamente, todo se resuelve con ligereza
de vodevil. A lo lejos, la cámara observa los movimientos de los
amantes, fija y distante, seguramente divertida. La fiesta ha terminado.
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