País
Vasco: el díasiguiente de unas elecciones posiblemente
inútiles
Por Manuel Vázquez Montalbán
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Italia y España
han compartido jornadas electorales decisivas, en Italia con el interés
fundamental de que un bloque de derechas, con posfascistas incluidos,
vence a un bloque centroizquierda con posdemócrata cristianos y
poscomunistas juntos y sumados. En España el resultado de las elecciones
vascas no va a cambiar el fatalismo esencial del drama vasco, sean cuales
fueren las aritméticas electorales. En mitad de la campaña,
ETA asesinó en Zaragoza al presidente del Partido Popular de Aragón
y el acto constó como un aviso de que el terrorismo seguía
ahí y seguiría ahí como el convidado de piedra en
el drama de Don Juan Tenorio o como el cadáver inevitable, presente
en la habitación de la obra de Ionesco.
Los nacionalistas del PNV han vuelto a ganar y en condiciones de gobernar
sin aliados; Euskal Herritarrok, la formación política próxima
a ETA, ha perdido la mitad de sus escaños y el partido en el gobierno,
el PP, ha visto destruidas sus expectativas de dar el sorpasso por encima
del Partido Nacionalista Vasco. La ofensiva del aznarismo contra el nacionalismo
vasco de centro derecha, es decir, contra el PNV, había sido descrita
por el presidente catalán, Jordi Pujol, como una cruzada antinacionalista
y se ha mostrado satisfecho por su espectacular fracaso en las elecciones.
Menos satisfecho debe estar en cambio el muy honorable presidente de la
autonomía catalana de sus propias relaciones con el PP, al que
permanece atado de pies y manos y cogido y bien cogido por los congojos.
Tiene razón en cambio en que la estrategia anti PNV del PP había
traspasado los límites de la más enajenada obstinación
y se había dejado impregnar de maneras histéricas que invitarían
a una cierta ironización, de no comprobar efectos devastadores
sobre la racionalización de la cohabitación española.
Los atentados de ETA, de una brutalidad significativa sin precedentes
en la etapa democrática, han respaldado esa cruzada antinacionalista
del PP y han legitimado la resurrección de un neonacionalismo español
virulento, con intelectuales convertidos en la reencarnación de
Ramiro de Maeztu, el parafascista autor de Defensa de la Hispanidad. Ha
reaparecido una voluntad expresa de demonizar los nacionalismos periféricos
y redivinizar el nacionalismo español, con argumentos en la línea
de los exhibidos por el discurso del rey en la entrega del Premio Cervantes,
las declaraciones de la ministra de Cultura y las sorprendentes ratificaciones
lingüísticoimperialistas del portavoz del PSOE, Sr. Caldera.
En ese discurso se decía que el español ha sido siempre
una lengua de encuentro, pasando por alto sus largos siglos de lengua
imperial y la etapa en la que Franco la convirtió en lengua excluyente
frente al catalán, al vasco o al gallego.
La derrota del nacionalconstitucionalismo de Aznar en Euzkadi puede conseguir
dos efectos: o radicalizar los rebrotes de nacionalismo español
o ayudar a marcar distancias con todos los nacionalismos, incluido el
triunfador en Euzkadi. En mi opinión es síntoma de desajuste
histórico delirante el que, al parecer, el único problema
español sea el nacionalismo vasco, y a esa obsesión ha contribuido
la política de presión del gobierno que paradójicamente
ha reforzado al PNV, ha evidenciado el apoyo de la mayoría de los
vascos al proyecto soberanista del Partido Nacionalista Vasco.
El dato de que parte de los votantes de Euskal Herritarrok se han pasado
al PNV sigue teniendo dos lecturas: o bien son votos desafectos a ETA
y que por lo tanto abandonan un partido que no ha condenado el terrorismo
etarra, o son votos de presión al PNV para que radicalice sus discursos.
De momento, la palabra más fuerte que ha sonado ha sido Irlanda,
y a poca distancia le siguen Estella o Lizarra, porque algún comentarista
político ha juzgado la nueva situación como una derrota
de ETA y en cambio una victoria del pacto de Lizarra para desbloquear
a ETA y que produjo un año de tregua. Aquel pacto cogió
a contrapié a populares y socialistas, pero fue asumido por buena
parte de la conciencia social vasca y españolaporque significaba
tregua, un año, un año entero de paz. La ofensiva nacionalconstitucionalista
de Aznar presentó el pacto de Lizarra como una simple burla de
ETA que había convertido incluso al PNV en su víctima política
y que esta situación no podía ser obviada por el votante
vasco. Lo ha sido. Los vascos han demostrado que prefieren el espíritu
de Lizarra y que lo lastimoso es que ni ETA ni el PP se lo tomaran en
serio.
REP
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