Por Miguel Bonasso
Allá está, aunque
usted no lo pueda creer: es un Falcon deluxe, azul metalizado, de esos.
Con una patente también de esas C1 123925. Está
flanqueado por una cocina de campaña del Ejército Argentino
y un camión militar de los cincuenta, de aquellos que Estados Unidos
le vendió a la Argentina después de la guerra de Corea.
En el mismo salón, espacioso, con techo a dos aguas envigado, donde
el sobrio reciclaje ha suavizado los rigores cuarteleros, hay otros vehículos,
entre los que sobresale un tanque pintado con los amarillos y verdes pastel
del camuflaje. Afuera, en la entrada del vasto edificio estilo colonial,
hay piezas de artillería. Un cartel nos da la bienvenida: MUSEO
HISTORICO DEL EJERCITO ARGENTINO. Luego, en letras más pequeñas,
los horarios de visita de días hábiles y feriados y el nombre
de las salas: Malvinas, ONU, dos que se llaman
Libertad (sic) y otras dos que asépticamente consignan:
Parque Automotor y Parque Artillería.
Sobre el Falcon un cartel aclara con prolijidad burocrática:
Ford Falcon de lujo
Origen: Argentina
Año: 1981
Propósito: transporte de personas
Tipo: Sedán 4 puertas
Motor: 6 cilindros en línea
Velocidad: 140 km por hora
Desplazamiento: A rueda
Autonomía: 170 km con 20 lts
Capacidad de carga: 5 personas
Esa última línea martilla los ojos del visitante. Piensa:
¿cinco personas? ¿Son todas personas? ¿O van cuatro
secuestradores y una persona, la única del vehículo tirada
en el piso, la boca contra el caucho del auto, con una zarpa sobre la
desdichada cabeza? ¿O va en el baúl semidesvanecido? ¿O
viaja en el asiento trasero, con una 9 apretándole el costado,
rumbo a los bosques de Ezeiza donde esta noche, seguro, va a terminar
su vida de rodillas, acribillado?
Interesante, comenta el visitante a la guía que lo
acompaña por el Museo Histórico del Ejército Argentino.
¿Y para qué se usaban los Falcon?, se anima
a preguntar.
Era el vehículo que usaban los militares y policías
de la época -contesta amable, aséptica, indiferente, la
señorita guía que puede pertenecer o no al Ejército
Argentino pero viste ropas civiles. Ha dicho así: la época.
Sin precisar a que época se refiere, ni intentar explicar la extraña
mezcla de militares y policías. Lo da por sobreentendido.
El salón está limpio, bien iluminado por el sol de los jardines
cercanos, acentuando la sensación de irrealidad. El visitante quisiera
sobresaltar a la señorita haciéndole diversas preguntas,
pero prefiere tomar fotos sin problemas para documentar la insólita
presencia del Falcon junto a una inofensiva cocina de campaña y
un pequeño camión de la guerra de Corea. Otra línea
del cartel le martilla los ojos: transporte de personas. Nadie
aclara nada, no hace falta. El recuerdo de los Falcon forma parte de la
memoria colectiva, aún de la memoria lavada de los menos sensibles
y conscientes. Es el símbolo represivo de los setenta por antonomasia.
Parece una torpeza, una broma o un desafío de los retirados
que concibieron y dirigen este museo donde no hay recuerdos del golpe
del 30, del 43, del 55, del 62, del 66 y
casi si no fuera por el Falcon del 76.
Pero hay algo mucho más grave que el visitante aún desconoce
y se enterará recién cuando lo ponga en autos (valga la
tautología) al cronistaque redacta esta nota, cuando intercambien
fotos y datos: el predio sobre el que se erige el Museo Histórico
del Ejército Argentino es el de uno de los más tenebrosos
campos de concentración de la dictadura militar, el Grupo de Artillería
Número 1 de Ciudadela, a cargo en 1977 del teniente coronel Antonio
Fichera, del cual dependían los centros clandestinos de reclusión
conocidos como el Sheraton y El Vesubio. Por allí
pasaron cientos de desaparecidos hacia una muerte ignota, hacia los vuelos
de la muerte sobre la Bahía de Samborombón.
Cuando ambos (visitante y cronista) toman conocimiento de la verdad, la
nota que inicialmente iba a ser casi humorística, subrayando
la evidente bestialidad de rendir nostálgico homenaje a los Falcon
se sumerge en una atmósfera pesada y negra, porque allí,
en el mismo Museo que visitan escuelas y colegios de la zona Oeste, desaparecieron
para siempre -.entre otras personas Héctor Oesterheld,
el genial creador del Eternauta; el cineasta Pablo Szir y el sociólogo
Roberto Carri. Y el cronista que los conoció mucho
no puede ver sus rostros vivos de entonces sino en ese Falcon azul metalizado.
Sabe que no es así, porque el cartel asegura que el automóvil
es modelo 1981 y ellos desaparecieron en el 77, pero igual no puede verlos
sino en ese auto que un rato antes era motivo de una broma de humor negro.
El edificio estilo colonial, sobriamente reciclado, asentado sobre un
terreno verde y arbolado, donde se distinguen galpones abandonados, restos
de viejas cuadras, encierra secretos temibles, el desconocido final de
vidas muy entrañables.
Y espanta que el Ejército Argentino haya decidido mostrar vestigios
metálicos y textiles de su historia sobre semejante escenario.
Es como si la Marina levantara un museo en la Escuela de Mecánica
de la Armada. Como si el ejército alemán estableciera una
sala de conciertos en Buchenwald o Dachau, para evocar con música
de Wagner la ceremonia del exterminio.
El Falcon de Ciudadela, detenido para siempre en el piso del campo de
concentración devenido museo, dispara historias que ninguna guía,
civil o militar, osará contarles a los niños de las escuelas.
Un auto muy especial
El Ford Falcon, que empezó a fabricarse en el país al
inicio de los sesenta, ha sido uno de los modelos más duraderos
de la Ford. Un clásico en el mercado argentino. Fuera del museo,
en las calles de Buenos Aires, aún circulan muchos de ellos. Y
la policía, copiándose a sí misma a través
de las décadas, todavía utiliza más de un Falcon
al estilo antiguo, con antenita, para hacer inteligencia.
A mediados de la década del sesenta era uno de los coches preferidos
de los tacheros por su indudable aguante y dureza, y un consumo relativamente
aceptable para un auto de esa cilindrada. La Policía Federal los
adoptó tanto en calidad de patrulleros como de vehículos
sin identificar. Cuando elementos de la Federal como el propio
jefe Alberto Villar crearon la Alianza Anticomunista Argentina,
el Falcon pasó a ser el auto obligado de los escuadrones de la
muerte.
Innumerables testimonios dan cuenta de que los secuestradores arribaron
al lugar en dos o tres Falcon y se llevaron arrastrando al que estaba
por ser fusilado por la Triple A. La militancia de los setenta coloreó
de verde al Falcon más temible, tal vez porque estadísticamente
eran los más usados por los grupos parapoliciales.
A mediados de 1975 un colega de la agencia cubana Prensa Latina le dijo
a este cronista, en la puerta del hotel Habana Libre: No te asustes
chico, porque esta noche te vamos a llevar al Tropicana en un Falcon verde.
Aludía jocosamente a los Falcon que Ford Motor Argentina tuvo que
venderle al gobierno cubano, cuando el presidente Juan Perón y
su ministrode Economía, José Ber Gelbard, decidieron que
las multinacionales norteamericanas radicadas en la Argentina no debían
respetar el bloqueo.
Fue fácil subirse al Falcon en aquella ocasión, pero aún
hoy, cada vez que el autor de esta nota se sube a un taxi de la marca
maldita, no puede evitar los malos recuerdos. El aire enrarecido, marino,
de Buenos Aires bajo la bota del Proceso, con los Falcon circulando lentamente,
en busca de presas o marchando raudos, con tipos siniestros asomados por
las ventanillas, blandiendo una Itaka.
Ya no pertenecían a la Triple A que se había terminado como
amenaza cuando los mil quinientos asesinatos de su año y medio
de hegemonía fueron suplantados por los 30 mil desaparecidos de
las tres armas, convertidas ahora ellas mismas en AAA.
Este cronista los vio detenidos frente a la casa donde vivía y
pensó que eran para él. Los vio cientos de veces, en cientos
de esquinas, poblados de Itakas y anteojos negros, con caras que hubiera
desdeñado por obvias el comic más ramplón.
En ellos ingresaron muchos secuestrados a la ESMA, sintiendo al represor
del volante que invocaba una clave por radio para que le abrieran el portón
de Selenio: Cerrar la partida con tres caballo-alfil.
Integraban la flotilla de los cazadores aunque el jefe del infierno, el
capitán de corbeta Jorge Eduardo Acosta, alias El Tigre, prefería
para sus propios desplazamientos un Chevy celeste.
Todos los vimos en aquellos años y pensamos que venían por
nosotros. Eran verdes, pero también negros, blancos y aún
azul metalizados, como el que se conserva y exhibe en el Museo Histórico
del Ejército Argentino.
Al que solo le falta en la luneta trasera, la calcomanía que hacía
las delicias de José María Muñoz: Los argentinos
somos derechos y humanos. Un detalle que se le pasó al general
retirado que conduce el Museo.
La Ciudadela del crimen
Es notable la promiscuidad de pasado y presente en la Argentina. El
visitante comenta que algunas maestras de los colegios de la zona suelen
traer a sus alumnos a visitar el Museo de Ciudadela. Sin saber que está
asentado en el mismo predio donde funcionó en los setenta el Grupo
de Artillería Uno, del cual dependían algunos de los más
feroces centros clandestinos de reclusión de la época,
como el Vesubio (a cargo del teniente coronel Pedro Durán Sáenz)
o el Sheraton que funcionaba en la comisaría bonaerense
de Villa Insuperable. Y hacía honor al nombre de la localidad y
a su tétrico pseudónimo con ese talento que la Bonaerense
sigue conservando en sus comisarías de la democracia para amontonar
seres humanos en espacios pequeños, hediondos e inhabitables.
En 1977, el dueño de la vida y la muerte en Ciudadela era el entonces
teniente coronel Antonio Fichera (descubierto por este cronista como asesor
del ministro de Defensa menemista Jorge Domínguez, cuando Fichera
ya era general de brigada retirado). Fichera, un general ascendido por
alfonsinistas y menemistas, ya no existe, pero ha quedado su obra y, en
gran medida, su espíritu. Veamos.
En 1977, Fichera secuestró y llevó a Ciudadela y sus suburbios
del Sheraton y el Vesubio, a tres militantes de renombre. Uno era el conocido
historietista Héctor Oesterheld, creador entre otras joyas
de El Eternauta. Otro, el cineasta Pablo Szir. El tercero, el conocido
sociólogo Roberto Carri, de gran influencia en lo que se llamó
el proceso de nacionalización de los sectores medios
y el desarrollo en la Universidad de las cátedras nacionales.
Reducidos a esclavitud, extorsionados con la vida, los tres fueron obligados
a trabajar en esclavitud para el teniente coronel Fichera que pretendía
por una extraña casualidad realizar una tarea de exaltación
histórica del Ejército. Oesterheld fue conminado a redactar
el guión deuna historieta sobre los presuntos orígenes del
Ejército Argentino. Pablo Szir un documental. Carri, un trabajo
académico. El destino de la historieta y el documental iban a ser
otra vez la perversidad de la relación pasado-presente
las escuelas de la zona. A las que ahora -veinticuatro años después
se invita a visitar el Museo.
Los intelectuales-esclavos eran llevados desde su dormitorio en el Sheraton
o el Vesubio al cuartel de Ciudadela. Donde Fichera constaba
los progresos de su producción, tal vez elogiaba con amabilidad
los hallazgos de los trabajos y creaba, con ese malentendido del trato
personal, la ilusión de la supervivencia.
Sin embargo, no sobrevivió ninguno. Nunca se volvió a saber
de Oesterheld, Carri, Szir, ni de otros prisioneros que pasaron por Ciudadela
(Ana María Caruso de Carri, Adela Esther Candela de Lanzilotti,
Graciela Moreno y su esposo Marcelo Soler) que según un testimonio
recogido directamente por el autor de esta nota realizaron trabajos
en el cuartel de Ciudadela hasta que, en febrero de 1978, fueron
trasladados -presuntamente a Mercedes donde desaparecieron para
siempre.
Es una lástima que el Ejército Argentino, que comenzó
su autocrítica durante la gestión del teniente general retirado
Martín Balza, no la haya completado colocando con honestidad y
valentía sus nombres en vez de convertir en icono al Ford Falcon
e informarnos, con singular estolidez, que se desplaza a través
de ruedas.
otras
voces
|
Estela Carlotto, Abuelas
de Plaza de Mayo:
Con esto, ellos están reconociendo que con esos
vehículos se secuestraba gente. Es casi imposible de sostener
que todavía existan este tipo de homenajes al terrorismo de
estado. En Campo de Mayo ya hubo exposición de instrumentos
de tortura. Ahora es más sutil: exponen un Ford Falcon, el
símbolo del desaparecido. En ellos se los llevaban las patotas
hacia la desaparición y muerte. Las autoridades tienen que
sancionar al responsable de esta exhibición. No hay posibilidad
de soportar más agravios por parte de estos delincuentes que
están sueltos por las leyes de la impunidad.
Hebe de Bonafini, Asociación
Madres de Plaza de Mayo:
El peor museo es que los represores estén vivos
y sueltos, con Cavallo a la cabeza matando de hambre al pueblo. El
de Ciudadela, en cambio, es un museo muerto, al que van sólo
ellos. Además, ellos tienen más museos que los que se
ven. Son amantes de los museos porque les encantan los muertos. A
nosotros, al contrario, no nos gustan. Pero el peor museo es la realidad
que nos obligan a ver todos los días. Ver a la gente con hambre
y a los hijos de De la Rúa y de diputados y senadores gastando
su plata. Ruckauf, que firmó el aniquilamiento de nuestros
hijos, también está suelto. |
Otra de
Olivera
Por
Victoria Ginzberg
Participaron en el Operativo
Independencia y en allanamientos y secuestros durante la dictadura
y exigen por ello un reconocimiento público. Pretenden una
pensión similar a la que recibieron los ex combatientes de
Malvinas. En 1975 y 1976 eran conscriptos del Regimiento de Infantería
de Montaña (RIM) 22 de San Juan y hoy, para lograr su objetivo,
están en contacto con uno de sus antiguos jefes, el represor
Jorge Olivera, quien ya intentó obtener una gratificación
material por su participación en la represión ilegal:
antes de ser detenido en Italia impulsó una indemnización
para los hijos de los muertos por la subversión.
Un grupo de cien conscriptos de las clases 53, 54 y 55 se reunieron
el domingo pasado en el RIM 22 de San Juan donde funcionó
un centro clandestino de detención para celebrar
los 25 años desde que dejaron el Ejército. El Diario
de Cuyo, informó que entre locro y música de Sandro
los ex soldados, miembros de una Agrupación de Ex-Combatientes
Sanjuaninos del Operativo Independencia, rememoraron viejas
épocas y anunciaron su pretensión de ser reivindicados.
Segundo Herrera es uno de los dirigentes de la recién formada
agrupación que nuclea a los ex soldados. Combatió
en el monte tucumano, donde se comenzaron a usar con el aval del
decreto que ordenaba aniquilar la subversión
los métodos que se generalizarían luego del golpe
de Estado del 24 de marzo de 1976. Tanto en Tucumán como
en San Juan, Herrera participó en allanamientos ilegales
pero no entró a las casas: era apuntador de ametralladora
y por eso le tocaba esperaba afuera.
¿Por qué piden una indemnización?, preguntó
Página/12 al ex combatiente.
Creemos que hemos participado en una guerra, que algunos la
tildan de diferente manera. Pero hemos arriesgado la vida, hemos
defendido la patria y creemos que es necesario un reconocimiento.
Si viene también ayuda económica, bienvenida sea.
¿A quién se le ocurrió la idea?
Los iniciadores son unos muchachos amigos nuestros que vienen
pensando esto desde hace un tiempo.
¿Su agrupación incluye a oficiales del Ejército?
No, sólo a soldados. Nos juntamos el domingo en el
Regimiento para almorzar y tuvimos muy buena acogida.
¿Están asesorados por abogados?
Hemos conversado con un estudio de abogados de la provincia.
¿Están en contacto con Olivera?
Hablamos con gente de confianza de él en la provincia.
¿No cree que pedir un reconocimiento por haber participado
del Operativo Independencia y de la represión es al menos
polémico?
No soy yo el indicado para responder eso. Nosotros estuvimos
allí en forma involuntaria. Estuvimos metidos en una supuesta
guerra sucia obligados y arriesgamos la vida.
Pero ustedes pueden elegir reivindicarlo o avergonzarse. Usted
dice que defendieron a la Patria.
Me jugué la vida. No puedo avergonzarme de eso.
Margarita Camus estuvo detenida un día en el RIM 22 y luego
fue trasladada al penal de Chimbas. Vemos este pedido con
mucha preocupación porque es la primera vez que en el país
se produce este tipo de reivindicación por quienes fueron
obligados a participar de la represión. Esto forma parte
de la escalada de reivindicación de la lucha contra
la subversión que vivimos desde el año pasado
y que responde a la política de (el jefe del Ejército
Ricardo) Brinzoni. Es preocupante que la reunión de estas
personas haya sido en el Regimiento, porque implica un aval oficial,
porque por lo que sabemos aún no se alquila para fiestas
públicas. Seguramente detrás de esto está Olivera,
afirmó Camus,representante en San Juan de la Asamblea Permanente
por los Derechos Humanos.
El mayor de Infantería del Ejército y abogado Olivera
se hizo famoso cuando fue arrestado en agosto del año pasado
en Italia a pedido del juez francés Roger Le Loire. Olivera,
que llegó a ser jefe de Inteligencia en el RIM 22, se convirtió
en el primer militar argentino detenido en el extranjero porque
había participado del secuestro de la joven francoargentina
Marie Anne Erize en octubre de 1976. Pero antes del arresto, del
que zafó presentando documentos falsos, Olivera y su socio
Jorge Appiani que actualmente defienden a Guillermo Pajarito
Suárez Mason y al apropiador de Claudia Poblete, Ceferino
Landa, y antes defendieron a Julio Simón, @el turco Julián@
habían iniciado una fuerte ofensiva para obtener una indemnización
económica para los muertos en la lucha antisubversiva,
algo similar a lo que ahora quieren hacer sus ex subordinados bajo
su asesoría.
El diario de Cuyo publicó la semana pasada que los diputados
provinciales Jorge Daniel Turón, del partido Desarrollo y
Justicia y el justicialista Francisco Alcoba estarían dispuestos
a hacerse eco del reclamo de los soldados. Ambos impulsaron una
ley que otorgó una pensión especial a los ex combatientes
de Malvinas de San Juan. Ese proyecto se fundamentaba en la constitución
provincial que permite rendir honores o reconocer méritos
de ciudadanos que se hayan destacado. Turón consideró
factible analizar las razones de los soldados del Operativo Independencia
y hacer un proyecto para modificar la ley y agregar como beneficiarios
a los conscriptos que participaron de la represión ilegal.
Consultado por Página/12 Alcoba aseguró que no está
apoyando la iniciativa de los ex subordinados de Olivera, aunque
está dispuesto a hablar con ellos. Pero no creo que
haya que reconocerlos si se comprueba que participaron de la represión,
creo que habría que pensar más en sancionarlos,
afirmó a este diario. En el ejecutivo provincial rechazaron
las pretensiones del grupo de soldados de las clases 53, 54 y 55.
El jefe de asesores del gobernador Alfredo Avelín, aseguró
que la guerra de Malvinas no es equiparable a la llamada lucha
contra la subversión y que, de cualquier manera, para
beneficiar a los conscriptos debería haber una ley nacional
como marco, cosa que no existe en este caso y sí en el de
los ex combatientes de Malvinas.
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