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HABLA EL MILITAR FRANCES PAUL AUSSARESSES
“No se puede vencer sin torturas y ejecuciones”

Francia, autotitulada como el
país de los derechos humanos, está estremecida por un libro donde el general Paul Aussaresses relata y justifica la guerra sucia en Argelia, muy parecida a la argentina. Aquí Aussaresses dice qué quiso hacer.

El general Paul Aussaresses con
una foto de sus años en Argelia,
en su casa de París.

Por Joaquín Prieto*
Desde París

El general Paul Aussaresses, ex responsable de los servicios especiales de Francia en Argel en los años ‘50, relata a este diario por qué encabezó un escuadrón de la muerte que torturó y mató a centenares de independentistas en Argelia. “Me llaman asesino, sí pero yo sólo cumplí mi deber con Francia –aseguró la semana pasada en su domicilio de París– No se puede vencer al enemigo sin recurrir a la tortura y a las ejecuciones. Lo hacemos para obtener información, para remontar la cadena que permita descubrir a la organización”, asegura el general, contra el que el gobierno francés ordenó sanciones. Aussaresses relata cómo, al caer el sol, “comenzaba la pelea”. “Mi equipo salía cada noche y volvía con unos cuantos detenidos. Era yo quien decidía a quiénes había que interrogar.” Esta confesión de uno de los héroes de la resistencia frente a los nazis ha reabierto uno de los capítulos más terribles de la reciente historia de Francia.
“Lo que yo pretendo es ayudar a restablecer la reputación de los ejércitos franceses”, afirma el militar, que a sus 82 años ha publicado un testimonio demoledor sobre el tipo de guerra sucia llevado a cabo por los franceses en Argelia. Desde hace más de un año se acumulan los indicios periodísticos y las investigaciones históricas sobre este tema, pero el libro Servicios especiales. Argelia 1955-1957 ha resultado un mazazo para el país defensor de los derechos humanos, al que el general Aussaresses ha enfrentado a la tremenda dificultad de leer su propia historia. El presidente Jacques Chirac ha departido en estos días con el ministro de Defensa para decidir una respuesta, en forma de sanciones –probablemente simbólicas–, contra quien reconoce y explica torturas y crímenes cometidos en nombre de la patria.
–En una aglomeración urbana que en 1957 contaba con casi un millón de habitantes se libró lo que la historia conoce con el nombre de “La batalla de Argel”. Usted se convirtió en el responsable de los servicios especiales montados por el general Massu, la máxima autoridad en aquella zona. ¿Cómo se vio implicado en esa función?
–Massu había venido a visitar Philippeville, un puerto donde yo estuve destinado desde 1955. El Frente de Liberación Nacional (FLN) intentó ocupar la ciudad un día de agosto, pero la red de informaciones que yo había tendido me permitió anticiparme al ataque, que terminó con la muerte de 134 guerrilleros, frente a sólo dos franceses muertos. Massu quedó impresionado. A finales de 1956 necesitaba a alguien capaz de descubrir a los miembros del FLN que vivían mezclados con la población en la capital y que cometían atentados constantes. Nada más llegar a Argel, el general Massu me dijo que acababa de recibir la visita de los “pied noirs” más influyentes, dispuestos a sustituir a las fuerzas del orden si continuaban mostrándose incapaces de hacer frente a la situación. Querían comenzar con una acción espectacular en la alcanzaba, enviando un convoy de camiones de combustible para verterlo allí y prenderlo fuego. En el libro cuento que además estábamos amenazados por una huelga insurreccional prevista para el 28 de enero, día en que el FLN intentaba provocar un debate sobre la cuestión argelina en la ONU. Massu me dijo que la determinación de los “pied noirs” obligaba a actuar con la mayor firmeza y me encargó romper la huelga. Decretó el toque de queda y los paracaidistas tiraron contra todo lo que se movía. Millares de sospechosos fueron detenidos en una sola noche, la del 15 al 16 de enero de 1957. Dos días antes de la huelga, unas bombas en tres cafés mataron a cuatro mujeres y hubo 37 heridos. El día de la huelga, los paracaidistas fueron a buscar a sus domicilios a todos los que no se habían presentado al trabajo y los condujeron sin contemplaciones, para garantizar que no habría paralización de servicios públicos. Yo supervisaba estas operaciones cuando me dijeron que los muelles estaban en huelga. Corrí al campo de detenidos de Beni-Messus y me llevé a 200 hombres, que descargaron los barcos a toda prisa. La huelga insurreccional fue un fracaso.
–¿Cómo se desarrollaron las siguientes operaciones?
–A la puesta del sol comenzaba la pelea. Mi equipo salía cada noche y volvía con unos cuantos detenidos, y los regimientos me informaban durante la noche de los arrestos que hubieran hecho. En principio era yo el que decía a quiénes había que interrogar inmediatamente y cuáles podían ser conducidos a los campos porque no tenían mayor importancia.
–Las ejecuciones sumarias eran muy frecuentes. ¿Quién conocía lo que estaba ocurriendo?
–Cada noche yo relataba los acontecimientos por escrito con tres copias, una para el ministro residente, Robert Lacôste (la más alta autoridad de Francia en Argelia), otra para el general Salan (entonces comandante en jefe de la región militar) y la tercera para mis archivos. Yo reflejaba ahí el número de detenciones de cada unidad, el número de sospechosos muertos en el curso de las detenciones y el número de ejecuciones sumarias practicadas.
–¿Tiene usted evidencias de que los gobiernos franceses de la época, y entre sus ministros François Mitterrand, estaban de acuerdo con estos métodos?
–El gobierno francés, en Consejo de Ministros, decidió detener la ofensiva terrorista en la aglomeración urbana de Argel. Y así se lo hizo saber al comisario de Francia en Argelia, Robert Lacôste. El general Massu recibió órdenes de parar el terrorismo por los-medios-que-fuera. Massu me llamó a su Estado Mayor y, como había quedado impresionado por mi actuación en Philippeville, me encargó la tarea de descubrir a los rebeldes. Esta fue la misión que yo cumplí.
–¿Por qué cuenta usted todo esto? ¿Qué es lo que le mueve a publicar sus testimonios de torturas y asesinatos?
–(Abre los brazos, parece afectado por la pregunta, pero contesta.) En 1999 vino a Francia el presidente argelino, Abdelaziz Buteflika. Quería discutir con el presidente francés, Jacques Chirac, el perdón de la deuda argelina. Gracias a los acuerdos posteriores a la independencia, el gobierno argelino envía a Francia a muchos enfermos y éstos no pagan nada, todo corre a cargo del Tesoro francés. Buteflika vino a negociar el perdón de la deuda acumulada. La izquierda francesa apoyaba esa operación, ¿comprende usted?, habían montado una movilización para estudiar la tortura. Yo fui llamado por el Servicio Histórico del Ejército francés. Me pidieron que les ayudara a defender la reputación del Ejército. Los historiadores izquierdistas trataban de reunir elementos para convencer a Chirac de que perdonase la deuda. Descubrieron a una argelina, que declaró al diario Le Monde que había sido torturada y violada por un oficial francés en presencia del general Massu y del general Bigeard (se refiere a Louisette Ighilahriz, detenida y torturada en 1957, cuando tenía 20 años, y a quien salvó de la muerte un médico militar francés). La acusación no tenía fundamento: Bigeard en esa época estaba en Madagascar, pero los periodistas preguntaron a los dos generales por esos hechos y no dijeron las mismas cosas... Amigos de la Unión Nacional de Paracaidistas me animaron a escribir un libro sobre mi vida y prometieron que me buscarían un buen editor...
–¿El resultado es el libro que usted acaba de publicar?
–No, era mucho más grande. El director de la editorial Plon me explicó que le había parecido apasionante, pero, como la polémica del momento era la revisión histórica de la guerra de Argelia, pensaba que era mejor centrar un primer libro en ese período. Yo dicté el libro que acaba de aparecer –es mentira que lo haya escrito otro– y he firmado un contrato para escribir el segundo.
–En España, por ejemplo, tanto civiles como militares implicados en operaciones secretas contra la ETA niegan siempre su participación. ¿Por qué ha elegido usted el camino contrario?
–Es complicado explicárselo. Yo he buscado la dignidad de mis amigos...
–En definitiva, ¿usted reivindica la imposibilidad de combatir el terrorismo sin usar estos métodos?
–Sí, es cierto. No se puede vencer al enemigo sin recurrir a la tortura y a las ejecuciones sumarias. Le cuento lo que yo he vivido: hay un atentado en el que mueren mujeres y niños, y nosotros detenemos al que ha puesto la bomba. ¿Lo torturamos y lo matamos por venganza? ¡No, por Dios! Lo hacemos para obtener información, para remontar la cadena que nos permita descubrir a la organización. La acción terrorista implica a mucha gente: una bomba la pone un hombre, pero otros la han transportado, han señalado los objetivos, la han fabricado... Llegamos a identificar a 19 terroristas que habían participado en un solo atentado. ¿Qué hay que hacercon el detenido? ¿Nada? ¡Entonces, los otros 18 seguirán poniendo bombas y matando a inocentes!
–¿Y no cree que un país democrático debe combatir el terrorismo sin recurrir a la tortura?
–Eso es posible sólo si se dispone de mucho tiempo. Pero la presión es terrible. Recuerde las bombas en el metro de París. Imagine que la organización logra proseguir su ola de atentados: ¿qué diría entonces la gente? Atacarían al presidente, al primer ministro, al ministro del Interior; les preguntarían qué es lo que hacen para evitar que les corten las piernas, que les dejen ciegos o les quiten la vida. Si hubiera en París una oleada de atentados como la que hubo en Argel, la población francesa no estaría nada feliz. Si hubiera mucho tiempo, se podría hacer de otro modo; pero, cuando la organización terrorista está ahí y sigue presionando, hay que explotar inmediatamente la información que se consiga sacar al detenido; no queda otro camino para ahorrar vidas y sufrimientos.
–¿Cómo ha afectado a su familia que lo llamen asesino?
–Me llaman asesino, sí, cuando yo sólo cumplí con mi deber para Francia. Mi mujer me ha dicho que no me va a abandonar.
–¿Estaba ella informada de la vida que había llevado usted?
–No muy bien informada, no. No lo sabía todo. Ahora me dice: “¿Pero cómo has podido hacer todo eso?”.

* De El País de Madrid, especial para Página/12

 

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