Por Joaquín
Prieto*
Desde
París
El general Paul Aussaresses,
ex responsable de los servicios especiales de Francia en Argel en los
años 50, relata a este diario por qué encabezó
un escuadrón de la muerte que torturó y mató a centenares
de independentistas en Argelia. Me llaman asesino, sí pero
yo sólo cumplí mi deber con Francia aseguró
la semana pasada en su domicilio de París No se puede vencer
al enemigo sin recurrir a la tortura y a las ejecuciones. Lo hacemos para
obtener información, para remontar la cadena que permita descubrir
a la organización, asegura el general, contra el que el gobierno
francés ordenó sanciones. Aussaresses relata cómo,
al caer el sol, comenzaba la pelea. Mi equipo salía
cada noche y volvía con unos cuantos detenidos. Era yo quien decidía
a quiénes había que interrogar. Esta confesión
de uno de los héroes de la resistencia frente a los nazis ha reabierto
uno de los capítulos más terribles de la reciente historia
de Francia.
Lo que yo pretendo es ayudar a restablecer la reputación
de los ejércitos franceses, afirma el militar, que a sus
82 años ha publicado un testimonio demoledor sobre el tipo de guerra
sucia llevado a cabo por los franceses en Argelia. Desde hace más
de un año se acumulan los indicios periodísticos y las investigaciones
históricas sobre este tema, pero el libro Servicios especiales.
Argelia 1955-1957 ha resultado un mazazo para el país defensor
de los derechos humanos, al que el general Aussaresses ha enfrentado a
la tremenda dificultad de leer su propia historia. El presidente Jacques
Chirac ha departido en estos días con el ministro de Defensa para
decidir una respuesta, en forma de sanciones probablemente simbólicas,
contra quien reconoce y explica torturas y crímenes cometidos en
nombre de la patria.
En una aglomeración urbana que en 1957 contaba con casi un
millón de habitantes se libró lo que la historia conoce
con el nombre de La batalla de Argel. Usted se convirtió
en el responsable de los servicios especiales montados por el general
Massu, la máxima autoridad en aquella zona. ¿Cómo
se vio implicado en esa función?
Massu había venido a visitar Philippeville, un puerto donde
yo estuve destinado desde 1955. El Frente de Liberación Nacional
(FLN) intentó ocupar la ciudad un día de agosto, pero la
red de informaciones que yo había tendido me permitió anticiparme
al ataque, que terminó con la muerte de 134 guerrilleros, frente
a sólo dos franceses muertos. Massu quedó impresionado.
A finales de 1956 necesitaba a alguien capaz de descubrir a los miembros
del FLN que vivían mezclados con la población en la capital
y que cometían atentados constantes. Nada más llegar a Argel,
el general Massu me dijo que acababa de recibir la visita de los pied
noirs más influyentes, dispuestos a sustituir a las fuerzas
del orden si continuaban mostrándose incapaces de hacer frente
a la situación. Querían comenzar con una acción espectacular
en la alcanzaba, enviando un convoy de camiones de combustible para verterlo
allí y prenderlo fuego. En el libro cuento que además estábamos
amenazados por una huelga insurreccional prevista para el 28 de enero,
día en que el FLN intentaba provocar un debate sobre la cuestión
argelina en la ONU. Massu me dijo que la determinación de los pied
noirs obligaba a actuar con la mayor firmeza y me encargó
romper la huelga. Decretó el toque de queda y los paracaidistas
tiraron contra todo lo que se movía. Millares de sospechosos fueron
detenidos en una sola noche, la del 15 al 16 de enero de 1957. Dos días
antes de la huelga, unas bombas en tres cafés mataron a cuatro
mujeres y hubo 37 heridos. El día de la huelga, los paracaidistas
fueron a buscar a sus domicilios a todos los que no se habían presentado
al trabajo y los condujeron sin contemplaciones, para garantizar que no
habría paralización de servicios públicos. Yo supervisaba
estas operaciones cuando me dijeron que los muelles estaban en huelga.
Corrí al campo de detenidos de Beni-Messus y me llevé a
200 hombres, que descargaron los barcos a toda prisa. La huelga insurreccional
fue un fracaso.
¿Cómo se desarrollaron las siguientes operaciones?
A la puesta del sol comenzaba la pelea. Mi equipo salía cada
noche y volvía con unos cuantos detenidos, y los regimientos me
informaban durante la noche de los arrestos que hubieran hecho. En principio
era yo el que decía a quiénes había que interrogar
inmediatamente y cuáles podían ser conducidos a los campos
porque no tenían mayor importancia.
Las ejecuciones sumarias eran muy frecuentes. ¿Quién
conocía lo que estaba ocurriendo?
Cada noche yo relataba los acontecimientos por escrito con tres
copias, una para el ministro residente, Robert Lacôste (la más
alta autoridad de Francia en Argelia), otra para el general Salan (entonces
comandante en jefe de la región militar) y la tercera para mis
archivos. Yo reflejaba ahí el número de detenciones de cada
unidad, el número de sospechosos muertos en el curso de las detenciones
y el número de ejecuciones sumarias practicadas.
¿Tiene usted evidencias de que los gobiernos franceses de
la época, y entre sus ministros François Mitterrand, estaban
de acuerdo con estos métodos?
El gobierno francés, en Consejo de Ministros, decidió
detener la ofensiva terrorista en la aglomeración urbana de Argel.
Y así se lo hizo saber al comisario de Francia en Argelia, Robert
Lacôste. El general Massu recibió órdenes de parar
el terrorismo por los-medios-que-fuera. Massu me llamó a su Estado
Mayor y, como había quedado impresionado por mi actuación
en Philippeville, me encargó la tarea de descubrir a los rebeldes.
Esta fue la misión que yo cumplí.
¿Por qué cuenta usted todo esto? ¿Qué
es lo que le mueve a publicar sus testimonios de torturas y asesinatos?
(Abre los brazos, parece afectado por la pregunta, pero contesta.)
En 1999 vino a Francia el presidente argelino, Abdelaziz Buteflika. Quería
discutir con el presidente francés, Jacques Chirac, el perdón
de la deuda argelina. Gracias a los acuerdos posteriores a la independencia,
el gobierno argelino envía a Francia a muchos enfermos y éstos
no pagan nada, todo corre a cargo del Tesoro francés. Buteflika
vino a negociar el perdón de la deuda acumulada. La izquierda francesa
apoyaba esa operación, ¿comprende usted?, habían
montado una movilización para estudiar la tortura. Yo fui llamado
por el Servicio Histórico del Ejército francés. Me
pidieron que les ayudara a defender la reputación del Ejército.
Los historiadores izquierdistas trataban de reunir elementos para convencer
a Chirac de que perdonase la deuda. Descubrieron a una argelina, que declaró
al diario Le Monde que había sido torturada y violada por un oficial
francés en presencia del general Massu y del general Bigeard (se
refiere a Louisette Ighilahriz, detenida y torturada en 1957, cuando tenía
20 años, y a quien salvó de la muerte un médico militar
francés). La acusación no tenía fundamento: Bigeard
en esa época estaba en Madagascar, pero los periodistas preguntaron
a los dos generales por esos hechos y no dijeron las mismas cosas... Amigos
de la Unión Nacional de Paracaidistas me animaron a escribir un
libro sobre mi vida y prometieron que me buscarían un buen editor...
¿El resultado es el libro que usted acaba de publicar?
No, era mucho más grande. El director de la editorial Plon
me explicó que le había parecido apasionante, pero, como
la polémica del momento era la revisión histórica
de la guerra de Argelia, pensaba que era mejor centrar un primer libro
en ese período. Yo dicté el libro que acaba de aparecer
es mentira que lo haya escrito otro y he firmado un contrato
para escribir el segundo.
En España, por ejemplo, tanto civiles como militares implicados
en operaciones secretas contra la ETA niegan siempre su participación.
¿Por qué ha elegido usted el camino contrario?
Es complicado explicárselo. Yo he buscado la dignidad de
mis amigos...
En definitiva, ¿usted reivindica la imposibilidad de combatir
el terrorismo sin usar estos métodos?
Sí, es cierto. No se puede vencer al enemigo sin recurrir
a la tortura y a las ejecuciones sumarias. Le cuento lo que yo he vivido:
hay un atentado en el que mueren mujeres y niños, y nosotros detenemos
al que ha puesto la bomba. ¿Lo torturamos y lo matamos por venganza?
¡No, por Dios! Lo hacemos para obtener información, para
remontar la cadena que nos permita descubrir a la organización.
La acción terrorista implica a mucha gente: una bomba la pone un
hombre, pero otros la han transportado, han señalado los objetivos,
la han fabricado... Llegamos a identificar a 19 terroristas que habían
participado en un solo atentado. ¿Qué hay que hacercon el
detenido? ¿Nada? ¡Entonces, los otros 18 seguirán
poniendo bombas y matando a inocentes!
¿Y no cree que un país democrático debe combatir
el terrorismo sin recurrir a la tortura?
Eso es posible sólo si se dispone de mucho tiempo. Pero la
presión es terrible. Recuerde las bombas en el metro de París.
Imagine que la organización logra proseguir su ola de atentados:
¿qué diría entonces la gente? Atacarían al
presidente, al primer ministro, al ministro del Interior; les preguntarían
qué es lo que hacen para evitar que les corten las piernas, que
les dejen ciegos o les quiten la vida. Si hubiera en París una
oleada de atentados como la que hubo en Argel, la población francesa
no estaría nada feliz. Si hubiera mucho tiempo, se podría
hacer de otro modo; pero, cuando la organización terrorista está
ahí y sigue presionando, hay que explotar inmediatamente la información
que se consiga sacar al detenido; no queda otro camino para ahorrar vidas
y sufrimientos.
¿Cómo ha afectado a su familia que lo llamen asesino?
Me llaman asesino, sí, cuando yo sólo cumplí
con mi deber para Francia. Mi mujer me ha dicho que no me va a abandonar.
¿Estaba ella informada de la vida que había llevado
usted?
No muy bien informada, no. No lo sabía todo. Ahora me dice:
¿Pero cómo has podido hacer todo eso?.
* De El País de Madrid, especial para Página/12
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