Por Carlos Noriega
Desde Lima
A dos semanas de la segunda
vuelta electoral entre el economista Alejandro Toledo (55) y el ex presidente
Alan García (51), ninguno de los dos parece capaz de ampliar significativamente
su base de apoyo atrayendo a aquellos electores que no los respaldaron
en la primera vuelta. Hay una preocupante sensación de rechazo
a ambos personajes. La derecha derrotada en la primera vuelta y los remanentes
del fujimorismo y del montesinismo buscan medrar en la indecisión
y descontento de un importante sector del electorado y alientan, en algunos
casos abiertamente y en otros solapadamente, ese voto en blanco. Unos
esperan ganar con el voto en blanco lo que no pudieron obtener en respaldo
a sus candidatos en la primera vuelta, y los otros desprestigiar la transición
democrática y debilitar lo más posible al próximo
gobierno.
Según la Constitución peruana, el único efecto práctico
del voto en blanco se daría en caso de llegue al 66 por ciento,
situación en la cual se anularían las elecciones y todo
comenzaría de nuevo. Pero hasta los más entusiastas promotores
del voto en blanco coinciden en que alcanzar esa cifra es imposible. Según
una encuestas de Datum, un 31 por ciento de los electores no piensa votar
ni por Toledo ni por García. Históricamente, el voto en
blanco ha fluctuado entre el 10 y el 15 por ciento.
En opinión de Carlos Reyna, investigador del Centro de Estudios
y Promoción del Desarrollo (DESCO), el crecimiento del voto en
blanco se explica por diversas razones: Los elementos cuestionables
en la imagen de ambos candidatos; la abstención política
de los líderes de la derecha, que pretende especular con el voto
en blanco, el que alientan porque no tiene una propuesta programática
y por una amargura por el fracaso que tuvieron en la primera vuelta.
El analista político Santiago Pedraglio coincide con el análisis:
El voto en blanco se nutre de varias vertientes, que van desde un
descontento y escepticismo radical, hasta el voto de derecha y fujimorista.
Juan Abugatás, director de investigación electoral de la
Universidad de Lima, cree que Toledo y García han contribuido al
crecimiento del voto en blanco porque no han desarrollado una campaña
destinada a captar al electorado que votó por Lourdes Flores (24
por ciento) y por Fernando Olivera (10 por ciento) y porque se han dedicado
más a la guerra sucia que a la presentación de sus programas.
Los tres coinciden en que electoralmente García es el más
perjudicado con el incremento del voto en blanco. El voto en blanco
le permite a Toledo mantener la ventaja que tiene, señala
Abugatás. Reyna afirma que en ese déficit de imagen de ambos
candidatos, García lleva la peor parte: En el caso de García
el cuestionamiento es más notorio debido a su trayectoria pública
muy criticable y a una gestión de gobierno fracasada. En el caso
de Toledo, los cuestionamientos son por las ambigüedades en su discurso
y por aspectos poco claros de su vida personal. ¿Qué
deberían hacer Toledo y García para captar a su favor el
voto blanco? Lo que tendría García es ponerse a disposición
de la justicia en los temas que tiene pendientes en materia de corrupción
y violaciones a los derechos humanos y no hacer uso abusivo de la figura
de la prescripción de los cargos en su contra (algo que el ex presidente
ha descartado tajantemente). En el caso de Toledo, debería trabajar
mejor sus propuestas y precisarlas más, tendría que darle
mayor protagonismo a su equipo de gobierno, porque por ese lado tiene
un activo, y tendría que dejar de adular tanto a los empresarios
y a los gringos, responde Reyna. En opinión de Abugatás,
ambos candidatos deberán ingresar en una campaña más
propositiva, más madura, de mayor convocatoria. Si no hacen eso,
el voto en blanco será muy alto. En la misma línea,
Pedraglio señala que Toledo y García deberán
presentar fórmulas de coalición para ganar parte de ese
voto en blanco.
El principal temor con el crecimiento del voto en blanco es la posibilidad
de un debilitamiento de la transición democrática. Sin embargo,
Carlos Reyna cree que el efecto del voto en blanco puede ser positivo,
porque va a ser una luz ámbar para quien salga elegido y eso puede
fortalecer la democracia.
OPINION
Por Pablo Rodríguez
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El Perú anarquista
Los experimentos de gobiernos anarquistas nunca tuvieron demasiado
éxito en la historia, salvo algún caso aislado y efímero
durante la Guerra Civil española. No podría sino sorprender
que, en una democracia formal a la occidental y no en un período
revolucionario y en un tiempo histórico no demasiado
proclive a cambios sociales explosivos, Perú se haya lanzado
justamente a una experiencia anarquista.
Faltando escasos 15 días para la segunda vuelta de las elecciones
presidenciales peruanas, Nadie está peleando
el primer puesto con el candidato que derrotó al tirano Fujimori,
Alejandro Toledo. Según la última encuesta conocida,
Toledo obtiene el 35 por ciento, los votos nulos o en blanco el
32 y el ex presidente Alan García el 20. Nadie nos
representa, votemos a nadie, es el grito del pueblo peruano.
Es cierto que el proceso está animado por el periodista Jaime
Bayly y el ex asesor de Toledo, Alvaro Vargas Llosa (hijo del ilustre
Mario), que están proponiendo el voto en blanco como forma
de castigar a los dos candidatos. Pero la tendencia a votar en blanco
se perfiló mucho antes de que estos ideólogos
se pusieran a hacer campaña por principios tan dudosos como
la custodia de la integridad moral de un candidato (Toledo).
Es cierto, también, que habrá innumerables recursos
para evitar el agujero negro de la anomia: encuestas que digan que
el voto en blanco baja, debates entre candidatos como
el de ayer que los haga aparecer como dos visiones contrapuestas
de país sobre las que hay que optar y, sobre todo en estos
tiempos, multitud de analistas que predecirán catástrofes
sobre la economía peruana en caso del triunfo de Nadie:
que el riesgo país, que el humor de los mercados, que el
alejamiento de las inversiones y acercamiento del fin del Perú.
Seguramente esos recursos funcionarán, pero sus bases son
falaces. Veamos, por ejemplo, la económica. En realidad,
lo que pasaría si ganara Nadie es que los inversores,
al ver que ninguna entidad estatal plantea oposición alguna
a sus designios (en todo caso, esa oposición no es ideológica
ni burocrática, sino que simplemente hace falta largar unos
billetes más para que la inversión siga su curso),
correrán a poner sus fondos en un país que asume gozosamente
su condición de paria del capitalismo. En cambio, si ganan
Toledo o García, con un alto porcentaje de votos en blanco,
serán gobernantes ilegítimos. Y esa, no otra, es la
fuente de la sacrosanta inestabilidad.
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