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OPINION

Falta una cuenta

Por Eduardo Aliverti

El Presidente está desapareciendo de todos los medios de comunicación.
Por un lado es insólito. Pero, por otro, ratifica el porqué del estado de ánimo general en torno de Fernando de la Rúa. Es decir: que no existe, en cualesquiera de las variantes ofrecidas por esa frase que el argentino medio incorporó a su argot. Que no manda, que no domina, que no controla. Que está pintado.
Es cierto que el jefe de Estado no tiene liderazgo partidario ni institucional. También, que su imagen es mucho más parecida a la de un abuelo de la nobleza que a un conductor político, y también que su falta de carisma y de capacidad de convicción son hasta exasperantes. Pero no es nada de todo eso lo que consolida a la Argentina en un rumbo de exclusión social, de negocios espectaculares para un puñado de corporaciones y de angustia para un número ya incalculable de gente que se quiere ir de este suelo. Hay para eso una ingeniería ilegítima pero lícita (en forma de leyes, de decretos, de resoluciones, de proyectos), para cuyo impulso o firma no se requiere ser un actor de Hollywood ni parecerse más a un conductor político que a un abuelo de la nobleza. Lo que cuenta en el abatimiento popular es la injusticia social que De la Rúa garantiza desde su puesto en un esquema presidencialista: no si lo hace en medio de papelones con Tinelli o dejando de figurar en la prensa. Tampoco Menem necesitó dejar de confundir al Chaco con Formosa y a Yupanqui con Machado para rematar el país.
Casualidad o no, esta imagen del Presidente se suma a la instalación mediática sobre lo imprescindible de ajustar la política. Recortar bancas, achicar parlamentos, reducir dietas. No está mal. ¿Quién podría oponerse al hachazo que requiere tanto ñoqui, tanto vago, tanto inútil? Sin embargo, es curioso que nadie hable de ajustar la economía del puñado de megagrupos empresarios que disponen de los argentinos casi a su antojo. No se escucha, por ejemplo, que hay que ajustar a transnacionales que levantan 500 dólares por minuto. Caerle a lo que sale un diputado o un senador, bien que no injusto, es gratis. Agarrársela, en cambio, con tarifas de servicios públicos privatizados que son de las más altas del mundo es carísimo. Sacar la cuenta de lo que les cuesta tener un Congreso a salteños, riojanos o cordobeses no cuesta nada. Lo que sale el porcentaje de dividendos que los grupos giran a sus casas matrices, por el contrario... La mesa de dinero que parece que funcionaba en el Congreso de la Nación, con fondos públicos, aparentemente tiene nombre. Está muy bien. Pero nunca tienen nombre “los mercados”.
Ellos y la mayoría del periodismo se dedican a calcular y criticar lo que sale la política. Muy cara, desde ya. Pero está regalada en comparación con lo que cuestan los dueños del país. Que no son precisamente los legisladores formoseños ni los concejales de General Acha.


 

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