Hace una
semana, dos formaciones políticas centroderechistas despreciadas
por sus pares nacionales o europeos fueron premiadas por sus votantes
con las mejores elecciones de su historia. El Partido Nacionalista
Vasco (PNV) y Forza Italia ganaron en relación directa a
las injurias inferidas desde Madrid y desde las restantes capitales
europeas. Ahora enfrentan, paralelamente, un problema que a la vez
comparten con sus opositores: cómo reorganizarse. El PNV
tiene tiempo. Convocó al diálogo a los partidos en
general y los nacionales en especial. Y probablemente busque defender,
como querrán los nuevos votantes radicales que ganaron en
estas elecciones, el ideario soberanista del pacto de Lizarra. Entretanto,
los partidos popular y socialista ven caída por la derrota
su alianza nacional-constitucionalista, y ya se aprontan a comportarse
como buenos enemigos de cara a las próximas elecciones españolas.
El éxito del magnate italiano de los medios Silvio Berlusconi
le dio amplia mayoría en Diputados y Senado para formar gobierno.
Las dudas de il Cavaliere sobre cómo integrar su gobierno,
y el desgarramiento entre compromisos que preferiría olvidar
y grandes nombres que le gustaría incluir, tienen su correlato
en la derrotada izquierda. La coalición El Olivo se debilitó
por la división entre el líder de la campaña,
Francesco Rutelli, y el del principal partido que la compone, Massimo
DAlema, a lo que se sumó el aguijón que fue
la izquierda de la izquierda, los disidentes de Fausto Bertinotti.
La coalición de derecha la Casa de las Libertades, en cambio,
quedó prisionera del éxito de su principal partido,
Forza Italia de Berlusconi, que ganó más votos que
todos sus aliados juntos. Los demás integrantes de la coalición,
como los post-fascistas de Alianza Nacional y los ex separatistas
de la Liga del Norte, reclaman a los gritos una visibilidad de la
que puede depender su supervivencia. Il Cavaliere se retiró
el fin de semana a Cerdeña para intentar responder con sus
asesores la pregunta: ¿cómo contentar a todos? En
su coalición existen recelos sobre el xenófobo Umberto
Bossi, en especial con vistas a la presidencia belga de la Unión
Europea en el segundo semestre y después de que el canciller
de ese país, Louis Michel, haya evocado sanciones contra
Italia si la Liga entra en el gobierno. Pero, así como el
PNV ya enjugó las acusaciones de Madrid de ser en suma cómplice
de ETA, el gobierno italiano de derecha ya avanza hacia una plena
legitimidad europea. Es posible que la voluntad de fortalecerla
recomiende a Berlusconi astucia en sus designaciones.
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