Por
Javier Aguirre
No
fue sólo música, a pesar de que el rock and roll austero
y homogéneo de La Renga pareciera estar en el centro de la escena.
La potencia y la simpleza de las canciones y la actitud de
la banda y sus seguidores, que es rabiosa, rebelde y que tiene iguales
proporciones de furia y alegría, constituyen un todo indivisible.
Y en este caso no fue sólo música, además, porque
la escenografía fue generosa y efectiva, además de muy ilustrativa
en cuanto al perfil apocalíptico que la banda había
anunciado para este concierto: enormes murales con imágenes urbanas
siniestras, tres sets distintos de bailarines (muertos vivos, momias torvas
y hadas doradas) y dos pantallas gigantes de muy buena definición
que fusionaban la transmisión del concierto con clips alusivos,
llenos de demoliciones, derrumbes, explosiones, incendios, volcanes, relámpagos,
águilas, leones y autopistas. Y esta puesta en escena, junto al
interesado aporte del público gritos de guerra, aguante,
banderas, baile e infinitas bengalas, convirtió a este primer
show rockero de estadios de una banda argentina en el 2001 en un espectáculo
visual impresionante.
En el repertorio, de 32 canciones, la banda incluyó temas de su
propia prehistoria, como Un tiempo fuera de casa y Oportunidad
oportuna; además de una extensa serie de hits que fueron
apareciendo con más frecuencia en la segunda mitad del show. Hagamos
una fiesta como otras que hicimos sugirió Chizzo, mientras
Tete corría el escenario como si el piso quemara y Tanque ofrecía
un vehemente solo de batería. Y la gente hizo la fiesta, con entusiasmo
e identificación futbolera, coreando los versos iniciales de Cuándo
vendrán (Es que la muerte está tan segura de
vencer/ que nos da toda una vida de ventaja).
Las otras emociones, las específicamente musicales, llegaron con
la distinción de Ricardo Mollo al servicio de En pie,
el remanso blusero de 2 + 2, la luz de las estrellas arriba,
encendedores abajo de El cielo del desengaño, la festividad
de El circo romano, el heavy-metal-mariachi de Xiloxpsibe
mejicano, la vuelta a las fuentes del Hey hey, my my de Neil
Young, en el maldito rock de El rebelde y muy especialmente
en la belleza arrabalera de Voy a bailar a la nave del olvido
y La balada del diablo y la muerte, verdaderos íconos
de la lírica de La Renga. Es que más allá de la actitud
furiosa y el linaje de heavy y rock and roll que hacen al grupo, posiblemente
sea en las letras de Chizzo sencillas y tangibles, pero siempre
pendientes de lo infinito y lo trágico donde se esconda el
secreto de esta banda de barrio que ya alcanzó el punto más
alto de popularidad para una banda de rock argentina, siendo sólo
superada por Los Redonditos de Ricota.
De este concierto de La Renga, que fue grabado y filmado para ver la luz
como disco doble en vivo y aparecer en formato DVD, se podrían
extraer además un par de conclusiones. La primera es que la banda
regresó al nivel contundente de sus presentaciones en vivo, luego
de que sus anteriores mega-conciertos (en Ferro, el año pasado)
resultaran accidentados. Y la segunda es que, a pesar de tener el IVA
al cuello y poniéndole el pecho al contexto económico del
país que no debe ser ajeno a las 30.000 personas de entre
15 y 25 años que pagaron su entrada el sábado, La
Renga consiguió subir la apuesta por sobre lo estrictamente musical,
con un objetivo escénico más amplio y ambicioso. Sabiendo,
además, que no siempre el que arriesga, gana.
Bueno, al menos esta vez, La Renga ganó por goleada.
|