LA TOMA DE LA PASTILLA. NorLevo, se llama por ahora. Y en
junio va a llamarse también Postinor. La pastilla mágica
o, como le dicen por aquí La píldora del día
siguiente. Si tuviste uno de esos fines de semana salvaje, muchacha,
y algo salió mal y mejor no correr riesgos, entonces, hasta setenta
y dos horas después de haber realizado el acto más viejo
del mundo, te tomás la pastilla y se acabó la posibilidad
de traer al mundo eso que John Lennon definió con precisa ironía
como un hijo de auto de viernes por la noche. La pastilla
son dos pastillas y si se toman doce horas después del asunto
su eficacia es del 95 por ciento, juran. Tomar primero una y doce horas
después otra. Y listo. Cuesta unas 3.000 pesetas (algo así
como 18 dólares), se vende bajo receta pero en teoría
varios centros de planificación españoles de algunos ayuntamientos
tienen proyectado distribuirla gratis, ya que consideran abusivo el precio.
Otros, ni locos. Gratis, nada. Si se portaron mal, que la compren. No
es tan fácil conseguirla aún y algunos farmacéuticos
llegan a asegurar que se trata de una leyenda urbana, que no existe. Otros
no piensan venderla. Porque no. Los siempre alegres muchachos de la Iglesia
ya han pedido la condena eterna con furia inquisitorial. Han pedido a
los médicos que aleguen objeción de conciencia y que
no la receten. Aseguran, invocando a los fuegos del infierno, que
se trata de un abortivo y no de un anticonceptivo. Lo que no es verdad:
la acción de NorLevo pasa por impedir que el espermatozoide fecunde
al óvulo y, además, ahora que lo pienso: ¿la Iglesia
no estaba también en contra de los métodos anticonceptivos?
AUTOPSIAS. Nunca tuve auto. Nunca hubo auto en mi familia. No sé manejar (probablemente ya nunca aprenda, los intentos, pocos, fueron un tanto infructuosos) y soy un pésimo copiloto. No me interesan los autos, no sé distinguir las marcas, no entiendo nada de mecánica y entonces alguien puede decirme qué cuernos es lo que hago en el XXI Salón de Barcelona, fiesta magna automovilística. Buena pregunta. Digamos que se trata de un acontecimiento y que no está nunca mal ser testigo de un acontecimiento no más sea para tener tema para escribir una contratapa. El lugar como era de esperarse está lleno de autos y de gente a la que le gustan los autos. Le gustan mucho. Los miran todavía más que a las chicas que reparten folletos sobre automóviles y da la impresión de que, puestos a elegir, preferirían acelerar a fondo un Seat modelo León Cupra R con tracción delantera y motor turbo de 210 CV vedette del Salón antes que subirse a esa más que respetable versión ibérica de Cindy Crawford también con tracción delantera y motor turbo y enfundada en un catsuit escarlata. Hay una perceptible histeria religiosa en el ambiente. Los visitantes sacan fotos, filman, sudan su lujuria lubricante. Juro que he visto a un hombre llorar y a otro gritarle a su mujer e hijo como si ellos tuvieran la culpa de que él no tuviera ese Ford Street KA, que la verdad que está fuerte. El auto se sabe es un símbolo de status. Dime qué auto tienes y te dire cómo manejaste tu vida. Cambiar el auto, ascender en la pirámide automovilística, supongo, equivale a demostrar que uno todavía corre rápido, que las cosas se mueven que nunca vamos a conocer el significado del crash. Eso le pasa a los otros. Siempre. En España, un país donde cada vez hay más muertes en accidentes de tránsito. FRENAR. NorLevo es un buen nombre para auto, pienso, y me acuerdo de esas canciones de Springsteen con autos y chicas y de ese calipso anticonceptivo de Les Luthiers. Me acuerdo de esa inmortal escena de Elgraduado en la que Ben (Dustin Hoffman) le pregunta a Mrs. Robinson (Anne Bancroft) en qué modelo de auto fue concebida un viernes por la noche su hija Elaine (Katherine Ross). Un Ford, responde a regañadientes Mrs. Robinson. Ben se ríe mucho. No existía NorLevo en los tiempos de Mrs. Robinson. Tuvo que casarse, la pobre. En la película, Ben tiene un autito lindo. Descapotable. Lo usa a toda velocidad para abortar una boda. Al final Ben y Elaine se escapan en ómnibus. No da la impresión de que vayan a ser muy felices, pero tienen derecho a intentarlo. Al fondo, adentro de la iglesia, un sacerdote grita algo, grita algo que no se oye, grita lo mismo de siempre.
|