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OPINION

El volcán de al lado

Por James Neilson

Desde hace décadas se habla con más esperanza que temor de aquella jornada portentosa, que siempre está a punto de llegar, en que el orden injusto que se ha erigido en la Argentina caiga aplastado por la justa ira de la gente para ser reemplazado por... bien, es de suponer que por el mismo orden un tanto más pobre y mucho más autoritario que el anterior. Es que a su modo el “estallido social” –o “eclosión social”, como dicen los horticultores– es la versión criolla del paro general revolucionario de los viejos socialistas europeos. Conscientes de vivir al lado de un volcán que ha estado echando humo durante años y que según los especialistas está volviéndose cada vez más peligroso, los “dirigentes” se han acostumbrado a prever que un buen día decidirá hacer erupción, pero lejos de sentirse personalmente alarmados por esta perspectiva, muchos hablan como si a su juicio sólo les aguardara una reivindicación llamativamente contundente de sus propias tesis favoritas.
Equivocada o no, la izquierda europea de antes sí tenía una idea muy clara de lo que se proponía hacer: el gran paro que los obsesionaba fue concebido como el prólogo de algo muchísimo mejor y sus jefes estaban preparados para actuar. En cambio, el “estallido” que fascina a tantos políticos criollos sería el epílogo emocionante de un cuento que se acerca a su fin seguido por algunas páginas en blanco porque los que apuestan a él no han manifestado mucho interés por lo que sobrevendría después. Puede que a muchos les encantaría el espectáculo y que haya otros, entre ellos el gobernador Carlos Ruckauf, que estiman que les sería dado sacar pingües réditos de algunas jornadas de anarquía justiciera, pero quienes las protagonizarían no recibirían nada en absoluto porque para entonces no habría demasiado para repartir y las calamidades argentinas no conmueven al Primer Mundo tanto como los dramas infinitamente más truculentos de Africa, el Medio Oriente, partes de Asia y los Balcanes.
Aunque abundan los que insisten en que el país tendrá que rehacerse muy pronto porque la situación actual es tan explosiva que es insostenible, pocos creen en sus propias palabras. Luego de pronunciar discursos escalofriantes, los políticos y sindicalistas que sueñan con un “estallido” vuelven a sus casas donde se dedican a pulir los exabruptos siguientes. A ninguno se le ha ocurrido pensar en qué hacer en el caso de que sus vaticinios resultaran ser proféticos, quizás porque ya no quieren nada más que una oportunidad para regodearse de lo que en su opinión sería la derrota moral de sus enemigos, adversarios o rivales.


 

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