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El Bolsón quiere cerrar las puertas al inmigrante

Un proyecto del intendente Sergio Wisky prohíbe que se muden quienes no tengan trabajo asegurado. Dice
que si crece más la población el Estado se queda sin posibilidad de respuesta.

El intendente de El Bolsón elaboró el polémico proyecto.
Admite que “es duro”, pero asegura que no tienen salidas.

Por Cristian Alarcón

En el pueblo más encantador del cordón cordillerano proyectan cerrar las fronteras tan tajantemente como en los países europeos más renuentes a los inmigrantes. El Bolsón, con sus 22 mil habitantes, ahorcado por el crecimiento de la pobreza, se prepara desde ayer para la sanción de un proyecto de ordenanza redactado por el intendente Sergio Wisky, en el que se prohíbe el ingreso y la mudanza a todos aquellos que no posean trabajo asegurado por cinco años, vivienda y dinero para alimentarse y pagar los servicios básicos. Esto es, casi nadie podrá instalarse en el lugar ubicado en el valle más hermoso de la zona cordillerana, paraíso hippie de los setenta. “Si la cantidad de habitantes sigue creciendo de esta manera, el empobrecimiento será de un siete por ciento anual y no tenemos con qué hacerle frente, estamos en el límite absoluto de la capacidad del Estado para dar respuestas”, le dijo a Página/12 en una entrevista el creador de la norma, que contaría con mayoría absoluta para ser aprobada. “Suena duro –reconoció–, pero es la realidad”.
El texto de la ordenanza propuesta por el intendente contempla no sólo restricciones para quienes quieran afincarse en el pueblo, sino también para los inversores de allende la cordillera. Así, la norma se propone “regular el ingreso de emprendimientos cuyos titulares o las firmas no son locales o no tiene más de 5 años de residencia real efectiva”. La extrema debilidad de la economía regional, y el alto impacto ambiental que está padeciendo la zona justifican para los concejales radicales de El Bolsón, y para el único del Movimiento Popular Patagónico (MPP), la fijación de un impuesto adicional para aquellos que pretendan hacer nuevas inversiones en el comercio o los servicios que lleguen a competir por el mismo mercado, ya flaco para los emprendimientos locales. La nueva norma los obligará a pagar lo correspondiente a 20 años de tasas de seguridad e higiene, según en el rubro en que se atrevan a competir. Por ejemplo, si se quiere instalar un kiosco, son 12 pesos mensuales, o sea casi tres mil pesos en total. Si es un supermercado, son mil por mes, o sea 240 mil para entrar.
El argumento central de Wisky son los números del aumento demográfico del lugar y el crecimiento proporcional de la pobreza: cada año un diez por ciento, y en la última década un ciento por ciento. Esto es: en 1981 eran 5300 habitantes; en el 91, 12600, y ahora 22 mil. Esto significa que el crecimiento demográfico es de un diez por ciento anual, y de un ciento por ciento cada diez años. El promedio del crecimiento en el país es de un 1,6 por ciento. Paralelamente, siempre según los datos que aporta la municipalidad de El Bolsón, la pobreza trepó hasta el 30 por ciento de personas con Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), de acuerdo a las cifras del censo de 1991; con la particularidad de que la mayoría tienen carencias en más de un índice, salud, vivienda, o ingresos. “Del análisis de estas cifras se desprende que de continuar así el empobrecimiento aumentaría en un siete por ciento anual, cuando ya vivimos una crisis severa en lo social y en lo ecológico y cuando las estimaciones de desempleo llegan a entre un 30 y un 40 por ciento, según la época del año”, asegura Wisky.
–Aun así la norma no deja de tener un sesgo segregacionista –le planteó Página/12.
–Es como cuando alguien de la villa saca el loto y gana cien mil pesos con los que compra un departamento en Recoleta. Si después no tiene plata para pagar las expensas se tiene que ir. Esto es así en todos lados.
–No le entiendo la comparación.
–Me refiero a que la gente puede pensar en verano que este lugar es maravilloso, porque lo es, pero se instala en la costa del río, con seguras posibilidades de inundarse, y después viene el invierno, el frío, la falta total de empleo, y con ello el padecimiento de la pobreza. Pasan a engrosar la lista de pobres y estamos incapacitados para dar respuesta a la demanda social, ya casi todos los recursos públicos se destinan algasto social, y aún así no alcanza. Podría ser más hipócrita y promover una norma para que sólo se acepte la construcción de viviendas residenciales, pero la verdad es esta.
–¿Y qué hacen con los pobres que ya viven en el pueblo?
–Estamos haciendo un proceso de regularización de tierras de ocupantes precarios o ilegales. En algunos casos el municipio se las da sin costo. Pero tenemos conflictos. De los siete mil hogares, sólo 2500 están conectados a la red cloacal, el resto está contaminando el valle, cerrado en una cuenca, algo peligroso para el ambiente, cuando además como pueblo hemos decidido orientarnos al turismo. Estamos seguros de que no hay alternativa, que es necesario protegernos para no seguir empobreciéndonos.

 


 

PROTESTA DE GREENPEACE CONTRA LA CONTAMINACION
Encadenados al incinerador

Vestidos enteramente de amarillo y con barbijos cubriéndose la boca y la nariz, seis activistas de Greenpeace se encadenaron ayer al portón de la empresa Trieco, bloquearon su entrada con seis bolsas llenas con una tonelada de arena y colgaron un cartel en el que se leía: “Incineradores: fábricas de cáncer”. Trieco es una de las plantas de incineración de residuos más grandes del país y está a la vera del arroyo Sarandí, en Dock Sud. Ese fue el lugar elegido para la protesta precisamente porque los incineradores son las principales fuentes de dioxinas, unas sustancias altamente tóxicas y cancerígenas, tal como las calificó la Organización Mundial de la Salud.
Vilma Almirón es una vecina de la planta, vive justo al otro lado del arroyo, donde se llega cruzando un maltrecho puente que une las dos orillas, allí donde se apiñan un puñado de casillas que forman un humilde barrio. La mujer hace 8 años que vive en Dock Sud, y contó a Página/12 que a veces se le hace imposible respirar por “el olor ácido que hay y por el humo constante”. Por la mañana, lo que sale de la chimenea es humo blanco, pero Greenpeace asegura que por la noche y durante los días feriados, el humo se torna negro y hasta salen algunas llamaradas de la enorme chimenea que corona la planta. Y eso es lo que se ve en las fotos que la organización exhibe como prueba. Verónica Odriozola, coordinadora de la campaña de tóxicos, explicó que esto implica que “las condiciones de combustión son totalmente descontroladas, lo que favorece la emisión de dioxinas”.
Vilma asiente con la cabeza: “Se ve que por la noche queman algo que durante el día no”, describe, y agrega: “La ropa que cuelgo para secar y queda toda la noche al aire libre, a la mañana siguiente aparece llena de hollín”. Vilma tiene una hija, Florencia, de 8 años, y asegura que “está continuamente resfriada”.
Greenpeace detalló en un informe que las dioxinas “son productos no intencionales de procesos industriales y de combustión. Son muy difíciles de degradar y se acumulan en los cuerpos de los organismos. Provocan malformaciones congénitas, daños sobre el sistema inmunológico y reproductor y la más tóxica de sus consecuencias es que han sido calificadas por la OMS como cancerígeno humano cierto”.
La intención de los ambientalistas es exigir al gobierno argentino un programa de cierre de los incineradores de residuos, “por ser responsables de la emisión de dioxinas que supera en 120 veces la cantidad máxima tolerable de ingesta humana diaria”. La extensión de la contaminación por dioxinas en el planeta y su capacidad de almacenarse en los tejidos grasos ha provocado que estos tóxicos ya estén presentes en los cuerpos de seres humanos de prácticamente todo el mundo. Odriozola agregó que estas sustancias “se encuentran dentro del grupo de los doce contaminantes orgánicos persistentes que los países del mundo han decidido eliminar, a través de un convenio que se está discutiendo en estos días en Estocolmo”.
Mientras se desarrollaba la protesta y tres efectivos de la policía Federal contemplaban la escena a unos 50 metros, un hombre de Trieco elegantemente vestido –que dijo llamarse “Meyer” y ser el “director”–se acercó a la puerta e invitó a los manifestantes a ver los análisis que posee la empresa. Odriozola se negó porque, explicó, “las dioxinas no se pueden medir. “Meyer” aseguró que la planta cumple con todos los reglamentos vigentes ambientales, pero no pudo explicar sobre los tambores llenos de cenizas que tienen en un galpón en Avellaneda, algo que Odriozola le enrostró en plena discusión.
Producción: Hernán Fluk

 

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