Por Luis Bruschtein
Unos chiquitos con flores pintadas
en las mejillas y los ojos abiertos por la sorpresa de la ciudad llevaban
un cartel que decía No se cuiden de nosotros, traten de cuidarnos.
La Marcha por la Vida, de los Chicos del Pueblo, llegó ayer a la
Capital tras partir el 7 de mayo desde La Quiaca y atravesar medio país.
Detrás de cada chico en la calle hay un padre sin trabajo,
decía otro cartel. Comúnmente les dicen chicos de
la calle, pero los organizadores de la marcha, el cura Carlos Cajade
y el sociólogo Alberto Morlachetti subrayan que la calle
no es padre ni madre de nadie y se cuidan de usar ese término.
El Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo que coordina Cajade reúne
a hogares que cobijan a casi 35 mil chicos de todo el país. El
Movimiento adhirió a la CTA que dirige Víctor De Gennaro
porque entendimos que es poco lo que podemos hacer por los chicos
si no hacemos también algo por los padres afirma Cajade.
Los ojos grandes y abiertos tras el cartel que pide No se cuiden
de nosotros eran parte de los 500 chicos que participaron en la
marcha. Al frente hay un trencito de la casa Pelota de trapo
donde viajan los más chiquitos. Por las ventanillas lanzan pompas
de jabón. El cartel de la casa de La Madre tres veces admirable,
que pide que no se cuiden de nosotros...advierte por una guerra
en la que serán parte, apenas lleguen a la adolescencia, una guerra
que involucra a toda la sociedad, en la que esos chicos, por las circunstancias
en que nacieron, podrán tener poca expectativa de vida.
Los chicos llegaron ayer desde La Quiaca, tras pasar la noche en Tigre,
donde fueron visitados por el ministro Juan Pablo Cafiero. Desde Congreso
comenzaron a caminar hacia Plaza de Mayo con chalecos amarillos, entre
el redoble de bombos y tambores, con las caritas pintadas, algunos haciendo
flamear banderas multicolores o con pancartas de los hogares: Tierra
Nueva, de General Pico, Humahuaca Presente, La
casita de General Rodríguez, Changuitos o Casa
de los Niños de Avellaneda. Se empujaban y jugaban rodeando
a sus maestras, otros con carteles con sus derechos. Chicos rubios, otros
achinados y otros con el pelo crespo. Adolescentes y grupos de la Juventud
de la CTA formaban un cordón que los rodeaba, los llevaban sobre
los hombros o en brazos.
Marchamos porque se desocupa a los padres leen desde una camioneta
con altoparlantes, envilece los salarios, victimiza a nuestros ancianos,
hambrea a nuestros maestros y condena a nuestra infancia a habitar las
calles de la miseria. Marchamos porque ser niño pobre tiene nombre
su destino: prostitución, droga, cárcel o ser asesinado
en cualquier esquina de la pobreza.
La caravana avanza por Avenida de Mayo, una señora conmovida, con
lágrimas en los ojos, pregunta si puede marchar con ellos y una
maestra la acepta. Un hombre de campera y maletín, de aspecto humilde,
que mira a los chicos en una esquina, cruza la marcha, le da un paquete
de garrapiñadas a uno de los chicos y sigue caminando sin detenerse,
por pudor. Desde las oficinas arrojan papel picado y la gente aplaude.
Nadie quiere esta guerra. Marchemos porque es posible soñar
otro tiempo, el tiempo del trabajo, de los salarios dignos, donde ser
jubilado sea una bendición, y ser niño un privilegio. Estamos
en el tiempo exacto para diseñar la tierra y el cielo que queremos,
dicen desde la camioneta.
En la 9 de Julio se incorporan cien hijos de piqueteros y alumnos de escuelas
con guardapolvos. Todos se funden con una gran bandera argentina, que
esta vez deja de ser adorno y cumple su función. La caravana ya
es manifestación. Además de Cajade y Morlachetti, avanzan
De Gennaro, Víctor Mendivil, Marta Maffei y Hugo Yaski, de la CTA,
Judiciales y Ctera, Adolfo Pérez Esquivel, Juan Carlos Dante Gullo,
Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, el rabino Daniel Goldman
y el pastor Jorge De Luca.
Los chicos que vinieron desde La Quiaca ocuparon el palco en Plaza de
Mayo, donde saludaron Claudio Morgado y Pablo Marcovski, de Pulgas
en el7, cantaron María Rosa Yorio e Ignacio Copani y un coro
infantil interpretó el Himno Nacional. Goldman y Cajade bendijeron
el pan que se repartió entre la multitud. Morlachetti recordó
que un jefe de policía había propuesto alambrar los barrios
humildes y propuso que en vez de eso, alambren los bancos y las
financieras y se acaba el delito. Cuando empezamos a marchar
agregó no fue tanto por atravesar la geografía
nacional, sino para atravesar la conciencia nacional y que los niños
del país sean la prioridad. A su vez Cajade pidió
perdón porque iba a hablar como cura. No entiendo dijo
a los que en este país amontonan el pan cuando hay tantas boquitas
que piden pan. No se puede amar a Dios y al dinero y advirtió:
¡Ojo! que arriba no hay arreglo, no hay Banelco que valga.
Al finalizar la gente cantó la canción de los chicos del
pueblo que compuso Piero y los chicos repitieron la consigna con que hicieron
toda la marcha: Yo voy a marchar, desde La Quiaca a la Capital,
contagiándole a la gente la alegría de luchar.
INVESTIGAN
SI MATARON A UNA MUJER Y SU HIJO
¿Un ataque xenófobo a bordo del tren?
Por C. A.
Si no fuera por el testigo
sería alguien que simplemente se cayó del tren, remarca
el fiscal Andrés Devoto, de Lomas de Zamora. Pero hay un testigo
directo, y la mujer, según el hombre declaró ante la Justicia,
no resbaló del vagón en movimiento con su hijo en brazos:
fue empujada por alguien después de haber sido insultada al grito
de ¡boliviana de mierda!. El posible asesinato xenófobo
ocurrió el 10 de enero, pasadas las nueve de la mañana.
Ella viajaba con su bebé de diez meses, y cargada de bolsos. Al
avanzar por el pasillo, según consta en la causa judicial, rozó
con sus paquetes el brazo de un pasajero, que le gritó ante un
vagón repleto. Algunos la defendieron. Luego, cuando estaba frente
a las puertas, antes de llegar a Avellaneda, cayó con el tren andando.
Fue entonces cuando el testigo escuchó que un hombre le reprochaba
a su compañero: ¿Qué hiciste? La empujaste,
hijo de puta.
No era el único que estaba alrededor de Marcelina Meneses, de 31
años, y de su hijo Alejandro Torres. El testigo asegura que la
rodeaba un grupo de operarios que vestían igual, que la habían
agredido diciéndole boliviana de mierda, no mirás
cuando caminás!. Esos hombres también la habrían
insultado. Cerca, había un vigilador de la empresa Transporte Metropolitano
de Trenes, que escuchó el tumulto. ¡Otra vez los bolivianos
haciendo quilombo! ¡Yo me voy a la mierda!, dijo el uniformado
según el testigo.
Marcelina llevaba su hijo al médico, al hospital Finochietto. Sus
cuerpos quedaron tirados al costado de las vías hasta pasadas las
doce. La mayoría de los pasajeros bajaron en la estación
Avellaneda. Lo que detiene por ahora la investigación en la causa
caratulada aún averiguación causales muerte
es que sólo uno de ellos declaró lo que vio ese día.
Lo encontraron, su esposo, Froilán Torres y su cuñada, Reyna,
que pasaron buena parte del verano recorriendo los vagones con volantes
en los que pedían que los testigos hablasen.
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