Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
A ver, a ver: ¿cuál
es la noticia? Un cantautor norteamericano de nombre Bob Dylan cumple
sesenta años. El mismo cantautor norteamericano que el año
pasado cumplió 59 años y el año que viene si
todo sigue en orden cumplirá 61. No es una gran noticia.
No pasó nada. Mucho más importante sería anunciar
que Dylan tiene disco nuevo o que le han dado un merecido Nobel de literatura,
por ejemplo. O por favor, no, Bobby que en uno de esos bruscos
giros de personalidad a los que acostumbra al mundo anuncie que se une
a los talibanes y que a partir de ahora consagrará su carrera a
dinamitar Budas. Pero no. Bob Dylan cumple 60 años. Es lo que hay
y es lo que funciona a la hora de las siempre útiles y conmemorables
efemérides de números redondos.
Dylan, está claro, festeja o no festeja su cumpleaños. Cuesta
imaginarlo dándole demasiada importancia al asunto del mismo modo
que se lo vio un tanto irritado tiempo atrás cuando la Sony Columbia
le organizó macroconcierto multiestelar con mega estrellas al que
acudió obligado, cantó sin ganas un par de canciones y vuelta
a casa home suite home a otra escala de su tour interminable
que cualquier día de estos puede acercártelo sin que lo
esperaras. Dylan cumple 60 años y, ay, la cantidad de diarios que
hoy titularán con Forever Young por siempre joven como
esa canción que compuso para uno de sus hijos a mediados de los
70 cuando ya empezaba a sentirse viejo y cansado por tanta leyenda sobre
sus poco anchas espaldas.
Dylan cumple 60 años y en lugar de entonar sentidas odas a su supuesto
eterno vigor, es posible celebrar el hecho de que Dylan lejos esté
de parecer por siempre joven. Todo lo contrario. Hace poco, aceptó
un Oscar con el rostro blanco y castigado de un actor kabuki kamikaze.
Un rostro que dice más que mil canciones y que cuenta una historia.
Lo interesante de Dylan es que probablemente sea el único integrante
de su generación -la generación que apuntaló las
vigas maestras del rock sobre el fértil terreno que le habían
dejado los nombres ancestrales del asunto que ha envejecido con
todas las de la ley. Es decir: mientras Mick Jagger, Paul McCartney y
Pete Townshend se ven obligados como zombies de su propio destino
a seguir revisitando nostálgicos el pasado de su catálogo
para justificar el precio de una entrada en vivo, Dylan, lejos de negar
el tiempo transcurrido, lo afirma y lo reconoce. Lo importante no es que
Dylan cumpla 60 años. Lo importantes es que a Dylan se le noten
en cuerpo, alma y obra todos y cada uno de esos 60 años.
UNO En 1997, Dylan hizo volvió a hacer algo
auténticamente revolucionario. Luego de encerrarse en su granja
de Minnesota, ser aislado por una bestial nevada que lo obligó
a escribir canciones nuevas para matar el rato, volver a la ciudad para
casi morirse de una infección cardíaca y decir que casi
fui a ver a Elvis, sacó un disco titulado Time Out of Mind.
El que ese disco lo devolviera a los primeros puestos de ventas, recuperara
la admiración de críticos que analizan cada gesto del artista
como si se trataran de profecías bíblicas, le ganara el
respeto de toda una nueva generación de músicos y varios
de los más importantes premios de la industria, fue importante
fue buena nueva pero no fue lo verdaderamente trascendente.
Lo revolucionario fue que Time Out of Mind, su última grabación
hasta la fecha a la que puede agregársele la canción Things
Have Changed que compuso para una película a modo de coda, fue
el primer disco de rock geriátrico de la historia. Canciones sobre
la vejez cantadas por un viejo que lejos estaba de sentirse por siempre
joven. Allí, en once formidables tracks, Dylan empezaba cantando
que estaba asqueado del amor, admitía que no está
oscuro todavía, pero falta poco ycerraba el asunto con diecisiete
minutos donde narraba la lenta caminata de un tipo normal él
al que no le pasaba nada demasiado importante salvo el hecho de seguir
caminando.
Time Out of Mind que fue la viga maestra de una estructura que había
empezado a construir durante los 90 a partir de la grabación
de dos excelentes álbumes de temas tradicionales reescritos: Good
As Ive Been to You y World Gone Wrong fue grabado por Dylan
para poner las cosas en su lugar, para que no hubiera confusiones. Una
manera de decir: de acuerdo, soy grande; pero también estoy grande.
DOS Los 60 años de Dylan han traído, es inevitable,
varios nuevos libros sobre Dylan. Biografías cada vez más
exhaustivas que, yendo de lo obsesivo a lo demencial, procuran contarlo
todo de quien todo lo ha contado en sus canciones de una manera u otra.
Está claro que Dylan ha sido el artista que mayor energía
a dedicado a su propia demitificación pero también el que
menos consiguió algún resultado en ese sentido. A Dylan
se le puede adjudicar cualquier significado. Funciona para cualquier situación
de la vida. Dylan como el Tarot o el I-Ching está diseñado
para funcionar con la eficacia de un todo terreno. Dylan, como las aspirinas,
sirve para todo, y los libros sobre su persona siempre son prisioneros,
de un modo u otro, de semejante receta. Hay libros donde se recopilan
historias de seres anónimos dejan de serlo un poco por el simple
hecho de cruzarse con Dylan en una calle del village neoyorquino. Hay
libros donde un académico de prestigio lee a Dylan como si se tratara
de los rollos del Mar Muerto. El fan mira y lee libros de Dylan, esa es
su principal utilidad, mientras espera el momento de volver a ver a Dylan
en vivo y en directo.
Ayer estuve hojeando uno de esos libros de y sobre Dylan en una librería
de Barcelona. Un libro de fotos. Se llama Early Dylan y recopila retratos
del artista durante su fértil época anfetamínica
y visionaria entre los años 1965 y 1967. Ahí está
Dylan como seguramente ya se opta y se optará por recordarlo
a la hora de las síntesis y los resúmenes de lo publicado
y vivido: el trajecito ajustado, el pelo electrificado, la camisa a go-gó,
los anteojos oscuros. Tan moderno y al mismo tiempo atemporal que da miedo.
En varias de esas fotos, un Dylan de veinticinco años aparece rodeado
por niños que lo miran con esa regocijada extrañeza que
suelen tener los niños. Esos niños ingleses las fotos
fueron tomadas por Barry Feinstein durante la tormentosa gira de Dylan
por el Reino Unido en 1966 tenían más o menos la edad
que yo tenía entonces y, seguro, les debe resultar un tanto extraño
verlas hoy, tanto tiempo después, siendo más viejos de lo
que Dylan era entonces. No es necesario haber aparecido en una vieja foto
moderna con Dylan para sentir esa extrañeza. De hecho, ni siquiera
hace falta haber oído a Dylan aunque, de ser así,
por qué no empezar ahora mismo para comprender que por la
figura de pasa el tiempo igual que como pasa para todos. Ese mismo tiempo
que alguna vez estaba cambiando, que cambió y que hizo que Dylan
y nosotros cambiáramos con él.
TRES De acuerdo, sesenta años son muchos años. Y
en el caso de Dylan, son muchos Dylans. En seis décadas de vida
Dylan fue el mitómano heredero folkie de Woody Guthrie; el encendido
cantante de protesta; el traidor al movimiento por el simple hecho de
comprarse una guitarra eléctrica; el mesías lisérgico
que aceptaba el caos de un sonido mercurial y salvaje y componía
Like a Rolling Stone y Visions of Johanna; el recluso sobreviviente a
un accidente de moto; el plácido marido country; el divorciado
en la carretera; el entertainer que transforma sus clásicos en
números para big-band estilo Las Vegas; el fanatizado profeta bíblico
convertido al más furioso de los cristianismos; el chiflado que
sabotea sus propios discos dejando afuera sus mejores temas; el que no
le importa nada; el Travelling Wilbury; el que sorprende con un disco
llamado OhMercy; el que vuelve a irse; el que casi se muere; el que retorna
del Más Allá más vivo y viejo que nunca con un disco
sobre la proximidad de la muerte titulado Time Out of Mind; el que gana
un Oscar; el que sigue de gira y no piensa dejar de seguir girando. Poco
cuesta imaginar a Dylan muriendo sobre el escenario o, por lo menos, en
el backstage. Hace meses alguien le comentó asombrado, en una entrevista
telefónica, su vigor y entusiasmo a la hora de seguir tocando casi
todas las noches en cualquier lugar del mundo. Dylan respondió:
No veo donde está lo asombroso. Voy a cumplir 60 años.
Es esto o mudarme a Miami a beber whisky frente al televisor. ¿Usted
que elegiría?.
Esto último es lo que hay que celebrar: la elección de Dylan,
la forma en que ha preferido soplar sus velitas en el viento.
Dylan por siempre viejo cumple 60 años.
Pero el regalo lo sigue enviando él y lo seguimos recibiendo nosotros.
Felicidades para todos.
Sus días en
Buenos Aires
Bob Dylan estuvo dos veces en Buenos Aires. En la primera oportunidad,
se presentó durante tres noches consecutivas en Obras (del
8 al 10 de agosto de 1991). Fiel a su leyenda, no mantuvo contacto
social alguno desde su llegada a Ezeiza. Y antes de cumplir su primer
show, descendió del remís que lo transportaba a la
altura de los bosques de Palermo y se dirigió por sus propios
medios hasta la puerta del estadio, sorprendiendo al público
que hacía cola para entrar a verlo... a él. En abril
de 1998 (4 y 5) ofició de acto de apertura para los últimos
dos shows de los Rolling Stones en el estadio de River (foto). Y
desde que bajó del avión, volvió a desconcertar
a la producción de sus recitales: una vez concluidos los
trámites de ingreso al país, cruzó el hall
del aeropuerto con una botella de vino en la mano y sólo
acompañado por un guardaespaldas, esperó un taxi como
cualquier recién llegado y se dirigió a su hotel.
En aquellos shows, además, protagonizó históricos
duetos con los mismísimos Stones interpretando su canción
Like a rolling stone. Fue inolvidable.
|
�La
fiebre de la linea blanca�
|
Keith Richards
¡El bueno de Bob! Es alguien muy grande, la clase de
tipo al que le lavaría los platos después de la cena.
Lástima que sea tan ansioso, que tenga la fiebre de la línea
blanca... La línea blanca de las carreteras. Está
siempre tocando. No creo que se acuerde ni de la dirección
de su casa.
León Gieco
Sin dudas Dylan fue y es un grande que le mostró el
camino a varias generaciones de músicos, especialmente cantantes
y en cuanto a mi vida personal, está en el primer lugar junto
a Pete Seeger y Bruce Springsteen. Ese estilo de tocar la guitarra,
cantar y colgarse la armónica y el sonido folk tan personal,
es muy suyo. Además, junto a Joan Baez, en los 60,
conformaban todo un movimiento de rebeldía joven de la época.
Celeste Carballo
Yo tenía nueve años cuando en Nueva York Dylan
grababa su primer single número uno. Una canción que
dura siete minutos en el Top Cuarenta, no te la cree nadie... Fue
en 1965, yo todavía estaba viviendo en el campo todos mis
sueños de Lejano Oeste, pero en el lejano Sur argentino,
y hacía canciones, pero eran instantáneas, como el
café, desaparecían de mi memoria en un minuto porque
ya venía la próxima, y así... Like a
rolling stone la hizo en una cabaña de Woodstock, él
dice que simplemente vino, empezando con ese riff de La Bamba.
¡Y más bien! Las mejores canciones simplemente vienen.
Paul McCartney
El período Woody Guthrie que atravesó Dylan
fue muy lindo; me gustaba mucho entonces. Pero después tuvo
una segunda ola de popularidad, cuando se volvió más
psicodélico y más asociado con las drogas, y en esa
época John en particular se prendió mucho de él
a causa de su poesía. Todas esas canciones eran grandiosas
en el aspecto de las letras. Masas de letras desordenadas como las
que John había escrito en sus libros. Así que los
galimatías de Dylan y su poesía desordenada resultaban
muy atractivos, tocaban una cuerda sensible de John, era como si
John sintiera: Ese debería haber sido yo.
|
OPINION
Por Andrés Calamaro
|
Napoleón Bob
and the Pope
Estoy en una cafetería, mientras Napoleón Bob canta
de espaldas al papa Juan Pablo II:
Napoleón Bob no tenía nada mejor que hacer y
está cantando con el Papadice alguien.
Lo hace por honor y por dinero, como Bruce Willis en Pulp
Fiction, que cobra por vender y cobra por ganar. ¡Y aún
así necesita soñar!
Palabras son recibidas con aprobación general por la concurrencia.
Bob no sigue la corriente... ¡Es la corriente! dice
otro y despierta aplausos.
No olvidemos que ya grabó tres discos cristianos, en
el vértice de las décadas 70 y 80. Y que en los años
60 había vuelto a Nashville con Johnny Cash... ¡Sin
dejar de ser amigo de los Grateful Dead! más aplausos.
¡Y de Ginsberg y de Lennon y de Ronnie Wood!
¡Cantó para Frank Sinatra, y ahora para el Papa!
risas y aplausos.
Mientras tanto, en Bologna, Napoleón Bob, con tuxedo puesto,
su mejor LesPaul y un elegante Stetson blanco, termina de cantar
(tres canciones) y sube, al trotecito, los escalones que lo separan
del Sumo.
¡No! ¿Besó el anillo? tensión
en la atmósfera.
¡Karol le está diciendo algo al oído!
murmullo coronario.
¡Al chico que hizo fumar el primer joint a los Beatles!
¡The Pope smokes!
Aprobación generalizada. Risas y aplausos.
¡Bob, the Pope!
Ovación.
|
OPINION
Por Bono
|
El hombre del Medioevo
Estuve pensando sobre Bob Dylan el otro día, tratando de
definir que es lo que hace que lo respete tanto, y lo que vino a
mi mente fue una línea del poeta Brendan Keneally del Libro
de Judas, una línea que fue usada en el libro de la gira
Zoo TV y que puede ser aplicada a toda la carrera de Bob Dylan.
La línea es: La mejor manera de honrar la edad es traicionala.
Esa es la esencia de Bob Dylan: no tan simple como colocarse en
el costado opuesto de lo que sea. Y no porque él sea un tipo
raro; los tipos raros se vuelven poco interesantes al final del
día y terminás sabiendo cuál es su posición.
Dylan fue, a su debido tiempo, el verdadero representante de lo
que debía ser considerado moderno y todavía lo es,
con un criterio único de modernidad. Porque, de hecho, Dylan
viene de un lejano tiempo, casi medieval. Así fue desde los
comienzos, cuando cantaba como un viejo trovador era una voz
de anciano en el cuerpo de un hombre joven. Por el resto de su vida,
él ha estado escarbando en cierto pasado que todos nosotros
olvidamos pero no tanto. Así es para mí.
|
|