Por Cristian Alarcón
¡Cuidaladrones!
le grita una mujer al comisario, que en persona monta guardia en
la puerta del chalet donde vive el chico de 17 años al que todo
el barrio señala como el asesino de Diego Mirasso, de 19.
¡Les vamos a quemar todo! amenaza una turba de 300 vecinos,
a puro insulto contra ladrones y policías, esta vez, todo en uno.
Son las tres y media de la tarde y el conflicto que explotó en
Melchor Romero después de la puñalada en el corazón
que terminó el miércoles a las 18 con la vida de Mirasso
está llegando al límite. Una lluvia de piedras y naranjazos
azota la casa de ladrillo a la vista y dos pisos, en la que vive la familia
a la que todos señalan como una banda de chorros y cuatreros.
Sin inmutarse, sumándose a la guardia de infantería protegida
por escudos y cascos, el comisario se para en la puerta y soporta la peligrosa
proximidad de los cascotes que le rozan la gorra. Los pibes del barrio
festejan su puntería con masivos abucheos. Después de una
larguísima saga de violencia, que nunca encontró respuesta
adecuada en la comisaría del barrio, los vecinos van del insulto
a los bonaerenses a la recurrente idea de hacer justicia por mano propia.
El crimen que desató la furia de los habitantes de Melchor Romero
fue, como tantos otros, anunciado. Al menos eso es lo que cada mujer y
cada hombre que cuenta su historia, quiere dejar claro. ¿Por
qué teníamos que esperar hasta que mataran a un inocente?!,
se pregunta, vociferando ante la cara de un policía, un hombre
que declara haberse cansado de presentar denuncias ante la comisaría
14, a cargo de Miguel Angel Chaile. ¡Porque teníamos
miedo, hermano! ¡Porque no teníamos como defendernos de estos
hijos de puta por culpa de ustedes que no hicieron un carajo!, se
responde, y arranca aplausos cerrados en la concurrencia, apaciguada un
poco tras la catarsis de los cascotazos. Es muy impresionante, pero si
el cronista quisiera anotar todas las historias, ordenar cada uno de los
testimonios, serían necesarios varias jornadas para terminar de
escucharlos a todos.
En principio vale la pena escuchar a Mario Redruello, un hombre de 50
años, tío de Diego Mirasso. Antes de ayer, después
de que por teléfono le anunciaron la muerte de su sobrino, el hombre
junto a un grupo de cinco personas recorrió el último camino
que hizo el chico. Y dice tener algunas conclusiones. Según los
testigos con los que habló, Diego salió poco antes de las
seis de la tarde de su casa, en una bicicleta, para acompañar a
su amigo Martín a tomar el micro. Cuando iban hacia la parada,
en la calle 519, se cruzaron con cinco pibes, uno de ellos el chico que
ayer al mediodía se entregó ante la justicia después
de pasar 20 horas prófugo.
¡Andá negro sucio a la puta que te parió! dice
que le gritó el supuesto homicida.
Diego no quiso contestarle y continuaron. Martín se subió
al micro. Diego regresó en bicicleta por la 519. Siempre según
los testigos citados por Redruello, en la esquina con 173, frente al escuela
en la que Diego cursaba el segundo año, el agresor se le cruzó
y no lo dejó avanzar. Le tenía bronca porque defendía
a una prima a la que este otro le decía de todo, desde que estaba
de novia con un pibe al que lo tenían marcado, dice. Los
vecinos, que habrían visto todo desde sus casas, le contaron al
tío del chico apuñalado que no lo dejó ni bajar
de la bici. Lo chuzó y el pibe cayó al piso,
después le dio un puntazo más en la espalda, le dijo
a Página/12. El supuesto asesino, famoso por sus andanzas que incluirían
robos, amenazas, y un intento de homicidio ocurrido hace 24 días,
escapó cuando de las casas comenzó a salir gente. Entonces
un primo mío lo agarró y lo recagó a trompadas y
le sacó la campera y el cuchillo, cuenta el tío. Ese
primo de Diego se lo pasó entonces a otro tío, que de los
pelos y la ropa lo llevó arrastrando, se supone que a la comisaría.
Pero el muchacho acusado tenía su banca. En la esquina de 524 y
167 salió al cruce un hombre con una escopeta calibre 20
o 16 mm, de doscaños. Largálo o te barro,
le dijo, apoyándole el arma en las costillas. Desde ese momento
y hasta ayer a las 15.30 el sospechoso estuvo prófugo. Se entregó,
acompañado por un abogado defensor pagado por sus padres, ante
el juez platense en lo criminal Claudio Bernard, a cargo del Tribunal
III de Menores. Ante él el muchacho dijo que actuó en defensa
propia cuando lo agredieron con un cuchillo y un rebenque. El, según
contó, sólo se habría limitado a responder la agresión
con un pequeño cuchillo que usa para ayudar a su padre en trabajos
rurales, ya que tienen algunas hectáreas en la zona. El defensor,
Roberto Montene, aseguró ayer que además cuenta con testigos.
Clara que nada de ello creen los 300 vecinos que ayer, enfurecidos por
el crimen, se convirtieron en una mezcla de piqueteros y pretendidos linchadores.
Sin organizaciones vecinales visibles, incendiaron gomas viejas en la
esquina del crimen, frente la Escuela 39. Después marcharon a cortar
el acceso a Melchor Romero, en 173 y 520, donde anoche todavía
había fuego. A lo largo de la tarde los manifestantes recopilaron
las historias de violencia que padecían del chico del cuchillo.
Las madres de los alumnos de la escuela de Diego contaron que el adolescente
había entrado con un cuchillo al colegio, y que también
lo hizo una vez montado en un caballo, en el que solía moverse.
Casi sin excepción pusieron el acento en que el muchacho y sus
hermanos eran temidos sobre todo por que ante cualquier conflicto intervenía
el padre.
¿Cómo es que ostentaban tanto poder? preguntó
Página/12.
Fuerza, gatillo, golpes fue la síntesis de uno de los
hombres pensaba todavía anoche en quemar el chalet apedreado durante
la tarde.
Amenazas y patotas
Ayer las primeras lecturas que hizo la policía del caso
fueron disímiles. Primero se largó una versión
típica por cierto sobre un ajuste de cuentas.
Luego se insistió en que el crimen de Diego Mirasso había
sido el resultado de un enfrentamiento entre patotas del barrio.
Pero en la calle, frente a la casa de la familia del único
sospechoso, los pibes del barrio negaron una y otra vez que en sus
esquinas existan guerras de patotas.
¿Chorros? Chorros hay en todos los barrios le
dijo a este cronista un chico montado a su bicicleta. Acá
también hay chorros, pero no matan, ni se meten con los vecinos.
Una chica de 14 años, que desde temprano había pasado
por las casas de sus amigos a convocarlos para el piquete, diferenció
entre unos y otros: una banda de pibes como nosotros que nos
juntamos en una esquina no es una patota. Y que los pibes se peleen
de vez en cuando no es que sea una lucha. Pero si todo el tiempo
te amenazan con que te matan, esos sí son hijos de puta.
Hay que quemarles todo.
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Bronca contra la policía
Estamos durmiendo con el enemigo dice una mujer de
pulóver blanco, entre todas las voces que salen desde el
tumulto.
El comisario Miguel Angel Chaile pone el cuerpo ante los vecinos,
y escucha los reclamos que van siempre matizados de insultos. Entre
todos ellos se hace un silencio cuando una mujer le reprocha: ¡Hace
24 días fui a denunciar a este pibe porque acuchilló
a mi hijo y no me quisieron tomar la denuncia! le dice.
¡Si me hubiera atendido esto no hubiera pasado!. Chaile
invita entonces a los vecinos a presentar en masa sus denuncias
directamente ante la Departamental La Plata.
Ayer a la noche, cuando todavía quedaban unas cincuenta personas
paradas frente al Chalet, este diario pudo hablar con C.J.P., un
chico de 20 años que asegura haber sido testigo de esa puñalada.
Yo estaba con el pibe, un boliviano al que le dicen Mono y
un amigo cuando apareció el otro y lo encaró: `Mirá
que te la pongo`, le dijo. Y se la puso de una. Yo enseguida le
dije al pibe, `ponete la mano en la herida`, para que no se desangre
y me lo llevó en la bici hasta la guardia. Ahí estaban
los médicos tomando mate, yo pateé la puerta y se
los dejé para que lo curen. Después me fui, no denuncié
nada, porque no me gusta ser cómplice.
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LO
ACUSAN DE ABUSAR DE ALUMNAS
Un cura denunciado
Mano chirlera. Dos
alumnas de una escuela religiosa de Flores contaron ayer por radio que
así le dicen los chicos al representante legal del colegio. Se
trata de un sacerdote que terminó denunciado en la comisaría
del barrio por el padre de una alumna que lo acusa de haberle tocado la
cola a su hija de 12 años. Conocida la presentación policial,
que derivó en una causa judicial por averiguación
de abuso deshonesto, vecinos, padres y alumnos del instituto manifestaron
su indignación y preocupación porque, según contaron,
ese tipo de hechos se repetía con frecuencia.
El que quedó en medio del escándalo es el Instituto Parroquial
Monseñor J. Stillo, de Flores, ubicado en Zuviría y Bonorino.
El relato de los hechos ante los medios por parte de Gustavo Schiuma,
el padre que hizo la denuncia, derivó al mediodía en una
improvisada manifestación de los alumnos, que no ingresaron al
colegio: Charlo, compadre, la escuela está que arde,
gritaban los chicos. Charlo es el apodo de Carlos María,
el sacerdote cuestionado, que además es párroco de la iglesia
Santa Clara. El cura tiene alrededor de 45 años y hace dos que
está en el colegio.
Las chicas más grandes aprovechaban para descargar su bronca: Te
da besos cerca de la boca, se tira a dar piquitos, aprovecha el disfraz
de cura para cubrirse, señaló una, de tercer año.
La causa judicial quedó a cargo de la jueza de menores Adriana
Leira. Las autoridades del colegio se negaron a dar explicaciones a la
prensa.
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