Por Gustavo Veiga
Cien años de vida en
la historia de la humanidad no significan demasiado tiempo. Cien años
de vida en la historia del fútbol equivalen a la edad del universo.
Por eso, es más probable que el centenario de River pueda significar
todo, y no un mojón colocado de manera simbólica en el camino.
El interrogante apenas tiene un motivo. ¿Quién sería
hoy capaz de poner en duda que el club seguirá festejando aniversarios
hasta el infinito? Nadie, y es que el sentimiento puede superar calamidades
incluso superiores a las diez plagas de Egipto. La historia de River explica
la historia del fútbol argentino, como el cielo diáfano
retrata con nitidez la figura del sol. Permite ver, en un vuelo rasante
sobre su trayectoria de éxitos y glorias recurrentes, cómo
se gestó la grandeza de una institución, la marca registrada
de su juego, un semillero inagotable de talentos, decenas de títulos
amontonados en sus vitrinas, cientos de partidos inolvidables y miles
de goles gritados desde el corazón del hincha que, durante el último
cuarto de siglo, se acostumbró a festejar más que ninguno.
River, como Banfield, Racing Club y Newells entre otros que
han cumplido un siglo o están a punto de hacerlo, debe su
nombre a la influencia británica. Un efecto que sólo influyó
en la denominación, porque su origen se remonta a La Boca, barrio
de inmigrantes pobres de las más diversas procedencias. Por eso,
a este club se le atribuye un cambio de identidad desde el mismo momento
en que se mudó hacia el norte de la Capital Federal. Es el perfil
de una estirpe que consolidó con la compra de Carlos Peucelle primero
y Bernabé Ferreyra después, el recordado Mortero de Rufino,
al que adquirió en una suma extraordinaria para la época:
32 mil pesos en 1932. El mote de Millonarios, desde entonces, les confiere
a sus seguidores esa especie de patronímico hoy desnaturalizado.
River, en todo caso, es rico por otras señas particulares que devienen
de su historia. La Máquina es la primera. Aquella de Muñoz,
Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau, que conquistó los campeonatos
de 1941 y 1942. El apodo de ésa, la delantera más famosa
que dio el fútbol nacional hasta el presente, nació la tarde
del 6 de junio de 1942, cuando el equipo despachó con un 6 a 2
a Chacarita. A Borocotó, periodista de la revista El Gráfico,
se le atribuye el nombre.
Desde la etapa en que las formaciones se recitaban de memoria, River colocó
los cimientos de un fútbol franco y ofensivo que, con matices,
jalonó su estilo. De su semillero salieron cracks como Amadeo Carrizo
y Alfredo Di Stéfano, Enrique Omar Sívori y Ermindo Onega,
Oscar Mas y Norberto Alonso, Hernán Crespo y Pablo Aimar, y la
lista sigue. Por sus filas pasaron grandes jugadores, pero, por sobre
todo, de aquellos que hacían la diferencia de tres cuartos de cancha
hacia delante: Walter Gómez, Luis Artime, Ramón Díaz,
Mario Kempes, Leopoldo Luque, Marcelo Salas y, subido al selecto podio
que los hinchas tienen reservado para sus ídolos, Enzo Francescoli,
el más grande de los últimos quince años.
Los equipos que lucieron la banda color sangre sobre el pecho siempre
se vieron obligados a respetar el mandato que les impone la tradición.
Ese mensaje que no admite demasiado la subordinación de la destreza
individual a la táctica, que no tolera la especulación y
que prefiere el frenesí de cambiar ataque por ataque a la espera
de alguna réplica afortunada, mezquina, acaso hasta de un planteo
donde brille la garra sobre el talento.
Aunque el fútbol se nutre de todos esos ingredientes, River escogió
a menudo las especias más refinadas. Ni siquiera en la época
de su peor sequía (entre 1957 y 1975) renunció al juego
que más le gustaba. Tuvo a entrenadores como Sívori y el
brasileño Didí, que no pudieron salir campeones. Hasta que
regresó Angel Labruna como director técnico, para un acto
fundacional en términos deportivos. Había que sacarse de
encima el estigma de dieciocho años sin títulos, de casi
siempre salir segundo, yAngelito, como lo apodaban, lo consiguió
junto a un grupo de jugadores que combinaban la veteranía con una
joven madurez: Fillol, Comelles, Perfumo, Passarella y Héctor López;
Juan José López, Merlo y Alonso; Pedro González,
Morete y Mas integraron el equipo base que exorcizó el maleficio
futbolístico.
Desde aquella vuelta olímpica que dio una formación de pibes
por una huelga de profesionales (Vivalda, Bruno, Labonia, Gómez...)
hasta este 25 de mayo del centenario, River consolidó su hegemonía
en la cosecha de títulos nacionales y se tornó casi inalcanzable
para el resto. Además, impuso su nombre en el mundo por una continua
participación en torneos internacionales, ganó una Copa
Intercontinental y dos Libertadores, y sólo perdió terreno
en el historial de los clásicos durante la década
del 90 con su eterno rival y primo hermano futbolístico:
Boca Juniors.
Revertir esa racha lacerante para el hincha acaso sea el desafío
deportivo más importante con que arranque su segundo siglo de vida.
Pero más trascendente resultará la refundación social
y económica del club, en un marco desfavorable y en un país
muy distinto del que nació la institución de Núñez.
De que se cumpla este designio dependerá tanto el futuro de River
como el de todo el fútbol argentino. La historia no se subasta,
la gloria nunca perece y el sentimiento por una camiseta jamás
se extingue.
River y aquellos que lo hicieron grande pueden dar fe.
Un día de celebración
El de hoy será un día muy celebrado en River. Los
festejos se abren a las 11, con una ceremonia religiosa en el hall
central del Monumental, seguida por la colocación de una
plaqueta.
A las 13, la Caravana Riverplatense comenzará a concentrarse
en el Obelisco, de dónde partirá a las 13.30, con
una bandera de un kilómetro de largo.
La llegada al Monumental está prevista a las 17, y a las
18.15 comenzará el amistoso con Peñarol de Montevideo,
con una exhibición de gimnasia en el entretiempo.
A las 20 se mostrará un video que refleja la historia del
club, a las 20.30 actuará Ráfaga, Ignacio Copani cerrará
el show a las 21.30 y quince minutos más tarde, habrá
un espectáculo de fuegos artificiales cerrando las celebraciones.
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De la Dársena
Sur al Monumental
El Monumental, construido en 1938, es el cuarto estadio que tuvo
River. Tras su fundación, tardó 8 años en tener
su primera cancha en la Dársena Sur. En 1915 se mudó,
curiosamente, a la Boca: la cancha estaba en Caboto y Aristóbulo
del Valle. En 1923 se mudó al predio de la avenida Alvear
y Tagle.
En 1931 Antonio Liberti, el presidente del club por ese entonces,
firmó el boleto de compra de una enorme parcela ribereña
ocupada por desperdicios. Allí, siete años más
tarde, se construyó el Monumental: el estadio tenía
forma de herradura: el arco que da espaldas al Río de la
Plata no tenía tribuna detrás. Con la venta de Enrique
Omar Sívori al Juventus, en 1957, se hizo la bandeja baja;
la alta llegó más tarde. La última remodelación
llegó en 1977, previa al Mundial 78.
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Con 35 títulos,
el más ganador
Desde el comienzo de la era profesional, en 1931, River se convirtió
en el equipo más ganador de la Argentina, con veintinueve
títulos locales en su haber. Ganó la Liga Argentina
de 1932, los campeonatos oficiales de AFA de 1936, 1937, 1941, 1942,
1945, 1947, 1952, 1953, 1955, 1956 y 1957, los Metropolitanos de
1975, 1977, 1979 y 1980, los Campeonatos Nacionales de 1975, 1979
y 1981, los torneos de AFA de las temporadas 85/86 y 89/90, los
Apertura de 1991, 1993, 1994, 1996, 1997 y 1999, y los Clausura
de 1996 y 2000. A nivel internacional logró las Copas Libertadores
de 1986 y 1996, la Copa Intercontinental de 1986, la Copa Interamericana
de 1987 y la Supercopa de 1997. En la era amateur, en tanto, obtuvo
únicamente el campeonato de 1920. En total, suman 35 títulos.
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OPINION
Por Amadeo Carrizo
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Grande entre los grandes
Estoy muy orgulloso por haber sido arquero de River tantos años.
Allá en Rufino, mi ciudad natal, cuando era un pibe, me hablaba
mucho de River mi padre, Manuel, un fanático, que me decía
que era el mejor de los clubes de la Argentina.
Después de haber jugado en River y maravillarme con lo que
ha progresado social y deportivamente, con su incalculable popularidad,
no corro el riesgo de equivocarme si digo que es el más grande
entre grandes.
Sin desmerecer al resto, esto es así. Simplemente.
Además, River es un sello, una marca de gloria, un club en
el que se identifica un estilo de juego emparentado con la grandeza.
Que prestigia al jugador que viste su camiseta.
Su grandeza se agigantó en las últimas décadas,
pero existe desde que yo tenía seis años y mi padre
me comentaba con orgullo del súper ídolo de River
nacido en Rufino, Bernabé Ferreyra, que revolucionó
el fútbol argentino; si jugaba en una cancha con 40 mil espectadores,
39 mil iban a verlo a él. Aunque fueran de otro cuadro.
De pibe crecí imaginando, por los relatos radiales, cómo
era ese crack. Y el pueblo de Rufino también. Después,
ya ciudad, de mí también se habló. Pero muchos
se hicieron hinchas por él y hoy el 70 por ciento de sus
habitantes goza por cada gol millonario.
Mis mayores emociones defendiendo el arco de River fueron las conquistas
de campeonatos. De títulos que no eran sólo para el
grupo de futbolistas. Los compartíamos con la gente. Le retribuíamos
esa alegría inmensa a su insobornable fidelidad, porque alienta
al equipo en las buenas y en las malas.
Soy muy respetuoso de los grandes arqueros que pasaron por la entidad,
como Ubaldo Matildo Fillol, el Loco Hugo Orlando Gatti
o Angel Bossio, a quien le decían la Maravilla Elástica,
que deslumbró a propios y extraños cuando a los guardavallas
les colocaban sobrenombres. Por eso, nunca diré que fui el
Número 1.
Mi presente también transcurre en River: observo a los arqueritos
del semillero. Para ver a los que pintan para sobresalir en el futuro.
Es una forma de ser recíproco con la inmensa gratitud que
siento por el club.
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OPINION
Por Walter Gómez *
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Este club me lo dio
todo
River fue lo más grande que me pasó en mi carrera
deportiva: significó todo. Es que River es mi casa y eso
no lo voy a olvidar jamás. Además, todavía
siento el cariño de la gente y eso es imborrable
El recuerdo más lindo es aquel cantito de la hinchada La
gente ya no come, por ver a Walter Gómez. Cada vez
que lo escuchaba, sentía una gran emoción. Yo era
extranjero y nunca me lo hicieron sentir. La gente iba temprano
a la cancha porque había tres partidos, no es que no comían
por verme a mí...
Todos los títulos son importantes. Los tres que gané
los siento de la misma manera. No hay ninguno que tenga una mayor
importancia que otro. De todos me quedaron grandes recuerdos.
Cuando veo jugar a Javier Saviola me veo a mí cuando tenía
veinte años. No he visto a otro con tantas cosas mías.
Ahora todos se salvan en un par de años, y por ahí
está bien. Pero el fútbol es otra cosa. Angel Labruna
y yo hacíamos cada cosa juntos en una cancha que en estos
tiempos no se ven. En estos tiempos los pibes se la pasan jugando
al papi-fútbol, en canchas de baldosas donde la pelota siempre
pica bien. Por eso cuando van al pasto no la saben ni parar...
* Delantero de River en los 50.
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OPINION
Por David Pintado *
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Tuvimos los mejores
jugadores
River es mi segundo hogar. La vida me llevó a ser dirigente,
pero nunca pensé que iba a terminar siendo presidente del
club al que amo. Fue lo máximo que me pasó en la vida.
Pasé las tres cuartas partes de mi vida en esta institución.
En 1932 vi a los jugadores entrando en la cancha por primera vez
y después viví todos lo torneos que jugó. Por
eso River es mi vida, mi pasión.
Lo que más recuerdo es La Máquina, Juan Carlos Muñoz,
José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Angel Labruna y Félix
Loustau, como todo viejo hincha, pero reconozco que por River desfilaron,
sin dudas los mejores jugadores del fútbol argentino. Mis
ídolos de toda la vida fueron Pedernera y Moreno. Eran dos
fenómenos. Ese equipo jugaba muy bien.
El partido que más recuerdo es el que ganamos por 3-0 en
la cancha de Boca, en el Apertura 1994. Pero el campeonato del 42
es el que quedó en mi memoria, porque salimos campeones en
la cancha de Boca al empatar 2-2.
* Actual presidente de River.
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