Por Silvina Friera
Coño, almejita, cucha,
tajo, argolla, concha son expresiones utilizadas en muchos países
para mencionar a la vagina, órgano femenino vital que a 30 años
de la revolución sexual sigue siendo una palabra tabú, que
genera un amplio abanico de reacciones que van del pudor al rechazo. Dramaturga,
poeta y guionista cinematográfica, la estadounidense Eve Ensler
se embarcó en una doble cruzada: escribió Monólogos
de la vagina, tras un viaje a Bosnia en el que fue testigo de la violencia
sexual ejercida sobre las mujeres como estrategia de guerra de las fuerzas
serbias. El texto surgió de un cúmulo de más de doscientas
entrevistas a mujeres jóvenes, mayores, amas de casa, universitarias,
desempleadas, prostitutas, negras, blancas, hispanas, indias, bosnias
y judías. Seguramente, en la aproximación a ese puñado
de historias punzantes, marcadas por el desconocimiento del propio cuerpo,
las mutilaciones y violaciones sistemáticas, la autora exorcizó
sus propios fantasmas: de niña sufrió el abuso sexual de
su padre, que ocultó durante muchos años por temor a perder
a su familia. Pensado originalmente como un espectáculo unipersonal,
Ensler lo estrenó en un espacio experimental, el Here Arts Center
de Nueva York en 1996. La obra, que menciona 128 veces la palabra vagina,
revolucionó el ambiente teatral neoyorquino y ganó el premio
Obie a la mejor pieza teatral de la temporada.
La actuación de primeras figuras como Glen Close, Alanise Morisette,
Jane Fonda, Susan Sarandon, Winona Ryder, Melanie Griffith, Kate Winslet
y Whoppi Goldberg, entre otras, alimentaron el fenómeno. El efecto
vagina pasó por Londres, Sarajevo, Jerusalén, Amsterdam,
Bruselas, París, Roma, México, Bogotá, San Pablo,
Montevideo, entre otras ciudades. De la mano de la directora Lía
Jelín, los Monólogos... entran este fin de semana en su
primer mes de representaciones en el Complejo La Plaza (Corrientes 1660),
siempre a sala llena. La obra en formato semimontado tiene tal como
lo exige la autora un trío de actrices rotativo, encabezado
inicialmente por Andrea Pietra, Alicia Bruzzo y Betiana Blum, que este
domingo culminan sus presentaciones porteñas, para llevar los Monólogos
al interior. La posta aquí en Buenos Aires estará a cargo
de Mirta Busnelli, Cipe Lincovsky y Paola Krum, a partir del jueves 31
de mayo, mientras que desde julio Valeria Bertucelli, Mercedes Morán
y Juana Molina transitarán con humor, dolor o lirismo la complejidad
del mundo femenino y su sexualidad.
La rodea tanta oscuridad, secreto y misterio, que terminan siendo
como el Triángulo de las Bermudas: nunca nadie se reporta de vuelta,
se lee en la obra de Ensler, respecto al carácter enigmático
del órgano femenino. Prendés la televisión
que está llena de tetas y culos y no pasa nada. Ahora si hablás
de la vagina, generás un escándalo. Es el mundo al revés,
reflexiona Andrea Pietra, encargada del monólogo Pelo,
en el que una mujer es obligada por su marido a afeitarse el vello púbico.
Betiana Blum recrea la catastrófica vivencia de una mujer mayor
que recuerda cómo se relacionó con un hombre, sin llegar
a tener sexo. Su vagina se transforma en un no lugar, se refiere
a ella como el sótano, sólo va cuando tiene que arreglar
algo .-cuenta la actriz. Se olvida de su existencia. Después,
le pone voz a una vagina enojada con los tampones sin lubricación,
con el espéculo frío que introduce el ginecólogo,
entre otras calamidades, y concluye con el monólogo del parto,
inspirado en el nacimiento del nieto de Ensler. Para Alicia Bruzzo, que
encarna a la mujer de origen musulmán violada en Bosnia, uno de
los monólogos más traumáticos, la obra es bien
metabolizada por el público. Estamos hablando de nosotras
y, por momentos, riéndonos de nosotras mismas. Es una obra feminista
pero no utiliza el recurso de volver a la guerra entre los sexos,
subraya a Página/12.
¿Qué aspectos de estos monólogos les resultaron
más atractivos?
A.P.: Me interesó que hablara de la vagina y de todo lo que
hay alrededor de ella. Después me sentí identificada con
un montón de cosas que me contaron, que viví y todo eso
estaba volcado en este material.
A.B.: Al principio pensé que el tema estaba superado, me
parecía una antigüedad hablar de la vagina. Cuando empecé
a comentar el tema con distintas personas, descubrí que había
una especie de resquemor. ¡Ah eso!, decían. Supe que hubo
actrices que no quisieron hacerlo. Los textos son muy comprometidos y
me atrajo la idea de movilizar a la gente con algo que no estaba resuelto.
B.B.: Me parece que tiene un contenido muy liberador, es muy importante
que se haga. Con el monólogo del parto llegué a esa comprensión
de lo sagrado, de lo que pasa con nuestro órgano, cómo se
transforma. Me lleva a zonas muy íntimas como mujer. Es tan misterioso
nuestro sexo, el hecho de que esté tan escondido, que tenga tanta
sensibilidad y problemas a la vez, que genere a nuestro alrededor tanta
supresión, tanto dolor.
¿ Por qué piensan que la vagina es una palabra tabú?
A.P.: Se la nombra poco porque se suele decir mucho más concha...
A.B.: Despectivamente...
A.P.: Genera mucho espanto porque no está en el lenguaje
cotidiano.
A.B.: Creo que cultural y religiosamente, toda la sexualidad, especialmente
la femenina, es muy censurada. La idea de placer en las mujeres está
castrada. Sufrirás en este mundo para ser feliz en el otro. La
vagina, el clítoris pueden dar placer aunque no nos hayan dejado
enterarnos hasta hace muy poquito tiempo.
UNA
OBRA CON EL ACENTO DEL TEATRO MANIFIESTO
Reivindicando la concha
Por Cecilia Hopkins
Monólogos de la vagina
está compuesta por dieciocho fragmentos dedicados a integrar el
aspecto sexual y profano de la vagina con su lado sagrado .-según
aclara la directora Lía Jelín en el programa de mano
porque este centro del placer es también el centro de la vida.
Ya toda una especialista en la puesta en escena de obras con temática
femenina, Jelín ubicó a las protagonistas vestidas de negro
y descalzas, de frente a la platea. Desde allí, las tres actrices
pronuncian incontables veces la palabra vagina y en todas las oportunidades
lo hacen como si desplegaran una bandera. Convertida en lo que podría
ser el estribillo del tema principal del espectáculo, la palabra
de referencia actúa como disparador de una multitud de temas, cuyo
desarrollo o simple mención hace las delicias del público
femenino. No obstante, junto a ellas son muchos los hombres que ríen
o aplauden con ganas, aún cuando en algunas funciones se encuentren
en aplastante minoría.
El discurso general de Monólogos... lleva el acento del teatro
manifiesto, con su ímpetu puesto en conmocionar al espectador
y tomar por asalto el lugar con sus ideas. Se habla de las dificultades
femeninas para lograr el orgasmo, de la necesidad de aceptar las secreciones
y olores vaginales tal como son, de la masturbación en compañía
o en soledad. A cada cosa se la llama por su nombre y es cierto que lo
que se dice puede sonar impertinente o vulgar a los oídos más
conservadores. Quién sabe si para amortiguar un tanto el impacto
de la provocación, la autora ha mechado algunos pasajes en los
que se advierte una inocultable dosis de demagogia .-y cierto lirismo
fácil también especialmente en los segmentos llamados
A qué huele tu vagina y Reivindicando la concha.
En similar cuerda poética, hacia el final surge una comparación
entre el corazón y la vagina, en base a la capacidad de entrega
que la autora atribuye a ambas partes del cuerpo femenino. Pero en otros
tramos, el espectáculo se eriza de gritos destemplados .-como los
que profiere una imparable Betiana Blum o de arengas al público,
como cuando Alicia Bruzzo termina de recitar un acróstico armado
sobre la palabra concha, animando a las mujeres a que griten todas juntas
la palabra de marras.
Compuesto de un material variado, Monólogos... incluye textos anclados
en la denuncia social, como el de la mujer musulmana víctima de
la mutilación sexual, pero acepta también el chiste verbal
liso y llano o los relatos breves en tono de humor que muestran a algún
personaje sufriendo las consecuencias de su pertenencia al sexo femenino.
Según se aclara, estos relatos surgieron a partir de las 200 entrevistas
que mantuvo la autora con mujeres de toda laya. La figura del hombre aparece
allí en los roles del novio cortamambos o del marido desconsiderado,
pero el espectáculo no abusa de la invocación al género
masculino. Después de todo, a cualquiera le queda claro a quiénes
van dirigidos los dardos reivindicatorios que se disparan desde el escenario
y a quiénes se les reclama el pago de las cuentas que han quedado
pendientes desde tiempo inmemorial.
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