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DURISIMA CRITICA DE BERGOGLIO A LA DIRIGENCIA POLITICA
“País dañado por los privilegios”

En el Te Deum, el cardenal de Buenos Aires fustigó a quienes �exigen
sacrificios incalculables, escondidos en sus burbujas de abundancia, mientras
evaden su responsabilidad social�. Otras voces de la Iglesia.

El presidente De la Rúa y todo su gabinete escucharon los durísimos conceptos de Bergoglio.

El cardenal Bergoglio fue muy duro. Lo escuchaban el Presidente, su mujer y todo el gabinete.

Por W. U.

Usando el púlpito de la catedral metropolitana con motivo del Te Deum (ceremonia de acción de gracias) celebrado ayer con ocasión del 25 de Mayo y frente al presidente Fernando de la Rúa, los ministros, autoridades políticas, militares e integrantes del cuerpo diplomático, el cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, hizo una durísima crítica a la dirigencia política, reiterando y por momentos endureciendo el tono de las advertencias en el mismo sentido ya consignadas en el documento que el Episcopado había difundido el 12 de mayo tras la asamblea plenaria. Ahora Bergoglio dijo que el país “está dañado por los privilegios, por los que utilizan el poder en su provecho a cuenta de la legitimidad representativa”, por quienes “exigen sacrificios incalculables, escondidos en sus burbujas de abundancia, mientras evaden su responsabilidad social y lavan las riquezas que el esfuerzo de todos produce”. A las admoniciones del cardenal porteño se sumaron también las de los obispos Héctor Aguer (La Plata) y Jorge Novak (Quilmes), dos prelados que suelen diferir en mucho en cuanto a sus posturas eclesiásticas y teológicas (ver aparte).
Ante la mayoría de los miembros del gabinete nacional, incluido el ministro de Economía, Domingo Cavallo, el arzobispo porteño sostuvo que “las reglas de juego de la realidad global de estos tiempos son un cáliz amargo, pero esto debe redoblar la entrega y el esfuerzo ético de una dirigencia que no tiene derecho a exigir más de los de abajo si el sacrificio no baja desde arriba”. Para el cardenal, quien acaba de llegar del Vaticano, donde participó de una reunión general de cardenales (consistorio) convocada por el Papa, “el poder es servicio y sólo tiene sentido si está al servicio del bien común”.
Casi como contrapartida de la crítica a la dirigencia, Bergoglio destacó el esfuerzo de un pueblo que “rechaza la desesperanza y se rebela contra aquellas mediocridades” y que, según su interpretación, con esta actitud “quiere decirle que no a la anomia, no al sinsentido y a la superficialidad fraudesca (cuando no farandulera) que alienta el consumismo”. Según el arzobispo católico, el pueblo con su esfuerzo también les dice que no “a quienes necesitan un pueblo pesimista y agobiado de malas noticias para obtener beneficios de su dolor”.
Bergoglio aprovechó la ocasión para insistir también en el valor que él personalmente, pero también la gran mayoría de los obispos católicos, le dan actualmente a la labor que vienen realizando las organizaciones intermedias de la sociedad y los grupos de voluntariado social. En este sentido dijo que “nuestro pueblo bebe diariamente el cáliz del servicio de millones de personas que silenciosamente ponen el cuerpo al trabajo o a la búsqueda del mismo y no a la especulación, en el servicio de los que sostienen la convivencia y la solidaridad callada y no los absurdos fantasmas de xenofobia, propias de minorías ideológicas agitadoras de conflictos, en el servicio de los que sufriendo la globalización de la pobreza no han dejado de igualarse en la solidaridad de las organizaciones comunitarias y manifestaciones culturales, espontáneas y creativas”.
En otro momento de su homilía, el cardenal Bergoglio propuso a su auditorio mayoritariamente compuesto por dirigentes políticos y funcionarios realizar una “revolución basada en el nuevo vínculo social del servicio”. Les recordó también a los dirigentes que el pueblo les está exigiendo “que no se cansen de servir” para hacer realidad ese nuevo vínculo social, dado que las recetas ya probadas “hasta el hartazgo” en el pasado han demostrado que se desgasta la convivencia con “el abuso opresor de algún sector sobre otro, los internismos que dan la espalda a los grandes problemas, las equívocas lealtades y los enfrentamientos sectoriales e ideológicos más o menos violentos”. Recordó además que “una sociedad auténticamente humana, y por tanto también política, no lo será desde el minimalismo que afirma convivir para sobrevivir ni tampoco desde un mero consenso de intereses diversos con fines economicistas”.
Para el arzobispo de Buenos Aires, el camino es “el trabajo solidario en el servicio” que se constituye en “la respuesta más genuina a la incertidumbre de un país lleno de potencialidades que no se realizan o se postergan una y otra vez, indefinidamente, deteniendo su derrotero de grandeza”. Bergoglio utilizó una descripción para definir al pueblo. “Cada docente y maestro que sobrevive a la adversidad, cada productor que sigue apostando al trabajo, cada joven que estudia y brinda su compromiso formando una familia nueva, en los más pobres y en los que trabajan fatigosamente buscan trabajo: ese es nuestro pueblo”, dijo. Pero pese al cuadro de situación trazado el cardenal destacó la entrega y el servicio esperanzador de los argentinos que, apoyado en “la gran reserva cultural y moral” que tiene el pueblo, que “sufriendo la globalización de la pobreza no ha dejado de igualarse en la solidaridad de organizaciones comunitarias y manifestaciones culturales, espontáneas y creativas” y que haciendo uso de una serenidad “solidaria, creativa y esperanzadora” aleja “la violencia institucionalizada y es el antídoto contra la violencia desorganizada o promovida”.
Frente a un auditorio plural, integrado por creyentes y no creyentes, entre quienes se encontraba también el jefe de Gobierno de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, Bergoglio no dejó de advertir que “las palabras del Evangelio no van dirigidas sólo al creyente o al practicante” sino que “alcanzan a toda autoridad tanto eclesial como política, ya que sacan a la luz el verdadero sentido del poder”.

 


 

LOS POLITICOS INTERPRETAN EL MENSAJE DE LA IGLESIA
¿Y a mí por qué me miran?

El secretario general de la Presidencia, Nicolás Gallo, fue el encargado de contestar ayer las críticas que los obispos católicos hicieron a la dirigencia y admitió que los funcionarios tienen que “acercarse mucho más a la gente y a los problemas y trabajar con humildad”. Gallo, que estuvo en la Catedral metropolitana escuchando a Jorge Bergoglio, afirmó que lo dicho por el cardenal refleja “la realidad de la Patria y la pobreza”. En La Plata, el gobernador Carlos Ruckauf sostuvo que los dirigentes tienen que trabajar para que la gente confíe en que “el sistema democrático tiene respuestas” y no suceda lo que denunció el arzobispo Héctor Aguer.
Para Gallo, la homilía de Bergoglio “es un profundo pensamiento que tiene que ver con la realidad de nuestra Patria, con la realidad de la pobreza, con aquellos que ejercen una función en el Gobierno” y subrayó que “debemos acercarnos mucho más a los problemas, trabajar con humildad y desarrollar todo lo que tenemos adentro de vocación de servicio”. Dijo, sin embargo, que las referencias de Bergoglio a los funcionarios que “escuchan sin escuchar” y que “utilizan el poder en beneficio propio” no apuntan a la totalidad de los miembros del gobierno sino a “algunos”. En La Plata, Ruckauf agregó que “tenemos que trabajar todos para darle a la gente la sensación de que este sistema democrático da respuestas y no solamente, como dijo monseñor (Héctor) Aguer, actitudes vacías”. El gobernador bonaerense argumentó, sin embargo, que no se siente “para nada” implicado en las críticas a la dirigencia políticas hechas por los obispos.
El canciller Adalberto Rodríguez Giavarini consideró que el mensaje de Bergoglio fue “absolutamente claro, transparente y muy importante para este momento del país”, rescatando el punto en que “nos convoca a todos al servicio”. Su colega ministro de Desarrollo Social, Juan Pablo Cafiero, afirmó que la homilía del cardenal de Buenos Aires “tiene un fuerte contenido crítico, que tiene sentido positivo para nosotros porque nos va a permitir mejorar en muchos aspectos”.

 


 

AGUeR Y NOVAK, DESDE POSICIONES DIFERENTES
Coincidencias ante la crisis

Hablando en la Catedral de La Plata, el arzobispo de esa ciudad, Héctor Aguer, afirmó que en las actuales circunstancias “resulta poco menos que imposible la convivencia virtuosa en la ciudad, la vida auténticamente política de la comunidad, y así queda amenazado el destino mismo de la Nación”. El obispo pronunció su homilía durante la ceremonia de acción de gracias realizada con motivo del 25 de Mayo a la que asistió el gobernador de Buenos Aires, Carlos Ruckauf. A pocos kilómetros de la capital bonaerense, el obispo de Quilmes, Jorge Novak, emitió un mensaje por el mismo motivo junto a todo su clero, en el que, entre otros temas, señala “nuestra tristeza y desconcierto” al ver “una clase dirigente cada vez más ajena a la vida y a la muerte de su pueblo”.
Aguer y Novak son dos obispos con trayectorias eclesiásticas muy diferentes y que, en muchas materias teológicas y pastorales, defienden posturas diametralmente opuestas. Novak se ha caracterizado por su cercanía y activa participación en organizadores defensoras de los derechos humanos, sosteniendo en el interior de la misma Iglesia actitudes de libertad, autocrítica y pluralismo. Héctor Aguer, un obispo que cuenta con sólida preparación intelectual y doctrinaria, se inscribe dentro de la corriente más conservadora del Episcopado. Sin embargo, frente a la situación social y la crítica a la acción de los dirigentes las coincidencias aparecen en sus discursos.
Para el arzobispo platense “el deterioro de las instituciones, la erosión del ámbito dignísimo de la acción política, el descrédito acelerado de todas las instancias de representación, la desconfianza y la sospecha generalizada” forman parte del cuadro de situación del país. Frente a esto “el pueblo se siente defraudado en sus mismas esperanzas, intuye que la República se encuentra secuestrada por la dirigencia partidaria, o por los intereses que la sostienen y dominan, contrarios al interés de la Nación”, agregó Aguer. Y es por eso que “obligado a votar, este pueblo ya no cree que pueda llamarse democracia a una gimnasia electoral que con excesiva frecuencia practicamos”, remarcó.
Después de sostener que “los economistas acusan al gasto público como causa universal de nuestros males y los comunicadores repiten frívolamente la afirmación”, el arzobispo advirtió que “habría que señalar también otro gasto más puro, la deshonestidad”.
Por su parte, Novak denunció que se puede ver “el enriquecimiento de unos pocos empresarios, políticos, dirigentes sindicales, mientras crece abismalmente, y diariamente, la brecha que los separa de los pobres que son cada vez más pobres” y recordó que “no hay víctimas sin victimarios”.
El obispo de Quilmes y sus sacerdotes se mostraron desconcertados “al ver el saqueo voraz que sufrieron y siguen sufriendo nuestros bienes y nuestras esperanzas” y ante “la insistencia en la aplicación de un modelo perverso, idólatra, y cruelmente genocida que no sólo ha demostrado ya suficientemente su inmoralidad e ineficacia para ayudar a los pobres de la tierra, sino que se ha revelado como el responsable de la creciente injusticia en la distribución, la preocupante desocupación y en el imperio de la muerte que reina por la dictadura del dios dinero”.

 

OPINION
Por Washington Uranga

Recrear la dirigencia

Tanto el contenido como el tono de las advertencias del cardenal Jorge Bergoglio y sus colegas Héctor Aguer y Jorge Novak criticando duramente a la dirigencia política, advirtiendo sobre la corrupción y la deshonestidad de muchos de los responsables de la conducción de la sociedad argentina, coinciden en todo con el documento colectivo que los obispos católicos emitieron hace poco menos de tres semanas al concluir la primera asamblea plenaria del año.
Puede decirse, sin lugar a error, que los obispos que ahora se pronunciaron representan en todo el pensamiento de sus pares miembros de la jerarquía eclesiástica. A tal punto que la probabilidad de “una crisis institucional” fue uno de los temas más hablados en San Miguel cuando se reunieron los obispos.
La dureza de los conceptos utilizados, la firmeza de las declaraciones y la contundencia de los reclamos tiene que ver también con la gravedad del diagnóstico que hace la conducción de la Iglesia. Los obispos entienden que deben tomarse medidas urgentes, novedosas y creativas. Pero, advierten con preocupación, que entre los dirigentes no hay capacidad de reacción. En unos casos por incapacidad, en otros por corrupción o deshonestidad, en otros por oportunismo.
En esta lógica los obispos razonan con el mismo criterio que encabezaba un reciente editorial de la revista católica Criterio, que refleja el pensamiento de una intelectualidad católica que hoy puede asimilarse al modo de razonamiento de buena parte del Episcopado: “Un país, una nación es mucho más que sus políticos y sus economistas, es sobre todo su cultura y su gente”.
En el mismo editorial se puede leer otro párrafo que suscribirían la mayoría de los prelados: “La crisis de representación ha generado, en principio, la conciencia de una escisión entre la clase política –que se mira a sí misma, atiende a sus conflictos internos corporativos– y una ciudadanía preocupada por las necesidades de subsistencia y por el acceso a condiciones de vida más dignas”.
“Hoy la Patria requiere algo inédito” reclamaban los obispos al terminar su asamblea. “El poder es servicio” dijo ayer Bergoglio. La mayor preocupación de los obispos radica en la duda, cada vez mayor, de que exista en la dirigencia la capacidad, la creatividad y la honestidad suficiente para superar el momento. Entre otras razones por este motivo insisten en señalar a las organizaciones sociales, culturales y comunitarias como una fuente de nuevas formas de dirigencia, de otros modos de conducción y de ejercicio del poder en función de la gente y de sus necesidades.
Quieren marcar que el camino para el cambio está en estos espacios y en estas experiencias novedosas de articulación y conducción social. Esto significa recrear la dirigencia, en sus nombres y en sus métodos. Una iniciativa que los obispos y la institución eclesiástica católica puede propiciar y alentar, pero de ninguna manera llevar adelante por sí sola. Porque el esfuerzo necesita de muchas alianzas, de pluralidad de miradas y de esfuerzos, y porque esta misma pluralidad es una condición para que la propuesta no quede inhabilitada por parcial o sectorial.

 

OPINION
Por Mario Wainfeld

Sobre piedras y manos chirleras

Parado en el púlpito, el arzobispo Jorge Bergoglio espetó una diatriba contra la dirigencia política. Una homilía enérgica, que ya fue elogiada por sus propios destinatarios (incluyendo los devotos Nicolás Gallo y Adalberto Rodríguez Giavarini) y que será ensalzada como una importante señal moral por editorialistas de toda laya y por dirigentes de todo sector.
Como cuadra a los discursos de los dignatarios de la Iglesia, la homilía fue sutil, plena de recursos retóricos, por ejemplo hablar de los que “evaden su responsabilidad” y “lavan las riquezas que el esfuerzo que todos producen” subrayando con la entonación esos modos verbales tan de moda. Una lectura entrelíneas –que siempre motivan y propician ese tipo de mensajes– sugerirá que se interpeló a otros poderes, aun los económicos. Que Bergoglio, vade retro, no se apartó del mensaje evangélico, que predica que será de los pobres el reino de los cielos. Sin embargo, tomando en cuenta quiénes integraban el auditorio, el momento en que se emitió la homilía, la forma en que será editada por los medios –datos estos que un político sutil como Bergoglio no desconoce ni descuida– queda claro que la piedra que arrojó el obispo tiene como blanco el Gobierno, como mucho de los políticos en general.
Se habla de piedra, pues es prudente preguntarse si está la jerarquía argentina de la Iglesia Católica “libre de pecado”, condición que, según predica el Evangelio, es exigible a quien anhela lapidar a otros. Vale puntualizar que –a la zaga aun de las Fuerzas Armadas– jamás intentó una autocrítica seria de su conducta durante la dictadura militar. Su indignación moral no se extiende –jamás se extendió– a los sacerdotes que acompañaron la tortura, los vicarios castrenses que no ya dieron comunión sino que bendijeron a asesinos condenados y confesos. Y que tampoco termina de definir una actitud pública frente al martirio de muchos de sus pastores, empezando por Enrique Angelelli.
La homilía de Bergoglio se pronunció, por esos azares simpáticos que urde la realidad, un día después de conocerse graves denuncias contra un sacerdote maestro del barrio porteño de Flores, a quien varias de sus alumnas acusaron de perversos toqueteos. El hombre, según las chicas, los explicaba con una imaginativa parábola: se jactaba de tener “una mano chirlera”. La solución de sus superiores no fue (ni será) lanzar drásticos mensajes (ni mucho menos, tomar decisiones severas) sino bajar el tono, promover investigaciones eternas. Tal vez, como mucho, el docente será trasladado a otra provincia. Así ocurrió, meses atrás, con otro sacerdote mendocino acusado de haber dejado embarazada a una mujer. Siguiendo en este plan, vale recordar que Bergoglio se indignó con la discriminación y la xenofobia, pero no consideró vincular su filípica al director de un colegio religioso que –cuestión de días atrás– expulsó de su establecimiento a docentes unidas en pareja con hombres divorciados.
La dirigencia política argentina da sobrados motivos para ser criticada. De esa penosa situación se valen actores, usualmente de escasos pergaminos democráticos para llevar agua a sus respectivos molinos. Sectores de la derecha económica que lanzan mensajes filogolpistas. Cierta derecha mediática que arremete contra mínimas normas garantistas y propone restaurar poder a las policías bravas. En ese marco, el arzobispo Bergoglio arroja su piedra, en tácita invocación de estar libre de pecado.

 

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