Colombia está viviendo
una escalada terrorista, según su ministro del Interior,
Armando Estrada. Podría ser una obviedad en un país como
Colombia, cuyo combate entre guerrillas y paramilitares lleva muchos años
y se cargó a 40.000 personas sólo durante la década
pasada, y donde los secuestros y masacres son asumidos como cotidianos.
Pero Estrada se refería a que el terror se está apoderando
de las ciudades. Ayer, en medio de una verdadera oleada de atentados,
fallidos y de los otros, en Bogotá, Cali y Medellín que
comenzó la semana pasada, estallaron dos bombas cerca de la sede
de la Universidad Nacional, en la capital colombiana, que dejaron por
el momento un saldo de cuatro muertos y 21 heridos. Tanto Estrada como
la segunda guerrilla del país, el Ejército de Liberación
Nacional (ELN), acusaron a los paramilitares de derecha por las bombas.
El presidente Andrés Pastrana suspendió un viaje previsto
para hoy a Francia y convocó al Consejo de Seguridad Nacional.
En dos meses, Bogotá, Cali y Medellín serán las sedes
de la Copa América de fútbol.
Las explosiones ocurrieron en un sector residencial de Bogotá,
a las ocho de la mañana, cerca de una parada de colectivos. Las
dos bombas detonaron en la misma calle, con una diferencia de 10 minutos
y a unos 50 metros una de la otra. La primera explosión mató
a tres personas y la segunda se produjo cuando decenas de policías,
bomberos, vecinos y periodistas se encontraban en el lugar. En esta segunda
explosión murió un oficial de la Fiscalía General
de la Nación. Las explosiones destruyeron vidrios de edificios
en unos 50 metros a la redonda. La policía informó que después
de los atentados se inició una escalada de terrorismo telefónico,
con avisos de bomba en varios sectores de la ciudad. El alcalde de Bogotá,
Antanas Mockus, declaró que al parecer uno de los muertos era uno
de los terroristas. El comandante de la Policía Metropolitana
de Bogotá, general Jorge Enrique Linares, reveló que, de
acuerdo con declaraciones de testigos, las bombas fueron plantadas por
cuatro personas que vestían ropa oscura, cubrían sus rostros
con pasamontañas y que huyeron en un automóvil. Ninguna
organización se atribuyó el ataque, el más poderoso
que se registra en la capital colombiana desde fines de 1999, cuando la
explosión de un coche bomba dejó siete muertos y decenas
de heridos.
Este es el tercer ataque con explosivos que se registra en Colombia en
mayo. A comienzos de mes, un coche bomba explotó en la ciudad de
Cali y dejó 32 personas heridas. El jueves de la semana pasada,
otro coche bomba un vehículo cargado con explosivos estalló
en Medellín, matando a ocho personas, hiriendo a 137 heridas y
calcinando 12 automóviles. En lo que va de la semana, las autoridades
colombianas también desactivaron cinco coches bomba en Medellín,
Bogotá y Barrancabermeja.
La gran pregunta es quién está detrás de esta ola
de atentados, si se trata de un solo grupo o para cada ciudad hay una
responsabilidad distinta. Para el caso del atentado de ayer, las miradas
del gobierno parecen dirigirse a los paramilitares, que prometieron presiones
armadas a la intención del gobierno de habilitar una zona de despeje,
como la que ya disponen las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC), para iniciar negociaciones de paz con la segunda guerrilla del
país, el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Pero
fuentes de la Policía colombiana no descartan la posibilidad de
que haya organizaciones simpatizantes de las guerrillas, dentro de la
Universidad Nacional, detrás de las explosiones. Según las
autoridades, en septiembre se confiscó un arsenal en el interior
de ese edificio de la Universidad.
Sobre el atentado en Medellín, la Policía colombiana capturó
ayer a 26 personas acusadas de integrar una célula urbana del ELN.
Pero sobre la bomba en Medellín se tejieron otras hipótesis
desde fuentes oficiales: una que implica a una banda de pistoleros conocida
como La Terraza y otra al narcotráfico, que a fines
de los 80 y principios de los 90 armó una gran ola
de atentados frente a la extradición de narcotraficantes a Estados
Unidos. Algunas versiones periodísticas indican que está
en marcha una nueva oleada de extradiciones y que los narcos estarían
respondiendo a esa posibilidad.
Claves
El atentado de ayer
en Bogotá, en el que murieron cuatro personas, es el tercero
con explosivos en lo que va del mes. Los dos anteriores fueron en
Cali y en Medellín, y dejaron un saldo de ocho muertos y
más 160 heridos.
Dentro de dos meses,
las tres ciudades serán sedes de la Copa América de
fútbol.
No está claro
si hay un solo grupo detrás de todos los atentados. En todo
caso, la principal sospecha se dirige hacia los paramilitares.
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La prensa contra las
balas
El lugar se llama el Peine de los Vientos, en la ciudad de San
Sebastián, y todas las personas congregadas allí son
periodistas y dirigentes políticos vascos (encabezados por
el lehendakari o presidente vasco Juan José Ibarretxe) que
repudiaron ayer un nuevo asesinato de la organización separatista
vasca ETA, cometido anteayer contra Santiago Oleaga, director financiero
de El Diario Vasco. El Peine de los Vientos es el lugar en el que
se reúnen los profesionales de los medios cada vez que hay
un atentado. Ultimamente tienen que visitar muy seguido el lugar.
La semana pasada, el periodista vasco Gorka Landaburu recibió
una carta bomba, por la cual quedó seriamente herido, pero
sin peligro de muerte.
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