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El retorno del asesino loco, de la
mano del experto George Romero

�Bruiser� es un digno regreso del director de �La noche de los muertos vivos�, aunque elude ciertos rasgos sangrientos del género.

Romero volvió a la actividad con
un film a la altura de su historial.
Su último título había sido “La mitad siniestra”, realizada en 1993.

Por Horacio Bernades

“Ya está lista; ahora ponétela y elegí tu propio rostro”, le dice la escultora a Henry Creedlow, entregándole una máscara impecablemente blanca, que carece de rasgos. Parece un juego, pero no lo es: a la mañana siguiente, el bueno de Henry despertará con la máscara hecha carne. Literalmente. Desde El fantasma de la ópera para acá, ponerse la máscara tiene, para el cine de terror, el sentido contrario del que habitualmente se le asigna. En lugar de cubrir o disfrazar, deja que aflore ese otro yo hasta entonces reprimido, el Hyde que se agazapa detrás de todo Jekill. Para verificarlo, basta seguir el hilo que va de aquel fantasma a Mike Myers (el de Noche de brujas, no el cómico) y Jason (el de Martes 13), de allí a Freddy Krueger, hasta llegar a los asesinos de Scream.
A esa casta de enmascarados desatados se le suma ahora Henry Creedlow, protagonista de Bruiser. O La mitad diabólica, título con el que, por estos días, el sello Transeuropa lanza, directo a video, este flamante film del legendario George A. Romero. Para quienes no lo conozcan, Romero es el autor de ese hito llamado La noche de los muertos vivos, que redefinió, allá por 1968, el género de terror en su conjunto, despojándolo de las últimas resonancias místicas para plantarlo en medio de la realidad cotidiana. Allí, un pueblo debía vérselas con una plaga de zombies, vueltos a la vida gracias a una sustancia química derramada por accidente en un cementerio. Resucitados y hambrientos. Si se tiene en cuenta que la dieta básica de un zombie consiste en cerebros humanos (tal vez por aquello de que se desea lo que no se tiene) se comprenderá que, al mismo tiempo que lo volvía material y ecológico, Romero obligó a replantear también los standards de violencia hasta entonces tolerados para el género.
De allí en más, el nombre de George Andrew Romero adquirió un relumbre mítico incluso para sus propios colegas, hasta el punto de que uno de sus mayores admiradores, John Carpenter, le puso su apellido a un personaje de Fuga de Nueva York. Entre películas mejores y peores, el nativo de Pittsburgh pudo mantener su honorabilidad. Las dos feroces secuelas de su ópera prima (Muertos vivos: la batalla final y El día de los muertos vivos), además de Martin, el amante del terror (relectura del vampirismo en clave materialista) y esa gema llamada Monerías diabólicas (historia de amor criminal de una pequeña macaca por su dueño) lograron tener encendida la llama. Todas las películas nombradas se consiguen en video, algunas con más facilidad que otras. A lo largo de la década del 90, el brillo de Romero tendió a atenuarse. Nada demasiado distinto de lo que les sucedió a los otros colegas notorios, ya fueran el italiano Dario Argento, Tobe Hooper (que tras La masacre de Texas casi no logró levantar cabeza) o el Wes Craven posterior a la primera Pesadilla y anterior a Scream.
Tras un período de ostracismo (lo último había sido La mitad siniestra, de 1993), Romero vuelve con Bruiser, a los 60 años y con producción de Canal Plus de Francia. Sale empatado: aunque no llega a gran altura, La mitad oculta es un film digno y con rasgos de interés, que además renueva la apuesta, característica del realizador, de insertar el terror en un marco cotidiano. Henry Creedlow es un joven ejecutivo que trabaja en una revista fashion llamada Bruiser. Encarnado por el sueco Peter Stormare (uno de los asesinos de Fargo), el dueño de Bruiser es un machote que se la pasa alardeando de sí mismo y sobreactuando hasta lo desagradable la condición de amo y señor. Creedlow, a su turno, dice siempre que sí, le cree demasiado a un asesor financiero tan confiable como un político argentino y deja que su mujer lo trate como un fracasado.
Cuando Henry la descubra en pleno ajetreo con su horrible jefe, sus frecuentes fantasías criminales tendrán un buen motivo para hacerse realidad. Sí, La mitad diabólica es una película absolutamente misógina, en la que el asesinato de la dama está puesto en escena con goce casiorgásmico. Es el único caso en que ello ocurre, y ese es justamente uno de los puntos débiles de la película. Ya que, si algo pide el género, es que cada crimen sea parte de un ritual exótico, pleno y catártico. Es difícil lograr todo eso con una simple pistola, como ocurre aquí. Siempre son más aconsejables un taladro, alguna sierra o serrucho, aunque más no sea un buen punzón. Es raro que alguien tan experimentado como Romero se haya conformado, esta vez, con visitar una armería, en lugar de cualquier ferretería bien surtida.

 

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