Por J. N.
Mientras todos en la Argentina, incluido Domingo Cavallo, dan por cierto que el peso está sobrevaluado, un estudio que acaba de editar el Banco Mundial (2001 World Development Indicators) revela que con un peso puede comprarse en la Argentina tanto como con 1,67 dólares en Estados Unidos. Esto significa que si se quisiera que el tipo de cambio reflejase la verdadera relación de poder de compra entre las dos monedas, el peso debería ser revaluado un 67 por ciento, o devaluarse el dólar un 40 por ciento en relación al peso. En cambio, en la visión de Cavallo, mediante reducciones de costos y mayor competencia debería lograrse un efecto similar al de una devaluación del peso del 20 por ciento, que llevaría el dólar a cambiarse por 1,25 peso, más que el doble de la paridad adquisitiva que calcula el Banco Mundial: 60 centavos de peso por cada dólar. ¿Quién de ellos tiene razón? Posiblemente ambos. ¿Quién está equivocado? Tal vez ninguno.
Una idea ampliamente compartida es que el Producto Bruto argentino, expresado en dólares, está inflado por la sobrevaluación del peso. Es decir, que no es un PBI capaz de perdurar: tarde o temprano llegará el sinceramiento, vía devaluación del peso, y así el ingreso per cápita de los argentinos bajará en dólares lo que tenga que bajar. Con datos a 1999, el Banco Mundial sitúa el Producto Bruto Nacional del país en 276,1 mil millones de dólares, pero su valor salta a 437 mil millones tan pronto se utiliza como factor de conversión la paridad de poder adquisitivo. Es decir, que los precios en pesos no se dividen por 1,0 sino por 0,6 para pasarlos a dólares. Consecuentemente, el ingreso por habitante cobra mucho más color, escalando de 7550 dólares a 11.940 (ver cuadro). Pero algo similar ocurre con el Producto brasileño, que sube de 730 mil millones a 1,148 billón, o con el chileno, que pasa de 69.600 millones de dólares a 126 mil millones.
Como explicó minuciosamente Daniel Heyman, economista de Cepal, a Página/12
la Paridad de Poder Adquisitivo no dice nada de la sostenibilidad de los precios relativos ni de la balanza de pagos. Es decir, de la capacidad de mantener cierto equilibrio entre el ingreso y el gasto a lo largo del tiempo con determinada estructura de precios relativos. En todos los países pobres ocurre lo mismo: el balance de pagos exige que la moneda local esté subvaluada en relación a su poder de compra. Pero como esto resulta de un problema estructural, la comparación entre esa paridad y el tipo de cambio de mercado no tiene sentido, según explica Heyman.
El tipo de cambio de paridad de poder de compra es el que iguala el valor de una predeterminada canasta de bienes en un país equis y en el país base, en este caso Estados Unidos. Pero esa virtud seguramente no sirve para equilibrar las cuentas externas de un país a largo plazo. A este fin los únicos que cuentan son los bienes transables, es decir, los que son objeto de comercio internacional, mientras que en la determinación de la paridad de poder adquisitivo interviene toda clase de bienes, incluidos los no transables (básicamente los servicios).
Por otra parte, para conocer el tipo de cambio sostenible en el tiempo habrá que tomar en consideración también otros factores, como los flujos financieros, las transferencias, el potencial exportador, etcétera. Es, por definición, un concepto dinámico, mientras que la paridad de poder de compra sólo compara estáticamente dos canastas de bienes en un momento dado. Hay que aclarar que esas canastas difieren necesariamente entre países, y que esto vuelve muy difícil metodológicamente el cálculo de la paridad de poder adquisitivo entre monedas.
En casos como la India, donde los salarios son muy bajos, los precios de los servicios naturalmente también lo son. Si alguien preguntara cuál es el tipo de cambio que igualaría el costo de un corte de pelo en Calcuta y en Los Angeles, la respuesta obviamente no coincidiría con el tipo de cambio de mercado. Seguramente, la rupia se vería mucho más favorecida. Esto significa que con la misma cantidad de dólares pueden pagarse más cortes de pelo en Calcuta que en Los Angeles. Por esta razón, mientras que la rupia se cambiaba en 1999 a razón de 43,1 por dólar, bastaban apenas 8,6 rupias para comprar en la India tanto como se compraba en Estados Unidos con un dólar.
Por consiguiente, el contenido físico del Producto Bruto indio es muy superior al reflejado en el cálculo a precios corrientes de éste, cuando para expresarlo en dólares se convierten los valores en rupias utilizando el tipo de cambio de mercado. Así, en tanto el Producto indio es, oficialmente, de 441,8 mil millones de dólares, medido por paridad de poder adquisitivo salta a 2,2 billones, y el ingreso per cápita pasa de 440 dólares anuales a 2230. Mientras por la primera vía resulta que cada norteamericano goza de un ingreso anual medio que es 72,5 veces el de un indio, por la segunda se ve que la brecha sigue siendo abismal pero no tanto: 14,3 veces.
La razón de la marcada diferencia entre el tipo de cambio de mercado y el de paridad de poder de compra es estructural, y se llama pobreza. Por eso, en todos los países latinoamericanos el factor de conversión de paridad de poder de compra es siempre menor que el tipo de cambio. Y la distancia entre ambos será normalmente mayor cuanto más pobre el país. Para Bolivia, por ejemplo, la relación es 2,5/5,8, es decir, de 0,4, lo mismo que para Honduras, mientras que para la Argentina es de 0,6, y esto a pesar de sostenerse, por la convertibilidad, un tipo de cambio de mercado inferior al que reclama el equilibrio externo.
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