Por Cristian Alarcón
Tanta señora que repasa el color de los labios en el espejo; tanto curador de arte vestido con saco de tweed; tanto pañuelo de seda y arabescos al cuello; tanto joven moderno, con pelos europeos; tanto tecito a las cinco de la tarde; tanta obra de miles de dólares y ellas, Mónica y Cristina, caminando a lo largo de la pared, frente a su �El azar, del O al 99�. Porque esa serie de serigrafías en blanco y negro, homenaje a Antonio Berni, es parte también de la exitosa y halagada décima edición de la Feria de Galerías de Arte de Buenos Aires. Aunque por este año las cien imágenes creadas por las mujeres que viven en el penal de Ezeiza hayan sido colocadas en un muro del bar de Arte BA, Mónica y Cristina han sido durante toda una semana dignísimas reinas y representantes del arte que se crea en medio de ese conflicto tremendo que es la cárcel. Y de las mujeres que no pudieron, como ellas, salir cada día, durante una semana, para atender su exposición como cualquier artista. Y volver a la noche, a descansar tras las rejas.
Mónica es sólo ella una tromba, un movimiento, una mezcla de ladrona y madre, malevaje e intuición, con su colorado salvaje y su jean, y su remera de leopardo. Sale a la puerta de Arte Ba, a buscarme, y me lleva por las salas, señalando lo que le ha gustado, aquel detalle, este otro amigo que hizo en su rol de relacionadora pública de la muestra de sus compañeras. Así, sin piedad por las diferencias, sin remilgos de clase, fue que hace unos días se le plantó al nieto de Amalita Fortabat, cuando en Arte Ba se hizo un homenaje a la empresaria por su obra en pos del arte. No tenía invitaciones, a la mujer la rodeaba demasiada gente, estaba lejos, pero ella dio con el muchacho y el muchacho no le pudo negar nada. �Vení que te llevo �cuenta que le dijo� y allá del bracete me fui a verla�.
�Amalita, ¿no querés venir al stand nuestro? �le dijo Mónica a la señora, con una sonrisa amplia, seductora, dispuesta a todo para vender la obra que doce presas hicieron en el encierro.
�Es que no puedo caminar �le contestó la dueña de Loma Negra.
�¡No importa, Amalita! ¡Te llevo a upa! ¡Si tengo una fuerza...! ¿Sabés qué? ¡De un toro!
Amalita la abrazó, toda encogida, y le dijo, como una abuela buena:
�Ay, sí, sí, sí, llevame.
Amalia Fortabat terminó comprándole a Mónica la obra completa de sus compañeras, sin verla. Luego lo hizo Pérez Celis.
El azar
Los cien números de la quiniela fueron hechos por las doce chicas que hace un año y medio participan del taller que dirigen Fernando Bedoya y Emei (Mercedes Idoyaga), dos consagrados artistas que trabajan en lugares de conflicto. Amalia Fortabat sumó a su colección privada esos cien cuadros de 20 por 30, hechos en papel vegetal y encofrados por los repulgues de tarjetería española que se hacen en las cárceles hace tanto tiempo como historia tiene el sistema penitenciario. Lo del homenaje a Berni se resume en ese mismo detalle, que el pintor usó para darles marco a algunas serigrafías. Justamente de Berni era la obra más cara expuesta en esta muestra: su Juanito Bañándose costaba 350 mil dólares. La obra comprada por Amalita cuesta mil pesos. En ella, los dibujos de las mujeres esconden sus detalles, pequeños símbolos, políticos o culturales.
Cuando se pusieron a crear en torno del azar y los números, por supuesto que sortearon qué le tocaría dibujar a cada una. Entre todos ellos resaltan los que ha hecho Claudia Sobrero, de los pocos firmados, en pequeñísimas letras, con nombre y apellido. Ella es la mujer sobre quien pesa la condena más dura en la historia judicial argentina, por la muerte, durante un robo, hace catorce años, del humorista Lino Palacios. Casi socióloga, brillante y crítica, Sobrero tiene una historia que podríallenar un libro. Pero entre todos sus costados, el de dibujante brilla. Su versión del 32, el dinero, es un revólver que cruza con violencia la redondez de una moneda, alrededor de la cual se lee �Por una nación socialmente justa y económicamente libre y soberana�.
Ellas, todas
La verdad es que Mónica y Cristina, juntas en el stand, atendiendo al público, tratando de vender las imágenes a 20 pesos cada una, hacen una buena combinación. Como contrapeso de la �Ráfaga� Mónica �así le dice Ana María Sívori, la mujer de Gorriarán Merlo, una de sus compañeras del pabellón de preegreso�, está Cristina, la morena, de voz muy baja y una timidez que mantiene de su crianza conservadora en un pueblo de Misiones, con sus padres, fallecidos cuando era una niña. Vino a Buenos Aires a los 13 años, desde entonces que trabaja en casas de familia. Tenía apenas 18 cuando la policía entró a una casa en la que paraba. Encontraron una buena cantidad de droga. �Me pusieron una defensora oficial a la media hora de empezar el juicio. Las otras dos chicas que estaban en la casa me acusaron de todo. No tuve cómo demostrar nada�, dice. Desde aquel 3 de setiembre del �98 que está presa. Desde noviembre que tiene salidas transitorias. Ha trabajado de todo para progresar hacia su libertad: un año y medio en la huerta, todos los días haciendo carpetas para empresas. Gana seis pesos cada vez que hace mil.
Cuando sortearon los números que dibujarían, Cristina hizo un ejercicio de identidad, podría decirse. Le salió la zapatilla (�hice las que usé durante toda mi condena�), la rata (�la rata que matamos con las chicas en el pabellón�), la víbora (�la víbora que encontré cuando trabajé un año y medio en la huerta�). A Mónica, y como demostración definitiva de que no existen las casualidades, le tocó el ladrón. Lo dibujó un día de bronca, de especial bronca contra el mundo, que suele tenerlos. Es un ladrón disparando una pistola que tira por el caño un fuego de líneas duras. Ese fue su berretín, cuando se dedicaba al delito. Esa fue su perdición, al compás del consumo de cocaína, durante por lo menos siete años. �Con mi marido empecé a salir cuando tenía once años, él me crió. A los 28 me separé y me quise comer la vida, toda junta�. Desde el último de los robos, ese en el que durante veinte cuadras Mónica se tiroteó con la policía, que no se cansaba tanto. Está agotada. Funciona con cuatro horas de sueño por noche, a pura adrenalina, conectada más que nunca con ella misma, dice. �Estoy pronta a irme, las dos salimos en dos meses. Pero en nosotras tenés a todas�. Y las nombra: �Carmen, Esther, Susana, María José, Clara, las tres Claudias, Sandra, Sandra, Leonor y Cristina�. Las nombra y se emociona. Ella está por irse, por eso vive en la casa de preegreso. Ellas están en los pabellones. No las ve hasta mañana, lunes, cuando se junten en el taller de serigrafía. �Cómo las extraño�, dice.
Cómo llevar el taller a la calle
Por C. A.
La de Arte BA no es la primera exposición de serigrafías que hacen las mujeres que participan en el taller de la cárcel de Ezeiza. Pero sí es la primera vez que dos de ellas salen cada día a atender el stand que les pertenece. El trabajo de Fernando Bedoya y Mercedes Idoyaga comenzó cuando en la Secretaría de Política Criminal estaba Patricia Bullrich y en la Secretaría de Cultura de la Ciudad, Teresa Anchorena. Las chicas hablan de Teresa y de Patricia por sus nombres, e insisten en que nunca antes alguien se había interesado por un proyecto interesante en la cárcel. Pero el proyecto iniciado hace un año y medio tiene una segunda etapa aún inconclusa: extender ese taller a la calle, instalar una estructura para que las presas que aprendieron a trabajar con las serigrafías puedan ocuparse en el afuera.
Los funcionarios que sucedieron a Bullrich, Alvaro Ruiz Moreno; y a Anchorena, Jorge Telerman; aún no han puesto en marcha el plan, una idea que obsesiona a las mujeres que ven cerca su libertad. Así como las salidas transitorias están estipuladas por la Ley de Ejecución Penal para que los internos reconstruyan sus tramas, la inexistencia de un real patronato de liberados hace el regreso una experiencia tan oscura que lo más común es la reincidencia. La experiencia de Mónica y Cristina fascina por un lado. Caminan por los pasillos de la muestra dueñas del sitio y saludando a los expositores como en las calles donde nacieron. Jacobo Fiterman y Juan Cambiasso, presidente y vice de Arte BA, les prometieron un stand, y ya no una pared, para el próximo año. Hicieron amigos artistas. Sólo queda en la nebulosa qué rol jugará el Estado en sus vidas, dentro de dos meses, cuando estén libres. Hasta dónde llegará la maravillosa experiencia del arte, que pudieron conocer encerradas. |
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