Por
Andrea Wimmer
Desde Montecarlo
El alemán Michael Schumacher (Ferrari) venció el Grand Prix
de Mónaco de Fórmula 1, seguido por su compañero
Rubens Barrichello, y amplió su ventaja al frente del Mundial puesto
que su máximo rival, el escocés David Coulthard, sólo
pudo terminar en quinta posición. La clave de la prueba se dio
en la salida de la vuelta previa, cuando no arrancó el McLarenMercedes
de Coulthard, lo que dejó a Schumacher vía libre hacia su
quinto triunfo en Mónaco (1994/95/97/99/2001). El escocés
remontó durante toda la prueba y logró dos puntos que saben
a poco después de tener la pole position. Naturalmente que
me enojé cuando el coche se paró, pero había que
concentrarse en la carrera. Estoy satisfecho con haber acabado en los
puntos, pero quería ganar, declaró el escocés.
Schumacher igualó la marca del británico Graham Hill, que
también triunfó en cinco ocasiones en el trazado monegasco
(1963/64/65/68/69). Sin embargo, Mister Montecarlo sigue siendo
el fallecido brasileño Ayrton Senna, seis veces victorioso en el
circuito más tradicional del Mundial: 1987, y de 1989 a 1993.
Estoy extremadamente contento por esta victoria, explicó
el alemán, que ya se subió en otras tres ocasiones esta
temporada a lo más alto del podio. El ambiente en el equipo
es realmente fantástico, agregó.
La carrera en el circuito urbano de Montecarlo fue muy accidentada y sólo
diez coches llegaron a
la meta. Entre los favoritos, el finés Mika Hakkinen (McLaren-Mercedes)
se retiró por problemas aerodinámicos en la vuelta 14 cuando
iba segundo; el colombiano Juan Pablo Montoya (BMWWilliams) entró
pasado en una curva y se estrelló con las barreras en el tercer
giro, una vuelta después de haber marcado el record de vuelta.
Cometí un error y pagué por ello, sentenció
el colombiano, que partía desde la séptima posición
en la parrilla, pero que se situó quinto nada más darse
la salida. La frustración se produjo ante los ojos del presidente
colombiano, Andrés Pastrana, que se desplazó a Mónaco
para ver a su compatriota en acción.
El escocés Eddie Irvine conquistó los primeros puntos para
el equipo Jaguar con un excelente tercer puesto. Es la primera vez que
Irvine se sube al podio desde que fue subcampeón del mundo con
Ferrari en 1999.
Tras la prueba de Montecarlo, Schumacher es líder del Mundial con
52 puntos y aventaja en 12 a Coulthard. La carrera monegasca fue más
determinante para la clasificación de la Copa de Constructores.
Con su doblete, Ferrari tiene ya 76 puntos, por 44 de McLaren.
Además, lograron sus primeros puntos Prost, ya que Jean Alesi fue
sexto, y Jaguar, lo que deja a Minardi, la única sin puntuar, en
una complicada situación. Los diez primeros equipos de la clasificación
del Mundial a final de año recibirán una inyección
económica extra, algo muy necesario en el equipo comprado a principios
de temporada por el magnate australiano Paul Stoddart.
LA
CLAVE DEL TRIUNFO
Hay
que llegar
Para
ganar en Montecarlo lo primero que hay que hacer es llegar. La victoria
podría considerarse fácil, ya que siempre estuve solo adelante,
sin embargo fue una carrera muy dura, ya que con el control de tracción
se va más rápido y eso, físicamente, se nota. Me
preocupaba sólo la fiabilidad y debí estar siempre concentrado
para no cometer errores. Le pregunté por radio a (el director técnico
de Ferrari) Ross Brawn por los puestos que ocupaban algunos pilotos y
no me lo dijo, ordenándome que me concentrara. El coche funcionó
perfectamente y no tuve que forzar al máximo en ningún momento,
ni cuando Hakkinen estaba detrás mío, porque intentaba cuidar
la mecánica y los neumáticos (Michael Schumacher,
1º).
l Mi carrera no fue fácil como pudo parecer desde fuera,
porque desde la décima vuelta se durmió la pierna derecha,
ya que los pedales vibraban mucho y tenía problemas con el apoyapié.
Me aconsejaron a través de la radio que moviera los dedos y que
bebiera agua. Como no sentía el pie, debía frenar antes
e intentar no salirme de la trayectoria. Después del reabastecimiento,
apoyé el pie con fuerza en el apoyapié y la situación
mejoró algo (Rubens Barrichello, 2º).
l El coche anduvo de maravillas y en la grilla de largada tenía
el presentimiento de que podía subir al podio. En la largada Ralf
Schumacher me encerró en la primera curva contra los guard-railes
y lo tuve que dejar pasar (Eddie Irvine, 3º).
l En la vuelta previa, por un problema técnico con el sistema
automático de largada se me paró el motor. Lo habíamos
probado un montón de veces y nunca había ocurrido. Después,
quedé atrapado detrás de Bernoldi durante muchas vueltas,
pero temía que al intentar pasarlo me cerrara y termináramos
contra los guard-rails, así que he sido muy paciente. Mirando el
lado positivo de las cosas, una vez que estuve en carrera, el coche era
muy rápido y confiable y ha sido bueno sumar dos puntos, aunque
esperaba haber logrado la victoria (David Coulthard, 5º).
l Frené, patiné y choqué contra la barrera.
El coche iba bien, no tengo ninguna queja al respecto y los neumáticos
también funcionaron (Juan Pablo Montoya).
Mónaco,
un exabrupto
El
circuito�joya de la Fórmula 1, que nació en 1929 a consecuencia
de un exceso de audacia, casi no sufrió modificaciones a lo largo
de 72 años de carreras. Aquí se recuerda su nacimiento.
Por
P.V.
Para
los puristas del automovilismo, Mónaco es un exabrupto. Un
exceso que posibilita que coches que alcanzan los 360 km/h de velocidad
máxima, corran a 140 km/h de promedio, enguantados en un
tubo de acero de tres hojas, esquivando cordones, puchereando al
pasar de un asfalto a otro, patinando en las mismas líneas
blancas que hoy por la mañana desandarán colegiales
adinerados. Mónaco es un exabrupto porque, no tan curiosamente,
nació de una exageración verbal, un alarde de potencia
que derivó en esto que es hoy, el Grand Prix de Mónaco
de Fórmula 1, la joya de la corona del Campeonato Mundial,
la carrera que todos quieren ganar.
El exabrupto data de los años 20, y le pertenece a
Anthony Noghes, un personaje que ya es prócer de Mónaco,
tanto que la última curva del trazado que ayer conquistó
Schumacher, ésa en que los corredores deben maniobrar para
no llevarse por delante la salida de un estacionamiento subterráneo,
lleva su nombre.
En
octubre de 1925, cuando el joven Noghes colaboraba con su padre,
Alexander, presidente del Automóvil Club de Mónaco,
fue comisionado para viajar a París: allí se celebraría
un mitin del Asociación Internacional del Automóviles
Clubs Reconocidos (Aiacr), el germen de lo que hoy es la Federación
Internacional del Automóvil (FIA). Como la Societé
des Bains de Mer, propietaria del archifamoso Casino, organizaba
el Rally de Monte Carlo desde 1911 una manera más de
atraer turistas ingleses al benigno clima de la Cote dAzur
Noghes creyó que el ACM alcanzaría en el mitin status
internacional, como los poderosos clubes de Francia, Italia o Alemania.
Se equivocó. Tan grande fue su frustración que tronó
su sonora, terminal amenaza. El exabrupto, bah. Para desaprobar
sus objeciones, puedo informarles, señores, que el año
próximo serán invitados a una carrera internacional
que será celebrada en el territorio del Principado y que
atraerá interés mundial.
En
1925, como hoy, el Principado tenía sólo kilómetro
y medio cuadrado de superficie. Noghes no tenía noción
de lo que había propuesto. Y recién cuando tomó
el tren de regreso en la Gare de Lyon, comenzó a pensar cómo
salir del atolladero.
Desde los inicios del automovilismo, las carreras utilizaron caminos
públicos, pero hasta entonces ninguna se había desarrollado
enteramente en los límites de una ciudad. Y menos en las
intrincadas callejuelas de una roca mediterránea. Noghes
empleó días recorriéndolas: de hecho tardó
dos años en esbozar lo que parecía un trazado aceptable.
Para entonces, los efectos de su exabrupto se habían disuelto,
pero el monegasco ya estaba demasiado entusiasmado como para abandonar
la loca idea.
Esa loca idea contemplaba una sinuosa trepada por las colinas y
un rápido sprint bordeando la bahía. Louis Chiron,
el piloto francés que pasaba largas temporadas en Monte Carlo,
hizo algunas sugerencias, y alentó a Noghes a concretar la
competencia con la que había desafiado al establishment deportivo.
El príncipe Louis Grimaldi inauguró el noble respaldo
que su hijo Rainiero siguió sosteniendo desde los 50,
y la carrera se lanzó aunque encontrara comentarios como
el siguiente: Es la más cercana aproximación
a una carrera de cuádrigas que se ha visto en años
recientes, criticaron en The Autocar.
El 14 de abril de 1929, tres años y medio después
del exabrupto, 16 coches se alinearon en el Boulevard Albert I,
la misma avenida en la que ayer largaron 22 monoplazas de F1.
El circuito que creó Noghes, con vías de tranvía
y sacos de arena, es el mismo que, salvo pocas modificaciones, ayer
se devoró 12 de los 22 protagonistas. Ese primer Grand Prix
de Mónaco fue dominado por una Bugatti de color verde, conducida
por un piloto inglés llamado William Grover, que corría
con el seudónimo Williams. Hoy, una estatura
en la primera curva del circuito recuerda su hazaña. Es que
a diferencia de Schumacher y Cía., esos pilotos se jugaban
la piel deotra manera: Williams encontró la última
curva de su vida en plena Segunda Guerra Mundial, en territorio
francés, en manos de la Gestapo.
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