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�Il
Manifesto� en la construcción de la razón
Por
M. Vázquez Montalbán
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Patrimonio
y modificación marcan la constante tensión entre el saber
acumulado y el saber necesario para entendernos y entender. Il Manifesto
como escisión del PCI y como publicación pertenece al patrimonio
de los comunistas europeos como una reivindicación de la pluralidad
frente a los tiempos de la verdad única y soviética y marca
el inquietante punto en el que los procesos de cambio en el mundo entero
crean la ilusión de que la lucha final está próxima,
pero también la lucidez de que se planteará desde distintas
rupturas del orden establecido. Obra abierta al mundo a comienzo de los
años setenta y en cambio obra clausurada cuando llegaron los ochenta
con la pesada carga de los cascotes del optimismo burgués y marxista,
mientras el capitalismo se acogía al grado cero del desarrollo
y administraba la crisis energética para hacer retroceder a los
trabajadores a posiciones conservadoras de lucha por la vida. La caída
del imperio soviético dio nuevo sentido a la sospecha de un personaje
de Alicia en el País de las Maravillas: las palabras tienen dueño,
reflexión certera a completar con la evidencia de que un mal dueño
invalida el significante y el significado.
¿Qué hacer con la palabra comunismo identificable con los
restos de la muralla de Berlín o con el neodemócrata Yeltsin
alzado sobre un tanque democrático y bombardeando democráticamente
el Parlamento poscomunista?
Il Manifesto como actitud original y método crítico había
sido advertencia en tiempos en que todos los rojos esperábamos
el sorpasso y con él la prueba de que el comunismo podía
llegar a ser una fuerza transformadora utilizando instituciones democráticas.
Pero el golpe de Estado de Pinochet contra la Unidad Popular de Allende
llevó a Berlinguer a la conclusión de que un cambio social
basado en las instituciones democráticas requería un compromiso
histórico entre fuerzas tan diversas como, en Italia, el PCI y
la Democracia Cristiana, al menos con la Democracia Cristiana de Aldo
Moro. Fue un imaginario cuidadosa, sañudamente combatido y destruido
y la crisis de aquella expectativa significó el sismo original
que llevaría a la desaparición incluso del PCI y a la autodestrucción
de su aparentemente poderosa instalación cultural y política
en el tejido social italiano. Los que desde otros países europeos
confiábamos en que el PCI tenía teoría y práctica
suficientes para superar la nueva ofensiva del capitalismo internacional
asistimos a un desmoronamiento de la confianza que, para mí por
ejemplo, fue dolorosísimo y en cambio experimenté un placer
inocente cuando cayó el Muro de Berlín. Consideré
que la caída del Muro propiciaba la liberación creativa
de la izquierda posible y necesaria y en cambio la pérdida de sustancia
del PCI representaba una derrota cultural y política de la izquierda
realmente existente.
Creo que desde este punto habría que reconsiderar que significaron
las actitudes críticas originales de Il Manifesto y su tarea de
marcarse objetivos informativos y polémicos. Y hacerlo a contracorriente
de lo considerado políticamente correcto tanto por la derecha como
por la izquierda institucionalizada, barrido el principio berlingueriano
de que un partido comunista ha de ser a la vez partido de gobierno y de
combate. Bloqueados los partidos de izquierda por una estrategia de mercado
que no garantiza ni siquiera el respeto a la pluralidad, de momento parece
no haber otra posición razonable que admitir el relativo papel
transformador que pueden tener los partidos de la izquierda convencional,
pero activarlo mediante la presión social, para lo cual se requiere
un replanteamiento del asociacionismo crítico extramuros. Si no
fuera tan confuso y a veces tan de derechas el enunciado de la sociedad
civil, diríamos que se está prefigurando la necesidad de
una nueva vanguardia social plural surgida de esa sociedad civil como
consumidora indignada porque la abastecen de vacas locas y proyectos personales
y sociales frustrantes y mentiras cotidianasa través de los aparatos
culturales e informativos cada vez más centralizados y con los
códigos dictados por el capitalismo globalizador.
Il Manifesto, creo, aunque lo creo con la melancolía con que se
cree a comienzos del siglo XXI, tiene un papel inestimable como crítico
de la no verdad democrática y como activador de la presión
social contra el desorden establecido. Frente a la centralización
y uniformidad del discurso hegemónico, el pluricentrismo cultural
crítico retorna a su condición de única respuesta
posible tal como fue presentado a comienzos de los setenta del siglo XX.
Aunque estamos en el camino de la consolidación de un nuevo sujeto
histórico crítico, formado como resultante de las contradicciones
internas del capitalismo multinacional y un medio como Il Manifesto debe
sumarse al proceso de construcción de la nueva razón democrática
globalizada.
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