Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


LA RESISTENCIA DE LOS SENADORES A LA HORA DE APROBAR LA REFORMA DEL FINANCIAMIENTO POLITICO
Rezongando por la plata y por las campañas

En público, todo el mundo está de acuerdo con cambiar la política. En los pasillos del Senado, sin embargo, se ve la resistencia a acabar con las listas sábana, a limitar los aportes privados y a acortar las campañas. Lo que explica la demora en tratar la ley y aprobar los artículos conflictivos.

Por Felipe Yapur

Los senadores de cualquier bloque, sub-bloque o provincia están de acuerdo con debatir y dar media sanción a la ley de Reforma Política. Al menos así lo expresan públicamente. El problema es sentarlos a todos en el recinto. Prueba de ello fueron las dos sesiones que pasaron: en la primera no hubo quórum y en la del miércoles pasado apenas lograron aprobar en general el proyecto y en particular 10 artículos, los menos conflictivos, del centenar que están propuestos. Resta aprobar los puntos polémicos como la eliminación de las listas sábana y el financiamiento de partidos y campañas. Una tarea difícil para el oficialismo, que reanudará el lunes las negociaciones.
El proceso de aprobación de la ley será complicado. Por eso es poco probable que el miércoles haya media sanción y se tenga que esperar algunos días más. Todavía resta mucho por conversar. Fuentes del bloque opositor sostienen que no sólo hay que negociar los artículos polémicos, “también hay que hablar sobre las designaciones del resto del directorio del Banco Central”. También advierten que no quieren que el gobierno nombre solo a los que faltan: “Nosotros también queremos participar”. Todo un anticipo de lo que los hombres de Fernando de la Rúa tienen por delante antes de poder contar con la reforma política tan deseada y anunciada.
Más allá de las negociaciones, es inocultable la resistencia que la norma genera en todos los bloques. Por caso, no hay un dictamen único sino cuatro. Y aunque Carlos Corach y José Carbonell son autores de dos proyectos, es en el bloque justicialista donde existe mayor resistencia. O, mejor dicho, más se expresa: en el radicalismo también hay problemas.
Formalmente se dice que el senador representa su provincia, pero muy a menudo el legislador es un dependiente de su gobernador, lo que se nota en el rumbo de las decisiones que toma. En el PJ, por caso, el rechazo de sus integrantes a la reforma política está íntimamente relacionado con el disgusto que la ley provoca a los gobernadores, que la consideran más que inoportuna. Sobre todo por las limitaciones que prevé a las campañas electorales y, fundamentalmente, al financiamiento privado.
Pero aquí también juegan las diferencias internas. A José Luis Gioja, quien el martes acordó junto a otros miembros de su bloque con los ministros Domingo Cavallo y Chrystian Colombo una salida rápida a la ley, le cuesta disciplinar a su bloque. Sus principales opositores son los legisladores que responden al entrerriano Augusto Alasino, que le cuestionan “el haberse cortado solo” y su excesiva dependencia del menemista Eduardo Bauzá a la hora de las decisiones. Entonces, aprovechan este tema conflictivo para erosionar su conducción.
Entre los radicales el escenario no es muy diferente, pero su papel de oficialismo los obliga a medir sus opiniones en público. Apáticos en el recinto, escuchan los discursos sin inmutarse, con la excepción de Luis Molinari Romero y Pedro Villarroel, que si bien comulgan con la UCR, representan al Frente Cívico y Social de Catamarca. Los demás, silencio y cuando un artículo no es de su gusto: mutis por el foro.
Las repentinas ausencias del recinto tienen su lógica. La reforma política presenta dos complicaciones de orden reglamentario. Al no contar con un dictamen único la Cámara alta sesiona en comisión. Esto significa que los dictámenes se relativizan y la aprobación de los artículos exige una mayoría calificada, que en números significa 37 votos afirmativos. En la sesión del 16 de mayo sólo había en el recinto 35 senadores. En la del 23, cuando se aprestaban a votar la modificación a las listas sábanas, había 37 presentes. El número mágico, pero que encerraba un peligro: un único voto negativo haría caer el artículo. El titular del cuerpo, el radical Mario Losada, consciente de ello y visiblemente nervioso no sólo por no saber cómo votaría el PJ, sino también por lo que harían sus correligionarios, prefirió pasar a cuarto intermedio hasta el próximomiércoles seguro de que en una semana se puede torcer alguna voluntad díscola.

Plata, internas y listas
Los dos puntos de la reforma política que generan mayores conflictos entre los senadores son la eliminación de las listas sábanas y el financiamiento de la política. El proyecto plantea la aplicación de un sistema mixto para los distritos donde se eligen más de quince diputados nacionales, como Capital Federal, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, para reemplazar las sábanas. En voz alta nadie se queja. Pero en los pasillos la cosa cambia y se escucha el rechazo, especialmente de los representantes de las provincias afectadas por el sistema que impulsa Carlos Corach. La modificación prevé que los electores podrán elegir a sus representantes por mitades, entre el actual sistema de representación, el D’Hont, y –aquí la novedad– por circunscripción. Es un poco difícil, pero Corach jura que es la mejor forma de responder al reclamo popular. De aprobarse, el nuevo sistema regiría recién a partir del 2003.
El financiamiento tiene mayores resistencias, no sólo de los senadores sino también de los gobernadores que objetan el acortamiento de las campañas políticas y aun más las limitaciones al financiamiento a los partidos políticos. El dinero para los partidos llegará por dos canales: estatal y privado. Como en la actualidad pero mucho más acotado porque el aporte privado será del dos por ciento de los gastos permitidos por ley.
Pero es posible que el miércoles, cuando vuelvan a sesionar, los senadores tengan un tercer elemento de conflicto: la propuesta de algunos radicales de que las internas abiertas no sean sólo para presidente y vice, sino también para senadores y diputados nacionales.

 

OPINION

Por Juan Abal Medina (h.)*

¿Lo mismo por menos plata?

En los primeros años noventa, cuando gran parte de nuestro país se sentía a las puertas del primer mundo y los dirigentes oficialistas lucían sus mansiones y autos de lujo despreocupadamente en las revistas, Chacho Alvarez desde su banca de diputado impugnaba el vaciamiento de la política y la creciente corrupción.
La propuesta central de la fuerza política creada por Alvarez –el Frente Grande– era sin dudas la de reformar la política con la intención de convertirla en un ámbito capaz de transformar la realidad. En aquella época, ese planteo era sistemáticamente ridiculizado por el resto del espectro político que lo consideraba ingenuo, secundario o peligroso.
Casi diez años después, parece ser que el conjunto de la sociedad se ha convencido de la urgente exigencia de reformar la política. Por supuesto que mientras tanto ocurrieron muchas cosas, como el hartazgo moral de la sociedad con el menemismo, las promesas de la Alianza, la progresiva claridad sobre los grandes negociados de la década pasada y, fundamentalmente, la renuncia de Alvarez al Senado. Hoy en día, tanto referentes de distinto signo político –De la Sota, Ruckauf, Mestre, De la Rúa– como numerosos medios señalan la necesidad de emprender tal acción y proponen diferentes modalidades para llevarlo a cabo.
Sin embargo, que todos hablen de reforma política no significa que estén refiriéndose a lo mismo. Así la mayoría de las propuestas actuales se central en criterios economicistas de reducción del costo directo de la actividad política, es decir, de los sueldos, el número de representantes o cámaras y sus presupuestos.
Es importante reconocer que reducir el gasto en la política es sólo una de las cuestiones de una reforma, importante sí, pero sólo si viene acompañada de otras que le den sentido. Si no reconociéramos este aspecto caeríamos en la falacia de sostener por omisión que legislaturas como la de Santiago del Estero son modelos a imitar por el resto del país. Usando algunos ejemplos elementales podemos decir que el Senado con sus 72 miembros no es mejor que la Cámara de Diputados aunque ésta la cuadruplica en tamaño. Asimismo, una reducción en los sueldos de alguna legislatura provincial no impide en nada que los mismos legisladores recurran a otros métodos (fondos en negro o venta de votos) para mantener o incluso incrementar sus ingresos.
Si partimos de la base de que la política funciona mal lo importante es trabajar para que funcione mejor y no simplemente para que siga siendo mala pero más barata. Es imprescindible ubicar el centro de la discusión en la calidad y no sólo en el costo del andamiaje institucional de la actividad política. Control ciudadano, capacitación de la dirigencia, eficiencia en la tarea legislativa, nuevos mecanismos de selección de las candidaturas son algunas de las tareas pendientes.
Como viene sosteniendo Alvarez con sus palabras y sus hechos, la corrupción en política no es un simple problema moral de los políticos sino que se refiere a la capacidad de la política de actuar con autonomía y libertad de los intereses económicos de cara a toda la sociedad.

* Director Ejecutivo del INAP.

 

OPINION

Por Daniel Zovatto G.*

¿De verdad, o saludo a la bandera?

Qué duda cabe de que el tema del financiamiento de los partidos políticos y de las campañas electorales es clave para la salud y la calidad de la democracia. ¿Cómo explicar entonces que 18 años después del retorno de la democracia y a 7 de la nueva Constitución sigamos con un deficiente marco regulatorio, con bajísimos niveles de transparencia y con una práctica basada en el “pacto de silencio”? Admitámoslo, es una situación vergonzosa que demanda, de cara a la gravedad de la actual crisis política y de la creciente demanda ciudadana, una respuesta rápida, integral y eficaz.
No es un tema nuevo, pero en la actualidad presenta características muy especiales respecto del pasado, debido entre otras razones a la nueva manera de hacer política, crecientemente apoyada en los medios de comunicación, sobre todo en la televisión, lo cual ha disparado exponencialmente los gastos electorales. Diversas investigaciones estiman que en 1999 los partidos gastaron más de 260 millones de pesos en las campañas nacionales, provinciales y locales.
La necesidad de los partidos de contar con más recursos, tanto públicos como privados, llevó a una progresiva relación patológica entre dinero y política, que trajo un alto descrédito de los partidos y puso la política bajo sospecha. Entre los principales vicios cabe destacar: la creación de empleos inexistentes; el desvío de servicios (empleados que en lugar de sus funciones se dedican a trabajos políticos); la compra de votos para internas abiertas (grupos organizados que se alquilan para votar en más de un partido); el cohecho anticipado (recepción de dinero por personas o empresas que esperan beneficios o privilegios ilícitos); el cohecho stricto sensu (retornos por parte de contratistas en acción); la defraudación a la administración pública (lo mismo de arriba pero con sobreprecios), etc.
De ahí la urgencia de la reforma, que debería girar en torno a seis objetivos centrales: fortalecer el sistema de partidos y contribuir a mejorar la calidad de la política; disminuir la demanda de dinero controlando los disparadores del gasto electoral; lograr mayor niveles de transparencia y publicidad tanto en materia de ingresos como de egresos; asegurar las mejores condiciones de equidad posible en la contienda electoral; disminuir los más que se pueda el tráfico de influencias, la corrupción y el ingreso a la política de dinero del crimen organizado y el narcotráfico; y colocar la administración de los recursos públicos y el control del funcionamiento del sistema en manos de un órgano idóneo, eficaz e independiente del poder político.
Más concretamente, los objetivos específicos:
- Reducir la necesidad e influencia del dinero (acortando campañas, haciéndolas más austeras mediante la fijación de topes a los gastos electorales e imponiendo límites a las contribuciones individiduales);
- Promover condiciones más equitativas en la competencia electoral, incluido el espinoso y fundamental tema del acceso a los medios de comunicación, especialmente a la televisión;
- Mejorar el uso del dinero público invirtiéndolo en actividades más productivas para la democracia (capacitación y formación de cuadrosfortalecimiento de los partidos) y no derrochándolo en campañas estériles;
- Propiciar mayores niveles de publicidad y transparencia, tanto en materia del origen (acabando con las contribuciones anónimas) como en lo que hace al destino y uso de los fondos públicos y privados.
Pero es preciso ir más allá de las reformas electorales, evitando caer en ese típico mal latinoamericano de pretender solucionar todos nuestros problemas a punta de “leyes de papel”. La reforma será poco efectiva si la misma no es acompañada por otros dos cambios adicionales.
El primero es el fortalecimiento de los mecanismos de control, verdadero talón de Aquiles del sistema. Es imprescindible el establecimiento de un órgano de control políticamente independiente, integrado por profesionales idóneos, dotado de los recursos financieros y técnicos necesarios para llevar a cabo su labor. Importa asimismo endurecer y volver eficaz elsistema de sanciones, incluida la pérdida del cargo y la pena de prisión en casos de violación de la ley: por más que se mejoren todos los aspectos legales mencionados si no hay un eficaz sistema de control y sanciones, terminará siendo un “saludo a la bandera”.
La segunda pasa por demandar un cambio en la manera de hacer política, es decir en la actitud, los valores y el comportamiento de los políticos. En otras palabras, una nueva convergencia entre ética y política.
Resumiendo, la frustración acumulada durante estas casi dos décadas evidencia que la reforma del financiamiento de la política es un asunto demasiado serio para dejarla únicamente en manos de los políticos. Requiere una ciudadanía activa y organizada, y medios de comunicación vigilantes, factores claves para garantizar que el proceso reformador no termine siendo víctima del status quo ni del gatopardismo.

* El autor, argentino radicado en Costa Rica y Suecia, es experto laboral y trabaja como Senior Executive para International IDEA.

 

OPINION

Por Rosendo Fraga *

El ñoqui como pecado

No es fácil hacer un cálculo sobre el costo de la política. Para una aproximación se puede tomar la estructura de cargos electivos, que en la Argentina alcanza a 16.508 cargos. De ellos, el 2 por ciento son nacionales, el 8 por ciento provinciales y el 90 por ciento municipales. Un cálculo aproximado puede partir de que hay cinco personas en promedio trabajando en el sector público por cada cargo electivo. Ello implicaría un total de 99.048 de personas que trabajan en el sector público en función de la estructura política. Entre este personal, se encuentran los tan mentados “ñoquis”. Teniendo en cuenta el promedio salarial que cobran los legisladores y su personal a cargo –secretarios, auxiliares, ayudantes, etc.– puede estimarse en un total de salarios de aproximadamente 2 mil millones de dólares al año. Esta cifra equivale aproximadamente al 2,4 por ciento del gasto público total, incluyendo el gasto público nacional, provincial y municipal. Este sería el costo salarial que implica para el Estado el sostenimiento de la estructura político–electiva.
Frente al costo que implica pagar uno o dos pesos por voto, para financiar los partidos –podríamos hablar en este caso de 10 o 20 millones al año–, es evidente que el costo salarial es muchísimo más alto. Un cálculo aproximado muestra que las campañas presidenciales de los partidos mayoritarios, de acuerdo con las cifras de 1999, pueden haber implicado un costo de entre 120 y 150 millones de pesos. Un cálculo aproximado sobre el costo de las campañas legislativas realizadas al margen de la elección presidencial y de las internas puede alcanzar entre 50 y 60 millones más. Es decir que las cifras que se gastan en campañas es aproximadamente el 10 por ciento del costo salarial, y el costo estatal directo del Estado para sostener los partidos es de aproximadamente el 1 por ciento del costo salarial estatal. En general, este número, como porcentaje del PBI o como porcentaje del presupuesto nacional, es menor al del promedio de los países desarrollados, sin que pueda realizarse una comparación consistente con un promedio de los países de América latina, aunque claramente es superior a Chile y Uruguay. Las cifras mencionadas podrían disminuirse a la mitad, sin alterar el funcionamiento real y efectivo del sistema político. Un ejemplo de ello ha sido la Legislatura de Formosa, que redujo en un 30 por ciento sus recursos, sin que ello afecte en modo alguno su funcionamiento. Las medidas propuestas por Ricardo López Murphy contemplaban bajas específicas de este gasto político, una de las situaciones que contribuyeron a su renuncia. La percepción de la población y de la dirigencia política respecto de este problema es muy diferente. El ñoqui es un pecado venial para el político, mientras que para una persona común es la más grave de las corrupciones. Es que cuando en un país con salario promedio de 550 pesos y 15 por ciento de desempleo, alguien ve que un amigo, un vecino o un pariente gana tres o cuatro veces más sin ir a trabajar, ello produce un efecto moral devastador y eso es lo que debe advertir la clase política.

* Director del Centro de Estudios Nueva Mayoría.

 

 

PRINCIPAL