Por
Andrew Graham-Yooll
¿Para
quiénes hicieron el Centro Cultural de la Ribera, allá en
la costa de San Isidro?
El centro cultural atrae todo tipo de niños y familias. Siempre
ha sido una acción de cobrar a los ricos para enseñar a
los pobres. Esa ha sido la tónica que hemos encarado siempre en
la parte docente. Todo esto comenzó en 1962 en La Lucila y ahí
también la gente que podía pagar la cuota lo hacía
y otros venían gratis durante años. Acá (San Isidro)
naturalmente están los colegios privados que tienen mejores recursos
para pagar una experiencia como ésta. Hay escuelas muy carenciadas
que la Fundación, que en el fondo somos nosotros, las beca. Para
que tengan acceso chicos de todas partes. Han venido chicos de escuelas
de la villa de La Cava. Según me contaban los docentes que están
a cargo de estos chicos, de experiencia directa, era notable el buen comportamiento
de los chicos de La Cava. Todos los clasifican y suponen más revoltosos.
Sin embargo, al estar contenidos en un trabajo interesante y creativo
demuestran un potencial maravilloso.
Usted comenzó a trabajar con los niños y el arte en
Tucumán.
Apenas egresé de la Universidad de Tucumán comencé
a trabajar en la única escuelita oficial de arte para chicos en
el país. Tucumán tuvo un período brillante. Creo
que llegó a ser la mejor universidad de la Argentina, especialmente
en los estudios de arte. Salieron grandes intelectuales y arquitectos
de ahí, como César Pelli, que es el que todos nombran ahora.
La Dirección de Cultura de Tucumán había creado una
escuela de plástica para chicos donde atendían cuatro profesores,
todos universitarios. A mí me nombraron poco antes de egresar como
licenciado en arte. Y de ahí cuento la anécdota que los
amigos me dijeron, después de seis meses, que se me estaba pagando
por debajo del nivel del sueldo básico. Tenía que haber
algún problema con el recibo de sueldos. Cuando fui a la oficina
de sueldos a ver qué pasaba, los empleados comenzaron a reírse.
Me descontaban un porcentaje por maternidad, eran seiscientos
pesos que no cobraba. Claro, vieron el nombre Guadalupe y
sin consultar decidieron que yo era mujer. No sé cuánto
sería ahora ese descuento. Me pareció interesante como experiencia:
en el único empleo fijo que tuve en mi vida, por seis meses, fui
confundido con una mujer, por un nombre malentendido nomás. Y además
me enteré de que las mujeres necesariamente tenían que cobrar
menos dinero, por ser mujeres. Me devolvieron los tres mil seiscientos
pesos. Los aproveché para pagar varias fiestas de despedida. Con
Irene habíamos tomado la decisión de empezar de nuevo, desde
cero, en Buenos Aires. Aquí, en el 61, no teníamos
nada. Mis suegros estaban desde hacía dos años en Italia
y decidieron volver porque Irene estaba embarazada con nuestro primer
hijo. Pero así nomás decidimos empezar de nuevo. En 1962
nos largamos, en el chalet de mis suegros, y creamos una escuelita de
arte para niños. Esa tarea no estaba tan difundida como ahora.
Hoy la plástica infantil es algo importante para el autoconocimiento
del chico y se sabe que es bueno para la expresión del ser humano.
Y nos fue bien.
Y de ahí se fueron a Santiago del Estero.
Eso duró hasta 1970, cuando con Irene decidimos irnos a vivir
a La Banda, en Santiago del Estero. Nos quedamos diez años. Nos
fuimos quedando. Con la represión y la dictadura, de golpe, Santiago
parecía un paraíso.
Pero, ¿por qué Santiago fue así?
En Santiago del Estero hubo desaparecidos y asesinados, entre ellos
amigos míos, uno de ellos el hijo de un ex gobernador de Santiago.
Pero fue una cosa curiosa, porque Santiago aportó figuras de la
guerrilla, comoMario Roberto Santucho (1936-76)... creo que los Uturuncos
(Tucumán, 1959) también salieron de Santiago para formar
el primer movimiento insurreccional del país. Hubo otros varios
santiagueños revolucionarios... Pero en Santiago del Estero no
hubo movimiento de tropas, ni de policías, ni por asomo como el
desastre en Tucumán. Eso permitió que pudiésemos
vivir más tranquilos que en otras partes del país.
La casa en La Banda fue durante mucho tiempo algo así como
un albergue para...
Para mucha gente sufrida, sí. A veces venía gente
de parte de alguien, de algún amigo y yo no preguntaba demasiado.
Había que ayudarlos sin preguntar nada. Bastaba que vinieran de
un amigo y ni nos importaba el nombre. Nosotros los atendíamos,
pasaban la noche, seguían viaje. Fue un descanso para mucha gente
que sufrió con mucha angustia la represión. Era gente a
la que le habían matado un familiar, o gente amiga, o venían
escondidos. Por eso, La Banda parecía un paraíso. Siempre
había coches estacionados cerca de la casa, que para La Banda en
aquellos tiempos era un poco raro. Pero la única forma de llegar
era en coche, o caminando, porque no tenía teléfono. Los
amigos se largaban, de Córdoba, de Tucumán, Jujuy, de Buenos
Aires... de todo el país. Para más de uno la casa parecía
sospechosa. Eramos el prototipo que la dictadura presentaba como la familia
subversiva. Yo no tenía trabajo afuera. Eramos relativamente jóvenes,
teníamos tres chiquitos. Los dos pintábamos en casa y yo
hacía exposiciones en Buenos Aires o en otras provincias y la gente
iba a comprar obras a mi casa. Pero en el vecindario, aparte de los que
nos conocían, se preguntaban qué hacíamos porque
decían que ninguno trabajaba, veían gente de afuera, gente
de la política de ahí y muchos autos.
Eran sospechosos por estar en posesión de estacionamiento...
Sí. Pero eso no fue lo que nos obligó a regresar a
Buenos Aires. En 1980 nos dimos cuenta de otro problema argentino, el
tratar de vivir en un pueblo del interior. Era hermoso para la primera
etapa de los hijos. Pero el joven necesita otros horizontes. Claro, de
trasladarnos podíamos haber ido a Tucumán, a los colegios,
para mi hija, y la universidad en Tucumán, para mis dos hijos,
que era un lugar que conocíamos. Pero Tucumán había
quedado arrasada y la dictadura todavía era peligrosa. Igual, uno
de mis hijos se volvió a Tucumán a estudiar más adelante.
Vinimos a Buenos Aires entre otras razones porque acá estaba el
mercado para mi pintura. Antes nos habíamos jugado que viajando
seis veces al año a Buenos Aires vendía y podíamos
vivir de mi pintura. La suposición era que en Buenos Aires, en
contacto con el circuito artístico, vendería más.
Durante un año fue así. Después de Malvinas se vino
abajo todo.
¿Ahí se vinieron al bajo de San Isidro?
Esto era muy diferente entonces. Había casitas de madera.
Todavía vivían por aquí algunos pescadores. Creamos
el segundo taller de arte, en lo que es ahora uno de esos lugares que
se llaman Beach, con entretenimientos y esas cosas. En esos
años esta zona no era visitada por la clase media, menos por la
media alta. La vía marcaba un límite. Este era un lugar
de bohemios y marginados y de los linyeras. Cerca de donde nos instalamos
vivía un hombre en un árbol, con toda su familia. La casa
era de hojas de plástico. Y en las crecidas tenía que irse,
con sus cuatro hijos, a tierra más alta. Una vez tuvimos que ayudar
a sacar a la mujer, que estaba embarazada y por parir, y tenía
que escaparle a la crecida. Comenzamos a traer gente con conciertos, reuniones
de música folklórica y de jazz, y charlas. Creo que fue
la primera vez que se escuchó música barroca acá
en el bajo. Venía toda clase de gente a los conciertos gratis,
o a presentaciones de libros. Regalábamos el locro, las empanadas...
Era como si todos buscaban encontrarse otra vez con el pueblo. Era hacia
el final de eso que se llamó Proceso y la gente necesitaba
poder hablar en reunión, abiertamente. Eso se había perdido.
Se juntaban más de cienpersonas en el taller para cualquier tipo
de concierto. Lo hacíamos porque era lindo, porque había
necesidad de hablar sin miedo. Recuperábamos algo muy simple que
era poder reunirse alegremente. Recuperamos el diálogo.
¿Y el Centro Cultural de la Ribera?
A eso nos convocaron cuando un conocido, el arquitecto OReilly,
ganó una licitación para explotar veinticuatro hectáreas
sobre el río. Primero, nos pusieron a cargo de la actividad cultural.
Rellenaron los terrenos y después no sé qué problema
hubo, pero se fueron. Después la Dirección de Cultura nos
apoyó y en 1994 completamos la construcción del centro y
la escuelita de arte. Siempre tuvimos apoyo de organizaciones intermedias,
del municipio. Pero no apoyo económico. El dinero lo pusimos nosotros
de nuestro bolsillo y de nuestros cuadros. El dinero que recibimos de
la cultura lo pusimos en la cultura.
Su pintura es más reconocida en México y Ecuador que
aquí.
Lo que pasa es que cuando se habla de pintura argentina, siempre
se piensa en el Río de la Plata y la región pampeana. No
se piensa que la Argentina tiene una región muy importante con
espíritu andino. Se supone que lo andino sólo pertenece
a Bolivia, Perú, Ecuador. Mi pintura pertenece al norte argentino
y algunas veces sorprende, afuera también, un pintor argentino
cuya obra tenga todo el sabor y el espíritu de la región
andina, que no es rioplatense. Están mal acostumbrados por los
trabajos pampeanos. En realidad la zona del noroeste es muy rica culturalmente,
pero tiene menos vigencia en la Argentina. Ha sido influida por todo el
incario. Pero no tiene gran difusión en Buenos Aires. Yo creo que
la película de Miguel Pereira, La deuda interna, dio un golpe porque
tenía todo el sabor de algo muy nuestro pero andino. Acá
yo pienso que para mucha gente al norte no se le da la importancia que
tiene, salvo en la música folklórica.
¿Cuándo empieza a vender su obra fuera del país?
En el año 1989 hice mi primer viaje a México. Tuvo
aceptación mi pintura y fuimos dos años más. En el
ínterin me pidieron unas ilustraciones para el Martín Fierro,
unas imágenes que acompañaron al libro que se presentó
en la Reunión Cumbre de Presidentes, en México, en 1991.
El libro se llevó a la Feria de Guadalajara, con una muestra de
las obras. En 1994, cuando se cumplieron 500 años de la conquista
española, el gobierno mexicano usó una de las figuras del
Martín Fierro como motivo de un homenaje a la Argentina. Fue un
homenaje muy sentido, pero tiene su ironía, ya que la ilustración
se usó en un billete de lotería nacional. Les gustó
la imagen del gaucho que había hecho. Luego ya no pude volver porque
comenzamos a trabajar en el centro cultural. Tendría que haber
vuelto, ya que había gente que gustaba de mi obra y quería
apoyar su difusión. Pero no fuimos. Después fui a Perú,
Ecuador y Nicaragua. Alguien me dijo que si yo dijera que soy peruano
mi obra se aceptaría mucho más en la Argentina. Hace dos
años se vendieron obras mías en Nicaragua y también
en Estados Unidos. Alguna vez expuse en San Francisco, con el apoyo de
un amigo y del Consulado argentino.
Pero no fueron galerías los que organizaron las exposiciones.
No, los galeristas tienen algo de necrófilos. Ahora que casi
me matan y que me voy de Buenos Aires se han acercado las galerías.
Ahora me han dicho que una galería en Miami está interesada
en lo que hago. Sería bueno. Siempre pasa así, medio a contratiempo.
Pero he hecho un arreglo con buena gente, que me hace pensar que se puede
empezar a vender acá y proyectar una muestra el año que
viene. Hace muchos años que no expongo en la Capital. Siempre expuse
más en el norte y en el exterior.
Y ahora se vuelven a Jujuy... Después del asalto, que fue
¿cuándo?
Eso fue a fines de diciembre. Bueno, tengo tres asaltos a mano armada
desde que vine de Santiago del Estero, dos acá en mi casa. No le
daba mucha importancia. Pero este último asalto, en que recibí
un tiro en elpecho, la verdad que me sacudió. El momento que se
vive tiene un alto grado de violencia, con droga incluida, producto de
la desesperación, por lo general en los menores, que actúan
en forma desesperada porque parecen no tener nada que perder. Tuve suerte.
Se calcula que la bala del 32 se incrustó en el esternón
porque no tuvo recorrido. Puede haber muchas explicaciones, pero en alguna
medida tiene que haber sido un milagro. En Jujuy vuelvo a muchas experiencias
y lugares de mi infancia. Eramos ocho hermanos. Yo nací en Tilcara,
pero de chico nos vinimos a San Salvador porque mi padre murió
joven en Calilegua. Mi madre era de Tarija, Bolivia. Mi padre era hijo
de humahuaqueña. Era militante político en los ingenios.
En esa época le decían que era hombre de ideas avanzadas,
porque leía a José Ingenieros, por ejemplo. En Tilcara quedó
la quinta de los abuelos. La gente más joven va mucho. A los adultos
les trae recuerdos tristones. Va a haber mucha nostalgia. Hasta eso compartiremos
con los amigos que vamos a dejar aquí. Nuestra casa, desde que
vinimos de Santiago, siempre ha sido lugar de encuentro de gente de diferentes
ideas y actividades. Ha habido muchos hermosos encuentros.
¿Y las mesas...?
Ah, eso. Sí, hace poco habíamos puesto lo que llamamos
La Mesa de los Sueños. Como se han perdido tanto las fantasías,
los sueños, ya no tenemos la locura de la idea de las utopías
posibles, por eso pusimos una mesa para intercambiar ideas. Comenzó
cuando había vuelto uno de los hermanos Avalos, entonces vino a
casa y dijimos que había que rehacer la Mesa de los Sueños.
Es una mesa viajera. Pino Solanas usa la imagen en la película
Sur. Hicimos unas cuatro reuniones con músicos, cantores de tango...
Esa mesa la puede formar cualquiera. Eso provoca un poco de nostalgia
al irnos. Pero supongo que vamos a volver. En vida, ningún viaje
es el último.
POR
QUE MICHI APARICIO
Por A. G. Y.
Una
vida �normal�
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Este es
un diálogo para el recuerdo, para la amistad, que va a compartir
un numeroso grupo de gente, amigos algunos, pero desconocidos también,
ya que son muchos los que pasamos por la casa del Michi e Irene.
Guadalupe Michi Aparicio, 66 años, excelente
pintor, cuya obra ofrece una visión pura de la dureza y la
riqueza de su tierra y su gente. Jujeño de nacimiento, alguna
vez se describió como un muerto civil, por no estar en ninguna
ficha, ni registro, ni caja, ni repartición. Es licenciado
en arte, pero no parece un Lic. corriente. A pesar de
eso, ésta es un poco de historia normal y popular,
por lo querido que es el hombre y la mujer que lo acompaña
desde hace cuarenta años. Aparicio no es una gran figura,
sí es un gran artista.
El diálogo refleja cosas simples: el afecto, el humor, una
gran compasión, la solidaridad, la identidad y la sensación
de pertenencia. Es una vida normal, dedicada al arte
y a la cultura, al buen vino y a las largas tertulias.
Michi Aparicio se va de Buenos Aires para tomar aire y volver a
la pintura. Se va con su mujer, Irene Saderman, artista plástica
también, hija del gran fotógrafo retratista Anatole
Saderman. Acostumbrados a vivir con la puerta de calle abierta,
en el bajo ribereño de San Isidro, lossorprendió un
adolescente armado, drogado, que entró y le pegó a
Aparicio un tiro dirigido al corazón. Aparicio tuvo suerte.
La bala se alojó entre una costilla y el esternón
y no llegó al corazón. Pero el susto lo ha dejado
debilitado. Me siento como que ya patiné seis de las
siete vidas que tenía. Ahora quiero cuidar la que queda.
En San Isidro, queda una enorme estructura de madera, rodeada de
árboles, esculturas y grandes cerámicas, el centro
cultural, la parrilla y el patio de las peñas que fundaron
con los tres hijos (que permanecen a cargo del lugar). Lo fundaron
cuando había poca gente por ahí. Al lugar han llegado
ahora los inevitables restaurantes de moda y toda la gama de accesorios
de la vida fashion. El centro cultural sigue ofreciendo
sus cursos de arte, para los que pueden pagar y para los muchos
más que no pueden. Es la obra de los Michirene
que entregan a la cultura, para que lo disfrute el pueblo.
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