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GUADALUPE “MICHI” APARICIO, PINTOR, MAESTRO DE ARTE, CREADOR DE CENTROS CULTURALES
“En vida, ningún viaje es el último”

 

Hace cuarenta años comenzó con algo por entonces revolucionario: enseñar plástica a los chicos. Jujeño, educado en Tucumán, la inquietud y la dictadura lo tuvieron de Santiago del Estero a Buenos Aires, siempre fundando, de puro gregario, peñas y centros culturales pensados para chicos. Desde hace años dirige el De la Ribera, pero ahora se vuelve a su provincia natal: en diciembre, en el tercer asalto que sufrió en los últimos años, casi lo matan de un tiro en el pecho.

 

Por Andrew Graham-Yooll

–¿Para quiénes hicieron el Centro Cultural de la Ribera, allá en la costa de San Isidro?
–El centro cultural atrae todo tipo de niños y familias. Siempre ha sido una acción de cobrar a los ricos para enseñar a los pobres. Esa ha sido la tónica que hemos encarado siempre en la parte docente. Todo esto comenzó en 1962 en La Lucila y ahí también la gente que podía pagar la cuota lo hacía y otros venían gratis durante años. Acá (San Isidro) naturalmente están los colegios privados que tienen mejores recursos para pagar una experiencia como ésta. Hay escuelas muy carenciadas que la Fundación, que en el fondo somos nosotros, las beca. Para que tengan acceso chicos de todas partes. Han venido chicos de escuelas de la villa de La Cava. Según me contaban los docentes que están a cargo de estos chicos, de experiencia directa, era notable el buen comportamiento de los chicos de La Cava. Todos los clasifican y suponen más revoltosos. Sin embargo, al estar contenidos en un trabajo interesante y creativo demuestran un potencial maravilloso.
–Usted comenzó a trabajar con los niños y el arte en Tucumán.
–Apenas egresé de la Universidad de Tucumán comencé a trabajar en la única escuelita oficial de arte para chicos en el país. Tucumán tuvo un período brillante. Creo que llegó a ser la mejor universidad de la Argentina, especialmente en los estudios de arte. Salieron grandes intelectuales y arquitectos de ahí, como César Pelli, que es el que todos nombran ahora. La Dirección de Cultura de Tucumán había creado una escuela de plástica para chicos donde atendían cuatro profesores, todos universitarios. A mí me nombraron poco antes de egresar como licenciado en arte. Y de ahí cuento la anécdota que los amigos me dijeron, después de seis meses, que se me estaba pagando por debajo del nivel del sueldo básico. Tenía que haber algún problema con el recibo de sueldos. Cuando fui a la oficina de sueldos a ver qué pasaba, los empleados comenzaron a reírse. Me descontaban un porcentaje por “maternidad”, eran seiscientos pesos que no cobraba. Claro, vieron el nombre “Guadalupe” y sin consultar decidieron que yo era mujer. No sé cuánto sería ahora ese descuento. Me pareció interesante como experiencia: en el único empleo fijo que tuve en mi vida, por seis meses, fui confundido con una mujer, por un nombre malentendido nomás. Y además me enteré de que las mujeres necesariamente tenían que cobrar menos dinero, por ser mujeres. Me devolvieron los tres mil seiscientos pesos. Los aproveché para pagar varias fiestas de despedida. Con Irene habíamos tomado la decisión de empezar de nuevo, desde cero, en Buenos Aires. Aquí, en el ‘61, no teníamos nada. Mis suegros estaban desde hacía dos años en Italia y decidieron volver porque Irene estaba embarazada con nuestro primer hijo. Pero así nomás decidimos empezar de nuevo. En 1962 nos largamos, en el chalet de mis suegros, y creamos una escuelita de arte para niños. Esa tarea no estaba tan difundida como ahora. Hoy la plástica infantil es algo importante para el autoconocimiento del chico y se sabe que es bueno para la expresión del ser humano. Y nos fue bien.
–Y de ahí se fueron a Santiago del Estero.
–Eso duró hasta 1970, cuando con Irene decidimos irnos a vivir a La Banda, en Santiago del Estero. Nos quedamos diez años. Nos fuimos quedando. Con la represión y la dictadura, de golpe, Santiago parecía un paraíso.
–Pero, ¿por qué Santiago fue así?
–En Santiago del Estero hubo desaparecidos y asesinados, entre ellos amigos míos, uno de ellos el hijo de un ex gobernador de Santiago. Pero fue una cosa curiosa, porque Santiago aportó figuras de la guerrilla, comoMario Roberto Santucho (1936-76)... creo que los Uturuncos (Tucumán, 1959) también salieron de Santiago para formar el primer movimiento insurreccional del país. Hubo otros varios santiagueños revolucionarios... Pero en Santiago del Estero no hubo movimiento de tropas, ni de policías, ni por asomo como el desastre en Tucumán. Eso permitió que pudiésemos vivir más tranquilos que en otras partes del país.
–La casa en La Banda fue durante mucho tiempo algo así como un albergue para...
–Para mucha gente sufrida, sí. A veces venía gente de parte de alguien, de algún amigo y yo no preguntaba demasiado. Había que ayudarlos sin preguntar nada. Bastaba que vinieran de un amigo y ni nos importaba el nombre. Nosotros los atendíamos, pasaban la noche, seguían viaje. Fue un descanso para mucha gente que sufrió con mucha angustia la represión. Era gente a la que le habían matado un familiar, o gente amiga, o venían escondidos. Por eso, La Banda parecía un paraíso. Siempre había coches estacionados cerca de la casa, que para La Banda en aquellos tiempos era un poco raro. Pero la única forma de llegar era en coche, o caminando, porque no tenía teléfono. Los amigos se largaban, de Córdoba, de Tucumán, Jujuy, de Buenos Aires... de todo el país. Para más de uno la casa parecía sospechosa. Eramos el prototipo que la dictadura presentaba como la familia subversiva. Yo no tenía trabajo afuera. Eramos relativamente jóvenes, teníamos tres chiquitos. Los dos pintábamos en casa y yo hacía exposiciones en Buenos Aires o en otras provincias y la gente iba a comprar obras a mi casa. Pero en el vecindario, aparte de los que nos conocían, se preguntaban qué hacíamos porque decían que ninguno trabajaba, veían gente de afuera, gente de la política de ahí y muchos autos.
–Eran sospechosos por estar en posesión de estacionamiento...
–Sí. Pero eso no fue lo que nos obligó a regresar a Buenos Aires. En 1980 nos dimos cuenta de otro problema argentino, el tratar de vivir en un pueblo del interior. Era hermoso para la primera etapa de los hijos. Pero el joven necesita otros horizontes. Claro, de trasladarnos podíamos haber ido a Tucumán, a los colegios, para mi hija, y la universidad en Tucumán, para mis dos hijos, que era un lugar que conocíamos. Pero Tucumán había quedado arrasada y la dictadura todavía era peligrosa. Igual, uno de mis hijos se volvió a Tucumán a estudiar más adelante. Vinimos a Buenos Aires entre otras razones porque acá estaba el mercado para mi pintura. Antes nos habíamos jugado que viajando seis veces al año a Buenos Aires vendía y podíamos vivir de mi pintura. La suposición era que en Buenos Aires, en contacto con el circuito artístico, vendería más. Durante un año fue así. Después de Malvinas se vino abajo todo.
–¿Ahí se vinieron al bajo de San Isidro?
–Esto era muy diferente entonces. Había casitas de madera. Todavía vivían por aquí algunos pescadores. Creamos el segundo taller de arte, en lo que es ahora uno de esos lugares que se llaman “Beach”, con entretenimientos y esas cosas. En esos años esta zona no era visitada por la clase media, menos por la media alta. La vía marcaba un límite. Este era un lugar de bohemios y marginados y de los linyeras. Cerca de donde nos instalamos vivía un hombre en un árbol, con toda su familia. La casa era de hojas de plástico. Y en las crecidas tenía que irse, con sus cuatro hijos, a tierra más alta. Una vez tuvimos que ayudar a sacar a la mujer, que estaba embarazada y por parir, y tenía que escaparle a la crecida. Comenzamos a traer gente con conciertos, reuniones de música folklórica y de jazz, y charlas. Creo que fue la primera vez que se escuchó música barroca acá en el bajo. Venía toda clase de gente a los conciertos gratis, o a presentaciones de libros. Regalábamos el locro, las empanadas... Era como si todos buscaban encontrarse otra vez con el pueblo. Era hacia el final de eso que se llamó “Proceso” y la gente necesitaba poder hablar en reunión, abiertamente. Eso se había perdido. Se juntaban más de cienpersonas en el taller para cualquier tipo de concierto. Lo hacíamos porque era lindo, porque había necesidad de hablar sin miedo. Recuperábamos algo muy simple que era poder reunirse alegremente. Recuperamos el diálogo.
–¿Y el Centro Cultural de la Ribera?
–A eso nos convocaron cuando un conocido, el arquitecto O’Reilly, ganó una licitación para explotar veinticuatro hectáreas sobre el río. Primero, nos pusieron a cargo de la actividad cultural. Rellenaron los terrenos y después no sé qué problema hubo, pero se fueron. Después la Dirección de Cultura nos apoyó y en 1994 completamos la construcción del centro y la escuelita de arte. Siempre tuvimos apoyo de organizaciones intermedias, del municipio. Pero no apoyo económico. El dinero lo pusimos nosotros de nuestro bolsillo y de nuestros cuadros. El dinero que recibimos de la cultura lo pusimos en la cultura.
–Su pintura es más reconocida en México y Ecuador que aquí.
–Lo que pasa es que cuando se habla de pintura argentina, siempre se piensa en el Río de la Plata y la región pampeana. No se piensa que la Argentina tiene una región muy importante con espíritu andino. Se supone que lo andino sólo pertenece a Bolivia, Perú, Ecuador. Mi pintura pertenece al norte argentino y algunas veces sorprende, afuera también, un pintor argentino cuya obra tenga todo el sabor y el espíritu de la región andina, que no es rioplatense. Están mal acostumbrados por los trabajos pampeanos. En realidad la zona del noroeste es muy rica culturalmente, pero tiene menos vigencia en la Argentina. Ha sido influida por todo el incario. Pero no tiene gran difusión en Buenos Aires. Yo creo que la película de Miguel Pereira, La deuda interna, dio un golpe porque tenía todo el sabor de algo muy nuestro pero andino. Acá yo pienso que para mucha gente al norte no se le da la importancia que tiene, salvo en la música folklórica.
–¿Cuándo empieza a vender su obra fuera del país?
–En el año 1989 hice mi primer viaje a México. Tuvo aceptación mi pintura y fuimos dos años más. En el ínterin me pidieron unas ilustraciones para el Martín Fierro, unas imágenes que acompañaron al libro que se presentó en la Reunión Cumbre de Presidentes, en México, en 1991. El libro se llevó a la Feria de Guadalajara, con una muestra de las obras. En 1994, cuando se cumplieron 500 años de la conquista española, el gobierno mexicano usó una de las figuras del Martín Fierro como motivo de un homenaje a la Argentina. Fue un homenaje muy sentido, pero tiene su ironía, ya que la ilustración se usó en un billete de lotería nacional. Les gustó la imagen del gaucho que había hecho. Luego ya no pude volver porque comenzamos a trabajar en el centro cultural. Tendría que haber vuelto, ya que había gente que gustaba de mi obra y quería apoyar su difusión. Pero no fuimos. Después fui a Perú, Ecuador y Nicaragua. Alguien me dijo que si yo dijera que soy peruano mi obra se aceptaría mucho más en la Argentina. Hace dos años se vendieron obras mías en Nicaragua y también en Estados Unidos. Alguna vez expuse en San Francisco, con el apoyo de un amigo y del Consulado argentino.
–Pero no fueron galerías los que organizaron las exposiciones.
–No, los galeristas tienen algo de necrófilos. Ahora que casi me matan y que me voy de Buenos Aires se han acercado las galerías. Ahora me han dicho que una galería en Miami está interesada en lo que hago. Sería bueno. Siempre pasa así, medio a contratiempo. Pero he hecho un arreglo con buena gente, que me hace pensar que se puede empezar a vender acá y proyectar una muestra el año que viene. Hace muchos años que no expongo en la Capital. Siempre expuse más en el norte y en el exterior.
–Y ahora se vuelven a Jujuy... Después del asalto, que fue ¿cuándo?
–Eso fue a fines de diciembre. Bueno, tengo tres asaltos a mano armada desde que vine de Santiago del Estero, dos acá en mi casa. No le daba mucha importancia. Pero este último asalto, en que recibí un tiro en elpecho, la verdad que me sacudió. El momento que se vive tiene un alto grado de violencia, con droga incluida, producto de la desesperación, por lo general en los menores, que actúan en forma desesperada porque parecen no tener nada que perder. Tuve suerte. Se calcula que la bala del 32 se incrustó en el esternón porque no tuvo recorrido. Puede haber muchas explicaciones, pero en alguna medida tiene que haber sido un milagro. En Jujuy vuelvo a muchas experiencias y lugares de mi infancia. Eramos ocho hermanos. Yo nací en Tilcara, pero de chico nos vinimos a San Salvador porque mi padre murió joven en Calilegua. Mi madre era de Tarija, Bolivia. Mi padre era hijo de humahuaqueña. Era militante político en los ingenios. En esa época le decían que era “hombre de ideas avanzadas”, porque leía a José Ingenieros, por ejemplo. En Tilcara quedó la quinta de los abuelos. La gente más joven va mucho. A los adultos les trae recuerdos tristones. Va a haber mucha nostalgia. Hasta eso compartiremos con los amigos que vamos a dejar aquí. Nuestra casa, desde que vinimos de Santiago, siempre ha sido lugar de encuentro de gente de diferentes ideas y actividades. Ha habido muchos hermosos encuentros.
–¿Y las mesas...?
–Ah, eso. Sí, hace poco habíamos puesto lo que llamamos La Mesa de los Sueños. Como se han perdido tanto las fantasías, los sueños, ya no tenemos la locura de la idea de las utopías posibles, por eso pusimos una mesa para intercambiar ideas. Comenzó cuando había vuelto uno de los hermanos Avalos, entonces vino a casa y dijimos que había que rehacer la Mesa de los Sueños. Es una mesa viajera. Pino Solanas usa la imagen en la película Sur. Hicimos unas cuatro reuniones con músicos, cantores de tango... Esa mesa la puede formar cualquiera. Eso provoca un poco de nostalgia al irnos. Pero supongo que vamos a volver. En vida, ningún viaje es el último.

POR QUE MICHI APARICIO

Por A. G. Y.

Una vida �normal�

Este es un diálogo para el recuerdo, para la amistad, que va a compartir un numeroso grupo de gente, amigos algunos, pero desconocidos también, ya que son muchos los que pasamos por la casa del Michi e Irene. Guadalupe “Michi” Aparicio, 66 años, excelente pintor, cuya obra ofrece una visión pura de la dureza y la riqueza de su tierra y su gente. Jujeño de nacimiento, alguna vez se describió como un muerto civil, por no estar en ninguna ficha, ni registro, ni caja, ni repartición. Es “licenciado” en arte, pero no parece un “Lic.” corriente. A pesar de eso, ésta es un poco de historia “normal” y popular, por lo querido que es el hombre y la mujer que lo acompaña desde hace cuarenta años. Aparicio no es una gran figura, sí es un gran artista.
El diálogo refleja cosas simples: el afecto, el humor, una gran compasión, la solidaridad, la identidad y la sensación de pertenencia. Es una vida “normal”, dedicada al arte y a la cultura, al buen vino y a las largas tertulias.
Michi Aparicio se va de Buenos Aires para tomar aire y volver a la pintura. Se va con su mujer, Irene Saderman, artista plástica también, hija del gran fotógrafo retratista Anatole Saderman. Acostumbrados a vivir con la puerta de calle abierta, en el bajo ribereño de San Isidro, lossorprendió un adolescente armado, drogado, que entró y le pegó a Aparicio un tiro dirigido al corazón. Aparicio tuvo suerte. La bala se alojó entre una costilla y el esternón y no llegó al corazón. Pero el susto lo ha dejado debilitado. “Me siento como que ya patiné seis de las siete vidas que tenía. Ahora quiero cuidar la que queda”.
En San Isidro, queda una enorme estructura de madera, rodeada de árboles, esculturas y grandes cerámicas, el centro cultural, la parrilla y el patio de las peñas que fundaron con los tres hijos (que permanecen a cargo del lugar). Lo fundaron cuando había poca gente por ahí. Al lugar han llegado ahora los inevitables restaurantes de moda y toda la gama de accesorios de la vida “fashion”. El centro cultural sigue ofreciendo sus cursos de arte, para los que pueden pagar y para los muchos más que no pueden. Es la obra de los “Michirene” que entregan a la cultura, “para que lo disfrute el pueblo”.

 

 

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