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Un grupo de madres que pide ayuda para darles de comer a 300 chicos

Son 26 madres cuidadoras que asisten a niños tucumanos. Tres de ellas vinieron a Buenos Aires en busca de ayuda. Quieren crear una red de padrinos para no depender del subsidio oficial.

Por Nora Veiras

“Los gobiernos hacen que los pobres seamos cada vez más pobres pero esto no quiere decir que perdamos la dignidad. La pobreza no tiene por qué ser delincuencia, marginalidad, prostitución. Ser pobre no es eso, tiene que ver con el esfuerzo, el laburo, poner el lomo todos los días. Con trabajar catorce horas en la cosecha de limones y ganar 2 pesos. Queremos chicos contentos, bien nutridos, no queremos chicos sucios, tristes, con los moquitos colgando para que den lástima. No hay por qué seguir humillándolos. Nosotras les damos amor, comida y los contenemos. Nuestros hijos tienen derecho a la igualdad, a no estar desnutridos, nuestros hijos también pueden ir a la facultad.”
Las palabras le salen a borbotones a Julia Leonor Cruz (30 años). A borbotones saltan también las necesidades de los barrios del noroeste tucumano donde ella vive. Es madre cuidadora y presidenta de la Fundación Crecer Juntos, viajó desde Tucumán a Buenos Aires para golpear puertas y conseguir que el Ministerio de Desarrollo Social les garantice la continuidad de un subsidio para darles de comer a 300 chicos con 70 centavos por día.
“Están mal acostumbrados: comen todos los días y que se corte esa mala costumbre es muy fuerte para ellos”, dice Adriana Díaz (36 años), otra madre cuidadora que repite, ahora con ironía, el argumento que usó hace un tiempo para convencer a un funcionario. Julia y Adriana se consideran “privilegiadas” dentro del grupo de 26 madres cuidadoras: sus maridos tienen trabajo. Sólo otras tres pueden decir lo mismo. “Mi esposo, con dos trabajos, cobra casi 400 pesos”, cuenta Adriana. “El mío es pastelero”, dice Julia, y agrega “él de ella es la ley. Trabaja en seguridad”. “Ella” es Nancy Pereyra, la más joven del grupo que viajó a Buenos Aires para reclamar por el subsidio. El trabajo de ellas es voluntario.
Los mimos
Hace casi nueve años empezaron con el proyecto “Madres cuidadoras” con fondos de la fundación holandesa Van Leer. Al principio se reunían en una capilla y poco a poco se trasladaron a casas donde las familias prestaban salones, cocinas y baños para atender a veinte nenes de 3 a 5 años. Una cantidad que trepó a treinta por las cada vez más urgentes necesidades. Al poco tiempo, los holandeses suspendieron el apoyo porque decidieron trasladarse a Africa, donde la estadística de pobreza mostraba datos más impactantes. El desamparo invadió a las mujeres pero no las paralizó. No tenían opción. “A los chicos les faltan zapatillas pero tienen comida. Si no seguimos, no tendrán ni zapatillas ni comida”, explican con lógica irrefutable. “No les mendigamos a los políticos, ellos tienen la obligación de darnos esto y nosotras tenemos la obligación de devolverlo con trabajo: en atender a los chicos y a los ancianos, en mejorar las calles y la luz”, dice Julia.
El cuidado es mucho más que el desayuno y el almuerzo con postre: ellas también se ocupan de llevar a los nenes al Centro de Atención Primaria de la Salud y de hacer estimulación temprana.
“Un día vino una mamá con un nene de tres años y nos pidió que lo aceptemos aunque fuera sordomudo. Yo empecé a mirarlo y me di cuenta de que el nene escuchaba. Poco a poco empezó a decir pan, papá, a cantar. Al tiempo vino el padre a agradecernos: me dijo que tenía otros siete hijos más y que, en realidad, se habían dado cuenta de que a éste nunca le habían prestado atención. En la escuela, la maestra me dijo que si no hubiese sido por esa estimulación, el nene no podría haber hablado”, recuerda Adriana.
Las carencias son tantas que las madres cuidadoras no sólo se ocupan de hacer malabares para darles bien de comer a los chicos –”lo nuestro no es polenta, guiso y fideos, tenemos una nutricionista”, aclaran– sino queorganizan talleres de capacitación con la comunidad. Sexualidad, violencia familiar y prevención de la salud son algunos de los temas que discuten, además de hacer jornadas sobre liderazgo, gestión y desarrollo de proyectos.
Las velitas
La garra de estas tres mujeres contagia. No se dan por vencidas ante nada pero no pueden controlar la emoción cuando cuentan lo que pasó con otra compañera.
“Vino una mamá cuidadora y me dijo que su hija cumplía 7 años y le había pedido una torta. Nunca había soplado las velitas. Le dije ¿cómo puede ser? Agarrá un poco de harina, leche, azúcar y listo. Me dijo que no tenía para comprar... Conseguimos las cosas y le hizo la torta”, dice Adriana y se le llenan los ojos de lágrimas: “Eso te duele ¡Son tres pesos! Mi marido limpia a la noche y trae 6 pesos y por eso la pude ayudar”.
Julia, Adriana y Nancy tienen muchas historias desgarradoras sobre las limitaciones de su realidad pero no quieren que “las anécdotas” las alejen de las soluciones. “Si nosotras no tuviéramos esperanza decimos chau y listo. No somos punteras políticas. Hacemos política pero no partidaria. Peleamos por la dignidad y el derecho a la igualdad de nuestros hijos. Intentamos cambiar la realidad”, explica Julia, que sueña con rendir las tres materias pendientes del secundario para estudiar arqueología. Adriana quiere empezar a cursar psicología social y a Nancy le gustaría ser maestra jardinera pero antes tendría que hacer la escuela media.
El futuro
–Nosotras somos lloronas –advierte Julia.
–Pero hoy estamos en divas. Nos hicieron sentir cinco o seis Valerias Mazzas –bromea Adriana todavía encandilada por los flashes que las retrataron en Plaza de Mayo.
Ellas no quieren donaciones “porque crean conflicto”. “Tenemos trescientos chicos y si nos dan cincuenta pares de zapatillas ¿qué hacemos? ¿Elegimos quién es el más pobre? No queremos que nos den fideos para dos días. No es caprichoso. No apostamos a un día sino a cambiar la vida”, explican y abundan en que “ahora todo es normal. Es normal que una criatura de seis años esté en la calle con su hermanito en brazos pidiendo. No es lo normal, es lo común, lo normal sería que esté en su casa, que vaya a la escuela y que su papá esté en el trabajo”.
Las madres cuidadoras de Tucumán apuestan a conseguir una red de padrinos que, con un aporte de 5 pesos por mes, les permita superar la angustia del subsidio oficial. La dirección electrónica es: [email protected]
“Sentimos mucha presión. No podemos volver sin saber cuándo nos van a renovar el subsidio. Allá no podemos decir: ‘Tenemos que esperar’. Porque nos van a decir: ‘¿Esperar qué?’ No podemos esperar.”

 

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