En
el bar los parroquianos se quejan de su mala suerte. Sueldos rebajados,
negocios que se pinchan, las cuentas que llegan como puñaladas
de loco, la plata que se esfuma, despidos o amenazas de despidos en los
trabajos. Están con la autoestima por el piso. Y al tener la autoestima
por el piso, les bajaron las defensas y se ligan cuanta peste anda dando
vueltas. Probaron de todo para recuperar la energía y ponerle el
pecho a la mala suerte: gemoterapia, aromoterapia, pirámides, curación
por metales, armonización bioenergizante, reiki, imposición
de manos, musicoterapia, meditación trascendental, canto gregoriano.
Nada funciona. Amigos, abandonen esa parafernalia de baratijas.
Yo también pasé por un largo período de yeta. Hasta
que un día pisé la pelota, hice una pausa y me dediqué
a pensar. Siempre fui gran lector de todo lo relacionado con las ciencias
ocultas. Mi período favorito es el Medioevo. Me dije: acá
la única solución es la hechicería. ¿Y quiénes
son las depositarias del don de la hechicería? Respuesta obvia:
las chicas. Tenía cuatro paveando en mi casa: mi esposa, mis dos
hijas y mi suegra. Ahí estaban perdiendo el tiempo sin saber del
tesoro que encerraban en sí mismas, desaprovechando su talento
natural que se remonta a la noche de los tiempos. Así que una mañana,
antes de irme a trabajar, dejé un libro sobre el microondas. Después
dejé otro. La primera señal la tuve a las tres semanas.
Volví a casa y Napoleón, nuestro gato, que tenía
el pelo gris, se había convertido en un gato negro. Lo primero
que se me ocurrió fue que había andado revolcándose
en la leñera de la parrilla donde guardo el carbón. Pero
el color era firme. La segunda señal fue una noche que me levanté
en la oscuridad para ir a la cocina a tomar un vaso de agua y el living
estaba lleno de ectoplasmas fosforescentes. Me impresionaron un poco y
en las noches siguientes golpeaba las manos o me ponía a silbar
para avisar que iba a pasar. Al final me habitué e intimamos. Yo
soy bastante distraído, dos por tres pierdo las llaves. Ahora,
cada vez que no las encuentro, aparece un monje sin cabeza de lo más
amable y me las alcanza. Es más, cualquier objeto que pierda, el
decapitado me lo trae. Una de las cosas a las que me costó un poco
acostumbrarme es al potaje de uñas de murciélago, lengua
de sapo, diente de dragón, pata de tarántula y hojas de
mandrágora, todo pasado por la procesadora. Pero lo que importa
son los resultados. Nunca más un resfrío, un mísero
dolor de cabeza, tengo el estado físico, el espíritu y el
optimismo de un pibe de veinte años. En cuanto a las chicas, también
están bárbaras, lindas, vitales, felices de ser útiles.
Descubrieron su vocación y se sienten realizadas. Y ahora paso
a la parte económica. Primero, estamos ahorrando plata porque eliminamos
el gas y la luz, las chicas cocinan con fuego fatuo y hay tal cantidad
de ectoplasmas que de noche la casa está iluminada a giorno. En
cuanto a mi negocio de repuestos para automotores, era una lágrima,
no entraba nadie, ahora no doy abasto. Los inspectores me extorsionaban
todo el tiempo, ahora pasan y es como si la puerta se hubiese vuelto invisible,
siguen de largo. Ya me ocurrió varias veces que voy a pagarle una
factura a un proveedor y me entrega una nota de crédito: Hubo
un error en su cuenta, señor, tiene saldo a su favor. Resumiendo,
no le den más vueltas al tema y aprovechen el potencial que tienen
en su casa, o sea las chicas. Tírenles una punta y ellas solitas
encontrarán el camino. Así que, amigos, saquen papel y lápiz
que les voy a dictar los títulos de los libros con los que hay
que empezar para derrotar a la mala suerte..
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