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Antídoto

Por Antonio Dal Masetto 

  En el bar los parroquianos se quejan de su mala suerte. Sueldos rebajados, negocios que se pinchan, las cuentas que llegan como puñaladas de loco, la plata que se esfuma, despidos o amenazas de despidos en los trabajos. Están con la autoestima por el piso. Y al tener la autoestima por el piso, les bajaron las defensas y se ligan cuanta peste anda dando vueltas. Probaron de todo para recuperar la energía y ponerle el pecho a la mala suerte: gemoterapia, aromoterapia, pirámides, curación por metales, armonización bioenergizante, reiki, imposición de manos, musicoterapia, meditación trascendental, canto gregoriano. Nada funciona. –Amigos, abandonen esa parafernalia de baratijas. Yo también pasé por un largo período de yeta. Hasta que un día pisé la pelota, hice una pausa y me dediqué a pensar. Siempre fui gran lector de todo lo relacionado con las ciencias ocultas. Mi período favorito es el Medioevo. Me dije: acá la única solución es la hechicería. ¿Y quiénes son las depositarias del don de la hechicería? Respuesta obvia: las chicas. Tenía cuatro paveando en mi casa: mi esposa, mis dos hijas y mi suegra. Ahí estaban perdiendo el tiempo sin saber del tesoro que encerraban en sí mismas, desaprovechando su talento natural que se remonta a la noche de los tiempos. Así que una mañana, antes de irme a trabajar, dejé un libro sobre el microondas. Después dejé otro. La primera señal la tuve a las tres semanas. Volví a casa y Napoleón, nuestro gato, que tenía el pelo gris, se había convertido en un gato negro. Lo primero que se me ocurrió fue que había andado revolcándose en la leñera de la parrilla donde guardo el carbón. Pero el color era firme. La segunda señal fue una noche que me levanté en la oscuridad para ir a la cocina a tomar un vaso de agua y el living estaba lleno de ectoplasmas fosforescentes. Me impresionaron un poco y en las noches siguientes golpeaba las manos o me ponía a silbar para avisar que iba a pasar. Al final me habitué e intimamos. Yo soy bastante distraído, dos por tres pierdo las llaves. Ahora, cada vez que no las encuentro, aparece un monje sin cabeza de lo más amable y me las alcanza. Es más, cualquier objeto que pierda, el decapitado me lo trae. Una de las cosas a las que me costó un poco acostumbrarme es al potaje de uñas de murciélago, lengua de sapo, diente de dragón, pata de tarántula y hojas de mandrágora, todo pasado por la procesadora. Pero lo que importa son los resultados. Nunca más un resfrío, un mísero dolor de cabeza, tengo el estado físico, el espíritu y el optimismo de un pibe de veinte años. En cuanto a las chicas, también están bárbaras, lindas, vitales, felices de ser útiles. Descubrieron su vocación y se sienten realizadas. Y ahora paso a la parte económica. Primero, estamos ahorrando plata porque eliminamos el gas y la luz, las chicas cocinan con fuego fatuo y hay tal cantidad de ectoplasmas que de noche la casa está iluminada a giorno. En cuanto a mi negocio de repuestos para automotores, era una lágrima, no entraba nadie, ahora no doy abasto. Los inspectores me extorsionaban todo el tiempo, ahora pasan y es como si la puerta se hubiese vuelto invisible, siguen de largo. Ya me ocurrió varias veces que voy a pagarle una factura a un proveedor y me entrega una nota de crédito: “Hubo un error en su cuenta, señor, tiene saldo a su favor”. Resumiendo, no le den más vueltas al tema y aprovechen el potencial que tienen en su casa, o sea las chicas. Tírenles una punta y ellas solitas encontrarán el camino. Así que, amigos, saquen papel y lápiz que les voy a dictar los títulos de los libros con los que hay que empezar para derrotar a la mala suerte..
–Maestro –le digo–, además de los indudables beneficios personales, yo tengo una lista de sinvergüenzas a los que me gustaría mandarles un lindo maleficio y dejarlos petrificados para siempre. Pero soy soltero. ¿Podré hacer las cosas por mi cuenta? –Ni lo intente, olvídese, por las suyas no va a conseguir nada. Sea práctico, búsquese una linda chica y cásese sin perder un solo minuto más.

 

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